MASQUERADE (1965, Basil Dearden) Agentes dobles
El inesperado triunfo de los primeros exponentes de la serie Bond, proporcionó de manera muy especial al cine británico -también al norteamericano-, el florecimiento de una amplia producción de películas de espionaje y agentes secretos. No olvidemos que nos encontrábamos con las postrimerías de la ‘guerra fría’, y ello propiciaría una corriente paralela, destinada a cuestionar, a partir de adaptaciones literarias de escritores de prestigio dentro del ámbito del cine de espías -John le Carré, Leigh Deighton-, una mirada desencantada en torno a la propia condición humana, descrita en pleno periodo efervescente del Swinging London. Pero es que, al mismo tiempo, esa visión se encontraría en exponentes que combinaban la misma, con elementos paródicos y de comedia, como sería el caso de la eternamente denostada, y para mi tan disfrutable MODESTY BLAISE (Modesty Blaise, agente secreto femenino, 1966. Joseph Losey).
Así pues, junto a la rentable presencia de las películas de James Bond, encarnadas por el iconográfico Sean Connery, surgirán numerosos agentes cinematográficos -recordemos el paródico Matt Helm interpretado por Dean Martin en USA, de las manos de un Phil Karlson venido a menos-. Y aparecerán una serie de títulos, combinando la comedia, la acción e incluso cierta vertiente trágica, como ejemplificaría el muy estimable WHERE TEH SPYS ARE (¿Dónde están los espías?, 1966. Val Guest), en el que David Nivel se veía convertido, muy a pesar suyo, en un espía, dentro de una aventura de tintes sombríos, descrita en Oriente Medio. Precisamente, un año antes de la película de Guest, aparece MASQUERADE (Agentes dobles, 1965), que el ya muy experimentado Basil Dearden, rodaría entre el melodrama de suspense WOMAN OF STRAW (La mujer de paja, 1964), y la muy atractiva superproducción KARTHOUM (Kartum, 1966). Es decir, en el último periodo en la obra de este interesantísimo y muy reivindicable realizador.
Sorprende, de entrada, contemplar a Dearden, al frente de una sátira del cine de espías, pese a que, en su obra previa, aparezcan comedias tan significativas -y poco conocidas- como THE SMALLEST SHOW OF EARTH (1957) ¿Podría esto avalar un mal momento en su consideración como hombre de cine? Aunque lo pueda parecer a primera vista, estimo todo lo contrario, ya que en el fondo, lo que plantea -otra cosa es el grado de eficacia cinematográfica que muestre su conjunto-, es una mirada tan nihilista en torno al mundo del espionaje y las altas instancias de la política británica e internacional, que podría brindar un título como THE SPY WHO CAME IN FROM THE COLD (El espía que surgió del frío), rodada por Martin Ritt, el mismo 1965 que el film de Dearden. Esa querencia cínica se encontrará ya presente en los propios títulos de crédito que, bajo las costuras del cartoon, preludian esa capacidad institucional -representada por ese león que identifica la corona británica-, que ofrece en torno a todos aquellos servidores de la misma, incapaces de sucumbir a su influjo.
Muy pronto se planteará la problemática en torno a las altas instancias inglesas, en el conflicto existente en un país árabe, donde el asesinato de su líder, ha dejado como regente a alguien proclive a ceder sus reservas petrolíferas a la Unión Soviética, mientras que el heredero Príncipe Jamil -presumiblemente prooccidental-, se encuentra a escasas semanas de adquirir la mayoría de edad ¡14 años! Para acceder al trono, apenas le restan dos semanas, por lo que desean simular su secuestro, asumiendo su custodia y, con ello, normalizar esos temores diplomáticos. Para ello, el veterano Coronel Draxel (Jack Hawkins), decide apostar por el agente David Frazer (Clift Robertson), viejo compañero suyo en la II Guerra Mundial, sujeto a un no demasiado estimulante bagaje de misiones, pero que se encuentra malviviendo en Londres como paupérrimo modelo de publicidad.
Convencido por Draxel y sus superiores, bajo una paga de 500 libras, se verá envuelto en la custodia de un muchacho que pronto revelará a un adolescente insoportable, dirigiéndose hasta España, en concreto a la costa alicantina. Allí intentará custodiar escondido al joven, y rodeándose de una extraña confluencia de lugareños, entre los que destacará la bella y misteriosa Sophie (Marisa Mell). El secuestro del heredero, pondrá a Frazer en verdaderos apuros, ya que, junto a su propia decepción personal, aparecerán las presiones del gobierno británico -representadas en el inflexible Benson (Charles Gray)-, que no dudarán en culparle y dudar de su honestidad en el cometido de esta misión. Para ello, será trasladado hasta Madrid, pero este caerá en una emboscada, viviendo una serie de andanzas, dominadas por lo inverosímil de sus formas, y por lo desoladoras que aparecen en su fondo.
Puede decirse que MASQUERADE aparece como una de las primeras sátiras del mundo del espionaje, planteada en tierra británicas. Su procedencia al socaire de la serie Bond, la expresará el propio príncipe adolescente, mostrando de manera inesperada un ejemplar de la obra de Ian Fleming Goldfinger -de reciente éxito en su adaptación cinematográfica-, inquiriendo si la aventura que van a vivir se asemeja al contenido de la misma. En este caso, nos encontramos ante una adaptación de la novela Castle Minerva, obra del escritor de novelas policíacas Victor Canning, contando como guionistas, con el tándem formado por Michael Relph -eterno colaborador de Dearden- y el posteriormente reconocido escritor americano William Goldman, en la que sería su primera aportación como tal guionista, muy pronto trufada de títulos de referencia, en el cine de los 70 y 80. Quiero pensar que la presencia de Goldman, pudo ejercer como detonante, a las intenciones marcadas de la novela de partida, y estimo también que a las del propio Dearden, que en su andadura previa habia demostrado ser un magnifico fustigador, de los vicios más reconocidos, de la sociedad inglesa de su tiempo. Creo que, en esta ocasión, prolongó ducha tendencia, aunque justo es reconocer, que nos encontramos ante un conjunto, que no siempre alcanza esa necesaria coherencia -incluso en su vertiente festiva-, para alcanzas cuotas mayores.
En cualquier caso, si más no, lo cierto es que la mirada iconoclasta que articula MASQUERADE no resulta desdeñable. Desde esos instantes iniciales, en los que se ofrece una mirada revestida de cinismo, describiendo esa maraña de intereses británicos -atención a ese empresario petrolífero, encarnado por el veteranísimo Felix Ailmer-, la película describirá un cierto bache narrativo con su llegada a España, y no elevará su interés, ya de forma definitiva, hasta el episodio del secuestro del joven heredero. Será el pistoletazo de salida, de una serie de aparatosas andanzas, sobrellevando una auténtica charada, llena de peligros, que pondrá en tela de juicio, e incluso dejando en permanente entredicho, la posible lealtad de todos los actores de esta inmensa y peligrosa aventura, que tiene como objetivo la eliminación o la salvación del pequeño heredero. Así pues, dentro del grado de nonsense que presiden las peligrosas aventuras protagonizadas por un Frazer que aparece casi siempre como un ser pasivo, no dejaremos de encontrarnos con secuencias fascinantes, como aquella descrita en el interior del castillo donde se le ha hecho preso, en la que con nada lejanos ecos de las producciones de Hammer Films, se utilizará de manera abigarrada la escenografía de iconografía religiosa, envuelta en unos intensos tonos rojizos, convenientemente destacados por la iluminación en color del experto Otto Heller. Será un ámbito en el que quedará realzada la enigmática belleza de la ambigua Marisa Mell, y al que se sucederán giros imprevistos, y una serie de andanzas descritas en la carpa de un juicio -nunca se explicará de manera convincente, como Frazer ha llegado hasta allí-, donde nuestro protagonista será humillado por el equipo de encargados de llevar a término el secuestro, en una secuencia revestida de una extraña crueldad -en la que intuyo que la presencia de un guardia civil riendo de manera desconsiderada, pudo quedar como un private joke de denuncia del entorno franquista, registrado por la España de su tiempo.
Finalmente, y según las máscaras de los diferentes personajes, se vayan cayendo una y otra vez, el film de Dearden se insertará en una peligrosa catarsis, en la cual por un lado, contemplaremos como el heredero adquiere en el peligro una sobrevenida madurez, mientras que el destino, y la oportunidad en su rescate, devolverá al veterano Draxel, un grado de respetabilidad que en realidad no merece. Es así como concluirá un conjunto revestido de cinismo, que no cabe duda no tuvo una plasmación cinematográfica lo suficientemente audaz, pero no por ello aparece desprovista de interés.
Junto a ello, existe en MASQUERADE un elemento que personalmente adquiere una especial significación, como es consignar su rodaje en tierras alicantinas, cuando nuestra provincia empezaba a ser frecuente escenario de producciones extranjeras. Por ello, el casco antiguo y costero de la ciudad de Villajoyosa, aparecerá antes de su explotación turística, como lo aparecerá en sus secuencias finales el Pantano de Amadorio, destacando la secuencia rodada en el patio de armas del alicantino Castillo de Santa Bárbara -tan frecuentado por las películas de terror de Jesús Franco-, convenientemente adornado con escenografía escultórica, y convertido merced a un ingenioso diseño de producción, en una amenazadora fortaleza, y cuyo rodaje se produjo, en junio de 1964.
Calificación: 2’5
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