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CINEMA DE PERRA GORDA

I’WE ALWAYS LOVED YOU (1946, Frank Borzage) La gran pasión

I’WE ALWAYS LOVED YOU (1946, Frank Borzage) La gran pasión

I’WE ALWAYS LOVED YOU (La gran pasión, 1946. Frank Borzage) parte de una novela de Borden Chase, mucho más conocido por sus valiosas aportaciones al universo del cine del Oeste –en especial, aquellas dirigidas por Anthony Mann y protagonizadas por James Stewart-, en la que fabulaba con la andadura de su esposa, una pianista precoz de cierto renombre. Y su gestación apareció, a partir del éxito comercial de ciertas biografías musicales plasmadas en la gran pantalla. Por encima de dichas circunstancias, y quizá sin pretenderlo, Borzage se erigió como un auténtico precursor de una determinada y minoritaria corriente que se iría asentando en el seno de cine norteamericano. También en cinematografías como la inglesa o, posteriormente, incluso la francesa y la italiana. Nos encontramos en los confines de lo que se denominaría el film d’art. Películas desarrolladas a través de márgenes que excedían el biopic, para erigirse en atractivas y valientes propuestas cinematográficas, la mayor parte de las cuales incomprendidas en su momento. Borzage plasma en I’WE ALWAYS LOVED YOU una película, que le emparenta en ocasiones con obras de autores tan personales como Albert Lewin en USA, o el tandem formado por Michael Powell y Emeric Pressburger en Inglaterra. Con la singularidad que siempre definió su obra, el cineasta decidió llevar a la pantalla una historia que logra hacer suya, ofreciendo en su derredor una nueva digresión en torno a la fuerza irrenunciable del amor.

Para llegar a ese punto, Borzage plantea la relación entre Myra (magnifica Catherine McLeod), con el irascible, megalómano y prestigioso director musical Leopold Goronoff (un chirriante Philip Dorn, que en todo momento hace añorar la presencia de Rex Harrison, incluso en aquellos años incipientes para su carrera). Este se dispone a elegir a un joven al que apadrinar en sus estudios musicales, patrocinado por un adinerado benefactor. Hija de un antiguo compañero musical suyo –Frederick (Felix Bressart)-, Myra será de manera inesperada la elegida de una extraña audición de jóvenes talentos –en medio de una escenografía que domina el episodio-, iniciándose una extraña unión entre ellos, que muy pronto sobrepasará la de un Pigmalión o un Svengali, parea convertirse en el punto de vista de Myra un auténtico mundo en donde su sentimiento se focalizará en ese maestro que le ha permitido ahondar en el fondo de su ser. Por su parte, para Goronoff ella no será más que producto de su fabricación. Una prolongación de su talento, sin asumir en su fuero interno que algo más anida en su alma, incapaz de escarbar en sus sentimientos por encima de su condición de seductor bon vivant, y su propia autoconciencia como artista. Entre medias de ambos se situarán dos seres. Por un lado, el joven George Sampter (William Carter, uno de los puntos débiles del relato), joven secreto amante de Myra y vecino de la misma en su campo de Pensylvania. Situándose siempre en un terreno complaciente, nunca dudará en su intención de lograr el amor de esta. Por lado se encuentra Babouchka (Maria Ouspensakaya), la abuela del músico, que en todo momento intentará apaciguar los excesos y desconsideraciones de su nieto, mostrándose desde el primer momento muy comprensiva con la muchacha.

I’WE ALWAYS LOVED YOU se estructura en dos mitades, claramente diferenciadas. La primera de ellas, brilla en un tono de viva comedia, mientras que, por el contrario, su fragmento opuesto –de menor duración- destacará por sus tintes dramáticos, e incluso elegíacos. En su extensa mitad inicial, se describirá el proceso de aprendizaje de la protagonista, iniciándose las primeras desavenencias de esta –el episodio en Rio de Janeiro- contemplando la afición a las mujeres de su maestro, al tiempo que escuchando de su boca su declarada misoginia. Serán los preparativos para la llegada de la madurez artística de la joven, quien se atreverá a solicitarle a su mentor la oportunidad de debutar como pianista nada menos que en el Carneggie Hall de Nueva York.

La película asumirá un punto de inflexión en la plasmación de este concierto, en un episodio de cerca de veinte minutos de duración que, por derecho propio, no solo debería figurar entre lo más deslumbrante jamás filmado por Borzage, sino que podría ser inserto en lo más valiente y arriesgado ofrecido por el cine de su tiempo. Será la plasmación fílmica de un concierto que se iniciará con la música de Rachmaninov, elevándose con creciente intensidad en una auténtica sinfonía de sentimientos entre nuestros dos protagonistas. No solo el realizador ofrecerá una planificación llena de virtuosismo. Yendo mucho más lejos, se introduce literalmente en los diferentes puntos de vista existentes en el concierto –la visión del propio George, presente entre los espectadores, los comentarios de estos, ese crítico que se encuentra en un palco con la abuela de Goronoff, la propia impresión que marcan, entre bambalinas, los empleados del teatro-. Y todo al compás de un crescendo musical que llega a adquirir vida propia, plasmando Borzage una tempestuosa ascesis entre músico y alumna, que llegará a sublimar cualquier elemento físico, para convertirse en una extraña, dolorosa e íntima sinfonía de sentimientos. La oposición entre un músico empeñado en negar que en su aventajada alumna se encuentra una artista superior a él, y una Myra que asume con infinito dolor la carencia de sensibilidad de este hacia ella, más allá de reprocharle, tras huir de una cerrada ovación, el hecho de haber constituido una ingerencia en su estilo y en su música.

A partir de ese instante, I’WE ALWAYS LOVED YOU adquirirá tintes serenos, pero al mismo tiempo más sombríos. Podremos contemplar como la egolatría de Goronoff le impedirá hacer la más mínima concesión, mientras que su alumna se retirará de la música, casándose con resignación con el siempre abnegado George. La elipsis –un rasgo de especial importancia en el conjunto del film- nos marcará el indefectible paso del tiempo, mostrándonos como en la pareja ha nacido la pequeña Porgy. Por momentos, Borzage tendrá la delicadeza de transmitir como pese a la distancia y los años transcurridos, se mantiene esa transmisión de emociones, cuando en un momento determinado, el veterano músico y la antigua pianista se comuniquen frente al piano. Para cualquier seguidor de la obra borzaguiana, esas expresiones del amor absoluto resultarán familiares. Pero no solo de ello se nutrirá esta parte final de la película. Las elipsis adquirirán una mayor importancia, al dejar en un segundo término ese matrimonio carente de pasión –aunque si de comprensión y afecto-, dejando patente en su devenir, la huella de ese músico que no supo entender la importancia de esa mujer a la que transmitió su arte, pero a la que su egolatría impidió apreciar en lo más íntimo de su corazón, la presencia de un alma tan pura en sus sentimientos.

Arriesgada apuesta para la que Borzage encargó unos fastuosos decorados –de especial importancia en las secuencias iniciales-, acentuando esa extraña sensación de un largometraje que oscila entre su adscripción melodramática para, una vez más, adentrarse en la frontera de lo sobrenatural. Una cercanía con lo fanstatique y lo espiritual, que ha sido uno de los vértices de un cineasta que emergió de una película que llega a superar los dos millones de dólares de coste, y que en su momento no fue demasiado bien acogida. No era de extrañar, intentar apreciar una apuesta tan arriesgada, tan alejada a lo que venía siendo habitual en la cinematografía norteamericana del momento. Cierto es que la misma, podría decir que abría o potenciaba una corriente que, más o menos transformada, iba a tener su caldo de cultivo en una sociedad como la norteamericana, trastornada con la vivencia de la contienda mundial, y necesitada de producciones que les brindaran un aliento espiritual y romántico. No obstante, pese a su brillantez, pese a ese pasmoso fragmento intermedio, I’WE ALWAYS LOVED YOU no carece de defectos. Debilidades que van desde ese extraño final en el que hay que hurgar en su carencia de credibilidad, para encontrar su auténtica significación, o el miscasting de ciertos intérpretes –en especial el melifluo Carter, por fortuna de nulo futuro posterior en la pantalla-.

Son pequeñas insuficiencias, unidos a ciertos baches de ritmo, en una película en la que apreciamos el alcance telúrico de las secuencias rurales, en donde los sentimientos de Myra se filman siempre con fondo del lago. En la que nos conmoverán instantes tan delicados como la manera con la que Borzage filma –en off y picado- la muerte de la abuela del músico, la propia evocación de esta cuando se superpone su imagen en un cuadro, al escucharse la interpretación final de Myra, que prácticamente ejercerá como exorcismo en los sentimientos que la ya madura pianista, ante ese maestro que, en realidad, ha sido desde que lo conoció, el hombre de su vida.

Calificación: 3’5

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