HER HIGHNESS AND THE BELLBOY (1945, Richard Thorpe) [Su alteza y el botones]
Cuando ya entrada la década de los cuarenta del pasado siglo, la comedia americana iba dejando atrás su extraordinario periodo Screewall, aparece e incluso se consolida en su seno, una vertiente que entronca con un tipo de producción familiar. Nos referimos a títulos amables, sin grandes pretensiones y que, en algún momento, estarán en contacto con la opereta, llegando a ser puestos en solfa por futuras figuras del género, como el mismísimo Billy Wilder -THE EMPEROR WALTS (El vals del emperador, 1948)-, o en nombres emblemáticos como el mismísimo Ernst Lubitsch, a través de aquella irregular propuesta, que finalmente completó su discípulo, Otto Preminger, sin compartir crédito; THE LADY IN ERMINE (1948).
Pues bien, pocos años antes de estos dos ejemplos concretos, podemos señalar esta curiosa y discreta mixtura de comedia familiar, cuento principesco, y ecos del slapstick que brinda HER HIGHNESS AND THE BELLBOY (1945), inesperada incursión del muy prolífico y por lo general no demasiado afortunado Richard Thorpe, en dicha vertiente, dentro del ámbito de la Metro Goldwyn Mayer. Curioso -y apenas conocido- precedente, de la posterior y mucho más brillante ROMAN HOLIDAY (Vacaciones en Roma, 1953. William Wyler), la película se impregna -y no poco-, por esa aura realista que aparece en aquel periodo de la producción del estudio, cuando apenas había concluido la II Guerra Mundial, y los ecos del neorrealismo se habían extendido por todo el mundo. No resulta casual que ese mismo año, Robert Walker, brillante protagonista de esta película, había hecho lo propio con la atractiva THE CLOCK (1945), insólita aportación de Vincente Minnelli, filmando el breve encuentro de 48 horas de un soldado en la gran urbe newyorkina, forjando una relación con la joven Judy Garland. Algo de dicho personaje parece flotar en la encarnación de Walker del simpático botones Jimmy Dobson quien, junto a su atolondrado amigo Albert (Rags Ragland) -a quien ha logrado despojarle de su ligazón a una banda de delincuentes-, cuidarán de una vecina de edificio y amiga, con la que nuestro protagonista mantiene una entrañable relación, y que se encuentra impedida de las piernas -Leslie (June Allison)-. De manera paralela, se registrará en el hotel en el que Jimmy trabaja, la joven princesa de un país indeterminado -Verónica (una Hedy Lamarr, en la cumbre de su belleza)-, que ha viajado hasta Nueva York, para intentar recuperar el amor perdido con un joven periodista, del que se sigue sintiendo ligada, pese al paso del tiempo.
Muy pronto, y de manera involuntaria, Verónica conocerá a Jimmy -que intenta atesorar propinas paseando perros, para pagar obsequios a Leslie-, iniciándose una insólita relación entre ellos, que no remitirá, cuando este descubra que se encuentra ante una representante de sangre real. Advirtiendo esta, que Jimmy conoce al periodista que en realidad ocupa sus sentimientos -Paul MacMillan (Warner Anderson)-, no dudará en utilizarlo para lograr su objetivo. Bajo esta premisa, girará esta extraña y al mismo tiempo convencional ronde de amores confundidos, en la que el joven botones se enamorará de Verónica, esta última buscará recuperar el amor de MacMillan, mientras que la sensible e impedida Leslie soñará, para sus adentros, en mantener el amor de Jimmy.
Todo ello, quedará descrito en una comedia a la que, justo es señalarlo, le hubieran beneficiado unos 20 minutos menos de duración, pero que no por ello queda revestida de un modesto grado de interés. Interés que, en ocasiones, se encuentra presente, por esa extraña querencia que aparenta albergar, del universo literario del gran cronista newyorkino que fue Damon Runyon -quiero pensar que, en la recreación de Paul, puede encontrarse alguna lejana referencia a su figura-, y que dará pie a algunas de las secuencias más divertidas de la película, como aquella que se describe en el tugurio al que acudirán Jimmy y la princesa. Una visita espoleada por la noble, que mantiene la intención de encontrarse de nuevo con el periodista, en la que serán constantemente asediados por un tosco camarero, empeñado en que cenen manos de cerdo, finalizando la misma con una enorme pelea y una redada, en la que la princesa será detenida -sin saber su real identidad-, no sin la satisfacción de ella, por ver que Paul finalmente la ha localizado.
No siempre se encontrará ese mismo grado de regocijo en la función. Desde la presencia de ese detestable pretendiente aristocrático de la princesa -el barón Faludi (Albert Esmond)-, hasta la presencia de una horripilante secuencia kitsch, en donde con querencia hacia la fantasía, se acerca a los peores extremos de la opereta. En cualquier caso, HER HIGHNESS AND THE BELLBOY se degusta con relativa placidez, bien sea por la ligereza con la que describe esa cotidianeidad de la vida obrera newyorkina, por el cierto grado de sensibilidad que adquieren las secuencias que se centran en el personaje de la estupenda June Allison o, en esos divertidos minutos finales, en los de manera inesperada, Verónica se convertirá en futura reina, al tener noticia del inesperado fallecimiento del monarca, desquiciándose su séquito, en una serie de desbordadas situaciones, que adquirirán un tono absurdo al regreso de la desaparecida, en medio de una no menos ridícula y reiterada, ceremonia de pleitesía, en las propias dependencias del hotel. Todo ello, conformará un conjunto, que Richard Thorpe filmará con tanta eficacia, como desgana en sus peores momentos, y que culminará con una conclusión que, en definitiva, apela a la propia insustancialidad del conjunto, y que se reiteró en no pocas comedias de estas características; en una celebración final, contemplaremos en pleno baile a las dos parejas en litigio, mientras el divertido Albert, mirará a la pantalla, con un gesto de complicidad.
Calificación: 2
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