RED DUST (1932, Víctor Fleming) Tierra de pasión
A pesar de venir avalada por uno de los realizadores estrella del estudio –la Metro Goldwyn Mayer- y, por ende, caracterizarse en buena parte de su obra por su alcance plomizo, he de reconocer que RED DUST (Tierra de pasión, 1932), no solo se ofrece como uno de los exponentes más populares de dicho estudio dentro de lo que popularmente se conoció como cine precode, sino que no dudaría en considerarla entre las cintas más perdurables filmadas por Víctor Fleming –muy por encima de ese GONE WITH THE WIND (Lo que el viento se llevó, 1939) del que Dios sabe lo que finalmente filmó, y que me parece una de las películas más plomizas jamás contempladas. No sabría señalar que Fleming se desenvolvía mejor en títulos condicionados por la presencia de escasos personajes –la referencia de la polvorienta THE VIRGINIAN (El virginiano, 1929) podría echar por tierra dicho enunciado, mientras que en su oposición la simpática TREASURE ISLAND (La isla del tesoro, 1934) contradeciría dicha aseveración-. Dicho esto, no cabe duda que hay que situar al dócil Fleming muy por detrás del magnífico y aún no suficientemente reivindicado Clarence Brown, y más bien a la altura del igualmente poco personal W. S. Van Dyke, y algo de ello se percibe en una película que, con todo, alberga motivos suficientes para ser tenida en cuenta, aún habiendo sido realizada hace ya ocho décadas atrás.
RED DUST muestra desde sus primeros compases, las dificultades y la dureza del trabajo que existe en una plantación de caucho instalada en Indochina, de la cual es responsable el rudo pero irresistible Dennis Carson. Ya de entrada, ataviado por un look provisto de barba desaliñada, ajustada camisa con mangas arremangadas y botas altas, hay que convenir que se trata quizá del personaje más erótico de toda la carrera de un entonces juvenil Clark Gable. Por encima de otros roles suyos más importantes y recordados, puede decirse que su protagonismo en la película muestra la cima de su masculinidad como icono cinematográfico, vislumbrándose en su personaje y actitudes, ciertos ecos de la herencia dejada por Rodolfo Valentino pocos años atrás. Sin embargo, y para aquel director, se percibe que en apenas pocos años –los que iban de ese 1929 en el que THE VIRGINIAN destacaba por su pesadez narrativa-, al menos había adquirido una soltura en este relato quizá revestido de demasiada simplicidad para los tiempos que corren, pero que sigue manteniendo dos elementos innegables. Por un lado esa aura de sexualidad apenas reprimida –la demostrada por el personaje encarnado por Gable, la rubia Jean Harlow y la casada y recatada Mary Astor-, y por otra el logro de una atmósfera recargada, que tiene más mérito al destacar que el rodaje del film se realizó en estudio.
La trama de RED DUST –que un par de décadas después fue retomada por John Ford para realizar MOGAMBO (1953, John Ford), también con Gable como protagonista-, nos describe la inesperada llegada de la descarada rubia Vantine (Harlow), quien pese al desapego inicial logrará ganarse el afecto e incluso el deseo de Carson –un magnífico movimiento de cámara lateral nos trasladará del primer escarceo erótico de ambos hasta la jaula donde se encuentra el loro de esta, quien exclamará asombrado ante la secuencia que el espectador intuirá en off- No será esta la única situación de carácter erótico planteada en la película, sobre todo a partir de la llegada a la plantación del matrimonio compuesto por el arquitecto Gary Willis (Gene Raymond) y su esposa Bárbara (Mary Astor). Ambos componen una pareja de claro talante urbano e impecables modales, que muy pronto chocarán en el ambiente denso y selvático que imprime la plantación, en la que Gary estará a punto de perecer merced a la malaria. Sin embargo, los cuidados de Carson y sus ayudantes, lograrán revocar la misma hasta alcanzar la cura total, al tiempo que despertará en ella un atractivo que llegado un momento no podrá controlar, ni Denis tampoco estará dispuesto a desaprovechar. Para ello incluso mandará al esposo de esta a realizar una misión despejando caminos en medio de la jungla y con las lluvias erigiéndose como esperadas pero peligrosas protagonistas.
Del film de Fleming conviene destacar varias cosas. Una de ellas es la aún perceptible densidad en la atmósfera lograda. Más allá del erotismo que desprende el personaje encarnado por un Gable en su mejor momento físico, resulta bastante inusual que en aquellos tiempos se llegara a plantear en un estudio tan conservador, una película que apelaba por la posibilidad del adulterio, en el que se brindaran secuencias de clara humillación femenina frente al macho –la secuencia en la que Vanina quita la camisa sudada y las botas a Denis-, u otras en la que el erotismo femenino alcanza unos caracteres habituales en aquellos momentos –el baño de la Harlow en la cuba en la que se encuentra el agua potable de los trabajadores de la plantación-. Pero al margen de estos elementos ligados a un modo de entender el cine que apenas un año después sería cortado de raíz, el film de Fleming destaca –aunque no en una medida especialmente memorable- en la agilidad de su puesta en escena. Sin grandes altibajos, ni tampoco grandes momentos, la movilidad de la cámara permite que la película alterne las secuencias de exteriores –más definidas en dicha vertiente- y las interiores –en donde se encuentran los elementos más directamente imbricados en la interrelación de personajes, destacando entre ellos el contraste que se brinda entre el exuberante y carismático Carlson, y una Bárbara caracterizada por una personalidad reprimida, que verá por completo en entredicho al encontrarse ante sí los sentimientos sensuales que le despierta un hombre que rompe por completo los esquemas que hasta el momento le ha brindado su apocado y bondadoso esposo. Es por ello que pese a no constituir en ningún momento una película digna de pasar a las antologías, lo cierto es que RED DUST no solo se mantiene en un relativo buen estado, sino que se erige como una muestra nada desdeñable de los parámetros por los que giraba el cine norteamericano, hasta que la brusca implantación del Código Hays coartó de antemano unos modos de contemplar el comportamiento humano, en el que la sexualidad más o menos explícita, tenía un lugar de importancia tanto comercial a nivel industrial, como evidente en la vida real.
Calificación: 2’5
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