Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

THE OLD MAID (1939, Edmund Goulding) La solterona

THE OLD MAID (1939, Edmund Goulding) La solterona

Mitificadas en su momento, condenadas años después al menosprecio crítico, los melodramas de la Warner de finales de los treinta e inicios de los cuarenta, al servicio de estrellas como Bette David o, en menor medida, otras actrices como Joan Crawford u Olivia de Havilland creo que están precisas de un análisis desprejuiciado y más pormenorizado. Desprejuiciado, en la medida que casi todos ellos poseen un grado de interés medio que quizá fue obviado cuando la pasión por sus actrices protagonistas quedó sepultada por el análisis de propuestas que fueron despachadas de forma poco sutil como “cine de estudio” ¡Claro que lo eran! Pero no cabe duda que detrás del servilismo a unas actrices, se encontraban productos que, en algunos casos, se elevaban a un grado de interés más bastante notable. Fue un contexto en la que la incardinación de materiales de base de desigual interés, o profesionales más o menos implicados o inspirados, dieron como resultado títulos en ocasiones brillantes. De entre los mismos, no dejaría de destacar la intensidad que emanaba NOW, VOYAGER (La extraña pasajera, 1942. Irving Rapper), y del mismo modo me gustaría resaltar la vivacidad, el ritmo y la frescura que ofrece THE OLD MAID (La solterona, 1939), que más de setenta años después de su realización, se mantiene con una vigencia envidiable, y de alguna manera nos hace volver la atención sobre la figura de su realizador, un Edmund Goulding que siempre mostró su destreza en el género, aunque su previa DARK VICTORY (Amarga victoria, 1939) no alcance el nivel del título que comentamos, teniendo que esperar hasta su periodo en la 20th Century Fox para destacar los dos títulos más insólitos y valiosos de su trayectoria fílmica. Me refiero con ello al insólito y bizarro NIGHTMARE ALLEY (El callejón de las almas perdidas, 1947) y, sobre todo, el excelente y previo THE RAZOR’S EDGE (El filo de la navaja, 1946). Sin embargo, no puedo afirmar que con esta producción de la Warner no se exprese la vitalidad que Goulding Emostraba con el género. Lo que le sucede a THE OLD MAID es que está dotada de tal sentido del ritmo, que su metraje está tan ajustado –y aprovechado-, que su fuerza narrativa es tan constante, que uno no deja de sorprenderse de la extraña modernidad de una propuesta que, pese a estar adscrita a un contexto de producción muy delimitado, parece adelantarse a su tiempo.

 

Estamos viviendo los vaivenes de la guerra civil norteamericana en una localidad sureña. En la misma se encuentra a punto de casarse Delia Lovell (Miriam Hopkins) con Jim (James Stephenson), componente de la respetada y acaudalada familia Ralston. Cuando la ceremonia se encuentra en sus horas previas, Delia recibirá una misiva que le anuncia que su antiguo pretendiente Clem Spender (George Brent) ha regresado a la localidad en un intervalo de la lucha tras dos años de ausencia, aunque estaba prometido con ella. Esta, incapaz de acceder a reencontrarse con él, dejará que su prima Charlotte (Bette David) lo reciba y le anuncie la situación, que este asumirá con una mezcla de estoicismo y resentimiento. Acudirá hasta donde se encuentra la futura esposa y tendrá con ella una última charla, finalizando su ya truncado compromiso. Unos meses después, será Charlotte quien despida a Clem cuando acude a sus deberes con el ejército, viviendo la crudeza de una guerra civil que acabará con su vida. Pasarán unos años, y comprobaremos como Charlotte ha decidido independizarse y auspiciar una escuela para huérfanos de guerra, a la que dedicará toda su atención, sin comentar a nadie –solo lo sabrá el Dr. Lanskell (Donald Crisp)- el hecho de que la iniciativa surgió para cuidar a la hija que tuvo de forma ilegítima en su oculto romance con Clem. Esta estará a punto de casarse con otro de los hermanos Ralston, pero en los prolegómenos de los esponsales, le contará a Delia la realidad de esa hija ilegítima, lo que servirá para que esta, simulando otras razones, coarte la boda de cuajo. La repentina desaparición del esposo de Delia –en un accidente de caballo-, forzará una convivencia entre esta –que tiene dos hijos- y su prima Charlotte, que ha asumido el cuidado de la pequeña Clementine, esa hija a la que nunca querrá revelar la identidad de su madre, para lo cual tendrá que actuar como una mujer fría y distante.

 

Lo primero que destacaría en THE OLD MAID es el magnífico ritmo que demuestra la realización de Goulding. Ayudado por el dinámico montaje que proporciona George Amy, y amparado por una banda sonora del en esta ocasión inspirado Max Steiner, sus imágenes poseen una volatilidad en algunos momentos cercana al musical. Alejada del tono reposado que podrían definir otros melos de Warner Bros en aquellos años, Goulding ofrece un discurrir de enorme agilidad en su primer tercio, quizá en consonancia con el entusiasmo juvenil que demuestran sus dos protagonistas –en especial Charlotte, más impetuosa en lo relativo a esos sentimientos ocultos que siempre manifestó en torno a Clem-. La capacidad de síntesis de esos primeros minutos tiene dos magníficas secuencias de montaje, como son el encadenado de planos con el que en apenas unos segundos, nos describirá el discurrir de la guerra civil, finalizando con el incesante desfile de tumbas que nos acercará a la de Clem. Otro encadenado posterior, nos describirá el crecimiento de la pequeña Clementina, mostrándonos una sucesión de planos de sus piernas discurriendo por las calles en sucesivos planos, logrando con ello marcar una magnífica elipsis, hasta que esta se convierta en una despierta joven –encarnada por Jane Bryan-. Será el inicio de una mayor relajación en la narración, que a partir de la opción de la vivencia de las dos primas juntas en la mansión de Delia convertida en viuda, se desarrollará casi en totalidad en los interiores de la misma. Llegados a este punto, hay que destacar no solo la eficacia de la dirección artística de la película, sino sobre todo el aprovechamiento que Goulding logra de la misma hasta cobrar casi vida propia. Las habitaciones, estancias, cortinajes, la escalera… todo cobra en la película un extraordinario protagonismo y viveza, demostrando la agilidad narrativa y el sentido del espacio escénico puesto a punto por un Goulding que se tomó con especial interés la película –en un año en el que rodó otros dos títulos más-. Será a partir de este encuentro, cuando THE OLD MAID adquirirá un matíz más psicológico e interiorizado, centrado en la relación llena de resquemor aunque amable en apariencia mantenida por las dos primas. Era preciso para ello que la dirección de actores fuera precisa y adecuada, y en este sentido el duelo mantenido por Bette David y Miriam Hopkins –esta última, una intérprete necesitada de un especial control para no incurrir en excesos histriónicos-, revestirá una gran altura, ayudado por la presencia mediadora de un magnífico Donald Crisp, que se erigirá como la voz de la conciencia de una historia que conoce en todos sus matices y se reserva para su interior, en la medida de evitar perjudicar a Clementine en su futuro. No se omiten introducir en el relato unas oportunas pinceladas que hablen del clasismo que regía la sociedad norteamericana de aquel tiempo. Pero no es esto lo que proporciona la fuerza a este atractivo drama. Lo que realmente interesa es ese enfrentamiento que se mantiene entre una madre que sacrifica su identidad como tal ante su hija –que siempre la denominará “Tia Charlotte”- para evitarle problemas en su futuro, y de alguna manera manteniendo oculta la expresión de su amor hacia Clem, y aquella mujer que también amó a Clem, pero que prefirió dejar de lado su compromiso para lograr una estabilidad social asegurada. Por tanto Delma luchará de manera inconsciente por hacerse con el afecto de Clementine –no evitará ni en convertirla en una joven caprichosa, ni en dirigir parte de ese afecto a la que sabe es su verdadera madre-, hasta el punto de llegar a adoptarla, para así permitir que en su futuro pueda alcanzar una cierta situación social heredada de ella y, de esta forma, poder casarse con el joven Lanning Halsey (William Lundigan).

 

En todo momento, el grado de introspección psicológica de THE OLD MAID alcanzará una notable altura, ayudado para ello por el gusto por el detalle desplegado por Goulding –esa gargantilla azul que en diversos momentos del metraje servirán para evocar al desaparecido Clem-, o la intensidad que adquieren los apartes vividos por Charlotte, en los que recurrirá a la célebre canción My Darling Clementine, evocadores de ese amor que la mantendrá incólume en su decisión de aparentar ser rígida y antipática ante su hija, para preservarla de todo aquello que podría debilitar su futuro. Así pues, con la anuencia de una dirección de actores precisa y atrayente, el acierto de contar en cada momento de la narración con el tempo adecuado, y la relativa modernidad que Goulding aplicó en su puesta en escena, lo cierto es que a la hora de hacer un cómputo de las producciones más atractivas de Hal B. Wallis dentro del melodrama para la Warner, será justo introducir en un lugar de cierto relieve a esta vigente THE OLD MAID, que culmina además con un cierto reconocimiento hacia Charlotte, aunque este sea, en realidad, tan liviano y evanescente como un simple beso dirigido en el fondo por esa prima que se debatirá en todo momento entre lo que debe o lo que le interesa hacer.

 

Calificación: 3

2 comentarios

Carlos Díaz Maroto -

Totalmente de acuerdo con Sergio. Y gracias por esta interesante reseña.

Sergio Sánchez -

La etapa Fox de Goulding parece difícil de batir, pero a pesar de que ciertamente "The old maid" es de una grandiosa vitalidad, no me parece en absoluto inferior "Dark victory", que tras una aparente carcasa teatral nos regala la "muerte cinematográfica" más terroríficamente emocionante que haya visto yo en cine. Ya quisieran muchas películas contemporáneas que pontifican sobre vivir y morir (Coixet) elevarse a la altura de los tobillos de "Dark victory".