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CINEMA DE PERRA GORDA

I FOUND STELLA PARISH (1935, Mervyn LeRoy) Su vida privada

I FOUND STELLA PARISH (1935, Mervyn LeRoy) Su vida privada

Durante muchos años, los espectadores hemos tenido la definición del norteamericano Mervyn LeRoy, como un realizador pétreo, convencional, ligado al área más reaccionaria de la Metro Goldwyn Mayer, y solo ocasionalmente capaz de proponer alguna obra de interés. El paso del tiempo, me ha permitido descubrir incluso en sus últimos años, propuestas de insólito atractivo, como la comedia WAKE ME WHEN IT’S OVER (1960) pero, lo que ha supuesto una enorme sorpresa, es ratificar el vigor que desplegó durante la década de los años treinta, en su vinculación con la Warner Bros. Más allá del muy reconocido I AM A FUGITIVE FROM A CHAIN GANG (Soy un fugitivo, 1932), nos encontramos con ingeniosas estructuras narrativas, como las que vehiculan THREE ON A MATCH (Tres vidas de mujer, 1932), diatribas en torno al poder manipular de la prensa, como la que propone FIVE STAR FINAL (Sed de escándalo, 1931), o miradas demoledoras en torno al racismo de la sociedad norteamericana, como las que preside THEY WON’T FORGET (1937) -que por cierto, me parece la mejor de las numerosas películas suyas que he visto hasta la fecha-.

En buena medida, I FOUND STELLA PARISH (Su vida privada, 1935), aparece como una magnífica mixtura, en torno a los rasgos generales de los títulos citados anteriormente, y otros que pueblan su producción en aquel tiempo. Es cierto que todos ellos, plantean inquietudes extensibles a la producción marcadamente social del estudio, pero me inclino a pensar que aparece en LeRoy, una serie de reiteración de contantes, tanto temáticas como narrativas, que me hacen pensar en un realizador dotado de no poca inventiva. En su discurrir, encontramos un muy ingenioso melodrama, que vehicula en su entorno una mirada en torno a la relatividad de la identidad y el juego de las apariencias, al tiempo que describe una mirada de duro calado, en torno a la sociedad norteamericana de su tiempo, incluyendo en dicha inyectiva, una nada complaciente visión del mundo periodístico.

La película se inicia describiendo el extraño atractivo que en Londres ejerce la actriz Stella Parish -unas mujeres de humilde extracción social se encuentran guardando cola, para lograr entradas en el estreno de la última obra que va a representar la actriz-. Muy pronto nos adentraremos ante el tan cómodo como cerradísimo entorno privado de la protagonista -encarnada por una magnífica Kay Francis-, en donde solo se encuentra su pequeña hija Gloria (Sybil Jason), y la veterana e incondicional sirvienta Nana (Jessie Ralph). La conversación que contemplamos, describe apuntes de un secreto que apenas se nos atisba, en el que se encuentra implicada la pequeña. Pero al mismo tiempo ya se iniciará el juego de las representaciones, que se irá extendiendo durante el devenir del relato, en el que todos sus personajes se empeñarán, casi en contra de sí mismos, a representar otros roles, opuestos a los que realmente pertenecen. Un nuevo y rotundo éxito se ofrecerá a la actriz, siempre servido de la mano de su mecenas y productor, el amable Stephen Norman (excelente Paul Lukas), que reiteradamente se ofrecerá a Stella para casarse con ella, sin obtener la respuesta positiva por su parte. Sin embargo, y pese al absoluto recelo de la actriz de hacer vida social, logrará que acuda a una fiesta montada en su honor. La presencia de un personaje en el camerino -del que solo contemplaremos su sombra-, supondrá para la protagonista, el reencuentro con un pasado que ha querido dejar atrás en todo momento. Ello hará que no solo no acuda a la celebración, sino que envíe una carta a Stephen, señalándole que abandona la obra y la profesión. Tan insólita decisión, llamará la atención del recién regresado y mundano periodista británico Keith Lockridge (notable Ian Hunter), quien decidirá seguir los pasos de la actriz, descubriendo que se he embarcado con su hija y su asistencia, en un barco con destino a Nueva York. En el desplazamiento, Stella se maquillará pareciendo una mujer de mayor edad, logrando acercarse a ella y a la niña -que dice ser su sobrina-. Una vez en tierras americanas, el periodista logrará trabar relación con la propia Stella -ya dejando atrás la identidad de la tía suya-, iniciándose por parte de ella un proceso de confianza, hacia ese hombre, del que desconoce tanto su profesión, como las reales intenciones que sobrelleva. Este, poco a poco, irá descubriendo el secreto que ha albergado la actriz, narrando tal circunstancia al rotativo londinense para el que trabaja, apenas poco antes de que Stella le declare su amor, y él mismo descubra que dicho sentimiento es compartido por su parte.

Una vez devuelta su vida a la actualidad de los periódicos, decidirá separarse de inmediato de su hija y su asistenta, iniciando una decreciente carrera, vendiendo su turbio pasado en escenarios de entidad cada vez más menguada, con el único objeto de lograr dinero suficiente para salvaguardar la educación de su hija. Lockridge no podrá acercarse a ella, aunque siga muy de cerca su triste degradación, logrando que Stephen Norman viaje a USA, llegando al oscuro cabaret donde trabaja, y proponiéndole que regrese a Londres con la obra que representó en una sola ocasión. Pese a las reticencias iniciales, la jugosa propuesta económica que le plantea le hará recapacitar. Una vez de retorno en Inglaterra, se iniciará una enorme polémica en torno a su presencia en la escena newyorkina, recriminándole su oscuro pasado. Keith intentará mover apoyos entre la prensa, pero la inseguridad se abatirá en la actriz, incapaz de desarrollar su demostrada profesionalidad. Llegará el momento del estreno, ante una Stella absolutamente hundida. Sin embargo, por una vez, lo mejor de su pasado, acudirá a su lado, para lograr encarrilar su futuro.

Iniciada con destellos de comedia romántica, desde el primer momento veremos en I FOUND STELLA PARISH, su voluntad de jugar con el artificio de la representación. La pequeña hija que desea ser actriz. La misma Stella, actriz consumada, que quiere ocultar su pasado, asumiendo otra identidad, o el propio periodista que ocultará la suya para acercarse a ella. Esa querencia por el juego de falsas identidades, se apreciará incluso, con ese coqueteo con los espejos, que tendrá su ejemplo más preciso en el momento, inserto a los pocos minutos del metraje, en que Stephen le propone en matrimonio. La reiterada negativa de ella, filmándose a la pareja desde su reflejo en un espejo, dejará constancia de lo formulario de una petición, que se ha ido reiterando en numerosas ocasiones. Al mismo tiempo, nos encontramos ante una intrigante estructura narrativa, en la que lo que se encuentra en el off narrativo, proporciona un plus de interés, sobre lo que contemplamos. El guion del experto Casey Robinson, basado en una historia de John Monk Saunders, está repleto de esas audaces piruetas argumentales, realzadas con un esplendido montaje, que sabe jugar con recursos habituales en aquel tiempo -sobreimpresiones de titulares de prensa-, logrando que en ningún momento, la película tenga la más mínima mengua en su ritmo e interés.

Pero unido a ese conjunto de cualidades, hay dos que me interesan de manera muy especial. La primera, es la mirada devastadora que brinda de la Norteamérica de su tiempo. Ese país que, según las propias palabras de Stella, es el ideal para perderse. Un entorno en el que la actriz, para sobrevivir y lograr un dinero rápido, no dudará en ofrecerse como una freak, vendiendo su sórdido pasado vital, ante la propuesta de un avispado y poco escrupuloso empresario de espectáculos. El rápido y contundente montaje, nos describirá ese progresivo descenso a los infiernos de la actriz, en un insólito marco para trasladar a su través, el palpitar de una ciudadanía que no duda en disfrutar de los elementos que en apariencia cuestionan -algo que, por cierto, sigue completamente vigente, y no solo en USA-.

En un ámbito complementario, es evidente que LeRoy demuestra su notable veta como cineasta romántico. Será algo que tendrá dos pasajes que lindan con lo conmovedor. Uno de ellos, la secuencia en la que Stella confesará su amor a Mark -inmediatamente después de que este haya enviado su crónica al rotativo inglés, revelando el pasado de la actriz-. Una secuencia en la que Ian Hunter plasmará en su semblante hundido, el error irreparable de su acción. La otra, como no podría ser otra manera, la secuencia final, en donde la sincera emoción de sus elementos, proporcionando una nueva oportunidad a una mujer coherente en sus sentimientos, casi, casi, obligan a la apuesta por el Happy End.

Calificación: 3’5

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