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CINEMA DE PERRA GORDA

SHOPWORN (1932, Nick Grinde)

SHOPWORN (1932, Nick Grinde)

SHOPWORN (1932), dirigida por ese apreciable artesano de la primitiva Columbia que fue Nick Grinde –en esta ocasión firma como Nicholas Grinde-, aparece como un ajustado melodrama precode, destinado al lucimiento del incipiente estrellato de la jovencísima Barbara Stanwyck. Y justo es reconocer que en torno a su fresca y combativa performance, se plantean los mejores instantes de esta película de menos de setenta minutos de duración. Pero, si más no, y pese a una falta de arrojo que se percibe ante todo en un final complaciente, que no apura sus aristas más duras, lo cierto es que nos encontramos ante una visión bastante acre en torno al clasismo inherente en la sociedad americana, en los primeros años de la Gran Depresión.

La película se iniciará con la trágica pérdida por parte de la joven Kitty (Stanwyck), de su ya anciano padre, a consecuencia de una explosión en una colina. Ello supondrá la pérdida de su único asidero vital, teniendo que trasladarse hasta una ciudad, en donde trabajará como camarera en una humilde casa de comidas, y provocando la atracción de los más jóvenes. Allí conocerá entre los clientes al joven y arrogante Debe (Regis Toomey), un estudiante de medicina de acomodada posición, con quien Kitty inicialmente chocará, pero del que se enamorará casi de inmediato. Muy pronto, en esa relación se interpondrá la posesiva madre de este, encubriendo en realidad bajo su deseo de afianzar a su hijo en el privilegiado ámbito social que disfrutan, una actitud rayana en lo enfermizo, en torno al muchacho. Fruto de dicha obsesión, consensuará con su fiel servidor -el juez Forbes (Oscar Apfel)-, el boicot mediante subterfugios del deseo sincero de boda de los dos jóvenes. Incluso llegarán a separarlos, confinando a Kitty a una condena a noventa días en un reformatorio mediante falsas acusaciones, mientras que David viajará con su madre a Francia. Esta ha fingido un empeoramiento en su corazón, logrando con ello la definitiva separación del muchacho con Kitty. Una vez esta sale del reformatorio, sus perspectivas laborales serán negrísimas, ni siquiera en la poco recomendable casa de comidas en la que trabajaba. Sin embargo, el destino le permitirá ejercer de corista, triunfando y llegando a crear una compañía propia, contando como dama de compañía con su fiel amiga Dots (Zasu Pitts). Con el paso del tiempo, y antes de una actuación la visitará David, que ha terminado sus estudios de medicina y comenzado a ejercer como tal. Kitty lo invitará a una fiesta en su lujosa vivienda, reprochándole durante un encuentro en una de sus habitaciones, todo aquello que tuvo que sufrir por culpa de su madre. Será una forma de venganza haciaz alguien que, en el fondo, siempre la ha estado esperando, y que posibilitará un nuevo encuentro entre ambos en el salón de un hotel. Ha sido un tiempo en el que David se ha mostrado hosco y desengañado del alcance posesivo de su madre, desmarcándose de su influjo en una comida en la que se critica la presencia de la conocida estrella de variedades, cuya llegada a la ciudad ha llegado a provocar titulares de prensa. El muchacho decidirá romper ese círculo vicioso y acercarse a ella, rememorando esa ligazón amorosa que, aunque ambos no se atrevan a reconocer, sigue estando latente entre los dos, pasados seis años. Por ello decidirán de nuevo unir sus vidas, enfrentándose el ya crecido David al egoísmo de su madre. Esta decidirá en un último empeño separar a Kitty de David, y a punto estará de alcanzarlo, aunque finalmente aflorará en la egoísta anciana un rasgo de humanidad, al comprobar la capacidad de sacrificio de esa mujer que ha enamorado a su hijo, y a la que siempre ha condenado sin dar la menor tregua en su confianza.

Describir todo este ámbito de azarosas circunstancias, en poco más de una hora de duración, es una de las propiedades que esgrimían este conjunto de dramas, que destacaban tanto por su neutralidad a la hora de describir la fatalidad vivida por sus principales personajes, como el hábil recurso de la elipsis, que permitiría eludir aquellos momentos en donde dicho dramatismo se sometía a enormes crescendos. Es algo que podemos percibir con presteza en SHOPWORN, donde la utilización de los objetos –esa doble ración de hamburguesa- servirá para describir el cariño que Kitty siente por David, antes aún de que conozcamos al joven. O como por medio de la elipsis –el recurso del sombrero que se deja el muchacho tras discutir con la camarera-, nos trasladará ya a los la pareja de enamorados. Hoy por tanto en la película, una clara voluntad de Grinde -al que recuerdo por un par de nada desdeñables títulos de terror protagonizados por Boris Karloff-, por definir cinematográficamente una película que se articula en constantes detalles de realización, y que va adquiriendo su fuerza dramática, a partir del ingreso de Kitty en el reformatorio, sin que ello nos adentre en un relato con tintes moralistas. Por el contrario, la película centrará su alcance en el retrato de una mujer honesta e independiente, víctima de su sincero amor y, de manera subsiguiente, unos condicionamientos de clase. Para ello, es indudable que la entrega brindada por Barbara Stanwyck es un elemento de especial relevancia a la hora de alcanzar los resultados buscados.

Pero también lo serán episodios planificados con una especial intuición cinematográfica, como ese travelling que discurre por los cubiertos de la mesa de la fiesta a la que asisten David y su madre, que no dudan en hacer comentarios y cotilleos, describiendo de manera imaginativa una atmósfera de opresión y puritanismo, de la que querrá emerger el joven, sobre todo cuando descubra que muy cerca de él, se encuentra sentada la que sigue siendo la mujer de su vida, atacada por el resto de comensales, y para la que ha permanecido soltero secretamente –ella también por otra parte-. Esa capacidad para alterar el sentido de drama último que se dirime en la oposición de la protagonista y la madre de David, modulando desde la firmeza de la muchacha, el sentido amenazante de la madre, o el derrumbamiento de esta que conmoverá a Kitty, y la comprensión final de la anciana. Todos estos sentimientos, articulan unos pasajes finales, en los que el recurso a la convención, limitan el alcance transgresor de la película, pero no por ello dejará traducir la efectividad en esa necesaria bienvenida a la estabilidad emocional. Será algo propuesto de una vez por todas por una mujer egoísta del cariño de su hijo, en este modesto pero atractivo melodrama, que nos permite disfrutar de la frescura interpretativa de una actriz, dispuesta ya entonces, a ser llamada una de las grandes.

Calificación: 2’5

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