NOT OF THIS EARTH (1957. Roger Corman)
Si me preguntaran que es lo más valioso de NOT OF THIS EARTH (1957. Roger Corman), citaría sin dudar la fuerza de su poster, que emerge como uno de los iconos más valiosos de la cartelería del género. Puede ser que mencionar esta circunstancia pueda resultar hasta irónico, pero lo cito en la medida que refleja la realidad de esta discreta producción de la Allied Artists, que durante mucho tiempo ha sido definida como uno de los exponentes más mitificados de la aportación de Corman al contexto de la ciencia-ficción cinematográfica. No es de extrañar que ello suceda, en la medida que su obra está trufada de mediocridades e incluso propuestas infumables que filmó como un destajista, sin la más mínima intención de alcanzar algo más que un consumo rápido en el público juvenil adicto a los drive in de la época. De entre las mismas, siempre se han destacado tanto THE LITTLE SHOP OF HORRORS (1960) y la previa A BUCKED OF BLOOD (1959), consideradas –junto al título que nos ocupa- como un ejemplo de comedia negra inserta dentro del fantastique, en este caso mucho más difícil hasta la fecha de llegar hasta el público español –ninguna de ellas tuvo estreno comercial en nuestro país-. Con sinceridad, en ambos casos considero que nos encontramos ante películas que no sobrepasan la barrera de la medianía, aunque lograran todas ellas alcanzar un mínimo nivel, precisamente a través de su desvergonzada condición de productos rodados casi al margen del sistema. Esa circunstancia, es la que de alguna manera ejerce como factor generador de una relativa simpatía, permitiendo quizá de manera inesperada, que sus resultados devengan al menos simpáticos, aunque en un porcentaje mucho menos loable que el por mí muy valorado ciclo de adaptaciones de Allan Poe –que reconozco hoy día tiene pocos seguidores, que se le va a hacer-.
NOT OF THIS EARTH se separa un poco del carácter gamberro que caracterizaron los dos títulos posteriores antes citados, aunque en su propuesta se inserte un porcentaje de humor magnificado por muchos, que un servidor no termina de contemplar del todo, más allá de esa divertido envenenamiento que sufre la compañera alienígena del protagonista, al ser inyectada con sangre ¡de perro infectado por la rabia! Por el contrario, creo que la propuesta de Corman tiene su mayor virtud en la expresión visual que se manifiesta en los exteriores de Los Angeles, a través de la iluminación en contrastado blanco y negro –notable aportación de John J. Mescall-. Ejerciendo como uno más de los precedentes que poco después ofrecerían títulos como CARNIVAL OF SOULS (1962. Herk Harvey) y algunos otros, y que tendría quizá su exponente más mitificado en NIGHT OF THE LIVING DEAD (La noche de los muertos vivientes, 1968. George A. Romero), el film de Corman logra describir la visión sombría de un contexto urbano cómodo y vitalista, trasladando en sus imágenes –no dudo que de forma inconsciente-, una mirada malsana y sombría, que parece traducir un desconcierto existencial dentro de ese marco de aparente progreso.
Más allá de esta capacidad para manifestar un estado de ánimo inquietante, NOT OF THIS EARTH logra integrar en sus imágenes la débil base argumental ideada por el conocido Charles B. Griffith –junto a Mark Hanna-, para describir la andadura terrestre de un ser –Paul Brich (Paul Jonhson)- procedente del planeta Davana, enviado a la tierra de cara no solo a alimentarse de sangre, sino sobre todo investigar las posibilidades que nuestro planeta ofrece como posible base de alimentación para sus compañeros habitantes del lejano mundo. A partir de dicha anécdota, desarrollada en la ajustada duración de poco más de una hora, el film de Corman se despliega a través de una narración que destaca en su apuesta por la elipsis, y sobre todo por la acertada caracterización de su personaje protagonista –estupenda prestación de Paul Johnson-, siempre enfundado en unas grandes gafas ahumadas, escondiendo esos ojos blanquecinos que en algunos momentos utilizará para matar a aquellos terrícolas que le estorben en su camino –provocando de paso los momentos más ridículos de la función, al escenificar con torpeza dichos asesinatos-. No soy el primero en apreciarlo, pero no cabe duda que en la encarnación de este extraño vampiro alienígena queda expuesto un precedente del Ray Milland de la posterior X (El hombre con rayos x en los ojos, 1963). A su alrededor se describe una leve e insustancial trama argumental, puesta al servicio de las tribulaciones de este ser inquietante, eternamente vestido de traje y acompañado en todo momento por un maletín metálico, que se encuentra ayudado del extraño Jeremy Perrin (Jonathan Haze, acentuando en su interpretación un lado burlesco algo chirriante), un joven salido de la cárcel después de haber cometido algunos pequeños delitos. El inquietante enviado del espacio se hará ayudar también por una joven enfermera –Beverly Garland- que poco a poco irá adivinando los oscuros secretos que le rodean, hasta confluir en una catarsis de inquietante perspectiva, aunque en realidad limitada a un estéril planteamiento de suspense.
Dentro de ese marco de tanta simpleza como moderada efectividad, uno se queda de nuevo con el aire inquietante que destilan sobre todo las secuencias desarrolladas en exteriores urbanos, el acierto en la utilización de la elipsis –sobre todo en aquellas que muestran los asesinatos del alienígena de trazo humano-, o la secuencia en la que este se comunica con el representante de su planeta, por medio del receptáculo destinado a ese tipo de contacto –muy cercana en su plasmación por otra parte al cine más característico de Edward L. Wood-. Pero por encima de estas características, hay dos aspectos de la película que me parecen de notable interés, y que destacan dentro de la agradable discreción del conjunto. Uno de ellos es el episodio que relaciona al protagonista con otra enviada de su mismo planeta, que tendrá su inicio en una caseta de libros. Serán unos instantes revestidos de una particular atmósfera tenebrosa, acentuado por el contacto telepático entre ambos que se iniciará en la mencionada caseta, cuya cercanía con el cine noir es manifiesta. El otro rasgo lo supone el propio plano de clausura, donde el extraño happy end de la enfermera y su novio policía -comentando la desaparición final del alienígena-, sin dejar de provocar ese regusto inquietante con la presencia de un sustituto, que llegará casi a invadir la pantalla con su rostro. Con ello se cierra esta propuesta curiosa, moderadamente atractiva, de la que cabe destacar la impronta que le proporciona la banda sonora de Roman Vlad, y que se inicia con unos valiosos e insólitos títulos de crédito. Un elemento que se percibe –por lo inusual-, en esta producción tardía de la Allied Artists, que ejercería como caldo de cultivo a su muy cercana implicación a un ámbito más conocido –e irregular-; la American International Pictures.
Calificación: 2
0 comentarios