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CINEMA DE PERRA GORDA

THE MAN WITH NINE LIVES (1940, Nick Grinde)

THE MAN WITH NINE LIVES (1940, Nick Grinde)

A la hora de hacer un repaso siquiera somero, del aporte del fantastique norteamericano de finales de los años treinta e inicios de los cuarenta, durante décadas se han omitido el aporte pequeño, pero estimulante de otras productoras, que en este caso me gustaría ceñir a la Columbia. Un estudio en aquel tiempo un peldaño por detrás de las grandes majors de Hollywood, que en 1938 firmó con la estrella del género Boris Karloff, un contrato de cinco títulos, encaminada a insertar la productora en los parámetros del cine de terror. He de decir que, una vez contemplados todos sus exponentes, si bien ninguno de ellos sobrepasa las expectativas de un resultado más o menos estimable, en su conjunto aparecen como una mirada al mismo tiempo interesante y formularia, en torno al universo de los mad doctors y, sobre todo, aparecen en su conjunto, como propuestas más estimulantes en su modestia, que la decadente y nada respetuosa producción que la Universal venía aportando de manera paralela.

Nick Grinde fue el responsable de la mayor parte de los títulos de Karloff con la productora -hagamos excepción de la presencia entre ellos de los primeros pasos de Edward Dmytryk o el destajista Lew Landers-, y THE MAN WITH NINE LIVES (1940) aparece como la segunda de dichas incursiones, y la segunda al mismo tiempo firmada por Grinde. Y como en el resto de títulos -que albergan entre sí no pocas similitudes-, asumen a su favor una adecuada atmósfera y concisión, en su condición de complementos de programa doble, y al mismo tiempo adolecen de ciertos esquematismos que, no obstante, no impiden su moderado disfrute. La acción del relato se inicia con la demostración del joven doctor Tim Mason (Roger Pryor), quien ha generado una inusitada expectación, al anunciarse su método de cura para el cáncer. En realidad, lo que este ha puesto en practica es un método de estabilización de la enfermedad, basado en la crionización. Algo que demostrará de manera un tanto pedestre -utilizando junto a una paciente una cantidad ingente de cubitos de hielo-, y ante la presencia de numerosos observadores y colegas. Como quiera que sus métodos se detienen, por indicaciones de sus superiores médicos, este confesará a su prometida, la enfermera Judith Blair (Jo Ann Sayers), el origen de sus experimentos, basados en las aportaciones publicadas por el doctor Leon Kravaal, y plasmadas en un libro que le ha supuesto motivo de consulta. Este se encuentra desaparecido en los últimos diez años, desde su estancia en la localidad de Silver Lake, en la frontera canadiense. Judith le animará en el seguimiento de la pista del científico, intuyendo el interés de su novio, y hasta allí se desplazarán, descubriendo que este tenía establecido su laboratorio en una abandonada isla que nadie ha querido visitar con posterioridad, y de la que desaparecieron una serie de personas, sin dejar pista alguna, ni encontrarse sus cuerpos. Decididos a llegar hasta el fin en sus indagaciones, la pareja viajará en una pequeña barca hasta la misma, llegando hasta la abandonada vivienda de Kravaal, y descubriendo por casualidad su guarida subterránea. Será el inicio de una peripecia, que les permitirá descubrir el cuerpo congelado del científico (encarnado por Karloff) y, lo que será más increíble, devolverlo a la vida, al igual que todos aquellos que en su momento dudaron de la sinceridad de sus investigaciones. Así pues, en el ilocalizable subterráneo, se reactivará la búsqueda de los objetivos del médico, una década después de que los mismos fueran interrumpidos de manera abrupta.

Si algo me resulta atractivo en estas propuestas de la Columbia, además de su capacidad para crear atmósferas, reside fundamentalmente en el deliberado propósito por humanizar a los mad doctors, algo que evidentemente recaía en las capacidades del propio Karloff y, justo es reconocerlo, en las intenciones de los responsables de la película. Así pues, THE MAN WITH NINE LIVES se inicia de manera un tanto formularia, elevando su interés cuando la pareja de jóvenes se traslada hasta la localidad fronteriza. El aura de misterio irá acrecentándose según adviertan, de manos del responsable del alquiler de barcas, el aura malsana que quedó en la población con la desaparición del científico y las personas que le visitaron, una década atrás. Poco a poco, utilizando una iconografía muy propia del género, ese elemento irá adquiriendo una atmósfera pregnante, con la llegada de los intrigados visitantes a la abandonada vivienda de Kravaal, y su inesperado descubrimiento de la guarida subterránea donde este efectuaba sus investigaciones -uno de los hallazgos de la película-. El recorrido por la oscuridad del túnel, o la propia sensación de inasumible peligro en la oscuridad, se encuentra muy bien tratado en la cámara de Grinde, dentro de una tensión in crescendo, que prolongará la visión de un cadáver y, sobre todo, el descubrimiento de esa enorme cámara de hielo que, a modo de inesperado y pequeño glacial, proporcionará a la película de su definitiva personalidad visual. La vuelta a la vida de los cuerpos congelados y abandonados, brindará al relato un nuevo giro, resucitando entre ellos las tensiones que vivían antes de su interrupción vital, que la película nos mostrará mediante un oportuno flashback. Justo es reconocer que ese enfrentamiento que volverá a reverdecerse, no plantea un especial interés. Más lo tendrá, sin embargo, el interés del viejo científico por recuperar esa fórmula por la que ha luchado durante tosa su vida, que supondría una ofrenda al devenir de la Humanidad, y que finalmente verá quemada, por parte del joven e irreflexivo descendiente de su viejo cliente, al que su acción costará la muerte accidental.

A partir de ese momento, THE MAN WITH NINE LIVES oscilará entre la relación de simpatía y enfrentamiento alternada entre el viejo científico y sus dos jóvenes colegas, y las progresivas víctimas que se producirán entre los presos resucitados, que irán cayendo al probar las fórmulas experimentadas por Kravaal. También, el creciente temor de los segundos, la elevada sensación opresiva vivida por los presos del científico, y una cierta sensación malsana que desprenden aquellas angostas instalaciones. Antes lo señalaba, una vez más, Boris Karloff acierta al insertar en su brillante performance una notable humanización, alejando su personaje de cualquier tentación hacia el esquematismo, y alternando un aura mesiánica, junto a la nobleza en su tozudez por culminar su vida con un aporte al progreso. Que duda cabe, que no ayuda demasiado la conclusión de la película, con una inesperada presencia de agentes de la Ley. En cualquier caso, y dentro de su asumida modestia, THE MAN WITH NINE LIVES proporciona la suficiente tensión e interés en su metraje, como para merecer al menos una remembranza, en estos tiempos tan interesantes del fantastique estadounidense.

Calificación: 2’5

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