DEAD OF NIGHT (1945. Alberto Cavalcanti, Robert Hamer, Basil Dearden y Charles Crichton) Al morir la noche
Es probable que DEAD OF NIGHT (Al morir la noche, 1945. Alberto Cavalcanti, Robert Hamer, Basil Dearden y Charles Crichton) goce de un prestigio desmesurado -pienso en la superior altura que encarna la posterior DAUGHTER OF DARKNESS (1948, Lance Comfort), absolutamente olvidada en cualquier historia del cine fantástico y de terror-. En cualquier caso, considero que ciertos desequilibrios le impiden a mi juicio adquirir la vitola del logro absoluto que, en algunos momentos, se encuentra a punto de alcanzar. Sea como fuere, al margen de suponer una propuesta brillante, si algo caracteriza este relato colectivo, es el hecho de heredar diversos elementos y vertientes tanteadas previamente en la cinematografía inglesa, al tiempo que abrir nuevos senderos, cuya influencia se podrían detectar incluso durante décadas posteriores, en algunos de los títulos cimeros de la historia del género, como más adelante argumentaremos.
Tras unos créditos impresos sobre un inquietante grabado, y sostenidos por la punitiva sintonía musical de George Auric, se nos traslada a la campiña inglesa, en concreto a Kent, sobre la que se desplaza un solitario vehículo ocupado por Walter Craig (Mervyn Johns). Viaja hacia una vieja mansión rural -Pilgrim’s Farm- en la que lo recibe su propietario, Elliot Foley (Ronald Culver), ya que se dispone a encargarle la ampliación de algunas estancias de la misma. Desde el momento en que se introduzca en sus dependencias sus sentidos se pondrán alerta, sobre todo al encontrar allí una serie de personajes a los que nunca ha conocido pero que le resultan plenamente familiares, confirmando la alarma con la que se despierta diariamente tras sufrir sus reiteradas pesadillas. El encuentro propiciará una prolongada tertulia entre las seis personas presentes, que en líneas generales se opondrán a las explicaciones racionalistas que les brindará el dr. Van Straaten (Frederick Valk). Desde esa creciente aureola de misterio se sucederán cinco historias de desigual intensidad y duración, conformando en su conjunto la que quizá será la vertiente inicial de una corriente bastante prolongada en el cine de las islas; el cine de terror expresado en episodios.
El primero de ellos, el más breve, filmado con enorme sentido del ritmo por Basil Dearden, nos describirá el accidente vivido por un corredor de coches, que en su hospitalización vivirá una oscura e inquietante pesadilla con la visión de un coche fúnebre cuyo siniestro conductor le pronunciará unas extrañas palabras. Se reencontrará con ese rostro al salir del hospital cuando se dispone a subir a un tranvía. La advertencia salvará su vida. Algo más dilatado en su metraje es la primera y magnífica aportación de Alberto Cavalcanti, al narrar de manera precisa, dinámica, saturada e inquietante, esa fiesta navideña en la que una niña se encontrará de manera casual con el fantasma de un niño que fue decapitado por su hermana en el pasado. Oscilando su desarrollo en la extraña crueldad de un cuento infantil, un extraordinario uso de la escenografía y una cierta aura telúrica, su brevedad nos retrotraerá a la casi inmediata en el tiempo THE CURSE OF THE CAT PEOPLE (1944, Robert Wise & Gunther von Fritsch), hasta el punto de que parece erigirse como una reedición comprimida y quizá más sombría, de una de las joyas ocultas producidas por Val Lewton para la RKO. La sucesión de historias abandonará el relato infantil, para adentrarse en la más extensa historia de un espejo provisto de la maldad de su lejano propietario, que se trasladará a la persona de Peter Cortland (Ralph Michael), quien se encuentra a punto de casarse con su prometida Joan (Googie Withers). La presencia de este espejo no solo alterará el convencionalismo y la normalidad de sus relaciones, sino que transformará y llenará de maldad la hasta entonces pasiva personalidad de Peter. El episodio sirve como debut de Robert Hamer como director, utilizando ya entonces a su actriz fetiche, e iniciando una filmografía en donde las relaciones malsanas y perversas dominarían el conjunto de su obra.
DEAD OF NIGHT registrará un ligero bache con un nuevo episodio dirigido por Charles Crichton, claramente escorado a la comedia, y centrado en servir como vehículo de lucimiento a la pareja de comediantes formada por Naunton Wayne y Basil Radford, encarnando a una pareja de jugadores de golf amigos, enamorados de la misma mujer, y que se apostarán a una partida quien se queda con su amada. En realidad, apenas aportará dos elementos brillantes y transgresores; la desaparición del segundo engullido por las aguas tras perder la partida y, por supuesto, el sorprendente final del sketch. En cualquier caso, se suele coincidir en destacar del conjunto de episodios el que cierra la película, nuevamente bajo la firma del brasileño Cavalcanti, que describe la sórdida historia del dominio que el muñeco del famoso ventrílocuo Maxwell Frere (extraordinario Michael Redgrave) ejercerá sobre su demiurgo. Se trata de una historia reiteradamente contemplada en la pantalla, pero en este caso se centra en un relato dominado por una crispada puesta en escena de marcado carácter expresionista, inserto en una creciente aureola malsana, que culminará con ese inolvidable primer plano sobre el definitivamente superado Frere, dando paso a una delirante catarsis donde la temperaturas narrativa y paroxística de este último episodio se trasladará a Craig, el arquitecto, imbricado en unos instantes de verdadero terror, con los que en apariencia culminará la película, al descubrir que en realidad estaba viviendo otras de sus recurrentes pesadillas. Sin embargo, la película aún nos reservará un inesperado e inquietante trompe l’oeil argumental, al comprobar que este discurre en coche, en plenos títulos de créditos finales, por el mismo camino al que le hemos visto discurrir en los primeros fotogramas… La historia se repite.
De entrada, y partiendo de relatos de escritores diferentes en cada una de sus historias, resulta atractivo comprobar como pese a estar ambas dominadas de dispares tratamientos, duraciones y características, ambas se ensartan con acierto en el conjunto de su base argumental. Es justo reconocer que el engarce de todas ellas deviene quizá su aspecto menos brillante, pese a los esfuerzos de Dearden de insuflar atractivo visual y cinematográfico a una serie de parrafadas, en los que el realizador británico trasladaría similares tratamientos que los planteados en sus dos títulos precedentes, también lindantes con el fantástico. Me estoy refiriendo a la más que estimable THE HALFWAY HOUSE y la muy pretenciosa THET CAME TO A CITY, ambas rodadas en el previo 1944. También existe bastante coincidencia en señalar lo limitado en el interés del episodio firmado por Crichton, que desentona de la general intensidad del resto de segmentos -por más que su base argumental provenga de una historia de H. G. Wells-.
En cualquier caso, y más allá del conjunto de aciertos y también leves limitaciones que delimitan su conjunto, es justo reconocer que en DEAD OF NIGHT se encuentran suficientes elementos que con posterioridad han tenido destacada prolongación en el devenir de algunos de los mejores títulos del género. Desde sus pasajes iniciales en la campiña inglesa, en donde por momentos parece que nos insertamos en el entorno de la gloriosa NIGHT OF THE DEMON (La noche del demonio, 1957) de Jacques Tourneur. El discurrir de la niña protagonista del segundo episodio por las recargadas e intrincadas dependencias de la mansión, no deja de preludiar secuencias similares que protagonizaban la no menos memorable THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton). Incluso en el poco distinguido episodio de la pareja de jugadores de golf, el personaje encarnado por Basil Radford ofrece la referencia al muy posterior rol encarnado por el cómico Dudley Moore en la magnífica -y por lo general menospreciada- comedia mefistofélica BEDDAZZLED (1967, Stanley Donen). No soy el primero en señalar una clara semejanza en la malsana relación establecida entre el ventrílocuo encarnado por Michael Redgrave y su siniestro muñeco, y la posterior vinculación de Norman Bates y su madre en la inolvidable PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock). Sin embargo, creo que nadie ha detectado las enormes semejanzas que esa recreación del final de la pesadilla del protagonista, supusiera una clara base al sueño truculento vivido por Mark Damon en otro inolvidable clásico del cine de terror; HOUSE OF USHER (La caída de la casa Usher, 1960. Roger Corman). Son señales todas ellas, de la enorme influencia ejercida por la película con la que los estudios Ealing emergían de su ya contrastada especialización en relatos amables a modo de crónica de costumbres, abriéndose a un sendero de apuesta por el cine fantástico que no tendría demasiada continuidad en el mismo, aunque desde su estreno alcanzara una notable fuerza a través de las muestras del mismo en las pantallas inglesas.
Calificación: 3’5