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CINEMA DE PERRA GORDA

NIGHTMARE ALLEY (1947, Edmund Goulding) El callejón de las almas perdidas

NIGHTMARE ALLEY (1947, Edmund Goulding) El callejón de las almas perdidas

Edmund Goulding había desarrollado ya una extensa y no muy atractiva trayectoria como realizador –que le llevó incluso en a filmar la olvidable GRAN HOTEL (Grand Hotel, 1932), galardonada de forma incomprensible con el Oscar a la mejor película de aquel año-. Es curioso destacar como Goulding dio vida a finales de los años cuarenta sus títulos más recordados, dentro de un periodo adscrito a la 20th Century Fox. Entre ellos hay que citar un excelente melodrama como EL FILO DE LA NAVAJA (The Razor’s Edge, 1946) y también la extraña, inclasificable película que nos ocupa –NIGHTMARE ALLEY (1947) –EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS en España-, que emerge a través del paso del tiempo como una de las mayores singularidades que el propio melodrama ofreció en esta década, en una extraña mezcolanza con el cine negro y unos ciertos toques fantastiques que son los que finalmente proporcionan esa atmósfera sórdida y hasta lúgubre que posibilita buena parte de un encanto que se mantiene vigente prácticamente seis décadas después de su realización.

Con una estructura singularmente circular, NIGHTMARE ALLEY se abre con unos planos panorámicos que describen la atmósfera de un sórdido y decadente mundo de los feriantes –en todo momento la excelente labor de fotografía de Lee Garmes es uno de los mejores aliados de Goulding-. En este inicio contemplamos el modo de funcionamiento de una falsa vidente llamada Zeena (excelente Joan Blondell), ante un público formado por incautos que creen las falsas adivinaciones que esta les formula. Zeena es una veterana en la profesión y está secretamente enamorada de Stan Carlishe (Tyrone Power, en el papel más arriesgado de toda su carrera) aunque sigue casada con Pete (Ian Keith), su antiguo compañero de andadura profesional y que se encuentra absolutamente abandonado en su decrepitud a causa del alcohol. Stan es un joven ambicioso y egoísta, dotado de un gran encanto y carisma persona, y no duda en lograr de Zeena la clave –un sistema con el que puede realizar las aparentes adivinaciones ante el público- para entre ambos formalizar un espectáculo juntos. Finalmente lo logra y con la ayuda de la joven Molly (Coleen Gray) aprende todos los secretos que permiten de una sucesión de simples trucos auditivos hacer ver que estamos ante autenticos poderes sobrenaturales. Pero en todo ello se destaca una innata habilidad de Stan para embaucar a la gente, que poco a poco le llevará a subir los peldaños de la fama y hacer de su espectáculo una atracción realmente cotizada.

Es evidente que toda esta descripción del mundo de feriantes, caravanas y personas que hacen su vida de pueblo en pueblo, tiene un notable referente en la obra maestra de Tod Browning LA PARADA DE LOS MONSTRUOS (Freaks, 1932) y tiene una formidable forma de expresión en la narrativa de un Goulding que sabe utilizar los decorados, acertar en la ubicación de la cámara y ser extremadamente valioso en los movimientos de la misma a la hora de desarrollar el movimiento de los actores dentro del encuadre –aún cuando estos se ubican en distancias divergentes; el largo plano en el que Stan tienta a Pete para probar esa bebida que su esposa Zeena le ha prohibido, o el posterior en el que Stan esconde la botella que ha cambiado accidentalmente provocando la muerte del envejecido marido de la veterana adivina de feria-.

Una situación inesperada llevará a la boda de Stan con la joven Molly. Como quiera que esta compartía con él los secretos de la clave, ella será la que se incorpore a él en su número en la gran ciudad, donde muy pronto The Great Stanton-. será una atracción conocida y apreciada. A ella acudirá un día la escéptica psicóloga –Lilith (fascinante Helen Walter)-, que sin embargo queda sorprendida por las aparentes dotes de Stan –le ha tendido una trampa delante del público pero la capacidad de psicología natural de este la capta en pleno espectáculo-. Es por ello que pese a unas relativas reticencias ambos deciden trabajar juntos, actuando de forma fraudulenta y permitiendo que el falso vidente se introduzca en aparentes terrenos de lo sobrenatural que le permitirá granjearse la estima –y el dinero- de conocidos y acaudalados clientes de la psicóloga. La situación marchará viento en popa hasta que uno de los “convencidos” del charlatán quiera que se visualice el espíritu de una antigua novia y este intente que su esposa se disfrace como esta –basándose en fotos que le ha facilitado Lilita-. Pese a sus crecientes reticencias Molly accede a encarnar este espíritu, pero en plena “materialización” finalmente desiste de ello siendo descubierto por el influyente cliente.

Stan ha quedado desacreditado y huye de la ciudad, en una caída absolutamente estrepitosa que le llevará finalmente a aceptar encarnar a un monstruo de una feria que encuentra en su huída. Totalmente deformado y traspasado por el alcohol, Stan finalmente es reconocido por su esposa –que lo había buscado infructuosamente-, renaciendo un extraño rayo de esperanza para el que la pesadilla es prácticamente su único recuerdo, pese a que aún le queden fuerzas para exhibir sus dotes como charlatán ante otros individuos igualmente vencidos por la bebida y los sinsabores de la vida.

Es evidente que EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS es un film tan extraño como ejemplo perfecto de las singularidades que podía permitir el cine en la época dorada de Hollywood. Esa búsqueda de una estrella cinematográfica en pleno apogeo por intentar demostrar que era un intérprete versátil más allá de sus conocidos títulos de aventuras –pienso que una película así no podría haber surgido de uno de los grandes estudios sin el apoyo de un intérprete conocido por el público, y aún contando con un casi seguro escaso eco comercial-. Y es evidente que se parte de una historia realmente alucinante que proporciona Jules Furthman a partir de una novela de William Lindsay Gresham. Un argumento que se introduce en una atmósfera asfixiante, que destaca por una constante huída de moralismos –de ahí ese aire de autenticidad que mantiene-, que no duda en equiparar la psiquiatría como otra forma de charlatanería –algo bastante atrevido en un periodo en el que tanto la sociedad USA como el propio cine estaba imbuido de esa sempiterna influencia-, y en el que al mismo tiempo se habla de la falta de respeto a Dios, se descubren esas formas de superchería que embaucan a los necesitados de la fe, y al mismo tiempo se habla de tomas de postura morales –la inocencia y fidelidad de Molly, la honestidad de Zeena y el egoísmo y ambición mostrados por Stanton y la joven psicóloga. De alguna manera se establecen unas relaciones de dependencia de unos personajes con otros, en un entorno de turbia amoralidad que finalmente tendrá la lógica consecuencia del “descenso a los infiernos” del sablista, embaucador y al mismo tiempo atrayente personaje encarnado con tanta convicción por Tyrone Power.

De forma extraña y junto a esa vinculación de NIGHTMARE ALLEY al melodrama negro de aquella época, hay algunos apuntes que lo emparentan con el cine fantástico tanto en el terreno sobrenatural como en la plasmación narrativa de la película, a los que se entrega Goulding con verdadera dedicación –tal y como por otra parte sucediera con la anteriormente mencionada THE RAZOR’S EDGE-. En este caso ese recorrido por la cámara por nocturnos dominados por la niebla ambientados en los exteriores de las carretas de los feriantes, esa presencia –en off- del monstruo que se exhibe como atracción principal, la absoluta creencia de Zeena por los anuncios que le ofrece el tarot y que aciertan de forma inevitable –el elemento más inquietante de la película-, esos dos instantes fabulosos en los que Stanton nos hace creer al espectador de la veracidad de sus capacidades (cuando en sus actuaciones en salas ya elegantes convence a la psicóloga que ha intentado tenderle la trampa y este se quita la venda provocando su instantánea fascinación; o aquel en el que capta a la anciana hablándole de su hija muerta)-. Al mismo tiempo, la utilización de la elipsis, la dosificada evolución de sus secuencias y su propia e inclasificable configuración general, elevan esta película a la consideración de verdadero clásico y lo ubican con una extraña y generalmente fascinante producción, capaz de atraer la atención de públicos muy diversos, en torno a una autentica singularidad de Hollywood dorado.

Calificación: 3’5

3 comentarios

Hildy Johnson -

Alucinante.
Todavía ando hipnotizada por la fuerza de las imágenes y de su historia.

Tyrone Power no es de mis actores favoritos por eso ha sido una sorpresa su caracterización como Stan, me ha encantado.

Y el trío de damas, memorable.

También como dices es mágico cómo te hace entrar la película en un ambiente trágico y agobiante desde el primer fotograma.

La muerte de Pete..., ufff, sin palabras.

Besos
Hildy

Cine y Revolución -

Gran obra cinematográfica, en efecto. De lo mejor de ese olvidado cineasta llamado Edmund Goulding.

jarillo -

Me ha sorprendido y encantado, es especial, tiene mucho para comentar, tiene encanto