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CINEMA DE PERRA GORDA

DODGE CITY (1939, Michael Curtiz) Dodge, ciudad sin ley

DODGE CITY (1939, Michael Curtiz) Dodge, ciudad sin ley

Pese a que nos remontamos a un periodo quizá aún embrionario, en comparación con periodos inmediatamente posteriores, 1939 fue un año de relativa importancia para el western. Por el encima del referente canónico –y, si se me permite, algo sobrevalorado- de STAGECOACH (La diligencia. John Ford), el propio John Ford aportó un título que quizá tenga más de Americana que del Oeste, como fue el excelente DRUMS ALONG THE MOHAWK (Corazones indomables). Pero es que una figura como Henry King, en el mismo estudio de la 20th Century Fox, brindó un clásico hoy día incontestable, como JESSE JAMES (Tierra de audaces, 1939). Ya se habían producido apuestas atractivas firmadas por Henry Hathaway, King Vidor y hasta cierto punto quedaban lejanos y valiosos referentes aunque olvidados como THE BIG TRAIL (La gran jornada, 1930). Ello si no retrocedemos en el tiempo, evocando algunos logros en el género planteados dentro del periodo silente, como supone THE IRON HORSE(El caballo de hierro, 1924.), de un John Ford que se avistaba como auténtico abanderado del western. En medio de dicho ámbito, no se puede decir que DODGE CITY (Dodge, ciudad sin ley, 1939. Michael Curtiz), puede definirse como una aportación de especial relieve dentro de un género que iba a abrirse a un periodo dorado. Tan simple como efectivo, tan elemental en su argumento, en su diseño de personajes, siempre bordeando la barrera del más directo maniqueísmo, pero al mismo tiempo con el encanto que le proporciona desde su primitivo Technicolor, o la química establecida entre su pareja protagonista. Creo que resulta fácil entender que DODGE CITY tiene su razón de ser en el aprovechamiento por parte de la Warner, del éxito alcanzado por Errol Flynn y Olivia De Havilland, en diversos títulos adscritos al cine de aventuras. Y en realidad, aunque su fondo se dirima en el ámbito del cine del Oeste, lo cierto es que asistimos a un relato del que con facilidad podemos extraer sus raíces aventureras. Es más, estoy por afirmar que esa obligatoriedad de insertar sus elementos en los códigos de un género aún en estado de expansión, condiciona y limita las virtudes de esta, con todo, agradable película.

Sus imágenes se inician con una brillante secuencia en la que se plasma la llegada del progreso a un entorno del Oeste, donde la aparición del ferrocarril emergerá compitiendo con el galope de unos caballistas. Una oportuna introducción para la descripción de un entorno aún en construcción, del que se logra transmitir el palpitar y las ilusiones generadas, al tiempo que el germen de la ausencia de una ley, que poco a poco irá diezmando las posibilidades en la consolidación de dicho núcleo de población. Será todo ello el marco en el que se desarrollará la andadura de Wade Hatton (Errol Flynn), joven y aguerrido “cowboy”, al mando de un grupo de fieles, que ha sido encargado para el traslado de una manada de ganado. Junto al mismo viajará Abbie Irving (De Havilland), sobrina del racional Dr.Irving (Henry Travers). Muy pronto se establecerá una atracción entre ambos jóvenes, no reconocida por esta, y en la que la ingerencia de una situación traumática vivida por la muerte del irresponsable hermano de la muchacha en una desbandada, marcará su hostilidad hacia Hatton.

En definitiva, un romance que irá evolucionando a lo largo del metraje, dentro de un relato que tiene algo de arcaico, pero en el que cabe destacar su amenidad y la destreza de su montaje, introduciendo pasajes tan atractivos como la ya citada carrera inicial, la desbandada de ganado, o la magnífica, y por momentos cómica pelea en el saloon, que en sus propias y crecientes proporciones, se erige como un fragmento admirable. Unamos a ello la fuerza dramática del instante del asesinato del ganadero en dicho salón de juegos y esparcimiento, o los aún más angustiosos del crimen contra el periodista, y el posterior arrastre del pequeño que será asesinado por los esbirros de Surrett (Bruce Cabot), iniciando una catarsis que tendrá su apoteosis en una vibrante persecución en un tren, en la que se llega a respirar cierta electricidad dramática. Dejaremos de lado ese esquematismo inherente al relato, y quedémonos con los moderados atractivos de esta DODGE CITY, que inició una entonces insospechada trilogía de Curtiz, protagonizada por Errol Flynn, evocando diferentes episodios de la gestación de los Estados Unidos de América.

Calificación: 2’5

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