DETECTIVE STORY (1951, William Wyler) Brigada 21
Dentro de un contexto en el que el cine norteamericano, ofrecía no pocas de sus mejores muestras dentro del ámbito del noir, una vertiente del mismo se denominó procedural, centrado en el tratamiento de problemáticas surgidas desde el interior del propio estamento policial. Es algo que ejemplificaría con rotundidad el extraordinario y muy cercano en el tiempo WHERE THE SIDEWALK ENDS (Al borde del peligro, 1950. Otto Preminger). Nos encontramos ante la prehistoria de una corriente, que tendría su apogeo bastantes años después, dentro del denominado neonoir, Cpn el aporte de cineastas como Don Siegel o, más adelante, y de forma más rotunda, Sidney Lumet.
Dentro de dicho ámbito, William Wyler dirige DETECTIVE STORY (Brigada 21, 1951), tomando como base la obra teatral de Sidney Kingsley –que ya había colaborado con Wyler con la previa DEAD END (1937)-. Una base dramática que basaba su previsible eficacia, a la hora de describir el funcionamiento de una comisaría, en un ámbito temporal muy ajustado –apenas unas horas-, y centrándose en el comportamiento lindante con la psicopatía, del detective James McLeod (Kirk Douglas). Así pues, el film de Wyler se describe a dos bandas. De un lado el desarrollo de varias subtramas, en torno a diversos personajes que acuden a la comisaría en calidad de detenidos. De otro, la catarsis que irá sufriendo su protagonista, enunciando las motivaciones de ese comportamiento violento, que le llega a un desprecio irracional en torno a la figura del delincuente. “Odio a los criminales” expresará en los primeros minutos del relato, y durante todo el metraje hará gala de esta psicología, motivada en una relación de rechazo hacia la figura paterna, cuando siendo niño maltrató a su propia madre. El film de Wyler se plantea como una obra supuestamente “fuerte” y con “mensaje”, planteando temas tan prohibidos de tratar en la pantalla en aquellos tiempos como el del aborto.
Y es llegados a este punto, cuando uno percibe que DETECTIVE STORY se mantiene bastante bien cuando funciona “hacia adentro”. Es decir, se deja llevar por instantes, momentos y situaciones, en las que lo intimista incorpora a sus imágenes en sesgo de autenticidad. Por el contrario, cuando la película se inserta en un ámbito que quizá en su momento provocara cierto impacto, el paso de los años ha demostrado su caducidad. Y es algo que es evidente que se centra fundamentalmente en todo cuando rodea al personaje y la propia performance de Douglas, que encuentra terreno abonado para exteriorizar su crispado histrionismo, hasta concluir en una catarsis final, que a mi modo de ver, proporciona lo más caduco de su conjunto. Unamos a ello lo caricaturesco en la definición de algunos de sus roles secundarios, como es el caso de Charlie (Joseph Wiseman), un delincuente de ascendencia italiana y modales chulescos, que parece preludiar los peores excesos del Actor’s Studio. Son elementos sin duda desfasados, que limitan, y no poco, el alcance de una película que, caso de haber seguido de manera más constante el sendero de la intensidad, en lugar de ámbitos de forzoso alcance discursivo, hubiera mantenido en nuestros días una más cercana sensación de verdad.
Y es por ello, que las líneas que siguen buscan incidir es los numerosos instantes que hablan de la sinceridad e intensidad de la película, y que a mi modo de ver, son los que mantienen el nada desdeñable grado de interés de esta obra descompensada, y en la que el aporte de la iluminación en blanco y negro de Lee Garmes, o la ausencia de fondo sonoro, ayuda considerablemente a crear esa sensación de desasosiego, transmitiendo una producción que alberga contadas secuencias rodadas en el exterior de la misma –notable acierto de Wyler esta potenciación de la teatralidad del conjunto-. Así pues, y aunque aparezca descrita como una especie de concesión romántica, aparece dominada por cierta autenticidad, la relación establecida entre el joven Arthur (Craig Hill) y Susan (Cathy O’Donnell). El primero es un antiguo combatiente, que ha cometido un desfalco en la firma donde trabaja, al objeto de poder corresponder a la chica a la que ha venido cortejando inútilmente. Hay en la relación entre ambos una cierta delicadeza, como la que se establece entre el propio Arthur y el detective Brody (excelente William Bendix), quien ve en el muchacho un trasunto de su hijo, voluntario que murió en un ataque en la contienda mundial. O en la sobriedad con la que se describe la conversación entre el superior y el poco recomendable Giacopetti, donde el segundo le relata la relación que mantuvo con la esposa de McLeod, antes de que conociera a este, y que finalizó con un aborto indeseado por su parte. O en la secuencia nocturna desarrollada en la terraza en la comisaría, en la que Brody y a continuación otro de los compañeros, intenta imbuir de cierto grado de lucidez al creciente comportamiento autodestructivo del detective protagonista. O, en definitiva, todo lo que emana el rol de la esposa de McLeod, ayudado por las excelencias en la performance de la maravillosa Eleanor Parker, recién salida del rodaje de CAGED (Sin remisión, 1950. John Cromwell), y viviendo el mejor momento de su carrera.
Y es que lo mejor y lo peor aparece interrelacionado, sin solución de continuidad, en una película que, justo es reconocerlo, se sigue en todo momento merced a un notable sentido del ritmo, pero en el que no dejarán de aparecer secuencias e instantes, en donde la debilidad de Wyler quedará de manifiesto. Pienso en lo poco convincente de la agresión del detective a Schneider (un sorprendentemente sobrio George Macready). En lo enfático de ese contrapicado que muestra la impotencia de Arthur cuando se siente esposado a una butaca de la comisaría. O, en definitiva, en lo excesivamente discursiva que aparece la secuencia casi final, en la que el detective tiene un encontronazo con el abogado de Schneider, rodada una vez más en una escalera y en contrapicado, acentuando esa aura moralizante, que desequilibra una película, culminada con una histriónica conclusión a modo de sacrificio casi religioso, a la que sucederá un lejano plano general, en el que esa pareja de jóvenes que ha vivido una catarsis personal, tendrán una oportunidad de futuro.
Calificación: 2’5
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