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CINEMA DE PERRA GORDA

THE LIFE AND TIMES OF JUDGE ROY BEAN (1972, John Huston) El juez de la horca

THE LIFE AND TIMES OF JUDGE ROY BEAN (1972, John Huston) El juez de la horca

Cuando en nuestros días se somete a tela de juicio, la supuesta valía de cineastas como Christopher Nolan, Denis Villeneuve o tantos otros, parece que la polémica que en su momento generó un cineasta como John Huston, surge casi como fruto de la arqueología. Me tendría que remontar a más de tres décadas atrás, con el propio cineasta aún en vida, y ofreciendo sus últimas obras –de desigual calado-, pudiendo comprobar como aquella controversia se mantenía provista de cierta virulencia. Coexistían los que avalaban casi sin reservas, la aureola de Huston como el cineasta “del fracaso”, mientras que en un lugar secundario, se establecían aquellos que cuestionaban la aureola de supuesto “autor” del director, poniendo en primer término las debilidades de su cine y, sobre todo, la desigualdad de su obra. Como quiera que en aquellos tiempos de adolescencias me situaba en el primer término y, con el paso de los años, me he ido inclinando parcialmente en el segundo, lo cierto es que el olvido del “caso Huston” me hace simpatizar especialmente con su figura. Una valoración, que no me impide señalar que la misma –salvo excepciones puntuales-, alcanza un superior interés en las películas rodadas hasta inicios de los sesenta, confrontándola con la descrita hasta su culminación en 1987, más proclive a productos alimenticios –también los hubo en sus años iniciales- y, sobre todo, a un desarrollo, en el que aparecía con especial incidencia el desequilibrio del cineasta, dentro de un ámbito que no controlaba y que, junto a él, se llevó por delante a tantos y tantos cineastas.

Pues bien, dentro de dicho contexto, THE LIFE AND TIMES OF JUDGE ROY BEAN (El juez de la horca, 1972), es un ejemplo paradigmático para poner a prueba la valoración del cine de Huston. Inserta de lleno en el segundo periodo, es fácil encontrar crónicas que defendían su resultado, apelando a su alcance “desmitificador”, con lo cual podían integrarlo en la mitología del cineasta. Por el contrario, los detractores de Huston, nunca han ocultado su cuestionamiento de una película, que podría beber de fuentes tan poco plausibles como el cercano BUTCH CASSIDY AND THE SUNDANCE KID (Dos hombres y un destino, 1969. George Roy Hill), insertándose con facilidad en esa corriente “revisionista” que, a mi modo de ver, supuso una de las bases para sepultar la significación del western cinematográfico; una mirada chusca en tono de comedia, retomada en buena medida del spaghettieuropeo. Lo cierto es que la cinta de Huston, en sus peores instantes, no llega ni a alcanzar esa limitada visión irónica, que le podría brindar en aquellos tiempos Burt Kennedy. Dentro de dicho revisionismo, THE JUDGE AND TIMES OF JUDGE ROY BEANplantea una mirada irónica en todo momento, en torno a una figura conocida del universo del Oeste, deformándola dentro de un contexto irónico, retomando para ello el personaje que con tanta autenticidad encarnó Walter Brennan en la notable THE WESTERNER (El forastero, 1940. William Wyler). Y es cierto que la figura de este singular protagonista, se presta a una mirada propensa a la comedia, dado el cruel excentricismo de su comportamiento. Sin embargo, seamos sinceros, el film de Huston discurre con racanería, sin especial interés, a la hora de describir un comportamiento dominado por la sinrazón, sin procurar en sus imágenes trasladar el interés del espectador, en un relato que apenas alberga una mínima coherencia dramática en su lento discurrir.

Tras un rótulo, que deja en el aire la posibilidad de vivir una historia que pueda tener tanto de realidad como de leyenda, asistiremos a la llegada de Roy Bean (un inadecuado y bufonesco Paul Newman) hasta la localidad –casi un rincón sin civilizar- texana de Vinegaroon. Este ha huido del asalto a un tren y sde refugia en un burdel, siendo enseguida asaltado y sometido a un linchamiento que casi le costará la vida. Tan solo la ayuda de la joven mejicana María Elena (Victoria Principal), le servirá para curarse de sus heridas, y aún sin recuperarse del todo, pondrá en practica una terrible venganza contra aquellos que le atacaron. Será el inicio de la puesta en práctica de un régimen tan dictatorial como extravagante, en el que Bean asumirá una serie de siniestros colaboradores, erigiéndose como garante de una Ley que él mismo ha auspiciado. Será un punto de partida, que permitirá a Huston el desarrollo de la cansina acción a modo de viñetas, que funcionarán en sí mismas, en la medida que su desarrollo le proporcione la debida entidad, o el intérprete elegido resulte más adecuado. Así pues, considero que ofrece la medida de esas posibilidades irónicas y de distanciación, la presencia, la mirada y la voz en off, que brinda la presencia de ese inquietante reverendo LaSalle, que asume un magnífico Anthony Perkins. Por el contrario, tanto ese ladrón encarnado por Tab Hunter, como el estridente asesino albino que interpreta Stacy Keach –que será eliminado por Bean con un disparo que le dejará un enorme boquete en el estómago-, nunca emergerán de esa sensación bufonesca y escasamente atractiva que desprenderá buena parte de su conjunto. Sin embargo, justo es reconocer que cuanto uno podría perder toda esperanza en esta, con todo, discreta película, lo cierto es que esta eleva un poco el vuelo cuando se inclina por el elemento intimista. La sensación de dolor que manifestará el juez cuando contemple el cadáver de ese oso que se ha erigido como inseparable compañero suyo –por cierto, entregado por Grizzly Adams, otro de los personajes episódicos desaprovechados en el relato, encarnado por el propio director-, tendrá su definitiva prolongación, a partir del retorno, apaleado, de Roy Bean, de su frustrado viaje para encontrarse por vez primera con su adorada Lily Langtry –por cuyo honor hará jurar a todos sus ayudantes-. Será la constatación de que su lugar en esa población que va creciendo casi a ojos vista, ya no existe para él. Gass (Roody McDowell), ese abogado al que humilló a su llegada a la población, ha logrado poco a poco ir encandilando a las mujeres de la población a partir de sus buenos modales, logrando alcanzar el voto de sus maridos y ser elegido alcalde. Pero junto a ello, el nacimiento de su hija, coincidirá con la inesperada muerte de su esposa –en otra secuencia magnífica-, insertando esa aura de melancolía, en un conjunto que hasta entonces había estado dominado por una extraña mezcla de normalidad e ironía.

Será el inicio de su desgracia, conformando en ella la huída del primitivismo y, con ello, quizá la autenticidad. Bean huirá, dejando el cuidado de su pequeña a uno de sus más fieles colaboradores. El paso de los años convertirá Vinegaroon en una localidad próspera, a lo que la llegada del petróleo proporcionará una actividad dominada por el caos, aprovechándose Gass para lograr la propiedad de todos los terrenos y viviendas, y sometiendo a la hija de Bean –Rose (Jacqueline Bisset)-, a una situación extrema para que entregue la propiedad de su casa. Será el inicio de la catarsis, propiciada por la inesperada vuelta del viejo juez veinte años después, en unas secuencias tan excesivas como caóticas, en las que la población quedará destruida y los hombres del alcalde  derrotados bajo la dirección de Roy.

Desigual en grado extremo, oscilando entre lo bufonesco y lo intimista. Incapaz de encontrar su necesario equilibrio, en un relato que en no pocos momentos parece evolucionar más por su abundancia de relato en off, que en el propio interés de sus imágenes, no soy el primero en señalar la importancia –para lo bueno y lo menos bueno- en la presencia de John Milius como guionista. Todo ello, hasta el punto de comprobar como esta película apagada y formularia, atractiva de verdad tan solo en parte final, ha sido erróneamente defendida dentro de las alfombras del determinado “mundo” hustoniano cuando, en esencia, solo ofrece un conjunto irregular y disperso, y más deudor de unas corrientes falsamente desmitificadoras del western, de la que, desgraciadamente, lo mejor que podríamos hacer, es correr un tupido velo.

Calificación: 2

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