THE MAN THEY COULD NOT HANG (1939, Nick Grinde) La horca fatal
Hay ocasiones –y más aún dentro del terreno del cine de terror-, donde se encuentra tanto margen para la decepción como la relativa sorpresa. Al adentrarnos en la producción de finales de los años treinta e inicios de los cuarenta, se encuentran numerosos títulos carentes de interés –no pocos de los producidos por la Universal que emergían a través de la aprovechamiento hasta la extenuación de las mitologías del terror-, mientras que en estudios e incluso condiciones de producción más limitadas, existen muestras que aunque lindantes con la serie Z, aparecen provistas del suficiente interés, revelando que el talento o la relativa inspiración podía surgir en el contexto más inesperado. Esta ha sido, bajo mi punto de vista, la relativa sorpresa que me ha proporcionado THE MAN THEY COULD NOT HANG (La horca fatal, 1939. Nick Grinde), una de las diversas producciones que Boris Karloff protagonizó al amparo de la divisiones menores de la Columbia Pictures. Bajo un metraje que apenas supera la hora de duración, su base argumental combina diversos y contrapuestos elementos, que van desde la prominente figura del mad doctor, las posibilidades que puede ofrecer propiciar las condiciones de adelanto de la ciencia, las vistas judiciales, la venganza, las relaciones paterno filiales, el arrepentimiento… Quizá sean demasiadas las subtramas presentes a partir de la historia que protagoniza el veterano y prestigioso dr. Saavard (una notable y sobria composición de Karloff). Un científico decidido a consolidar un sistema que haría revolucionar la medicina quirúrgica, reemplazando órganos dañados y, con ello, logrando de facto una prolongación indefinida de la vida. Ayudado por el dr. Lang y el joven”Scoop” Foley (Robert Wilcox), Saavard encontrará en este último un voluntario para ejercer un experimento que ya ha funcionado con éxito con animales, pero se encuentra preciso de su ratificación definitiva por el ser humano. Pese a las advertencias en contra que le formula Betty Crawford (Ann Doran), enfermera y novia de Foley, este decidirá asumir la aventura… que finalmente resultará frustrada precisamente por la llamada de socorro de las muchacha ante la policía, deteniendo al científico sin permitirle esa hora de tiempo que haría retornar a la vida al joven. Encarcelado y condenado a la horca, mediante la anuencia del dr. Lang (Byron Foulger) –quien solicitará su cuerpo, que ha cedido el condenado, para la ciencia-, alcanzará hacerle retornar a la vida, y ejecutando este una venganza contra todos aquellos que, de una forma u otra, contribuyeron no solo a su condena, sino sobretodo a su desprestigio como científico. Cuando en apenas unos meses ya ha asesinado a varios de los jurados que lo condenaron, Saavard citará bajo un falso subterfugio al resto de personas que a su juicio forjaron su condena a su mansión, en donde ejecutará el resto de su venganza. Sin embargo, la astucia de un joven periodista –que casualmente ha vivido todo el proceso del científico-, y la inesperada presencia en la vivienda de la hija de Saavard, supondrán dos inesperados elementos que impedirán que el inicio de sus siniestros propósitos lleguen a culminarse tal y como este desea.
Resulta evidente señalar que THE MAN THEY COULD NOT HANG posee no pocas debilidades, centradas ante todo en un guión –obra de Karl Brown, a partir de una historia de George Wallace Sayre y Leslie T. White- en el que se detectan irregularidades de grueso calado, hasta cierto punto comprensibles en una producción de tan escueta duración. Desde lo fácil que hubiera resultado para el relato que el joven sujeto que se somete voluntariamente a la experimentación redactara un documento ratificando su voluntad –aunque el mismo pudiera extraviarse o destruirse por cualquier circunstancia-, hasta el hecho de que la hija del científico se introduzca en la vivienda de este sin justificación posible, o pasando por la manera con la que el dr. Lang descarga –presumiblemente- solo, el cuerpo sin vida de nuestro protagonista, son todos ellos, aspectos sobre los que conviene pasar de largo –aunque se detecten-, si es que se desea de alguna manera disfrutar de los aspectos que el film de Grinde proporciona al espectador. Elementos que se detectan casi desde sus primeros fotogramas, al comprobar una agilidad narrativa que disipa esa pesadez característica de las producciones ubicadas en dichos parámetros. Con probabilidad utilizando una escenografía procedente de otras producciones, el director describe con presteza el proceso que ha concluido en la experimentación que dará inicio a la tragedia. La rapidez expositiva de la serie B, tiene en THE MAN THEY COULD NOT HANG un importante aliado, en el que hay que destacar además la humanización que se desprende del personaje protagonista, o incluso la presencia de elementos narrativos que demuestran la capacitación de su desconocido pero nada desdeñable realizador. Ese plano en el que vaticina la condición de víctimas por parte de Saavard y Lang, encuadrándolos a través de los espacios que deja la maquinaria que ambos han creado, otros instantes que en alguna ocasión se plantean con una audaz inclinación, o encuadrando alguna secuencia desde la parte trasera de los peldaños de una escalera, la agilidad con la que se escenifica la vista en la que el primero será condenado –que incluso muestra brevemente la deliberación del jurado, anticipando los modos del drama 12 ANGRY MEN (Doce hombres sin piedad, 1957. Sydney Lumet)-, los ecos del mito de Frankenstein que adquieren las intenciones del científico, lo lúgubre de los planos que muestran la salida del féretro de este en plena lluvia, o el largo primer plano conjunto de los dos científicos, cuando Saavard recobre la vida tras las pruebas puestas en práctica por Lang –quizá el instante más intenso del film-, cierran una primera mitad llena de frescura y destreza cinematográfica, impropia en producciones de este tipo. Ello dará pie a una segunda parte en la que en principio parecerá descender el grado de interés de la función –el encierro que conforma la venganza del científico-. Sin embargo, pese a unos minutos vacilantes, el interés de la película retornará al contemplarse el maquiavélico plan urdido por este, en el que encontramos resonancias que por momentos nos lo hacen parecer un precedente del muy posterior Vincent Price de THE ABOMINABLE DR. PHIBES (El abominable Dr. Phibes, 1971. Robert Fuest). La precisión de su plan –tiene dispuesta la hora y manera exacta de la muerte de todos los comensales a los que ha encerrado en el salón de su casa-, el sadismo de algunos de sus crímenes –uno de ellos se expresará mediante una aguja envenenada inserta en el auricular de un teléfono- o incluso detalles como tener todas las puertas y ventanas del exterior cubiertas con planchas de acero –un detalle tan poco verosímil sobre el papel como desasosegador en su plasmación visual-, conformarán un episodio final solo empañado por el papel jugado por la hija, quien sin embargo ejercerá como elemento detonante para que se compruebe la eficacia del método que este creara y fuera rechazado en su momento. A pesar de ello, Saavard entenderá que ya no tiene sitio en este mundo, culminando de manera tan rotunda esta pequeña y hasta cierto punto simple producción, en la que las limitaciones y las virtudes de la serie B, logran conformar un conjunto cuando menos apreciable.
Calificación: 2’5
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