THE MOLLY MAGUIRES (1969, Martin Ritt) Odio en las entrañas
Cuando en la trayectoria de Martin Ritt se vislumbraba una estela que combinaba algunos títulos más o menos interesantes, otros más bien limitados en su interés y, finalmente, un porcentaje más bien prescindible que hacía considerar al ya veterano realizador como uno de los “parientes pobres” de la denominada “generación de la televisión”, he aquí que con THE MOLLY MAGUIRES (1969) –ODIO EN LAS ENTRAÑAS en España- llegó una relativa sorpresa –tal y como brindaría igualmente John Frankenheimer, compañero de filas y director de trayectoria más brillante, firmando algunos de sus obras más estimulantes en aquellos años-. Es así como abandonando en buena medida la relativa retórica, el efectismo y el elemento discursivo que lastraban buena parte de sus películas, en esta ocasión Ritt decidió implicarse a fondo en una película que no abandona un elemento de denuncia y tiene un substrato claro, pero todo ello queda perfectamente tamizado por una sobria e intensa realización.
THE MOLLY MAGUIRES nos cuenta la lucha de un grupo de mineros en la Pensylvania de 1860, componentes de una sociedad secreta que se encarga de buscar con la lucha violenta la mejora de las condiciones a raíz de la indiscriminada explotación de los responsables de las minas. Conscientes de la incidencia de estos boicots, las fuerzas del orden deciden introducir un voluntario para que se introduzca entre los componentes de este grupo y pueda desarticularlos. En respuesta a esta llamada se ofrece como voluntario James McParlan (McKenna en su nombre falso a los mineros; Richard Harris). Este logra poco a poco introducirse en el grupo de violentos mineros de ascendencia irlandesa, que está comandado por el inicialmente desconfiado Jack Kehoe (Sean Connery). Pese a estas reticencias iniciales y dada la convicción con la que aparentemente se ve envuelto en conflictos con la policía –que ha preparado astutamente todo el proceso-, McParlan logra introducirse en la sociedad y transmite la oportuna información a Davies (Frank Finlay), el oficial de policía que ha sido su enlace. De todos modos su corazón se divide entre la lealtad hacia los que ahora son sus compañeros, al intentar de alguna manera justificar y apoyar sus actividades violentas y al mismo tiempo persistiendo en su intención inicial de delatarlos para lograr así un ascenso social en una trayectoria caracterizada por su pertenencia a la clase obrera.
Uno de los rasgos que mayor interés otorga a THE MOLLY MAGUIRES estriba en esa dualidad de mantener un discurso coherente en contra de la delación y en la defensa de los derechos obreros –supongo que estaría muy en las intenciones tanto de Martin Ritt como del guionista Walter Bernstein –conocido “hiblackisted”-, sin que ello ahogara el interés puramente cinematográfico de la propuesta. Por fortuna, en todo momento se muestra una ambigüedad en el punto de vista pero llama más la atención el especial cuidado puesto de manifiesto en la elaboración de la película, con una narrativa sobria y serena, caracterizada por el uso de planos generales, panorámicas bien elaboradas –como la que da inicio al film y que nos introduce con facilidad en el entorno en el que se centrará la acción-, desafíos narrativos como esos casi diez minutos iniciales que se muestran sin diálogo alguno y que por medio de miradas y la interrelación entre sus protagonistas, se describe a la perfección tanto el funcionamiento de este grupo de mineros como la propia unión de todos ellos.
No nota que la película se elaboró con un especial cariño por todos cuantos en ella colaboraron –es excelente y sobre todo sobria la labor de su reparto; impresionante la labor de James Wong Howe en una fotografía que sabe describir los interiores de las minas de una forma absolutamente física; la ambientación es creíble y no se deja llevar ni por preciosismos ni, en su oposición, miserabilismos; en todo momento nos sentimos partícipes de esa negrura del carbón que llega a impregnar incluso los bosques; la banda sonora de Henry Mancini es espléndida y demuestra, por si a alguien le cabía alguna duda, la versatilidad de uno de los grandes compositores cinematográficos contemporáneos-. En cualquier caso, es evidente que esa labor de equipo supo ser aglutinada por un Martin Ritt que en esta ocasión dejó de lado cualquier efectismo y adscripción a modas estéticas de la época –me viene a la mente recordar un film de periodo similar y ambientación cercana en el tiempo que, pese a sus cualidades sí cayó en esa trampa visual. Me estoy refiriendo a EL SEDUCTOR (The Beguiled, 1971)-. En su contraposición, la narrativa de THE MOLLY MAGUIRES es por momentos seca –el impactante asesinato de uno de los mineros y su esposa mientras descansan en la cama a manos de dos policías-, en otros elegíaca –las secuencias que se desarrollan en el bosque y junto al lago entre McParlan y Mary Raines (magnífica Samantha Eggar), que proporcionan un respiro visual e íntimo a una historia realmente opresiva y que personalmente considero las más hermosas de la película- a veces evocadora y finalmente lúgubre.
Según va discurriendo la historia, el espectador va adquiriendo una sensación de pesimismo, de inevitabilidad en el destino trágico del ser humano, en la sensación de que toda lucha es inútil pero al mismo tiempo necesaria como señal de rebeldía con aquellos elementos que oprimen al hombre –entre ellos es espléndida la forma con que se muestra la sempiterna ambigüedad que en realidad es servilismo con el poder establecido de la representación de la Iglesia-. Y esa sensación de fatum que de alguna manera envuelve a todos los personajes centrales que discurren por THE MOLLY MAGUIRES –pienso que todos tienen constancia del absurdo de sus acciones-. Finalmente lo que queda es un poso de luz entre tanto fatalismo; el innegable peso que en la persona tiene preservar su dignidad por encima de todo. Una dignidad que se llevarán los violentos provocadores de las minas al luchar por algo que entienden justo y que, en su oposición, jamás podrá alcanzar el delator Mcparlan, por más que en los planos finales busque la inútil compasión de Kehoe. El peso de esa delación no podrá abandonarle en el resto de una vida que ha buscado la comodidad a costa de la confianza de otros. Sin duda una parábola nada sibilina sobre un periodo que tanto Ritt como, fundamentalmente, Bernstein, vivieron en los años cincuenta –e incidirían en ello es posteriores colaboraciones cinematográficas-. Sin embargo en esta ocasión –y con la complicidad de la novela de Arthur H. Lewis-, lograron trasladar sus inquietudes en un resultado cinematográfico realmente brillante que se erige, sino en una obra maestra, sí una magnífica, dura y emotiva película en un periodo en el que el cine norteamericano ya había abandonado su clasicismo y estaba dando auténticos “palos de ciego”. Esta fue una hermosa excepción.
Calificación: 3’5
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Anónimo -
Gonzalo Gala -