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CINEMA DE PERRA GORDA

THE WIZARD OF OZ (1939, Víctor Fleming) El mago de Oz

THE WIZARD OF OZ (1939, Víctor Fleming) El mago de Oz

Con los presuntos clásicos populares del cine, suele suceder una cosa, que aparecen como auténticos jarrones chinos, siendo tan difíciles de aplicar una mirada que se aparte de los ríos de tinta que han generado, e intentando al mismo tiempo ofrecer una cierta visión personal, que aparezca al menos desprovista de cualquier asidero a los estereotipos dispuestos durante décadas. Es algo complicado, tengo que reconocerlo, a la hora de hablar de THE WIZARD OF OZ (El mago de Oz, 1939. Víctor Fleming). Mezcla de Americana, relato infantil, fantastique, musical y apólogo moral -una de sus vertientes más molestas-. Todo ello, adaptando el célebre libro de L. Frank Baum, llevado a la pantalla en el seno de la Metro Goldwyn Mayer. Al parecer, sucedió tras contemplar el éxito logrado por Walt Disney con SNOW WHITE AND THE SEVEN DWARFS (Blancanieves y los siete enanitos, 1937), se lanzaron en la producción de un ambicioso proyecto, que en su discurrir ocasionó no pocos quebraderos de cabeza, y en el que cabría señalar como auténtico artífice del mismo al realizador Mervyn LeRoy, que en esta ocasión ejerció como productor. Por sus manos fueron sucediéndose los directores que asumieron parcialmente su rodaje, descartándose tras participar en el mismo, los nombres de George Cukor y Norman Taurog, hasta que la película llegó a manos de Víctor Fleming, que fue quien finalmente tomó las riendas del mismo, hasta que al tener que asumir el rodaje de GONE WITH THE WIND (Lo que el viento se llevó, 1939), dejó en manos de King Vidor el rodaje de las secuencias que restaban, totalizando este último, cerca de tres semanas de filmación.

Leyendas, elucubraciones, que hablan mucho del trabajo en equipo y de la fuerza de una productora, como en este caso era la Metro, a la hora de dar vida un producto que, visto desde una mirada desprejuiciada, hay que reconocer que aparece demasiado arriesgado, para los cánones conservadores que el estudio venía preludiando. Y es que aunque hay que reconocer que la moraleja que desprende la película, se centra en una apuesta en torno al conformismo, su desarrollo ya desde sus primeros fotogramas, aparecen revestidos de una extraña textura. Un notable fragmento –probablemente el conjunto más homogéneo de la película-, en donde el insólito teñido en sepia de su iluminación en blanco y negro, proporciona una extraña singularidad, a unas secuencias dominadas por una planificación especialmente dinámica, integrándose dentro de un planteamiento claramente vinculado al Americana, y que al parecer fue rodado en su totalidad por Vidor. Un bloque que describirá la cotidianeidad de la vida de Dorothy (Judy Garland), una muchacha que vive con sus abuelos en una granja de Kansas, donde se perciben las miserias de la Gran Depresión, caracterizada por el cariño que tiene a su perro, amenazado por la dueña de aquellos terrenos. Será un episodio, dominado por una extraña sensación de lirismo, en la que la sinceridad de su realización y la singularidad de su plasmación visual, se desmarca del conjunto de producción habitual en el estudio. Es la primera señal de que nos encontramos ante un título que alberga el deseo de alcanzar una personalidad propia. Será algo que se acrecentará, cuando a partir del accidente vivido por la muchacha con la llegada del huracán, se vea inmersa en un nuevo mundo, que se describirá en Techinicolor.

Será ese el instante en el que THE WIZARD OF OZ adquiera un estatus mítico, sobre todo poniendo en la mirada del espectador de aquel lejano 1939. Casi ocho décadas después, he de reconocer que las intenciones de la propuesta, no han sido destacadas, más allá de la aparente candidez que proporciona este auténtico monumento de la cultura popular norteamericana. Si de algo sirve una mirada distanciada a sus imágenes, lo propone sin duda esa simbiosis de géneros e incluso formulaciones visuales, que incluso ya se habían planteado –quizá de manera más primitiva- en la previa ALICE IN WONDERLAND (Alicia en el país de las maravillas, 1933. Norman Z. McLeod). Sin embargo, la configuración que ofrecería el film de Fleming, favorecería en el futuro productos tan interesantes y opuestos entre sí, como THE BOY WITH GREEN HAIR (El muchacho de loas cabellos verdes, 1948. Joseph Losey), THE SECRET GARDEN (1949, Fred McLeod Wilcox), o THE 5,000 FINGERS OF DR. T. (Los 5.000 dedos del Dr. T., 1953. Roy Rowland).

En cualquier caso, una vez adentrado a ese universo fantástico y colorista, que es el que ha perdurado en la remembranza de la película, hay que consignar una mirada bastante perceptible, THE WIZARD OF OZ ha envejecido notablemente en sus secuencias corales, y en todas aquellas donde se incide en el maniqueísmo del personaje de la malvada bruja. Esa sensación de adentrarnos en la cercanía del kitsch, será un rasgo muy perceptible en los números musicales definidos en su coralidad –especialmente en el que se describe cuando Dorothy se adentra y descubre ese nuevo mundo, lleno de fantasía y cromatismo-, o en la propia presencia de personajes tan cursis como esa hada buena. En realidad, estos pasajes hundirán sus raíces en el terreno de la opereta, que en ámbito cinematográfico, no puede decirse que brindara exponentes perdurables. Sin embargo, preciso es reconocer que la película eleva su tono, hasta el punto de permitir que el espectador se imbrique en su leve base argumental, cuando la protagonista estrecha su relación con esos tres insólitos compañeros que, a mi modo de ver, constituirán la auténtica esencia de la película –no puedo dejar de destacar la humanidad que desprende ese espantapájaros humanizado, que encarna con gran acierto Ray Bolger, tan frágil, tan desvalido-. Con ellos, se sucederán esas secuencias de aparente transición, que Fleming rodará estructurando los bloques en el ficticio, fantasioso, colorista y artificioso decorado de estudio, que es oportunamente reutilizado en esa sucesión de secuencias, a modo de episodios. Es en esos pasajes, donde el intimismo llega a permitir introducirnos en tres seres dominados por su condición de seres inadaptados. Es para mi la veta más valiosa de esta película tan irregular y caduca, como hermosa en sus mejores momentos. Un canto a la amistad, a la fantasía y también al conformismo que, por encima de esa aura de mitificación –acusada en USA, aunque más abiertamente cuestionada en otros países-, no deja de parecerme una singularidad cinematográfica y, quizá por ello, merecedora de una mirada desprejuiciada, más allá de esa condición de film familiar, que ha venido sucediéndose generación tras generación.

Calificación: 3

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