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CINEMA DE PERRA GORDA

BLIND CORNER (1964. Lance Comfort

BLIND CORNER (1964. Lance Comfort

En los últimos años, la oportunidad de poder disfrutar de algunos de sus largometrajes, me ha permitido reiterar mi consideración de Lance Comfort, como uno de los grandes -y olvidados- cineastas, generados por el cine inglés, entre los años 40 y 60. Son once hasta el momento, entre los treinta y ocho que filmó, los que he podido contemplar hasta la fecha. Pero en este tercio corto se encuentra no solo un necesario interés e incluso un claro elemento de personalidad extendido en los diversos recovecos de su andadura. Lo importante es certificar el elevado grado de interés de su cine, en donde no dudo en resaltar cinco logros magníficos, ubicados curiosamente en diferentes periodos de su andadura. Sin embargo, este conocimiento parcial alberga aún suficientes lagunas, que tienen huecos en algunos de los últimos exponentes de su obra, caracterizados por ser producciones claramente ubicadas en el contexto de una serie B británica. Títulos que aparecerían como propuestas casi periféricas, dentro del ámbito de un periodo especialmente floreciente para el cine de las islas. Es cierto que en estos años podemos consignar una de sus mejores películas -el excelente thriller TOMORROW AT TEN (1963)-, pero no es menos evidente que el conjunto de su producción en la década de los sesenta -interrumpida por su inesperada muerte en 1966- se inserta dentro del ya señalado ámbito entre la producción de bajo presupuesto.

Pues bien, dentro de dicho contexto se sitúa BLIND CORNER (1964), antepenúltimo de sus títulos, y rodada un año después de la ya citada TOMORROW AT TEN, caracterizada esta última además por un más cuidado diseño de producción. Y es que nos encontramos ante una mezcla de drama psicológico y relato de suspense, que a nivel de producción se sitúa en el terreno de tantas y tantas modestas propuestas -y atractivas-, rodadas ya desde finales de la década precedente, por nombres como Montgomery Tully, Wolf Rilla o Vernon Sewell, entre otros. Referentes en líneas generales sombríos, caracterizadas por una mirada crítica y oscura de esa Inglaterra que se insertaba en el progreso, y que en esta ocasión se expresa en un relato de menos de ochenta minutos de duración, a partir de una historia de Vivian Kemble, transformada en guion de la mano de James Kelly y Peter Miller. En realidad, BLIND CORNER aparece casi como un cuento perverso. Un relato entresacado en la inmensidad de la soledad urbana, como nos describe esa larga panorámica en un inmenso picado en plano general, sobre la que se sobreimpresionan sus modestos títulos de crédito. Y es que Comfort, generalizando en su obra ese gusto por lo bizarro y los comportamientos oscuros, se centra en esta ocasión en el conflicto planteado por cuatro personajes, todos ellos pivotando en torno a la figura de un famoso pianista y compositor, caracterizado por su ceguera. Se trata de Paul (estupendo William Sylvester), casado con la atractiva Anne (una sorprendente Barbara Shelley). Esta, por su parte, mantiene una relación adúltera con el joven y, en el fondo, escasamente maduro Ricky (Alex Davion). Del mismo modo, el protagonista alberga a su lado la incansable ayuda de una fiel secretaria -Joan (Elizabeth Shepherd, inmediatamente antes de coprotagonizar junto a Vicent Price THE TOMB OF LIGEIA (1964. Roger Corman))- que no ocultará su amor por el pianista.

Todo ello conformará un atractivo y cruel relato de dependencias, llevado a buen término por un realizador capaz de extraer el máximo partido posible de los escasos escenarios de la acción -especialmente centrados en el lujoso apartamento de la pareja protagonista-. A partir de ese momento, y heredando quizá la ascendencia de relatos entonces tan explosivos como los que popularizaron el Joseph Losey de aquel tiempo -el ejemplo de THE SERVANT (El sirviente, 1963) deviene pertinente-, lo cierto es que nos encontramos ante una película revestida de crueldad en la interrelación de sus personajes. La demostrará Paul con las constantes humillaciones a las que someterá a su secretaria, siempre fiel a él pese a todo. O también las que su propia esposa infligirá a su inmaduro amante, al que en realidad solo engaña con el objeto de empujarle a que ejercza como sujeto propiciatorio para que se lance como brazo ejecutor de su intención de eliminar a su marido, y heredar su cuantiosa fortuna. Ese enfrentamiento de caracteres, todos ellos dependientes de ese demiurgo atrincherado tras sus gafas, capaz de sentirse seguro en la extensión de su apartamento, pese a su constante adicción a la bebida, e incluso de caer en la comodidad que le proporciona su facilidad en los éxitos de la música pop -una aguda crítica al entorno del Swinging London en que se rodó la película-. Todo ello dirime los límites de un relato dominado por la crueldad, que nos acerca a títulos rodados aquellos años por Seth Holt o Freddie Francis en el seno de Hammer Films, aunque en este caso su recorrido se dirima en torno a una generalizada mirada sobre la condición humana -a lo que contribuirá la incorporación de un giro en sus últimos minutos-, en la que solo en su conclusión se brindará una mirada a la esperanza.

Todo ello quedará articulado con enorme pericia por un Lance Comfort capaz de extraer el máximo partido del marco escénico propuesto en ese acomodado apartamento, a través de una puesta en escena dominada por planos largos capaces de articular en su dinamismo los recovecos de esa relación de dominio existente entre sus personajes. Se tiene en todo momento la sensación de que el cineasta iba al grano a la hora de desplegar una planificación precisa, en la que quizá resulten algo superfluas las interpretaciones musicales -insertas quizá al objeto de proporcionar mayor duración a la película-. En medio de dicho contexto, destacarán sendas secuencias, en las que por un lado el pianista y por el otro el blando Ricky exterioricen en solitario sus dramas interiores. Pero al mismo tiempo, la articulación dramática de la película estará trufada de abruptos cambios de secuencias y fundidos encadenados -montaje de John Trumper-, encaminados a relacionar los cambios de escenario y, sobre todo, las relaciones de esa reducida galería de personajes, en torno a la cual se dirime un relato tan modesto de producción como minimalista de desarrollo, en donde cabrá destacar la tensión interna y perfecta interacción plasmada entre el pianista y ese Ricky que se encuentra inicialmente dispuesto a asesinarlo -atención a la iluminación entre sombras expresada por la fotografía en b/n de Basil Emmott-, en unos minutos que revelan la capacidad que este magnífico y aun escasamente reivindicado realizador inglés, desplegó a lo largo de una obra siempre llena de interés, y de la que queda aún mucho, demasiado, por revisitar.

Calificación: 3

 

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