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CINEMA DE PERRA GORDA

JAILHOUSE ROCK (1957, Richard Thorpe) El rock de la cárcel

JAILHOUSE ROCK (1957, Richard Thorpe) El rock de la cárcel

Aunque fue la tercera producción en la que participó, puede decirse sin temor a equivocarnos, que JAILHOUSE ROCK (El rock de la cárcel, 1957. Richard Thorpe), supone la primera de las películas, que consolida la mitología cinematográfica de Elvis Presley, dentro de un ámbito de limitada extensión temporal, y no demasiado contorno cualitativo, en el que sin embargo se acogieron títulos de estimables cualidades, entre los que destacaremos KING CREOLE (El barrio contra mí, 1958. Michael Curtiz), a mi modo de ver, la producción cinematográfica más valiosa, protagonizada por el cantante. Comparada con esta producción inmediatamente posterior, JAILHOUSE ROCK palidece un poco, en la medida que nos encontramos con un conjunto menos rotundo que el de Curtiz –que embridaba con especial acierto los servilismos al cantante, con un melodrama noir de notable efectividad-. Sin embargo, ello no nos va a impedir valorar en la medida que merece, este apreciable drama, que aporta una realización que oscila entre lo apagado y lo desprejuiciado, hasta el punto de disponer de una estructura narrativa que, en no pocas ocasiones, se describe en una sucesión de secuencias y situaciones, abandonando una intencionalidad dramática, en beneficio de una cierta atonalidad. En ella contrastará la actitud desplegada por el protagonista, el joven Vince Everett (Presley), casi como si ese recorrido existencial, desde la normalidad de su trabajo, su ingreso en la marginalidad a partir de su repentino ingreso en prisión, o su posterior encuentro con la fama, a partir del desarrollo de su singular personalidad como cantante, y gracias a la ayuda que le prestará la joven agente del mundo del disco –Peggy (Judy Tyler), fallecida en accidente muy poco después de finalizar el rodaje-, que poco a poco se irá enamorando de él-.

La realidad es que JAILHOUSE ROCK perdura moderadamente en nuestros días, y más allá de su aspecto circunstancial de suponer uno de los primeros exponentes del estrellato cinematográfico de Presley, tan pronto hundidos en las aguas de la mediocridad, en la continuidad que permite, a la hora de establecer en su figura, un representante del rebelde en la pantalla. Una faceta que adquirió carta de naturaleza en Hollywood, a partir de la llegada del prematuramente fallecido James Dean, aunque marcara exponentes previos en la figura de Marlon Brando. En cualquier caso, y más allá de buscar en ello un elemento de segura comercialidad entre los adolescentes –sobre todo las muchachas- de aquel tiempo, lo cierto es en esta ocasión se plasmó en un producto, que adquiere bastante más importancia en la plasmación de esa rebeldía interior por parte del Vince Everett protagonista –y al que Presley aporta una indolencia que enriquece su personaje, unido a su sensualidad y desafío ante la cámara-, que en el propio enunciado dramático de la misma.  De tal forma, el film de Thorpe aparece como un recorrido en torno al tortuoso mundo interior de Everett, describiendo su inadaptación al conformismo del éxito, su voluntad de expresarse a través de la música, y su incapacidad para canalizar sus sentimientos a través de las relaciones afectivas y sentimentales. Es más, en esa capacidad para mostrarse áspero e incluso impertinente, deviene uno de los elementos más atractivos en la película, y perfecto elemento de base para los estallidos emocionales que expresan su música, o ese duro comentario que saldrá de su boca tras besar por vez primera a Peggy, diciéndole “Ha salido la bestia que hay en mí”.

Es precisamente esa, una de las cualidades de JAILHOUSE ROCK; la presencia de unos diálogos secos y cortantes, tanto los pronunciados por el arrogante Everett, como aquellos que le rodearán en su ascenso hacia la fama, casi como en un inesperado combate de cinismo, que se prolongaría en algunos de los films inmediatamente posteriores protagonizados por Presley –no olvidemos que en el muy cercano WILD IN THE COUNTRY (El indómito, 1961. Philip Dunne), se contó con el dramaturgo Clifford Odets, especializado en diálogos llenos de furia, en calidad de guionista-. Esa inclinación por la réplica seca y cortante, irá acompañada por una estructura dramática caracteriza por su discontinuidad narrativa, casi heredada del ámbito que caracterizaría el cine protagonizado ya entonces y posteriormente dirigido por el cómico Jerry Lewis, que curiosamente al año siguiente parodiaría al mundo musical de Presley, en una de las secuencias musicales de ROCK A BYE BABY (Yo soy el padre y la madre, 1958. Frank Tashlin). Se percibe una sensación de extraña atonalidad, de cierta desconexión entre uno y otro episodio, como si aparecieran desgajados de un guión férreamente articulado. Esa extraña estructura dramática, la fuerza de sus diálogos, la sensualidad y arrogancia de Presley, lo caduco que aparece el célebre número que da título a la película, invocando el pasado delictivo del protagonista, la cierta química erótica existente entre Presley y la Tyler, o el patetismo que se encuentra presente en el compañero preso del protagonista, encarnado por el estupendo Mickey Shaughenessy, representante de la música country, un ámbito que Presley contribuiría a asumir y, en el fondo, a liquidar, son aspectos que permiten que JAILHOUSE ROCK sobreviva con mejor estado del que pudiera suponerse a primera vista. Es cierto que KING CREOLE aparece quizá como la expresión más perdurable del limitado universo fílmico perdurable de la estrella del rock. Ello no impide dejar de lado una película como la que comentamos, que avala el magnetismo y el carisma que Presley brindó en aquellos primeros años de su carrera, con una juventud a sus espaldas, casi insultante.

Calificación: 2’5

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