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CINEMA DE PERRA GORDA

EIGHT O’CLOCK WALK (1954, Lance Comfort)

EIGHT O’CLOCK WALK (1954, Lance Comfort)

Una de las facetas que más me sorprende, de cuantas acometió un cineasta como Lance Comfort, de quien según me voy adentrando en su obra -ésta es la octava película suya que puedo contemplar-, más me hace percibir su condición de figura fundamental y a rehabilitar en el cine inglés, es el hecho de la evolución que fue albergando, sin que sus rasgos de estilo perdieran un ápice de su vigencia. Es cierto que esa capacidad evolutiva se planteó en otros directores, por fortuna recuperados, como Basil Dearden. Pero no es menos evidente, y es de justicia reconocerlo, que en Comfort se plantea la continuidad de una serie de elementos, que estuvieron presentes desde los primeros compases de su filmografía, y que a mi modo de ver le otorgan esa dimensión hasta ahora negada en su trayectoria.

Todo ello se cumple, plano a plano, en la extraordinaria EIGHT O’CLOCK WALK (1954), con la que Comfort se adentra en un relato judicial, a partir del guion de Katherine Strueby y Guy Morgan, y una historia original de Jack Roffy y Gordon Harbory que, a grandes rasgos, nos describe la odisea sufrida por un joven taxista -Tom Manning (Richard Attenborough)- cuando, de la noche a la mañana, se verá implicado en el asesinato de una niña, con la que únicamente se ha encontrado de forma casi casual. La película se iniciará con el vibrante y solemne fondo sonoro de la sintonía compuesta por George Melachrino, mostrando diferentes campanarios de edificios de Londres. Será al mismo tiempo la celebración de la fiesta de los inocentes, por parte de un puñado de chiquillos, gastando bromas a todos aquellos mayores que se encuentran a su paso. Casi de inmediato, la película nos adentrará en el inicio de la tragedia, de un lado con la descripción de la situación vivida por el protagonista con la futura víctima -unos pasajes iniciales, descritos con la voz en off de este-, en cuyo aparentemente normal desarrollo, se irán sucediendo el leve discurrir de personajes, que más adelante, tendrán notoria importancia en el desarrollo, de lo brindado en esa vista judicial, que aparecerá como auténtica entraña del relato. Sin embargo, no puede decirse que el film de Comfort se erija como brillante drama judicial -que lo es-. Por el contrario, nos encontramos ante una obra de suma riqueza narrativa y conceptual, que no obvia su condición de alegato, más que en contra de la pena de muerte, de los prejuicios de una sociedad en apariencia civilizada, que muy pronto dejará ver la fragilidad de sus costuras, al plasmar de una manera tan sutil como contundente, la facilidad con la que una colectividad civilizada, puede modificar su semblante, simplemente basándose en indicios y elementos casuales. Es evidente, que su deriva dramática, de manera indirecta nos plantea un alegato en contra de la pena de muerte -¿Es posible que Richard Fleischer tuviera en cuenta a Attenborough, para encarnar al oculto asesino de la estupenda 10 RILLINGTON PLACE (El estrangulador de Rillington Place, 1971)?-. Pero hasta llegar a ese punto, los extraordinarios valores que emana de su enunciado, tienen la enorme virtud de discurrir por sus imágenes, sin interferirse en sí mismos, enriqueciendo constantemente las diversas líneas vectoras que permiten que su resultado, vaya creciendo casi a cada plano.

De entrada, y como tantos otros exponentes del cine inglés, ya desde los años posteriores a la II Guerra Mundial, los exteriores de EIGHT O’CLOCK WALK rezuman autenticidad. Exteriores dominados por su humedad, alentados por la iluminación en b/n de Brendan Stafford, en donde podremos contemplar tanto el bullicio y la vida urbana, como las huellas que sigue dejando la contienda -ese solar, que tanta importancia tendrá en los primeros compases del relato-. Esa búsqueda de vitalidad, se encontrará presente en la manera de describir distintos entornos laborales -desde la propia del taxi, que muestra su protagonista masculino, la de la escuela a la que pertenece la niña asesinada, la sala de baile en la que Manning, y su esposa -Jill (la norteamericana Cathy O’Donnell)- sortean su rutina, hasta todo aquello que rodea el ámbito del palacio de justicia que, en esta ocasión, procurará ir bastante más allá de sus escenarios habituales, como esas grandes salas donde se encuentran esperando los testigos, algo poco plasmado en pantallas cinematográfica. Todo ello, contribuye, y no poco, a esa extraña y casi apasionante fluidez, que se adueña del espectador, de manera tan hipnótica como, al mismo tiempo, revestida de asombrosa sencillez.

Para ello, resulta patente como Comfort articula una auténtica lección de cine, confirmándolo como un cineasta revestido de una constante inventiva. Es algo que podremos, de entrada, ratificar, en la presencia de un montaje deslumbrante, que sabe contraponer los contrastes articulados en el relato, al tiempo que apelar a un asombroso ritmo, que permite incidir en esa creciente densidad planteada en sus imágenes. Evoquemos, dentro de dicha vertiente, la manera en la que se funde, en off, el asesinato que centrará el drama, con el discurrir de un tren. La brillantez con la que se funde el momento en que se encuentra el cadáver de la niña, con la trompeta del miembro de la orquesta de la fiesta nocturna a la que asisten los Manning, ese travelling frontal que se cierne sobre el rostro de Manning, cuando es acusado formalmente de asesinato, fundiendo con el único y doloroso plano que describe el funeral de la niña estrangulada, del que contemplamos a la izquierda del encuadre, las piernas de su asesino.

Pero al margen de esa extraordinaria brillantez narrativa, destaca en la película una especial querencia por las criaturas que forjan el cuadro global de la película. Todos ellos, rodeando el creciente y angustioso drama personal del protagonista -y, con él, el de su esposa-. Tendrá un alcance tan intimista como casi conmovedor, la tragedia personal del juez, que vive con absoluta discreción la operación, agonía y muerte de su esposa -en un momento dado, unas espectadoras del juicio, hablan con cierto desdén de este, criticando que irá a comer ovíparamente, sin saber que en realidad acude al hospital-. O la cierta rivalidad que albergará el fiscal -Geoffrey Tanner (el veterano Ian Hunter)- y el inesperado abogado del caso -Peter Tanner (Derek Farr)-, ya que ambos son padre e hijo, mostrando de manera sutil, además, el clasismo de la sociedad inglesa, y describiendo con dureza, la frialdad que el bufete de la defensa, está aplicando con el acusado, hasta que el propio interesado, en un alarde de lucidez y confianza, decida que Peter, inicialmente pasante del mismo, acceda a ser su defensor. La película describirá también, quizá no con la misma intensidad, la importancia, las debilidades y los prejuicios de los jurados, casi a modo de oportunas pinceladas.

En los títulos que he podido presenciar de la obra de Comfort, he ido detectando la importancia que otorgaba a un determinado objeto -variable en cada película-, que ejercía a modo de oculto hilo conductor, del devenir de la misma. En EIGHT O’CLOCK WALK, este se plasmará a modo de pañuelos, teniendo capital importancia el de Tom, que figurará bajo el cuerpo de la niña asesinada, pero que se reiterará en los momentos más tensos de algunos de sus personajes. Nos encontramos ante un relato, de precisa y admirable dirección de actores -atención a como apenas con una mirada de su esposa y su casera, podemos intuir la amenaza que se cierne sobre Tom al llegar a su pequeña residencia-, o a la brillantez con la que se muestran los engranajes de un proceso judicial -es especial, a esos instantes previos a la vista pública-. Uno no deja de descubrirse, ante la apabullante lección de buen cine, que nos brinda ese Lance Comfort, que espera a gritos una retrospectiva completa de su obra. Destaco, para concluir, tres pasajes extraordinarios, en una obra pródiga en ellos. El instante en el que se produce el primer contacto entre el joven Peter Tanner y Tom, donde de repente se establecería una visible empatía entre ambos. Más adelante, ante la disyuntiva de aplazar la vista, ya que el abogado de Manning se encuentra fuera, este planteará a Tanner la posibilidad de ser su defensor. Este accederá, mientras la sombra del jurista se proyectará entre ambos, simulando la figura de un hombre ahorcado -la importancia de las sombras, resulta relevante en la película-. Finalmente, un instante conmovedor; tras la visita de Jill a su marido, este se alejará al cumplirse el tiempo de la misma. Comfort mantendrá un primerísimo plano sobre ella (maravillosa Cathy O’Donnell), sin romper la emotividad y fuerza del mismo con un contraplano sobre Manning, mientras ella levanta levemente su cabeza, en gesto de amorosa despedida.

Calificación: 4

1 comentario

Juan Manuel -

Como siempre, mil gracias por la crítica. Sigue siendo un placer descubrir estas joyas inglesas de los cincuenta, desconocidas, con unos actores y técnicos superlativos.

Creo que la película se malogra al final. Es muy forzado el hallazgo del abogado en el restaurante, además fuera de campo. Tampoco queda claro de dónde cae el sombrero en el estrado. Se oculta hábilmente la mano del personaje pero queda todo muy extraño. El decorado de la sala de espera donde están los testigos (además de la novia del acusado) desmerece en el conjunto de la película, que por lo demás tiene un empaque considerable.