HOMBRE (1967, Martin Ritt) Un hombre
Nos encontramos en el año 1967, época en donde la casi absoluta defunción de los géneros tradicionales tuvieron su víctima más destacada con el que quizá sea más genuinamente cinematográfico: el western. Las –siempre a mi juicio- nefastas influencias del spaghetti italiano y la progresiva desaparición de los grandes especialistas del mismo, favorecieron que sus diferentes muestras fueron adentrándose en un autentico callejón sin salida. En medio de esa coyuntura se rueda esta producción de la 20th Century Fox –de apariencia extraña pero en el fondo más convencional de lo que pudiera parecer-, con la que Martin Ritt quizá quería reverdecer los laureles de la atractiva HUD (1963) y la aún muy cercana en su filmografía y a mi juicio mediocre THE OUTRAGE (Cuatro confesiones, 1964). De la primera retomaría esa extraña relación de amor – odio entre el personaje protagonista -interpretado en ambos títulos por Paul Newman- y una mujer de fuerte personalidad (Patricia Neal en HUD, Diane Cilento en HOMBRE),- mientras que del poco distinguido remake del RASHÔMON (1950) de Akira Kurosawa, asumía ese gusto por lo exótico y un alcance discursivo que impregna buena parte de las dos propuestas. Entremedias de ambas, HOMBRE (Un hombre, 1967) no alcanza a mi juicio la fuerza de Hud, pero sí está por encima de la citada THE OUTRAGE, definiéndose como un conjunto en el que quizá sus dos principales rasgos a destacar serían su atmósfera claustrofóbica –un elemento de especial interés si tenemos en cuenta que en su mayor parte está rodada en exteriores-, así como el aliento nihilista centrado en la figura del protagonista, aunque extendido en varios de sus personajes secundarios.
John Russell (Paul Newman) es un blanco criado en el seno de una tribu de apaches de Arizona. Tras la muerte de su padre ha heredado una vieja mansión que se dispone a vender, tomando contacto con la que ha sido su administradora –Jessie (Diane Cilento)-. Convertido en un ser tan curtido como escéptico ante el mundo, su educación dentro de la raza india le ha hecho mantener un considerable desprecio hacia los blancos, al comprobar el rechazo que estos han mantenido hacia su raza de adopción. Una vez llega hasta su nueva propiedad la vende con rapidez a cambio de una manada de caballos, regresando junto a un grupo de viajeros en una diligencia. En el trayecto podrá comprobar de nuevo el desprecio que se tiene sobre su raza adoptiva, en especial por personas de aparente educación, obligados a demostrar una mayor sensibilidad hacia el tema –el matrimonio formado por el dr. Favor (Fredric March) y su esposa, la arrogante Audra (Barbara Rush)-. Favor ha escondido en secreto en la diligencia una fortuna lograda de forma fraudulenta especulando con comercio de carne con los indios, siendo asaltados sus pasajeros por el bandido Grimes (Richard Boone) –uno de los que partirá al principio con ellos en el trayecto, tras conseguir de forma intimidatoria una de las plazas- y su grupo de esbirros. Una vez abandonados los ocupantes de la diligencia tras el atraco, aceptan que Russell asuma la responsabilidad para lograr salir del apuro y al mismo tiempo escapar del seguro acoso de los hombres de Grimes –temerosos de su regreso tras la huída-, que se han llevado como rehén a la esposa de Favor. La situación se va tornando cada vez más tensa entre los accidentados viajeros hasta que llegan a un viejo pozo abandonado, donde se desarrollará el clímax de la película. Allí quién había demostrado un mayor descreimiento tanto ante la vida como hacia sus propios compañeros –Russell- revelará su singular visión de la existencia, al tiempo que demostrará un sentido de la solidaridad que solo de forma secreta le había manifestado Jessie.
Basado en una novela de Elmore Leonard, HOMBRE es un film discursivo en la medida que los personajes que conforman buena parte de la película responden a unos estereotipos mil veces mostrados anteriormente en el cine. Martin Ritt no solo no se esconde en mostrarlos como tales sino que potencia tal “representatividad”. Quizá debido a ello estos queden faltos de entidad propia, por más que en líneas generales la labor interpretativa sea brillante –especialmente en el caso de Fredric March, Diane Cilento y Martin Balsam-, pero también bastante más ajustada en Newman que en otros cometidos suyos más dados al fácil histrionismo (como su bandido chicano en la ya citada THE OUTRAGE-. En el conjunto del metraje cabe destacar la excelente aportación de James Wong Howe con una fotografía en color caracterizada por sus tonos ocres y lúgubres, creando una atmósfera siempre sofocante y pesimista a tono con la propuesta dramática. Por supuesto, la película se integra dentro de la lista de exponentes antirracistas y proindios que se prodigaron en el cine norteamericano desde mitad de los años sesenta pero, al menos, cabe señalar que en este caso nos encontramos lejos de títulos de dicha vertiente tan lamentables como SOLDIER BLUE (Soldado azul, 1970, Ralph Nelson). En esta ocasión el realizador dota a su narrativa de un tono clásico –solo roto en dos innecesarios y zafios zooms dirigidos a las muertes por disparo tras el asalto a la diligencia, y en algún reencuadre en teleobjetivo-, sabe componer en scope –ya lo había demostrado en numerosos ejemplos precedentes-, en determinadas secuencias traslada una sensación opresiva –como aquella en la que Grimes se enfrenta con un oficial por su puesto en la diligencia, o las que se desarrollan en el interior del recinto abandonado con la reunión de todos los personajes resistiendo el acoso de los bandidos- y, en líneas generales, su resultado brinda un resulta tan discreto como estimable.
No obstante, creo que no se puede negar que una película de estas características hubiera encontrado un mejor resultado no solo en las manos de un Anthony Mann, sino es especialistas como Budd Boetticher o John Sturges –señalo directores que la década anterior habían acometido películas cuya estructura se acerca a la que comentamos-. En su defecto, HOMBRE presenta en bastantes momentos de su dramaturgia la sensación de asistir a un cuidado producto dramático diseñado para televisión –no olvidemos la filiación de Ritt dentro de aquella popular generación de cineastas-. Pese a esta limitación, hay un elemento que permite que Un hombre alcance cierta altura; el existencialismo que en sus pasajes finales demuestran tanto Russell como el aparentemente despreciable dr. Favor. El primero resta importancia al propio hecho de morir, señalando cuando está a punto de acercarse a ella que todo es cuestión de encontrar el momento apropiado para el encuentro con el instante definitivo. Por su parte, el hasta entonces poco recomendable médico proyecta en los diálogos que pronuncia cuando se encuentra acosado en los pasajes finales, su negación de la existencia de Dios y la aceptación de la Nada de forma resignada. Son detalles como esos los que ofrecen en última instancia una notable extrañeza a una película en conjunto no especialmente destacable, pero sí merecedora de una mirada teñida de curiosidad.
Calificación: 2
2 comentarios
Panfleto -
pharmacy
Viagra Online -