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CINEMA DE PERRA GORDA

THE MIND BENDERS (1963, Basil Dearden) El extraño caso del doctor Longman

THE MIND BENDERS (1963, Basil Dearden) El extraño caso del doctor Longman

¿Cómo podríamos definir THE MIND BENDERS (El extraño caso del doctor Longman, 1963. Basil Dearden)? ¿Cómo una propuesta de ciencia-ficción? ¿Cómo un drama psicológico? ¿Acaso un morality play, en búsqueda de la redención de su protagonista? ¿Quizá una mirada, sobre la sociedad británica de aquel tiempo, presa de una serie de temores colectivos? Honestamente, creo de nos encontramos con una película, que asume parte de todos estos, e incluso algunos otros enunciados pero, ante todo, es una magnífica propuesta, sobre la que escandalosamente sigue sufriendo el manto del olvido, rodada en la obra de Dearden, tras la no menos espléndida LIFE FOR RUTH (Vida para Ruth, 1962) y, en su configuración, plenamente conectada, con un determinado contexto de producción, que no solo se plasmada en la producción inglesa.

El film de Dearden, que parte de un guion original de James Kennaway, se inicia de manera sombría, con unos extraordinarios primeros minutos que, en su atmósfera, no dejaron de recordarme a la excepcional NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957. Jacques Tourneur), describiendo el semblante atormentado del veterano profesor Sharpey (Harold Goldblatt), que abandonará los salones de un club, seguido por el posteriormente conoceremos, se trata del mayor Hall (John Clements). El científico se introducirá de manera temerosa en un tren, huyendo de Londres, seguido por el militar, hasta que, en un momento determinado, y sin móvil aparente, el primero se suicide, arrojándose el tren.

Un comiendo admirable, de tensión casi irrespirable, que nos trasladará al entorno de la Universidad de Oxford, donde el veterano militar iniciará unas pesquisas, encaminada a ratificar si el suicida, se convirtió en los últimos momentos de su vida, en un traidor a su país, dado los probados y poco recomendables contactos que mantuvo. Para ello, se acercará a sus compañeros de universidad, haciéndolo inicialmente en el dr. Danny Tate (Michael Bryant), quien le llevará al que fuera fiel compañero de experimentación del desaparecido. Se trata del joven dr. Harry Laidlaw Longman (Dirk Bogarde) que, desde hace ya varias semanas, se separó de dichas investigaciones. Longman se encuentra casado con Oonagh (Mary Ure), residiendo en una sencilla vivienda, junto a sus tres hijos. La búsqueda de unas motivaciones, que pudieran decidir en el militar su inesperado giro, así como la película que Hall contemplará, advirtiendo las consecuencias de unos experimentos que efectuaba el finado, llevarán a mostrar a este el tanque en el que efectuaban esos terribles experimentos de aislamiento, al que será forzado a recrear en carne propia el mismo Longman. Con ello, intentará demostrar que, al salir del mismo, su voluntad se podrá doblegar, facilitando una manipulación mental, en la que quizá se basara el cambio de actitud de Sharpey. El joven científico se someterá a la misma, tras la cual se inocularán una serie de claves a Longman, propuestas por Tate y Hall, para probar si con ellas, logran que vea con negatividad a su propia esposa y, con ello, provocar que se pudiera manipular mentalmente al desaparecido Sharpey. En principio, parecerá que el experimento ha sido fallido, pero el paso de unos meses, y en el transcurso de una verbena campestre, en una noche de Guy Fawkes, la inesperada llegada de Hall, permitirá comprobar que el hasta entonces solicito Longman, se ha convertido casi en una bestia, capaz de maltratar psicológicamente a su mujer, que se encuentra en esos momentos a punto de dar a luz.

De siempre he considerado que, en su conjunto, la ciencia-ficción británica, adquiría en conjunto una mayor consistencia que la norteamericana -hay excepciones, que siempre se salen de la norma-, en la medida que planteaba relatos más cercanos y dominados por la cotidianeidad. Ficciones centradas en personajes creíbles, y que no necesitaban naves ni efectos especiales de especial significación, para compartir su desasosiego con el espectador, que las percibía con inquietud, al aparecer casi como palpables. En buena medida, es lo que le sucede a THE MIND BENDERS, que discurre en voz callada, sugiriendo antes que mostrando, apostando por una gama de personajes creíbles en su configuración -además de magníficamente interpretados-. Todo ello, en medio de una gradación dramática, configurada a través de una planificación impecable, que en muchos momentos, dice más de la psicología de sus personajes, que sus propias manifestaciones externas -un ejemplo, el plano subjetivo de las piernas de Oonagh, con el que se nos presenta el personaje, es una clara muestra de la atracción que sobre ella siente Tate-. Pero lo importante en el film de Dearden, reside en la capacidad para extender a lo largo de todo su metraje -ayudado por la sombría iluminación en blanco y negro de Dennis N. Coop, y la severidad del fondo sonoro de George Auric-, un ámbito de inquietud, que por un lado parece ligarse a la espesura del mejor drama psicológico -aspecto al que no es ajena, la presencia de Bogarde y, en un rol secundario, de Wendy Craig, en una película que se estrenó más de medio año antes que la canónica THE SERVANT (El sirviente, 1963)-, ligando a ello toques de suspense e incluso ciencia-ficción -recordemos el título previo de Losey THE DAMNED (Estos son los condenados, 1962)-. En algunos de los escasos comentarios que existen sobre esta película, se señala la influencia existente sobre THE MANCHURIAN CANDIDATE (El mensajero del miedo, 1962. John Frankenheimer). Sin negarlas, creo que el film de Dearden se circunscribe, a esa corriente centrada en la pantalla inglesa, que ese mismo año brindaría un exponente tan magnífico como THE THIRD SECRET (El tercer secreto, 1963. Charles Crichton) o que, en Estados Unidos, permitiría exponentes en su momento tan menospreciados y, hoy día tan de culto, como SECONDS (Plan diabólico, 1965. John Frankenheimer).

Porque si algo caracteriza esta insólita propuesta, es esa aura de desasosiego que se extiende al conjunto de su metraje. Una mirada que permite que sus personajes emerjan por encima de su perfil inicial -estos adquieren una hondura, que permiten huir de estereotipos-, y su propio director se empeñe a fondo, en un argumento en esencia bastante sencillo, en el que importa mucho la densidad que transmiten sus imágenes, para lo cual Dearden se valdrá con gran acierto, del uso de la pantalla ancha. Ello permitirá que la interacción de su reducida gama de seres, adquiera una enorme solidez, valorando pequeños gestos y miradas. O que la presencia de ese inquietante episodio, en el que Longman se sumerja en esa siniestra balsa, rompa con el punto de vista habitual, para permitirnos los comentarios en off, distanciados, de Hall y, con ello, imbuir de un aura fantasmagórica a ese pasaje. Un fragmento, que nos permitirá ese lado de morality play asumido por la película, casi como una actualización del Jekyll y Hyde de Stevenson, abierto con un plano estremecedor; el primer plano de Bogarde despertando, con el contraplano de una manada de pájaros en el cielo, y cuyo rostro adquiere casi la imagen de un muerto en vida. Aunque a continuación, se produzca un contrapunto divertido -Longman se encuentra en una camilla, en el exterior del claustro universitario, llegando a quedarse desnudo-, no será más el inicio de la deriva perversa del hasta entonces pacífico investigador, plasmado en toda su magnitud, en ese aterrador primer plano sobre el rostro de Bogarde, mirando a su esposa, dentro del coche de ambos, e iniciando una deriva de perversión psicológica, que será solapada con una tan inquietante, como aparentemente tranquila elipsis.

Y será en su fase final, dentro de ese ya señalado festejo del Guy Fawkes, cuando THE MIND BENDERS alcance la excelencia como drama psicológico, intentando el recién llegado Hall y Tate, revertir el comportamiento de Longman, y revelando asimismo la crueldad de su comportamiento, permitiendo al segundo, desahogarse ante la turbada Oonagh. Esta, sin embargo, y pese a las molestias de las postrimerías de su embarazo, y su secreta aceptación, de los desprecios vertidos sobre ella por su marido -en ese momento, se encuentra coqueteando con la frívola Annabella (Wendy Craig)-, confiará en el amor inquebrantable que siempre ha puesto de manifiesto a su marido. Y contra todo pronóstico, cuando los artífices del experimento crean que ha fracasado la reversión puesta en practica -haciendo escuchar a Longman, la grabación de los falsos comentarios que le hicieron modificar de conducta-, será en última instancia un hecho natural; la llegada del cuarto hijo del matrimonio, el que finalmente ejerza como catarsis, y retorno a la normalidad de sus relaciones. Un parto que tendrá que practicar Longman a su esposa, en el interior de la barcaza habilitada como vivienda por Annabella, en unos minutos intensos y llenos de autenticidad cinematográfica, en los que tanto Bogarde como, sobre todo, Mary Ure, den toda una lección de coraje interpretativo. Será una apuesta por el amor y, como dirá el hasta entonces escéptico científico, la llegada de Pedro el pescador, señalando con ello el nacimiento del nuevo hijo del matrimonio y, con él, la recuperación de esa relación interrumpida, por un experimento cruel y que, sin embargo, jamás impediría la entrega absoluta de la aún joven esposa.

Olvidada por todos, THE MIND BENDERS es, sin embargo, una obra magnífica y personalísima. Otra de esas numerosas delicatessen, que se encuentran semi enterradas, dentro de las simbólicas catatumbas del cine británico.

Calificación: 3’5

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