HELL BELLOW ZERO (1954, Mark Robson) Infierno bajo cero
Contemplando HELL BELLOW ZERO (Infierno bajo cero, 1954. Mark Robson), uno se deja llevar a ese cine de aventuras que emanaba en aquellos años cincuenta. Películas en ocasiones formularias y estereotipadas, pero al mismo tiempo amenas y realizadas con la sola intención de proporcionar entretenimiento al público de su tiempo, con una extraña alquimia entre la ingenuidad de sus planteamientos, y la facilidad con la que aplicaban esa alma de cierta autenticidad en sus resultados. Es el ejemplo de títulos como GREEN FIRE (Fuego verde, 1954. Andrew Marton), HIS MAJESTY O’KEEFE (Su majestad de los mares del Sur, 1954. Byron Haskin) –es curioso como enuncie títulos rodados el mismo año del que comentamos-. Referencias y exponentes quizá a situar en segundo término dentro del considerable nivel de aquel periodo dorado para el género, pero que a ojos de nuestros días se contemplan con una extraña solidez con mezcla de eficacia, y el poso que ofrecían, producciones que adquirían una extraña sensación de autenticidad, pese a la abundancia de transparencias y estereotipos en su galería humana. Todo ello aparece, punto por punto, en esta producción de la Columbia rodada en los estudios Sheperton con numerosos intérpretes y técnicos británicos, contando con la producción del temible Irving Allen y el futuro factotum de la serie Bond, Albert R. Broccoli. En esta ocasión, la combinación de aventura y suspense se traslada hasta Sudáfrica, donde se trasladará la joven Judie Nordhal (Joan Tetzel), al conocer que su padre ha desparecido en alta mar, dentro del ballenero en el que ejercía como capitán. En el trayecto en avión tendrá como compañero de asiento al americano Duncan Craig (Alan Ladd), con quien de inmediato simpatizará. La circunstancia de tener que buscar personal al ballenero en el que se va a embarcar la joven, permitirá a Craig, que se ha enfrentado con el socio que le ha estafado diez mil dólares, y al que ha pillado en pleno corteje de una mujer de dudosa catadura, incorporarse en la tripulación. El destino y su decisión le hará asumir el cargo de oficial primero del buque, conociendo y simpatizando con su superior, y también con el doctor Howe -Niall MacGuinnis, el satanista de la inolvidable NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1958. Jacques Tourneur)-. Será el ámbito en el que Craig acceda al buque nodriza, que se encuentra en pleno ciclo de captura ballenera, para el cual se alberga una amplia flota, y que se encuentra dirigido por Erik Bland (un jovencísimo Stanley Baker), hijo del socio principal de la flota –Basil Sydney-, y antiguo prometido de Judie.
Muy pronto se hará ver el lado oscuro de Erik, intuyendo Craig un turbio fondo, oculto con el silencio de una tripulación asustadiza, incapaz de ofrecer alguna pista para esclarecer la desaparición del antiguo capitán. Un testigo, que se encuentra encerrado en un calabozo, se prestará a declarar ante Craig y el dr. Howe, confirmando sus sospechas sobre Bland, pero alguien anónimo lo atacará con un cuchillo, quitándole la vida. El avistamiento de ballenas destinará a Craig a un barco comandado por la joven y aventurera Gerda Petersen (Jill Bennett), viviendo con ella un episodio de caza de ballenas, e internándose poco después en un banco de hielo, quedando el barco bloqueado. Ante las llamadas de socorro, e intuyendo Craig que Bland los va a dejar abandonados, utilizará una treta para hacerlo llegar, aunque este no dude en atropellarlos, provocándose el hundimiento de ambas naves. Los supervivientes tendrán que protegerse en las inclemencias del hielo, pero incluso en aquel marco tan peligroso y desapacible, retornará la rivalidad entre Bland y Craig, que tendrá que dirimirse en plenos glaciares.
Puede decirse que casi todo en HELL BELLOW ZERO aparece como previsible, pero al mismo tiempo nunca deja de resultar eficaz, dentro de un ritmo ligero que no propone baches en su discurrir. Es cierto. Los personajes nunca se salen de los estereotipos que representan, pero siempre hay en la película, detalles que redimen dicha limitación, proporcionándole un cierto toque de distanciación. Es algo que tiene presencia en el vuelo Londres – Ciudad del Cabo, donde las azafatas parecen ejercer como celestinas en el encuentro de la pareja protagonista, o en el detalle de Craig de tirar al suelo una figurita de porcelana, que se ha salvado tras la refriega mantenida con su socio que ha destrozado la habitación. Incluso en ese servilismo al material de archivo, el film de Robson proporciona no pocos placeres. Uno de ellos, quizá el más relevante, sea la inclusión de un pequeño documental en torno a la tarea de los balleneros, que se inserta en el relato con la excusa de la explicación que Bland padre brindará a Craig cuando este se incorpore al epicentro de la operación ballenera –la segunda unidad, destinada en la Antártida, corrió a cargo del británico Anthony Bushell, director de la muy curiosa THE TERROR OF THE TONGS (El terror de los Tongs, 1961) para Hammer Films-. A partir del encuentro con dicha actividad, lo cierto es que el film de Robson alcanza una cierta aura ligada el cine de aventuras, encontrándose incluso en un magnífico episodio, ecos de la experta mano que Robson aplicó en sus títulos rodados bajo la égida de Val Lewton. Esa inclinación por lo inquietante, aparecerá de forma magnífica en la secuencia en la que Craig persiga en el interior de la sala de máquinas del buque, a ese anónimo atacante que ha asesinado al testigo que se encontraba encerrado en el calabozo, y que a ojos de este no tendrá duda de que se trata de Erik. Un pasaje en donde el acierto de la planificación y la agudeza de su montaje, incorporará al relato un componente numinoso. Todo lo contrario que ofrecerá esa sensación de vitalismo que proporcionará el episodio de carácter documental, en el que Gerda practique la caza de la ballena, transmitiendo al espectador una extraña sensación de verdad fílmica. Es más, incluso toda la parte final, en la que se combinan planos de carácter documental y otros rodados en estudio, aunque supuestamente ambientados en la Antártida, pese a cierto esquematismo, se transmite esa mirada añorante en torno a un añejo cine de aventuras, de costuras previsibles, pero con un sabor irrepetible.
Calificación: 2’5
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