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CINEMA DE PERRA GORDA

FLAME IN THE STREETS (1961, Roy Ward Baker) Fuego en las calles

FLAME IN THE STREETS (1961, Roy Ward Baker) Fuego en las calles

Heredero de una corriente que siempre estuvo presente en el cine de las islas, incluso en periodos donde podía predominar una apariencia complaciente, lo cierto es que la confluencia de finales de los cincuenta y primeros sesenta, hizo emerger en Inglaterra una notable corriente crítica y social, que discurrió de manera paralela a la rotundidad descrita por el Free Cinema, y que durante largos años apenas mereció la más mínima consideración. El paso del tiempo, siquiera sea mínimamente, esta permitiendo la reconsideración de ese corpus, que al mismo tiempo nos permitía ratificar la viveza de un cine eternamente menospreciado. FLAME IN THE STREETS (Fuego en las calles, 1961. Roy Ward Baker) es una muestra notable de este tipo de cine, que en aquelos años frecuentaron con acierto, cineastas como Basil Dearden, John Lee Thompson, o Guy Green, entre otros, atesorando a falta de un estilo definido, el aporte de una entrega, profesionalidad e incluso inspiración a prueba de bomba, aunando a su alrededor una casi insuperable conjunción de técnicos, guionistas e intérpretes. En este caso, el film de Baker se centra en el radio de acción de un solo día, un 5 de noviembre –la celebración de las hogueras del Guy Fawkes, descritos en la pantalla un año antes que en A TASTE OF HONEY (Un sabor a miel, 1962. Tony Richardson)-. Ya desde el primer momento, el plano de la figura de un negro, nos avanza el conflicto que se irá exteriorizando a lo largo de la película, descrito inicialmente en torno a sutiles y crecientes detalles, que van trasladando al espectador, la creciente sensación de racismo, cada vez menos soterrado. Será algo que se centrará en torno al joven Gabriel Gomez (Earl Cameron), a quienes ciertos empleados de la fábrica en la que se inicia la película, mirarán con recelo, a la hora de ratificar en su puesto de encargado, tras haber desempeñado dicha responsabilidad de manera provisional.

Partiendo de un soberbio guión de Ted Willis, uno de los más reputados artífices dramáticos de esta vertiente cinematográfico, FLAME IN THE STREETS pronto se va enriqueciendo por nuevos factores, que permitirán en su conjunto, elaborar una radiografía especialmente sombría, de aquella Inglaterra en teoría inmersa en un sendero de futuro, pero que era incapaz de asumir una mirada abierta en torno a la integración racial. Lo brillante del film de Baker, reside en las diferentes capas que podemos ir percibiendo, describiendo no solo un mayor o menor grado de racismo en la sociedad cotidiana del país, sino ante todo el grado de incardinación que de manera paulatina, van asumiendo los diferentes vectores del drama expuesto. Será algo que tendrá otro exponente esencial, en la relación que mantendrá la joven Kathie Palmer (Sylvia Sims), con un maestro compañero negro, Peter Lincoln (Johnny Sekka). Kathie es hija del reconocido activista sindical Jacko Palmer (John Mills), destacado en su defensa de la ratificación de Gabriel, y que junto a su entrega hacia los demás, ha olvidado el cuidado a su propia familia. La circunstancia de la revelación en la relación de su hija, la defensa en torno a la figura del encargado negro, y la propia celebración festiva, serán el caldo de cultivo, de una película que, por momentos, casi aparece como un precedente británico de THE CHASE (La jauría humana, 1966. Arthur Penn). Baker sabe alimentar esa creciente densidad del relato, funcionando quizá más en esos pequeños detalles, reveladores de manera más creíble, en el racismo cotidiano de la sociedad inglesa de aquel tiempo –la vecina chismosa que aparecerá como inesperado detonante del enfrentamiento familiar de los Palmer-. Esa capacidad para profundizar casi hasta el límite en los recovecos de ese racismo cotidiano, tendrá su expresión en los inconscientes recelos que Gabriel provocará en su esposa blanca –su rechazo a las formas que tiene este de comer el pan con las manos-, o no dudará en incorporar matices como la falta de responsabilidad por parte del dueño de la empresa, a la hora de delegar en Jacko la posibilidad de renunciar a su intención de mantener como encargado a Gabriel. O incluso esa visión que Lincoln transmite a Kathie en torno a la seriedad de los modos de vida ingleses –en una preciosa secuencia desarrollada junto a ese río contaminado y sin vida-. O, finalmente, en el acierto de describir la diferente manera en la que se han integrado los negros en Inglaterra, oponiendo al dueño de la sucia finca de apartamentos en las que se alojan varios de ellos, un negro de modales lujosos, incapaz de sentir la más mínima empatía en torno a sus compañeros de raza, sobre los que ejerce casi como usurero.

Esos matices, esa visión colectiva en la que parece que todo se encuentra conectado, en donde toda causa tiene su efecto, lo cierto es que el núcleo central de la película, se centra en el drama que manifiesta el matrimonio Palmer, al cual la decisión de la hija pondrá en una difícil coyuntura. Por un lado, Jacko demostrará sentirse realizado, en el momento en que ejerce su labor sindical, donde podemos sentir que realmente actúa, convenciendo a sus compañeros obreros –y en ello podemos ver como la magnifica performance de John Mills adquiere ciertos matices histriónicos, que se reiterarán cuando este intente convencer a Peter para disuadirle que deje a su hija-. Sin embargo, la entraña de la película, por encima de su elemento de denuncia, se centrará en el vislumbre de la crisis vivida por el matrimonio, tras un cuarto de siglo casados. Casi como si de núcleo de falsa familia, la presencia de la elección sentimental de la hija, sirva para mostrar el lado más receloso y reprobable de una mujer fracasada –Nell Palmer (extraordinaria Brenda de Banzie)-. Una mujer que a punto ha estado en varias ocasiones de abandonar a su esposo, que añora la ausencia de un cuarto de baño como símbolo de confort e intimidad, y que solo ha resistido ser una en apariencia impecable ama de casa, al destinar su entrega en esa hija, que ahora ve como en apariencia solo le demuestra agradecimiento, al decidir abandonar la vivienda familiar, cuando la madre le pone entre la espada y la pared.

En una película donde el cromatismo brindado por la fotografía de Christopher Challis, proporciona casi un sesgo de provocación, que ayuda a recordarnos esa cercanía a la catarsis con la que culminará el relato, sería conveniente destacar el uso del formato panorámico por parte de un muy solvente Baker, que acierta al servirse de un material dramático de primera magnitud, y de un cast impecable. Personalmente, uno destaca con mucho el alcance casi conmovedor que adquiere esa secuencia confesional entre el matrimonio Palmer, en donde Nell se desnuda ante su marido, confesando sentirse como un mueble más en su casa, sin sentir el cariño de su esposo. Se trata de un pasaje revestido de una enorme delicadeza –como lo expresará la secuencia final, en la que ambos descenderán al encuentro de su hija y su novio, teniendo como fondo una pared blanca, y dejando en la intuición del espectador, esa posterior relación entre todos ellos-. Personalmente, lo que encuentro menos valioso en FLAME IN THE STREETS, se centra en lo chirriante de la presencia de ese grupo de teddy boys de tintes racistas, y soy consciente de que el mundo de los pandilleros, ha sido una faceta que en muy pocas ocasiones ha demostrado credibilidad, tanto en el cine de las islas como en el americano.

Por último, dentro de esta película atractiva y perdurable –atención al uso dramático de los espejos, proyectando la autentica psicología de sus personajes-, o la presencia de objetos complementarios dentro del encuadre -ese osito de peluche que ejerce como metáfora de la infancia de Lathie-, no puedo por menos que vislumbrar como el inicio –esa rápida introducción en la acción y el plano de la figura del negro- y la propia culminación de su catarsis violenta –en medio de los fuegos artificiales y las hogueras de dicha celebración-, me aparecen casi como un ensayo de similares escenas plasmadas en la que sigo considerando como la inesperada obra maestra del cineasta; QUATERMASS AND THE PIT (¿Qué sucedió entonces?, 1967)

Calificación: 3

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