THEY MADE ME A FUGITIVE (1947, Alberto Cavalcanti) Me hicieron un fugitivo
No cabe duda que podría hacerse un estudio más que considerable abordando la curiosa circunstancia que definió a varios de los más representativos directores que poblaron la historia del cine británico. Me estoy refiriendo a los nada escasos ejemplos de hombres de cine que legaron buena parte de lo mejor de su andadura como realizadores, proviniendo de otros países. Así, a bote pronto, podríamos citar los norteamericanos Alexander Mackendrick, Joseph Losey o James Ivory, el checosolovaco Karel Reisz o el canadiense e inicialmente prometedor Sidney J. Furie. Curiosamente, entre todos estos nombres aglutinamos algunas de las páginas más ilustres del aún tan desconocido y menospreciado cine británico, y a cuya galería habría que añadir el nombre del brasileño Alberto Cavalcanti (1897 – 1982), un nombre de cine de notable prestigio, aunque hoy día totalmente olvidado, que desarrolló una parte nada desdeñable de su obra en sueño británico –el periodo que comprende las décadas de los años treinta y cuarenta-, de cuya producción se recuerdan el inolvidable episodio del ventrílocuo encarnado por Michael Redgrave en la colectiva DEAD OF NIGHT (Al morir la noche, 1945) o la posterior NICHOLAS NICKLEBY (1947). Precisamente a continuación de la adaptación de la obra de Dickens, se sitúa esta THEY MADE ME A FUGITIVE (Me hicieron un fugitivo, 1947), una poco conocida producción que supone una de tantas y tantas pequeñas joyas que el cine británico atesora en su historia fílmica, y que por encima de sus notorias cualidades –y pequeños desequilibrios o excesos-, demuestra la inequívoca personalidad de su realizador.
Rodada previsiblemente para una pequeña compañía, y firmada por su artífice con el único apelativo de “Cavalcanti” –algo que solía hacer habitualmente-, THEY MADE ME A FUGITIVE es una valiosa muestra del cine británico de posguerra, combinando su opción como propuesta de género policíaco, aglutinando al mismo tiempo ciertas influencias del cine noir norteamericano, así como aplicando una apuesta por cierto expresionismo tardío –que muy fácilmente podría tomar como referente el cine alambicado de Welles en aquellos tiempos, y que podríamos encontrar del mismo modo en la producción británica en títulos posteriores como el mítico THE THIRD MAN (El tercer hombre, 1949. Carol Reed), título del cual la película comentada no desmerece en absoluto. La película queda descrita en el marco, sombrío e incluso lúgubre, de un barrio obrero del Londres de posguerra. En dicho entorno un comercio de funeraria en realidad alberga un negocio de contrabando, comandando el gang el maligno y punzante Narcy (Griffith Jones). A su alrededor desarrollan sus turbias actividades un colectivo de individuos de baja catadura, al que se incorporará un desengañado excombatiente británico –Clem Morgan (Trevor Howard)-. Morgan muy pronto demostrará su eficacia, pero los regustos de ética –se niega a traficar con droga-, de inmediato provocarán las suspicacias del insidioso Nancy, quien no dudará en prepararle una encerrona que le acusará del asesinado de un guardia urbano, condenarandole a quince años de cárcel. La situación se complicará cuando la amante de Narcy –Sally (Sally Gray)-, desengañada de este, visite al condenado ofreciéndole ayuda para escapar de la cárcel. Pese a las reticencias de Morgan, este finalmente logrará escapar de la prisión –la película omite los detalles de la fuga-, y en este transcurso de tiempo el jefe de los contrabandistas propinará una brutal paliza a su ex amante, provocando que esta se esconda. El ex presidiario, después de vivir diversas situaciones peligrosas en su recorrido tras la fuga –entre ellas, un ama de casa pedirá a este en su encuentro que mate a su marido, acusarandole del mismo habiendo cometido ella el crimen-, se reencontrará con Sally, quien pese a su rechazo inicial, advertirá que existe una extraña relación que le une a él. A partir de ese momento se extenderá por un lado la búsqueda por parte de la policía del fugado, el intento paralelo de las fuerzas de la ley de acabar con el negocio comandado por Narcy, y las acciones de este cabecilla, que no dudará en emplear elementos de extrema crueldad, reveladores de una personalidad psicótica.
Lo primero que cabe destacar en THEY MADE… es el desolador panorama moral que, entre líneas, plantea sobre una sociedad inglesa absolutamente traumatizada por los horrores de la II Guerra Mundial. Aunque en ningún momento ofrezca alusión directa alguna sobre ello, lo cierto es que la visión sombría, generalmente nocturna, dominada por un contrastado blanco y negro, predominará en un argumento que se inicia mostrando una funeraria que en realidad no es tal, escondiendo un negocio turbio y amoral. Indudablemente, el argumento podría haber dado pie a una de las entrañables comedias de la Ealing –combinación que además mostraba en su previa y ya mencionada NICHOLAS NICKLEBY-. Sin embargo, en esta ocasión no será así, y en su lugar el realizador apostará por una sordidez progresivamente extrema, que tendrá quizá su máximo grado de expresión en la casi insoportable secuencia en la que el líder de los gangsters decide aplicar una terrible paliza con un enorme cinturón a la mujer de uno de sus hombres –la esposa de Soapy-. Esta se encuentra en paradero desconocido, ya que es el único testigo que podría declarar a favor de Morgan y revelar que realmente fue Narcy el inductor del crimen por el que se le acusa-. Crueldad que alcanzará su objetivo al revelar la dolorida mujer el paradero de su esposo, quien finalmente será eliminado por otro de los esbirros del sádico jefe del gang.
Pero al margen de este episodio concreto, Cavalcanti no duda en mostrar un panorama social realmente atroz. Una sociedad para la cual el estraperlo resulta algo con lo que conviven todos sus habitantes, y en donde una aparentemente acomodada ama de casa no durará en asesinar a su trastornado esposo –encarnado por Maurice Denham-, después de haber intentado infructuosamente que lo ejecutara el huido, o en donde incluso la policía no dudará en proponer a Morgan como conejillo de indias para poder atrapar al cabecilla de los estraperlistas. Un entorno francamente nihilista que el realizador brasileño acentúa con sus composiciones exacerbadas, procurando llevar el relato a un progresivo paroxismo, y en cuyo conjunto destacará la ligazón que se producirá entre el presidiario huido –no lo olvidemos, un ex combatiente de brillante hoja de servicios- y la desengañada Sally, una corista que a partir de su desengaño con Narcy, revelará una enorme sensibilidad. En este sentido, hay que destacar el plano sostenido que sobre la joven acentúa el realizador, y donde la actriz demostrará una lección de coraje, expresando con rabia contenida la humillación que siente en su interior tras la brutal paliza que le ha proporcionado el líder de los contrabandistas.
El carácter pesimista y la dureza del relato, tendrá una deslumbrante conclusión en la larga secuencia que se desarrollará en el interior de la funeraria, donde el sentido de la composición de carácter expresionista puesto en práctica por Cavalcanti, unido a la brillantez del montaje, describirá una larga, intensa y casi física lucha entre Morgan, Narcy y sus sicarios e incluso la retenida Sally, en la que unido a su brillantez técnica y el ritmo puesto en práctica, se unirá esa querencia del brasileño por la inclusión de detalles extraños y sorprendentes. Detalles que tendrán una expresión impagable con la manera con la que el expresidiario reducirá a Narcy –un botellazo propinado con un envase de leche-. Recordemos que la película se iniciaba con un plano general de la puerta de la falsa funeraria, en la que aparcaba un camión con dichas botellas; -el círculo se cerraba-, iniciando una lucha de gran dureza física, en la que se combinarán planos con analogías y metáforas, desarrollados dentro de la lúgubre escenografía del recinto funerario. Una lucha que se prolongará hasta el tejado del edificio, luchando los dos contendientes frente a las grandes letras del “R. I. P.” del negocio, que indudablemente inspiraron las secuencias similares que aparecían en TO CATCH A THIEF (Atrapa a un ladrón, 1955. Alfred Hitchcock) y CHARADE (Charada, 1963. Stanley Donen).
Finalmente, Narcy caerá hasta la sórdida calle nocturna, muriendo igualmente de manera terrible sin tener el gesto de reconocer la realidad de aquel crímen por el que condenaron a Morgan –quien presente en el momento, se siente impotente, y pese a los ruegos que Sally pide a su antiguo amante-. Una conclusión nada optimista, pese a las consoladoras palabras del inspector, y una conclusión incluso dolorosa, que deja a la sensible Sally caminando sola por el nocturno londinense, sin que en ella se vislumbre la posibilidad de reencontrarse en el futuro con este Morgan que tan repentinamente ha entrado en su corazón. Un final triste y duro, en consonancia con esta magnífica película, que una vez más demuestra la vigencia del cine británico de aquella época, y que por otro lado nos debería a intentar ahondar en la obra de uno de los más extraños realizadores que poblaron el cine británico. Alicientes hay de sobra para ello.
Calificación: 3’5
4 comentarios
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Gustavo Petro -
Un saludo.
Manuel -
Me gustaría contactar contigo para solicitar permiso para reproducir algunos de tus textos.
Puedes escribir al email que indico.
Saludos y felicitaciones por tus reseñas.
laura -
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