MISTER 880 (1950, Edmund Goulding) El caso 880
Artífice de una filmografía que se remonta a las postrimerías del periodo silente, realizador cualificado con destreza dentro del manejo del melodrama, lo cierto es que aún no ha llegado el momento en que haya sido analizada con detenimiento la filmografía del inglés Edmund Goulding, que realizara la mayor parte de su obra en Estados Unidos, desplegando una filmografía que se extiende a más de cuarenta títulos, entre el que siempre se suele citar como el más valioso –quizá por su singularidad y atrevimiento- NIGHTMARE ALLEY (El callejón de las almas perdidas, 1947) –del que no voy a negar su considerable valía e incluso algunos episodios magistrales-, pero del sin duda me quedaría entre la parte de su obra que he podido visionar, con el previo THE RAZOR’S EDGE (El filo de la navaja, 1946), que no dudo en considerar uno de los mejores melodramas surgidos de Hollywood en la década de los cuarenta. Por lo general al servicio de las directrices de los grandes estudios –fueran estos Metro, Fox o Warner-, y dentro de los mismos a sus estrellas más características, lo cierto es que la profesionalidad ofrecida por Goulding ha logrado sobrevivir con el paso del tiempo, quizá por su experiencia paralela –entre otras insospechadas facetas- como guionista –y, con ello, su facilidad por la compresión de la psicología de sus personajes- o, fundamentalmente, la capacidad que demostró para expresar visualmente el mundo interior expresado por los seres que poblaron sus historias. Películas que en líneas generales se conservan en un buen estado –aunque confieso que el recuerdo que conservo de GRAND HOTEL (Gran hotel, 1932), aunque muy lejano, escapa a esta calificación tan positiva-, y demuestran que nos encontramos ante un ejemplo más de cineasta en el que quizá no encontremos un auteur en la expresión más trasnochada del cahierismo, pero sí un profesional artífice de no pocos buenos títulos.
Dicho esto, y realizando un análisis a la filmografía de Goulding, tras ese viraje al universo de lo “bizarro” con resonancias al cine de Tod Browning que proporcionó la citada NIGHTMARE ALLEY –que presumo descolocó a no pocos espectadores y críticos de la época-, su cine se adornó de una patina más blanda –sin que ello suponga un adjetivo peyorativo-, escorándose dentro del ámbito de la comedia, hasta llegar a un final de filmografía poco digno de la misma, al servicio de melifluas estrellas canoras como Pat Boone con MARDI GRAS (Martes de carnaval, 1958). Era evidente que, como le sucediera a tantos compañeros de profesión ya veteranos, a Goulding le pilló con el pie cambiado el enorme cambio estructural vivido en Holywood en aquellos tiempos, hasta que su relativamente prematura muerte en 1959 –con 68 años de edad-, nos privara del camino que hubiera podido girar, presumiblemente inmerso en el mundo televisivo. En cualquier caso, en ese periodo que va desde el más duro de su obra hasta la conclusión de la misma, se encuentran algunas comedias de cierta resonancia capriana, una de las cuales es MISTER 880 (El caso 880, 1950) que emerge con no pocos elementos de interés, debido sobre todo a la mezcla de elementos que se combinan en la misma, procedentes de un caso real, y llevados a la pantalla de la mano del experto colaborador de Capra -Robert Riskin-, a partir de un artículo periodístico de St. Clay McKelway. Su propuesta es bastante sencilla de apariencia, ya que nos relata una historia tan inusual en su planteamiento como cotidiana en su desarrollo; la historia de Skiper Miller, un bondadoso anciano dedicado a fabricar dinero falso con la sola intención de mantener su modestísimo modo de vida, y siempre en billetes de un dólar. Durante años ha venido realizando dicho procedimiento, a través de unos billetes caracterizados por una ostentosa falta ortográfica –reflejan Wahsington en vez del correcto Washington-, pero precisamente esa extraña dosificación, es la que ha permitido tener en frustrada alerta a los responsables de los departamentos correspondientes del estado, que por otro lado si han capturado a falsificadores de superior calado. Sin embargo, pese a esos diez años en los que el denominado “caso 880” se ha encontrado presente, parecía quedar ya en el ostracismo, la persistencia del joven agente Steve Buchanan (Burt Lancaster), es el que con la ayuda de su veterano compañero McIntire (Millard Mitchell), se imbuyan en la búsqueda de este extraño falsificador que les ha tenido en jaque durante años, y que al mismo tiempo ha roto todos sus esquemas. Un día, la casualidad permitirá encontrar un nexo de unión, al descubrir que la joven Ann Winslow (Dorothy Maguire) ha cambiado uno de dichos billetes. Ella es vecina de Miller y, de forma inadvertida, ha sido sometida a uno de los cambios de billetes de este. A partir de ese momento, se irá cercando el círculo en torno a la figura de este entrañable anciano, al tiempo que entre Steve y Ann se establezca una relación, inicialmente buscada por el primero para intentar sacar de esta información que le acerque el descubrimiento del caso, aunque poco a poco se incline a terrenos más personales.
Siendo como es un título apreciable –incluso por momentos brillante-, si algo destaca en MISTER 880 es la articulación y combinación de elementos y tendencias. Si sus primeras imágenes e incluso su look visual –cortesía del siempre excelente Joseph LaShelle-, nos remiten al cine policíaco verista de la 20th Century Fox –estudio de producción del film-, no es menos cierto en que muchos momentos la presencia de una sintonía navideña en su fondo sonoro –por lo demás innecesaria-, nos advierte que nos encontramos ante una fábula amable, en la que parece contraponerse el concepto del sentido del deber y la fuerza del humanismo. Todo ello sin estridencias, siempre con un tono amable y agradable, adecuando Goulding el juego de sus cuatro magníficos intérpretes principales –en especial un soberbio Edmund Gwenn, que sustituyó a Walter Huston tras su muerte, y sin cuya presencia la película jamás hubiera logrado la emotividad que alcanza en varios de sus mejores momentos-.
A partir de esa combinación de elementos –la crónica de una investigación policial, la descripción paralela de diferentes estratos de la vida social de la Norteamérica del momento-, Goulding articula un relato eficaz, en el que quizá tan solo se registren algunos altibajos en determinados momentos en los que se va ligando la relación de los dos jóvenes protagonistas, o quizá en el apresuramiento con que se describe su final –que pese a su emotividad sin duda hubiera podido dar más juego-. Sin embargo, no cabe duda que en su ligero discurrir no solo destacan todas aquellas secuencias en las que Gwenn tiene acto de presencia –caracterizadas por la extrema bondad e ingenuidad del anciano-, e incluso algunas que sorprenden por su inventiva visual, como aquella en la que Goulding encuadra el deliberadamente buscado encuentro de Buchanan y McIntire con Ann, ubicando la secuencia desde el interior del escaparate de una galería de arte, y remitiéndonos con ello al propio cine mudo. Uniendo a ello la capacidad descriptiva puesta a punto a la hora de desarrollar escenas en ese parque de Long Island –desahogo de tantas frustraciones urbanas-, la soledad que despliegan todos los instantes que muestra la austera vivienda de Miller –o incluso el encuentro inicial que tiene con el siniestro arrendatario-, demuestra como Goulding sabía alternar diferentes registros –justo hay que señalarlo, no siempre con la misma eficacia-, en un conjunto que se mantiene con un nada desdeñable grado de validez aunque, vuelvo a reiterarlo, no entenderé que pinta en su desarrollo la música navideña.
Calificación: 2’5