THE VIRGINIAN (1929, Víctor Fleming) El virginiano
Si uno contempla THE VIRGINIAN (El virginiano, 1929. Víctor Fleming) con la intención de apreciar una película de interés, mucho me temo que la decepción será notoria. Sin embargo, si su mirada se centra en un interés más o menos arqueológico, sobre todo para comprobar las consecuencias que la irrupción del sonoro provocaron en el cine norteamericano, creo que su visionado proporcionará un relativo mayor interés. Y es que además de poder consignar el detalle de que esta producción de la Paramount supuso el debut en el cine sonoro de quien sería una de sus estrellas más legendarias –Gary Cooper- lo cierto es que su metraje nos muestra la manera con la que la irrupción de la palabra, pilló por completo con el pié cambiado a todos los estudios que en aquel momento detentaban la ya consolidada industria de Hollywood.
THE VIRGINIAN en realidad parte de un argumento bastante simple, relatando la pequeña historia de la relación amorosa que se establecerá entre el joven, primitivo y juicioso cowboy protagonista –encarnado por Cooper- y una joven maestra –Molly (Mary Brian)- trasladada desde el este del territorio norteamericano para desarrollar su profesión de maestra. La llegada de esta encenderá la sana rivalidad existente entre el protagonista y su estrecho amigo Steve (Richard Arlen), un joven no muy predispuesto a desarrollar su vida por el sendero del trabajo duro, que sucumbirá a la tentación de la llamada de un ladrón de ganado –Trampas (Walter Huston)-, para intentar con ello un rápido enriquecimiento. La sana competitividad entre el virginiano y Steve se verá acrecentada con la presencia de Mary –quien en principio se mostrará reacia hacia el primero y más cercana al segundo-. Al mismo tiempo, nuestro protagonista pillará a su mejor amigo robando y marcando a fuego ganado de forma fraudulenta, aunque la profunda amistad que le une al muchacho le impida denunciarlo, pese a advertirle por la peligrosidad de los derroteros por los que dirige su vida. Esta espiral delictiva de Steve no se verá menguada. Antes al contrario, promoverá y participará en el robo de un gran número de reses de ganado, haciendo discurrir a las mismas por un río para que no dejen huellas. Pese a todas estas prevenciones, este será detenido con otros tres de sus colaboradores en el robo -el jefe y otro de los componentes del grupo se fugarán al ver la cercanía de los hombres del virginiano-, siendo todos ellos ahorcados. Poco después nuestro protagonista será tiroteado por Trampas, quedando en las puertas de la muerte, y siendo cuidado por Mary. La muchacha intentará olvidar la crueldad que ha supuesto para ella la ejecución de Steve, en base al amor que siente por el virginiano, decidiendo casarse con ékl una vez pasado cierto tiempo. Sin embargo, en el mismo día de sus nupcias hará su aparición Trampas espoleando al futuro esposo, quien se verá en el dilema de atender al ruego de su novia de no responder a sus provocaciones, o por el contrario quedar como un cobarde ante la comunidad.
Como se puede comprobar, la génesis argumental de THE VIRGINIAN resulta bastante simple. Lo que desmerece de esta circunstancia es que dicha simpleza se extiende al pobre resultado cinematográfico que sus imágenes evidencian. Víctor Fleming nunca fue un director especialmente brillante ni capaz de articular en su cine el necesario ritmo, pero lo cierto es que en pocas muestras de su filmografía como en esta, esta limitación se ve ratificada por unas maneras narrativas tan morosas y tediosas. Y ello, a mi modo de ver, se debe al hecho de otorgar una importancia primordial a la introducción del elemento sonoro en su desarrollo. Carente de más mínimo soporte –supongo que sería un elemento que aún no se normalizado en la reciente producción parlante-, sus secuencias se caracterizan por una rigidez casi enervante, mientras que la incorporación de la dicción de sus actores se pone de manifiesto de forma pobre, con una declamación enfática de sus actores y un exceso de diálogos, poco habituales en el western. Esta circunstancia se extiende a la labor de sus intérpretes, todos ellos con notables resabios silentes, en el que cabría incluir a un actor muy poco después tan magnífico como Walter Huston, e incluso al jovencísimo Gary Cooper, quien demuestra aún demasiada inseguridad ante la pantalla. Sorprende, en este sentido, que el único intérprete que logra emerger de dicho conjunto, es el joven y apuesto Richard Arlen –que muy pronto había sido destronado por Cooper en el escalafón del estrellato de la Paramount, y que sin embargo encarna al noble y al mismo tiempo bravucón Steve con un magnetismo y una naturalidad pasmosa-. De hecho, a la hora de la verdad y al computar los aciertos del film, prácticamente nos hemos de quedar con el episodio en el que los ladrones de ganado son detenidos y la narración de su ejecución. Gracias a –en esos momentos sí- una adecuada planificación y montaje, y ayudado de forma especial a través del magnetismo mostrado por Arlen, en esos momentos la película parece despertar del letargo al que la someten buena parte de sus noventa minutos de duración. En ellos, abundarán los tiros disparados sin credibilidad, el hieratismo campará por los respetos, y la sensación de apergaminamiento invadirá esta película a la que la naftalina le ha impedido sobrevivir con un interés más que el meramente historicista, o el hecho de contemplar algunas secuencias de ganaderos, impregnadas de un inesperado aire documental. Como detalle curioso, la película tuvo su remake en 1946, de la mano de Stuart Gilmore y el protagonismo de Joel McCrea. Por raro que pueda parecer, su resultado fue incluso peor que este.
Calificación: 1’5
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