FIVE GUNS WEST (1955, Roger Corman) Cinco pistolas
En muchas ocasiones, la mediocridad de no poca extesión de la filmografía de Roger Corman, quedaba de alguna manera solapada, atendiendo a la supuesta audacia con la que solventaba sus stajanovistas condiciones de producción. Fue esta, una cantinela que le acompañó, pero a la que el pasado del tiempo no ha servido para salvar títulos de escasas cualidades, entre los cuales aparecieron otros que han pasado a la historia tardía del cine de género, entre ellos el de terror, pero también en otros como el policiaco o incluso la denuncia social. Sea como fuere, este marco de partida se inicia con la que ya será su película de debut, FIVE GUNS WEST (Cinco pistolas, 1955). En su biografía, Corman se refiere a ella, destacando sus condiciones de producción; 60.000 dólares de presupuesto, un rodaje de apenas nueve días, y un tejemaneje a la hora de pagar lo menos posible a su escueto reparto. Su conjunto, de apenas unos 75 minutos de duración, se acerca en cierto modo a un tipo de cine fronterizo, que en aquel tiempo manifestó exponentes tan ilustres como THE RAID (Fugitivos rebeldes, 1954. Hugo Fregonese) y que, con el paso de los años, incorporaría títulos de irregular trazado, como la excelente THEY CAME TO CORDURA (1959, Robert Rossen), o la bastante menos estimulante THE DEADLY COMPANIONS (1961, Sam Peckimpah). Propuestas todas ellas, descritas en los últimos compases de la Guerra de Secesión, que en este caso nos describe un panorama muy sombrío, teniendo que recurrir el ejército de la Confederación, a indultar a presos para que formen parte del muy diezmado ejército.
Será la base de la andadura de cinco de estos peligrosos delincuentes, uno de los cuales -Govern Sturges (John Lund)-, es un espía del ejército, sin saberlo los otros cuatro. Todos ellos serán indultados de una segura ejecución en la horca, incorporándolos como soldados, y encargándoseles la misión de detener una diligencia que ha de recalar en un poblado abandonado, y en la que viaja como pasajero Stephen Jethro, con valiosa información para el Sur, y también un cargamento de oro. Así pues, dichos mimbres, bastante habituales en un género, que en aquellos años, brindaba quizá el periodo más esplendoroso de su historia, son descritos en esta ocasión mediante el supuesto anclaje psicológico de estos cinco personajes, que en muy escasos momentos, se desprenden de su triste configuración como débiles estereotipos. No faltará ni el supuesto tiro al compañero, que en realidad lo está salvando de la picadura de una serpiente de cascabel, ni las constantes oscilaciones de todos ellos, a la hora de favorecer el grupo que hagan que el reparto del oro de haga entre tres, aunque todos irán a caer siempre en torno a la figura de Sturges que, por su mayor temple y dureza, ha sabido asumir el mando del colectivo.
Lo que podría haber dado pie a un interesante western psicológico, lo cierto es que aparece como una película apática, en la que se suceden los lugares comunes, teniendo un punto de inflexión -muy poco aprovechado- en la llegada a ese vetusto poblado abandonado, donde solo se encuentran como habitantes Shalee (Dorothy Malone) y el viejo tío Mike, encargados ambos de recibir las diligencias. El encuentro entre todos ellos y, sobre todo, la presencia de la bella Shalee, encenderá un hasta entonces apagado elemento de pasión y competitividad entre los recién llegados, cansados como están de un recorrido en el que incluso han tenido que sortear el acoso latente de los indios, y espoleados en su masculinidad ante el reencuentro con el elemento femenino.
Sin embargo, ni siquiera dicha circunstancia, el asalto de la diligencia, la captura de Jethro, la revelación de la autentica identidad de Sturges, su deseo de que este sea sometido a juicio, en vez de capturado por el resto de presidiarios, al conocer que el oro señalado no viaja en el vehículo, y este sabe dónde se encuentra, serán elementos que levanten el apagado interés de la función.
Ello dará pie a una catarsis que aparece con moderada efectividad. La misma se planteará con ese creciente acoso sobre el agente infiltrado, que se amotinará en la vieja casa de Shalee y su tío, resistiendo ambos, incluso el detenido, el acoso de uno de los presos, que intentará eliminarlos discurriendo por bajo del suelo de la misma. Serán instantes estos, en los que el veterano oficial jugará con su mayor dominio de la psicología, al intentar prever cómo reaccionarán aquellos que ha ido comandando hasta entonces. Incluso en esos apuntes psicológicos, la debilidad de la película de Corman, tiene lagunas tan perceptibles, como esa huida final del más veterano de los presidiarios, en medio del proceso de aniquilación de todos ellos, señalando que desea mantenerse al margen y preservar lo único que conserva; su vida. No habrá más detalles ni elementos que hagan creíble ese giro inesperado, al que no se proporciona el más mínimo atisbo de profundización dramática.
FIVE GUNS WEST es una película morosa en su discurrir, que no ofrece apenas placeres a aquellos que se asoman a sus imágenes. Apenas esa sensación agreste, agudizada por el uso de un Pathecolor ya deteriorado con el paso del tiempo, o esa cierta querencia por lo sombrío, que acompañará el conjunto de una función escueta en su duración, y cansina en su ejecución. De la misma, solo destacaría una secuencia -no aprovechada hasta sus últimas posibilidades-, pero que sí plantea una determinada dinámica que no tendrá continuidad en la película. Me refiero a esa reunión conjunta de los siete personajes cenando en el exterior frente a una hoguera, en donde aparecerá de manera inesperada la música. De manera imperceptible, el perfil de todos ellos variará, mientras que Shalee comienza a bailar con casi todos ellos. Será el momento en que una cierta calidez emocional, rompiendo con la aridez de su conjunto, tenga acto de presencia en una película tan seca como escasa de alicientes.
Calificación: 1’5
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