LILIOM (1930, Frank Borzage) Liliom
No voy a ocultar que LILIOM (Liliom, 1930. Frank Borzage) me ha supuesto una cierta decepción. Cuando se ha tenido la oportunidad de conmoverse con títulos silentes como 7th HEAVEN (El séptimo cielo, 1927) y LUCKY STAR (Estrellas dichosas, 1929) o, pocos años después, comprobar como su realizador logró afianzar una filmografía de alto voltaje en la década de los treinta, aunando su visión del mundo basada en la fuerza del amor, e integrando en ella el contexto social en que se insertaba la sociedad norteamericana del momento, un título como este llega a saber a poco. Y cuando hablo de cierta decepción, no me refiero al hecho de asistir a un título despreciable, que no lo es, ni mucho menos. Sin embargo, sí que se echa de menos en esta primera de las tres adaptaciones sonoras –hubo alguna previa muda- que conozco tuvo la fantasía de Ferenc Molnár -las otras corrieron a cargo de prestigiosos realizadores como Frtiz Lang y Henry King, y de ninguna de ellas existe un especial aprecio-, esa pasión que Borzage había incorporado de forma sobrada a su cine, ese romanticismo llevado a la máxima expresión, que le ha permitido con el paso del tiempo ser considerado con justicia uno de los más valiosos y personales cultivadores del melodrama. Más que esa definición, me atrevería a señalar que con su figura definimos a uno de los cineastas que mejor trataron la fuerza del amor en el cine. Por todo ello, al contemplar LILIOM, por un lado uno echa de menos esa capacidad que el realizador ya había demostrado algunos años antes, para plasmar con una fuerza arrebatadora su absoluta convicción del poder transformador de dicho sentimiento. Pero al mismo tiempo –y quizá sea una impresión muy personal-, me atrevo a elucubrar con la posibilidad de que si esta película hubiera estado realizada antes de la llegada del sonoro, su resultado sería bastante superior y, de forma probable, engrosaría la galería de grandes exponentes mudos de su cine.
No fue así, y la crónica hay que elaborarla a partir de lo que fue y no de lo que pudo ser. Y en este sentido hay que admitir que el título que comentamos supone un relativo retroceso en el devenir de una filmografía que, por fortuna, pronto recuperaría un pulso indiscutible, adaptándose por un lado al sonoro, por otro al cine de compromiso social, y en última instancia a diferentes marcos de género. No importaba, en este sentido, que Borzage se insertara en temáticas dispares –aunque casi todas ellas cercanas a ámbitos divergentes del melodrama-; en todas ellas quedarán patentes sus sensibles y poderosas formas cinematográficas, al tiempo que esa visión del mundo que lo acompañó en toda su trayectoria. En esta última vertiente, es indiscutible reconocer que LILIOM se inserta plenamente. La fábula de Molnár parecía ser terreno abonado para que el artífice de STREET ANGEL (El ángel de la calle, 1928) desplegara sus mejores armas fílmicas, logrando con ello una de las cimas de su cine. La realidad es que no fue así, y esta historia que se centra en la relación de un avispado y atractivo animador de un tiovivo –Liliom (Charles Farrell)- y la joven sirvienta Julie (Rose Hobart), carece de esa fuerza casi sobrenatural que definió los mejores instantes del cine hasta entonces elaborado por Borzage. Puede que en ello influyera el hecho de que el realizador optara por una experimentalidad que –reconozcámoslo- no logra trasladarse a la pantalla con la debida armonía, constituyendo el más sonoro fracaso de su obra hasta el momento.
Ocho décadas después, sin intentar desentrañar las causas de dicho fracaso o elucubrar con las posibilidades que permitía la base teatral elegida, lo cierto es que el film de Borzage puede ser visto como una rareza, una extrañeza, un atractivo tropezón o, quizá, una propuesta argumental que hacía demasiado obvias, inquietudes y constantes, que en muchos otros de sus títulos estaban integrados con mayor densidad, convicción y sutileza. Pero partiendo de lo que vemos, y sin entrar en el relato de las azarosas circunstancias que conoció la “postproducción” del film, lo cierto es que nos encontramos ante una sencilla historia de amor, bastante familiar para el cine de su artífice, que opta por ser insertada en un marco inhabitual en su obra hasta entonces ¿Quizá esta circunstancia de incidir de forma especial por un diseño de producción modernista impidió que gozara de las mejores cualidades que hasta entonces utilizara el cineasta? ¿Es probable que en esta ocasión y de forma insólita, la procedencia teatral acentuara la impericia de Borzage en los primeros pasos del sonoro? A estas alturas es bastante difícil inclinarse ante una u otra interrogante. Lo cierto es que LILIOM acusa –de manera muy especial en sus dos primeros tercios- de un estatismo inusual en la producción de nuestro director. A pesar de ser una película de pocos diálogos, y estar apoyada por una escenografía que en sus exteriores logra ser atractiva –la plasmación del parque de atracciones, la propia configuración de esos árboles irreales sobre los que conversan los dos personajes protagonistas, la escenografía esquemática que define el entorno sobre el que Liliom y el siniestro Buzzard (Lee Tracy) realizarán un frustrado golpe contra un cobrador de una fábrica, que supondrá el eje del suicidio de nuestro protagonista- y en interiores peque de excesiva austeridad. Todo ello no logra que dicha elección formal contribuya a enriquecer o dotar de una densidad suplementaria a esos fragmentos desarrollados en el interior de la vivienda de la tía de la protagonista, en los que el envaramiento y la ausencia de garra cinematográfica resulta patente. Todos esos fragmentos resultan desprovistos de esa musicalidad y convicción que Borzage había desplegado en su obra inmediatamente precedente, quedando quizá como una experimentación que en ocasiones funciona –la presencia de esos intermitentes haces de luz que sirven como fondo a la conversación entre Liliom y Julie por callejas oscuras, como reflejo del fondo que les ha rodeado-, e incluso detectando detalles que están incorporados para reforzar el carácter del principal personaje femenino –en un momento determinado, su rostro es encuadrado tomando como fondo el diseño de la noria, intentando con ello ofrecer una metáfora sobre la bondad de su carácter, y en otro esta es igualmente encuadrada teniendo detrás una vela, describiendo con ello el débil caudal de amor que le queda ante el moribundo Liliom-.
En cualquier caso, todos estos detalles que aquí y allá podemos encontrar, no compensan ante un conjunto que llega a chirriar en sus dos primeros tercios, alcanzando en el tercero una cierta fuerza que, pese a todo, no consigue levantar del todo una película apreciable más por aquello que pretende lograr, que por lo que finalmente acierta a expresar. No cabe duda, a este respecto, que será el fragmento en el que Liliom se encuentra moribundo -en medio de un amplísimo escenario dominado por la austeridad, donde Julie declama unos versos de la biblia-, aquel en el que la película alcanzará su más alto grado de intensidad. A raíz de dicha declamación, Liliom recobrará unos instantes la conciencia, dirigiéndose a su amada antes de morir. Será en ese momento cuando se produzca el momento más arrebatador de la película; la irrupción de ese tren que portará su alma hacia un mas allá que es mostrado con un rasgo amable, quedando como referencia a tantos y tantos títulos -como HERE COMES MR. JORDAN (El difunto protesta, 1941. Alexander Hall) o A MATTER OF LIFE AND DEATH (A vida o muerte, 1946. Michael Powell & Emeric Pressburger) que, con posterioridad, asumirán dichos postulados. A partir de ese momento, y sin lograr nunca alcanzar su fuerza e intensidad, el film de Borzage discurrirá por senderos dominados por un fino humor, si se quiere nunca especialmente brillante, pero que al menos trasladará al espectador a los instantes finales de la función, en los que el deseo concedido a nuestro protagonista por las autoridades celestiales, de retornar a la vida tras diez años purgando sus faltas, para poder contemplar a la hija de que estaba embarazada Julie cuando él se mató –sobre todo su suicidio-, culminará con la aceptación de que su regreso ya en nada puede alterar una realidad en la que su recuerdo tendrá por siempre más importancia que su imposible presencia. Una secuencia entrañable, pero del mismo modo carente de la fuerza y al alcance conmovedor con el que el cineasta nos tenía ya antes acostumbrados, y lograría en bastantes otros títulos de su filmografía posterior.
Por todo ello, cabe concluir que LILIOM resulta un título interesante, en la medida que sirvió de campo de experimentación para un cineasta inquieto que deseaba abrir nuevos caminos a su cine. Cierto es que lo logró muy poco después en títulos que aunaron inquietudes sociales y la esencia de su romanticismo. Pero en este caso, y pese a sus aciertos parciales, quedaron como una experimentación que no sería de justicia limitar como fallida, aunque resulta innegable deviene no suficientemente lograda, y en la que la inadecuación y envaramiento del en tantas otras ocasiones admirable Charles Farell resulta un aliado a la contra, aunque por el contrario Borzage encontrara en la sensibilidad de la joven Rose Hobart, una inesperada sucesora de la recordada Janet Gaynor.
Calificación: 2’5
1 comentario
Zinquirilla -
si quieres te la paso por email no vaya a pasar por aquí la Sinde..