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CINEMA DE PERRA GORDA

AFTER TOMORROW (1932, Frank Borzage) Pasado mañana

AFTER TOMORROW (1932, Frank Borzage) Pasado mañana

Rodada en un periodo especialmente valioso de la trayectoria de su realizador y en conjunto también singularmente atractivo para el cine norteamericano, AFTER TOMORROW (Pasado mañana, 1932) entronca de manera bastante acusada con las inquietudes temáticas y también el mundo visual y romántico expresado previamente en numerosas ocasiones por su realizador, Frank Borzage. Estamos de lleno inmersos en plena gran depresión norteamericana, invadiendo las pantallas títulos que abordaban problemáticas sociales, las desigualdades e insatisfacciones de buena parte de los ciudadanos y, sobre todo, la expresión de estas carencias y frustraciones en el entorno de las grandes urbes. Se trata de un contexto que no solo abordó un hombre de cine tan sensible como Borzage, sino que tuvo un importante marco de expresión a través de ese mismo cine que se producía como fábrica de entretenimiento y frustraciones. Un hombre que a la hora de realizar esta película ya contaba con dos Oscars como mejor director –lo que avala su popularidad y reconocimiento en los años de transición del cine mudo al sonoro-, logró trasplantar a la filmografía que desarrolló en la década de los años treinta una personalidad que aunaba en su obra el alcance social, la experiencia espiritual y un inusitado alcance romántico. Dentro de ese ámbito, podríamos decir que la película que nos ocupa se plantea como una curiosa relectura –en una clave más acentuada a la comedia, aunque progresivamente escorada a los tintes del drama- de dos éxitos previos del cine de King Vidor. Con ello me refiero a la asombrosa THE CROWD (…Y el mundo marcha, 1928) y la posterior -e inmediatamente precedente al título que nos ocupa- STREET SCENE (La calle, 1931). A partir de la asunción de estos referentes –que queda clara en los mismos planos de apertura del film, centrados en el Empire State-, lo cierto es que no podemos destacar AFTER… como uno de los exponentes más valiosos de este periodo especialmente fértil para Borzage. Ello no nos ha de impedir reconocer las virtudes de una película que se entronca con su personalidad fílmica, pero que al mismo tiempo muestra sus logros y también la imposibilidad de sobrepasar una determinada frontera en su inspiración, en una circunstancia muy concreta; el respeto al original teatral elaborado por Hugh Stange y John Golden –trasladado en la pantalla como guión cinematográfico de la mano de Sonya Levien-. Con ello, lógicamente, no quiero hacer ver que un hombre de cine tan personal como Borzage se limitara a una simple propuesta de cine – teatro. La propuesta revela un indudable interés visual y narrativo, conectando claramente con las inquietudes que antes y después dominarían la obra del realizador, y que al mismo tiempo revelan la superioridad que nuestro cineasta mostraba en este terreno de adaptaciones teatrales, de otros que –como es el caso, a mi modo de ver, de Gregory La Cava-, no lograban por lo general infundir de suficiente espesura y dinamismo sus propuestas centradas en los traumas y miserias urbanas legados por aquel traumático periodo para la sociedad norteamericana. En esta ocasión, presumo –no he leído la obra original- que Borzage se dejó tentar por algo tan sencillo como servirse de las posibilidades que le brindaba el referente escénico que trasladó a la pantalla. Y hay que reconocer que pese a que nos encontramos con una película que no goza de excesivo prestigio incluso entre los seguidores dela obra de Fuller, su resultado ofrece el suficiente interés como fresco social de las frustraciones y anhelos propiciados por una sociedad traumatizada. Pero de forma paralela revela la querencia romántica de su cine, su gusto por el detalle y, finalmente, atesora en su desarrollo una combinación de drama y comedia, sobrellevado con verdadera inspiración un alcance tragicómico que, finalmente, apela insospechadamente al absurdo de la existencia. Un aspecto que potenciará por medio de esas casi increíbles circunstancias que finalmente permitirán que los jóvenes protagonistas puedan casarse.

 

Peter Piper (Charles Farrell) y Sidney Taylor (Marian Nixon) son dos jóvenes enamorados desde hace varios años, pero que no ven la hora de su posible boda, debido fundamentalmente a la imposibilidad económica que ambos sobrellevan en sus modestos trabajos. Junto a ellos se encuentran los padres de Sidney, un matrimonio formado por una madre aún atractiva en su madurez, de carácter dominante y que secretamente mantiene relación con un inquilino suyo. Por su parte, el padre es uno de tantos y tantos desahuciados del trabajo, debido especialmente a achaques en su corazón. Si bien al presentar a los jóvenes protagonistas Borzage apuesta por un contexto de comedia ligera –la rutina de sus encuentros en la cumbre del rascacielos-, este rasgo se transformará en una vertiente dramática e incluso sombría, al describir el drama planteado entre los padres de la muchacha. Una disección que queda mostrada con la suficiente nitidez sin tener que recurrir a tremendismos de índole melodramática. A partir de este contexto, AFTER TOMORROW se revela como una comedia de tintes dramáticos, atenta y ligera en sus diálogos, planteando situaciones realmente dolorosas; la huída de la madre de Sidney junto al inquilino con el que mantenía relación; o la posterior secuencia de reencuentro con su esposo, que se ha vestido con sus mejores galas para intentar que su esposa vuelva con él, en la que esta se mantiene en sus intenciones, solicitando el divorcio, e intentando no obstante ayudar tanto a su marido como a su propia hija, sin que el aún esposo acepte esa aportación.

 

Las virtudes del film de Borzage, se centran en saber componer un sencillo fresco, desarrollado su argumento a partir del retrato de una serie de personajes definidos con justeza, y representativos de tantos y tantos ciudadanos de esa Norteamérica que tenía que acostumbrarse con un contexto social realmente adverso. A partir de ahí, la inclinación por la comedia –centrada en los personajes protagonistas y también en tono de caricatura en la madre del muchacho- supone un contrapunto perfecto para la sórdida visión que se tiene del matrimonio Taylor, en donde el alcance melodramático al mismo tiempo se manifestará con unos matices realmente dolorosos. Es en esos momentos cuando las cargas de profundidad más dolorosas tienen lugar en AFTER TOMORROW, dentro de un conjunto en el cabría destacar, por otro lado, la iluminación brindada por el operador James Wong Howe.

 

De todos modos, no sería esta película el ejemplo pertinente a la hora de apreciar el mundo expresivo y visual de Borzage. Se trata por tanto de una pieza de cámara, de una pequeña historia, de uno más de los tantos y tantos exponentes que el cine norteamericano proporcionó a través del cine, imbuido directa o indirectamente por las consecuencias y privaciones que proporcionó aquel contexto social en la vida norteamericana. AFTER… logra expresarse con sensibilidad e ironía casi de un plano a otro, sabe desmarcarse de la teatralidad –tal y como se entendía en el cine de la época-, y al mismo tiempo propone una mirada adulta –aún no había hecho acto de presencia el siniestro Código Hays, ofreciendo incluso una mirada comprensiva con Else (Minna Gombell), la madre de Sidney, quien logra aparecer finalmente en la película como una mujer que desea una nueva oportunidad para su vida, contraponiendo la rutina de su matrimonio con el bondadoso Willie. En ese aspecto concreto, justo es señalar que la evolución de esta subtrama está revestida de valentía y al mismo tiempo comprensión y cariño por sus personajes. Es algo incluso que se manifestará en la enternecedora secuencia del ensayo de boda en el patio de la vivienda de los Taylor, que paradójicamente tendrá lugar cuando la propia madre se ha visto forzada a huir junto a su amante, al verse este inmerso en una situación especialmente delicada –lo buscan por un desfalco para invertir en valores-, o incluso en los múltiples y siempre conflictivos encuentros de Sidney con la madre de Peter. Opresiones sociales, familiares e incluso materiales, son puestos en solfa por parte de Borzage –y supongo que también de los responsables del referente teatral- a la hora de plasmar esta tragicomedia puesta en marcha en voz baja, con la seguridad de alguien que conocía a fondo el terreno en que se introducía, y al mismo tiempo partía con la seguridad de un material más o menos atractivo. El resultado, sin poder decir que nos encontremos ante una de las cumbres de su cine, revela suficiente interés como para ser tenido en cuenta no solo dentro del cómputo de su obra, sino en el momento de hacer constar su interés dentro de ese cine de ascendentes sociales que Hollywood prodigó en estos primeros años treinta. Un aspecto este, por cierto, que en modo alguno le haría quedar en mal lugar.

 

Calificación: 3

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