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CINEMA DE PERRA GORDA

IL BOOM (1963, Vittorio De Sica) El especulador

IL BOOM (1963, Vittorio De Sica) El especulador

Sigue haciendo falta una mirada global en torno a la obra del italiano Vittorio De Sica (1901-1974). Artífice de una fundamental -pero no demasiado extensa- participación en el neorrealismo italiano, a partir de entrada la década de los cincuenta se introduce en terrenos más o menos colaterales a dicho movimiento, aunque integrados en la tradición costumbrista del país -el magnífico film de episodios L’ORO DI NAPOLI (El oro de Nápoles, 1954)-. Ello prolongará el devenir de una producción que se alternará con sus masivos trabajos como intérprete, le llevará a una década, la de los sesenta, donde en más ocasiones de las deseables, caerá en algunas de las modas y tendencias más caducas de su tiempo -la mediocrísima AFTER THE FOX (Tras la pista del Zorro, 1966) o la previa, pretenciosa y fracasada I SEQUESTRATI DI AITONA (1962)-. Sin embargo, estos mismos años se alternarán con la presencia de atractivas comedias costumbristas como IERI OGGI DOMANI (Ayer, hoy y mañana, 1963) o MATRIMONIO ALL’ITALIANA (Matrimonio a la italiana, 1964). Y también hará acto de presencia una de las propuestas más atrevidas, poco conocidas y valiosas rodadas por De Sica en sus últimas dos décadas como director. Se trata de IL BOOM (El especulador, 1963).

Contando de nuevo con la presencia como guionista de su inseparable Cesare Zavattini, y adhiriéndose en primera instancia a la valiosísima commedia all’italiana que en aquellos se encontraba aún en pleno apogeo, lo cierto es que nos encontramos, en última instancia, ante una dolorosa tragicomedia que, en muchos de sus instantes más hondos, adquiere esa extraña sensación de comedia de sonrisa congelada, que en algunos instantes -y pienso en sus minutos finales- la emparenta con títulos como el tan reconocido en nuestro país y coetáneo EL VERDUGO (El verdugo, 1963. Luís García Berlanga).

La película se adentra en la Roma que define la nueva Italia del progreso. Un novedoro semblante urbano, atropellado, lleno de modernas edificaciones y luces de neón, parecen dejar olvidado el fantasma de la tragedia del fascismo en sus calles. En un contexto propicio para el florecimiento de arribistas e industriales de nuevo cuño, empeñados en un enriquecimiento fácil, para lo cual la primera regla ha de ser sostener un nivel de vida superior al que realmente pueden aspirar. Ese será el caso concreto de nuestro protagonista, el agradable y trapisondista Giovanni Alberti (Alberto Sordi). Capaz en su exteriorizada personalidad de embarcar a propios y extraños, se ve inmerso sin embargo en la angustiosa búsqueda de tres millones de liras para saldar la deuda que mantiene con una financiera, bajo la amenaza de figurar en el listado oficial de morosos y, con ello, quedar señalado dentro de ese ámbito social en el que vive una auténtica ficción de emulación, empujado sobre todo por la comodidad con la que su esposa Silvia -Gianna Maria Canale- se desenvuelve en ese contexto de vanidad y superficialidad, nada consciente de las dificultades que acosan a su marido. Este intentará de manera inútil encontrar entre los amigos con los que comparte esa vida vacía, a alguien que le preste el dinero que solvente la deuda. Tan solo su madre le ofrecerá las poco más de doscientas mil liras que alberga en su modesta cuenta corriente. Intentará revertir la cercanía del plazo ante el responsable de la financiera con desastrosos resultados. Y muy cerca de una situación límite, la casualidad le acercará a la acaudalada sra. Bausetti (Elena Nicolai), esposa que un magnate de la empresa, caracterizado por estar tuerto de un ojo. Esta propondrá a Giovanni una gran cantidad si está dispuesto a donar su ojo izquierdo para que su marido recobre la visión perdida. Nuestro protagonista se mostrará lógicamente espantado ante la aterradora propuesta, pero un elemento le hará reconsiderarla; Silvia y su inflexible suegro conocen la deriva de su ruina económica, por lo que ella y el hijo de ambos le abandonarán. Presa de una desesperada situación aceptará la propuesta, pidiendo para ello setenta millones de liras y un considerable adelanto, con el que no solo pagará su deuda, sino que le permitirá vengarse de alguna manera de todos aquellos representantes que hasta ese momento le habían ninguneado, y al que desde ese momento contemplarán con respeto. Sin embargo, antes o después… su compromiso se habrá de cumplir.

De entrada, los primeros instantes de IL BOOM sorprenden por la propia y datada planificación, en la que se harán notar zooms que envuelven una sensación de casos urbano y social, unido al sorprendente -y no siempre afortunado- fondo sonoro propuesto por el prestigioso Piero Piccioni. Junto a esa deliberada y caótica planificación -inhabitual en el cine de De Sica- desde el primer momento un elemento ayudará de manera poderosa a la creación de esa atmósfera de pesadilla que en todo momento envolverá sus imágenes, muy por encima de su abierta asunción como comedia; la extraordinaria, oscura y fuertemente contrastada fotografía en blanco y negro de Armando Nannuzzi. Unos rasgos visuales y una textura que, unido a la propia voluntad narrativa de De Sica, en más momentos de lo habitual aleja por completo la película dentro de los postulados del género habituales en Italia, para acercarse de manera singular a los rasgos estéticos de lo que en Estados Unidos venía definiéndose como el ‘cine de la paranoia’, firmado por jóvenes realizadores como John Frankenheimer o Sidney Lumet -de hecho, y de manera involuntaria, IL BOOM me lleva a aparecer como un involuntario precedente de la no muy posterior SECONDS (Plan diabólico, 1965) de Frankenheimer-.

A partir de esas extrañas premisas, la película discurrirá bandeando permanentes contrastes en su estructura. Lo cómico, lo satírico, la mirada cáustica, el elemento de denuncia y lo decididamente aterrador se dará de la mano con sorprendente coherencia, conformando un conjunto, como señalaba al inicio de estas líneas, dominado por el riesgo y una clara voluntad de ofrecer una mirada revestida de nihilismo y misantropía sobre un entorno que ya entonces se enseñoreaba sobre una sociedad hipócrita, que tanto de Sica como Zavattini desmenuzan en ocasiones con verdadera crueldad. Para ello, nada mejor que utilizar como canalizador a un pletórico Alberto Sordi, en uno de sus mejores trabajos cinematográficos, capaz de erigirse como auténtico demiurgo del relato en ocasiones casi de un plano a otro, o de inspirar desprecio a ternura y conmiseración. Esa extraordinaria capacidad del inolvidable intérprete romano para encarnar con tanta credibilidad como vulnerabilidad esa víctima propiciatoria de un ámbito despreciable, al que él ha querido aspirar -bien por interés en enriquecerse igualmente con rapidez o por temor a perder a su esposa- pero que en el fondo detesta, aunque en el último momento sea incapaz de despreciar.

Por todo ello, IL BOOM aparece como una mirada oscura y transgresora, que en ciertos momentos parece heredar ecos del Fellini de LA DOLCE VITA (La dolce vita, 1960), y que en otros conecta con propuestas que incidían en esa mirada crítica, teñida bajo las costuras de la comedia satírica -como podía ser el caso de la posterior L’OMBRELLONE (El parasol, 1965. Dino Risi). De todos modos, la película de De Sica alberga personalidad propia. Lo hace en esa señada capacidad de riesgo. En la diversidad y coherencia de su puesta en escena, que en otro ámbito temático quizá no tendría igual justificación.

Y lo tiene del mismo modo en el logro de extraordinarias secuencias y episodios, destacando entre ellas todos las que proporcionan los intentos de confesión -y búsqueda de ayuda- por parte de Giovanni -en líneas generales filmándolo en primeros planos-, o en las que este exterioriza ante su mujer, de la que tiene un miedo y un respeto reverencial, y a la que incluso llega a dar pistas ante su cercana mutilación -se planificará a Sordi oscureciendo su ojo izquierdo-, intentando vaticinar si ella la seguirá queriendo. En todo caso, uno no dudaría en destacar dos pasajes concretos, de totalmente opuesta configuración. El primero será el largo y abrasador primer plano sobre el rostro de Giovanni, encuadrado en la oscuridad, cuando recibe la propuesta de comprarle su ojo izquierdo por parte de la inquisidora sra. Bausetti, que por momentos introduce la película en los cofines del cine de terror. Bastante más adelante, y esa parte final en que el protagonista ya destaca por poseer una inesperada fortuna, este convocará una cena en su vivienda, donde mediante unas copas de más no se resistirá a exteriorizar una proclama que denuncie la baja estofa de todos aquellos que le rodean, que han sido invitados a la misma y que en su momento no fueron capaces de ayudarle, y a los que en realidad ha descubierto en la mezquindad de su comportamiento.

Calificación: 3’5

 

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