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CINEMA DE PERRA GORDA

PEAU D’ÂNE (1970, Jacques Demy) Piel de asno

PEAU D’ÂNE (1970, Jacques Demy) Piel de asno

Tras la brillante y vitalista LES DEMOISELLES DE ROCHEFORT (Las señoritas de Rochefort, 1967), el francés Jacques Demy se traslada a Estados Unidos, donde rueda MODEL SHOP (Estudio de modelos, 1969), especie de actualización de su eterno personaje de Lola, de la que no faltan buenas referencias y que, dada su escasa difusión durante décadas, nunca he podido visionar. A su regreso a Francia, Demy recupera un proyecto que llevaba rumiando durante bastantes años, desde el propio inicio de su carrera, y que, por unas cosas u otras, se fue postergando. Sería el germen de PEAU D’ÂNE (Piel de asno, 1970). La génesis del mismo, se trataba en adaptar el mundo mágico e infantil de Charles Perrault y de alguna manera, proporcionar una especie de retorno al universo de la infancia, retomando para ello determinadas influencias ligadas al pasado de la cinematografía gala. Para ello asumió un más que notable equipo técnico y artístico, para establecer un producto en el que su empaque visual fuera uno de sus principales atractivos. Así pues, destacarán en esta impronta la fotografía en color de Ghislain Cloquet y, de manera muy especial, el protagonismo que en el relato adquirirán los diseños de vestuario de Gitt Magrini. Por su parte, Demy no dudó en ningún momento asumir el protagonismo femenino de la película, en torno a la que fuera una de sus musas cinematográficas; Catherine Deneuve, en realidad una de las impulsoras del proyecto. Es más, esta presencia llegará a tener una singular y transgresora presencia en la película, ya que la propia Deneuve encarnará no solo a la princesa protagonista, sino a su propia madre, la reina azul, teniendo esta última una muy menguada presencia en pantalla, tan sólo en sus minutos iniciales.

A partir de estas premisas, Demy recrea una fábula muy cercana en su plasmación al universo de Cenicienta, en la que se invoca una extraña mixtura de universo poético -esa clara referencia al mundo de Jean Cocteau, a la que no será ajena la presencia de Jean Marais asumiendo el rol del veterano monarca azul, eje de las penalidades sufridas por su hija, quien se negará a casarse con su padre -en una acotación incestuosa, que aparece desprovista de la menor malignidad-, aconsejada por el hada de las lilas, encarnada por una notable y divertida Delphine Seyrig. La película se estructurará en tres partes claramente diferenciadas. Una primera delimitada en el castillo del rey azul, la segunda dominada por su ambientación campestre y rural, y una tercera descrita en el entorno de los reyes rojos, epicentro de la aventura protagonizada por el príncipe encantador (Jacques Perrín), en su búsqueda de esa mujer que ha contemplado, sin saber que se trata de una princesa que, en su huida del entorno de su padre, se ha camuflado con una pestilente piel de asno -que da título al relato-, refugiándose en una mugrienta cabaña, y bajo el mando de una vieja hechicera.

A poco que hagamos una mirada en el tiempo, podemos recordar relatos que han aunado una mirada más o menos inventiva, en torno al universo de los relatos infantiles -THE COMPANY OF WOLVES (En compañía de lobos, 1984. Neil Jordan)-, o aplicando en su revisionismo, un cierto alcance desmitificador -THE PRINCESS BRIDE (La princesa prometida, 1987. Rob Reiner)-. Son estos y otros, ejemplos que avalan las posibilidades de actualizar, modernizar, e incluso ironizar, en torno a un contexto infantil a donde la querencia con la cursilería, supone uno de sus riesgos más evidentes. Algo que, desgraciadamente, no supo sortear Demy en una película que, pese a gozar de cierto culto en su país de origen, considero que nació ya muerta, y a la que el paso del tiempo, no ha hecho más que agudizar la propia inconsistencia de su enunciado. Y es que, al contrario que los más célebres títulos previos del cineasta francés, PEAU D’ÂNE se caracteriza por su inanidad. Desde ese acercamiento de la cámara hacia un libro que relata la propia historia, y que al final de la película describirá un movimiento de retroceso, ya intuimos que nos encontramos ante un relato que se inserta por completo en el ámbito de la fantasía. Sin embargo, ya desde sus primeros instantes advertiremos la pobreza de su realización, casi televisiva, carente de ritmo alguno, en todas aquellas secuencias de interiores, descritas en el interior del castillo que rige el monarca, encarnado con tan poca gracia por el veterano Marais, cuyo vestuario, por momentos nos parece el de un improbable y kitsch astronauta. Algo parecido sucederá en buena parte de los pasajes que forman el tercio final del relato, dispuestos en el palacio de los reyes rojos -la inexpresividad de la fiesta convocada por los monarcas que, por momentos, parece evocar el George Franju de JUDEX (Judex, 1963)-, describiendo, sobre todo, el deseo del joven príncipe de encontrar esa joven que ha logrado romper su abulia, y para la cual ha hecho una búsqueda entre las mujeres de la zona -plasmado en un episodio dominado por su absoluta sosería-.

Considero bastante fácil detectar que lo más atractivo del film de Demy, se encuentra en su parte central en medio de la ambientación rural, donde incluso las canciones de Michel Legrand aportan atmósfera y cierto alcance satírico. Es en estas secuencias donde, si más no, uno intuye hasta donde habría podido llegar esta película si, en su lugar, no hubiera elegido deslizarse por los derroteros de un vestuario que termina por resultar estridente, o por la ausencia de una puesta en escena inventiva y vibrante, característica en el cine del director en su obra precedente. PEAU D’ÂNE culmina con la misma falta de spirit con la que ha venido discurriendo hasta entonces. Esa plasmación de la boda de los dos príncipes en unos pasajes descritos en bellos exteriores palaciegos, de nuevo carentes de ritmo, e insertando en ellos deliberados anacronismos -la llegada del rey azul en helicóptero-, mostrando otra de sus carencias dramáticas -haber abandonado por completo la base argumental inicial, más allá de que la misma tampoco albergara especial interés-. Por ello, cuando uno se dispone, aburrido, a despedirse de una película lamentablemente desprovista de fuerza, apenas recuerda ya algún instante brillante presente en sus primeros minutos -ese extraño ataúd transparente, en forma semicircular, que portará el cadáver de la reina azul, discurriendo en la inmensidad de la nieve-, que apenas nos recuerda las posibilidades de una película estridente, mortecina y, lo que es peor, carente de chispa.

Calificación: 1’5

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