ORPHÉE (1950, Jean Cocteau) Orfeo
Figura mítica en la eternamente chauvinista Francia. Artista polivalente, tanto a nivel literario y teatral, como pictórico, no faltan voces que tienen en una cierta especial significación, la escasa producción como director cinematográfico de Jean Cocteau. Fue algo, que incluso encandiló a aquellos críticos de Cahiers du Cinema que, sin embargo, no tuvieron empacho en crucificar a tantos y tantos hombres de cine, cuya andadura se ha demostrado, con el paso del tiempo, no solo mucho digna de atención y análisis, sino que, en este caso concreto, de considerable mayor altura, que la planteada por la obra fílmica de Cocteau.
A lo largo del tiempo, he podido acércame a buena parte de la misma, y mi conclusión revela que el francés utilizó el cine como un modo de jugueteo, y exteriorización de buena parte de sus obsesiones personales y estéticas, pero ello no llevó aparejada la presencia de un cineasta de interés. Es algo que ya se podría evidenciar, en la mediocre y trasnochada, ya en el momento de su rodaje, propuesta surrealista LE SANG D’UN POETE (La sangre de un poeta, 1932). Es posible, que en sus posteriores películas, se articulara una mayor presteza en la utilización de los recursos del lenguaje de la pantalla, al tiempo que hay que reconocer que su producción, siempre se articulaba dentro de un ámbito de rarezas, por lo general, ligadas al lenguaje del cine fantastique. Así sucedería con LE BELLE ET LA BÊTE (La bella y la bestia, 1946), considerada todo un clásico, y de la cual no puedo proponer una opinión muy certera, ya que tengo un recuerdo muy lejano de la misma. La misma condición ha ido adquiriendo, con el paso del tiempo, su posterior realización; ORPHÉE (Orfeo, 1950), hasta el punto que, en no pocas reseñas, aparece como un clásico incontestable del cine fantástico europeo.
Se trata de una consideración de la que me distancio de manera considerable, sin dejar de reconocer un cierto grado de efectividad a esta apreciable propuesta, en la que de nuevo podemos apreciar las sempiternas virtudes y carencias del cine de Cocteau. Ello conformará en su configuración, y bajo mi punto de vista, un conjunto curioso y con buenos momentos, que destaca más por la originalidad de su planteamiento, que por la homogeneidad de su resultado. En realidad, con ORPHÉE, Cocteau adapta y actualiza la célebre leyenda de Orfeo y Eurídice y, con ello, se suma a esa corriente que las cinematografías occidentales brindaron al cine fantástico de aquellos años de posguerra, sumándose con propuestas que albergaban una visión más o menos positiva de la vida ultraterrena. En esta ocasión, el polifacético artista francés, no olvida introducir una mirada más o menos crítica, en torno a la vida intelectual parisina de aquel tiempo -esa inefable secuencia, en la que una serie de escritores y poetas, se enzarzan en una pelea, mal dirigida y poco convincente en su plasmación, que servirá para dar a conocer al personaje de Orfeo (Jean Marais), un conocido poeta, que provoca la envidia e incluso la antipatía entre otros escritores, sobre todo de menor edad. Dicho enfrentamiento, suscitará una violenta situación con presencia policial, en la que de manera accidental caerá herido y pronto fallecerá, el joven e irascible poeta Jacques Cégeste (Edouard Dhermite, amante de Cocteau, tras sufrir el desengaño de Marais). Será ese el inicio de la insólita aventura vivida por Orfeo, al ser conducido por una extraña mujer, denominada Princesa (María Casares), que en el fondo es la representación humana de la muerte, siendo trasladados ambos en un coche que porta el extraño Heurtebise (François Perier), en realidad un muerto en vida, escoltados por dos extraños motoristas ataviados de negro, eternos mensajeros de noticias luctuosas.
A partir de ese momento, ORPHÉE se interna en un terreno sombrío, adentrándose en un terreno sobrenatural y romántico, contraponiendo la relación estable que Orfeo mantiene con su esposa -Eurydice (Marie Déa)-, dominada por la rutina e incluso cierto desapego -este ni siquiera se llegará a enterar que ella se encuentra embarazada-, quedando progresivamente fascinado por ese contexto sobrenatural, y por la propia personalidad que emana de Princesa, al tiempo que el siempre pesaroso Heurtebise, haga lo propio con Eurydice. Todo ello, tendrá como fondo una serie de andanzas, que llevarán a la mensajera de la muerte, a atraer a su mundo, celosa, a la esposa de Orfeo, viéndose este obligado a recuperarla, haciéndolo bajo el imperativo mandato de no poder mirarla.
Hay un problema, que a mi modo de ver, impide que pueda tomarme el film de Cocteau demasiado en serio. Ello reside, fundamentalmente, en la escasa fuerza que alberga el seguimiento de la actualización de su leyenda, hasta el punto que en no pocas ocasiones, sus secuencias parecen revestir tintes de involuntaria comedia. Antes señalaba lo ridícula que me parecía esa mirada en torno a los escritores reunidos en la Puerta de las Lilas, culminando en una pela mal planteada y peor filmada. Será un universo que se planteará más adelante en la película, en otra secuencia de acoso por parte de estos al domicilio de nuestro protagonista. Es cierto que otros aspectos más o menos irónicos, revisten mayor pertinencia, como puede ser la secuencia del juicio celebrado por esas viejas personalidades, provenientes del mundo de la muerte. Y es que, en no pocos momentos, uno tiene la sensación que Cocteau utilizó en ORPHÉE, similar tonalidad, que algunas comedias de carácter sobrenatural, filmadas tiempo atrás por otro paisano suyo; René Clair. Esa cierta sensación de torpeza y poca gracia, unida a lo molesta que me resulta la presencia de la voz en off del director, incluyendo en ella la reiteración de esos versos que aparecen dentro del extraño coche, son elementos que limitan mi aprecio por esta película, como lo hace la convencional conclusión, propia del más arquetípico melodrama burgués, en la que pareja protagonista vuelve a la vida normal, además con destellos de una felicidad futura.
Por fortuna, no todo en ORPHÉE adolece de dichas deficiencias y debilidades. Creo que en ocasiones de manera casi involuntaria -soy de la opinión de que lo más valioso del cine de Cocteau apareció por simple intuición-. Y en ello se insertan, bajo mi punto de vista, el logro de una espesura y atmósfera, en la que se inserta todo lo que de inquietante y sugerente, plantea la visión de ese entorno ultraterreno. Una visión, en la que el francés insertará ese regusto por efectos cinematográficos, que en esta ocasión se revelan de notable efectividad. Hablamos a este respecto, del uso de la moviola, logrando con ello estampas de cierta efectividad, o la cámara lenta, utilizada ésta en un contexto dominado por viejas ruinas, que intentará plasmar, la novedosa plasmación del Hades. Añadamos a ello, la configuración triste del personaje de Heurtebise, o la propia inquietud que plantea Princesa, por más que la performance de María Casares, aparezca a mi juicio revestida de molesta retórica. Así pues, nos encontramos con una película tan apreciable como desequilibrada, demostrativa en todo momento de esa cierta tendencia naif que registró Jean Cocteau, a la hora de llevar a cabo sus experiencias cinematográficas. pero, al mismo tiempo, demostrativa de las enormes limitaciones que considero, lastraron unas experiencias, en algunos ambientes mitificadas. Es decir, nos encontramos con una curiosidad fantastique, simpática si se contempla al margen de cualquier prejuicio, pero a la que la condición de clásico, creo que solo puede ir aparejada, en la medida de proceder de una cinematografía tan peculiar como la gala.
Calificación: 2’5
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