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CINEMA DE PERRA GORDA

NO DOWN PAYMENT (1957, Martin Ritt) Más fuerte que la vida

NO DOWN PAYMENT (1957, Martin Ritt) Más fuerte que la vida

Si en nuestros días, la figura de Martin Ritt representa uno de los cineastas –sino el que más- olvidados de la reivindicada “Generación de la televisión”, incidiendo aún más en dicha vertiente, tendremos que reconocer que el título que apareció como su debut en la pantalla grande; NO DOWN PAYMENT (Más fuerte que la vida, 1957), quizá sea uno de los menos conocidos de su desigual filmografía. No es el único ejemplo dentro de sus compañeros de generación –tenemos el que brindó Franklin J. Schaffner con la casi ignota THE STRIPPER (Rosas perdidas, 1963)-, pero en el caso de Ritt, lo cierto es que nos encontramos con una película, que solo de manera tímida, se acerca a los modos retóricos y discursivos que harían más o menos popular su cine. Entiéndaseme bien. Durante la primera década de andadura de Ritt, se alternaron exponentes de nivel con otros totalmente prescindibles, al tiempo que aparecían películas más o menos cercanas a sus “constantes” por así denominarlas, junto a otras de plasmación narrativa más convencional. No siempre el mayor o nivel de cada uno de dichos títulos, tenía que ir aparejado con una supuesta mayor cercanía visual o temática del cineasta, a quien con la distancia que proporciona el paso del tiempo, no veo más que un artesano con cierta debilidad por lo discursivo, que si quizá en su momento le permitió un cierto reconocimiento por una crítica de guión de raíz progresista, no solo situó sus tiros de forma periclitada, si no que hoy día, desde una mirada más global, ha permitido que sean desatendidos títulos como el que comentamos, en absoluto desprovisto de interés.

De entrada, hay que reconocer que NO DOWN PAYMENT, en absoluto vaticina el giro posterior que iba a manifestar el devenir cinematográfico de Ritt. Sus imágenes son –por fortuna- muy deudoras de la iconografía de la 20th Century Fox de su momento, e incluso sus títulos de crédito, vaticinando una crónica urbana amable, casi parecen inducirnos a pensar en disfrutar de una comedia. El look visual en blanco y negro del gran Joseph LaShelle, o la propia configuración en CinemaScope, con esa visión del joven y atractivo matrimonio formado por David (Jeffrey Hunter) y Jean Martin (Patricia Owen), mientras con ironía contemplan esa sucesión de rótulos invitando a comprar viviendas en acomodadas urbanizaciones en Los Angeles, nos hace pensar en ello, al tiempo que nos entrecruza con varias de las familias que se inmediato formarán la coralidad del relato, mientras salen del servicio religioso dominical. Los Martin se han mudado a una de dichas viviendas, siendo enseguida invitados por los que aparecerán como sus vecinos más directos; Herman (Pat Hingle) y Betty Kreizer (Barbara Rush, curiosamente, ya entonces ex esposa de Hunter en la vida real). Por su parte, en la barbacoa a la que serán invitados, conocerán a sus otras dos parejas de vecinos; la tensa formada por Troy (Cameron Mitchell) y Leola Boone (Joanne Woodward), y el no menos inestable de Jerry (Tony Randall) e Isabelle Flagg (Shree North).

En realidad, pronto comprobaremos que lo que nos ofrece Ritt –en una película que acusa de manera evidente, los modos de ese excelente productor que fue Jerry Wald-, es una crónica de costumbres, que fue uno de los subgéneros más atractivos del cine norteamericano de la segunda mitad de los cincuenta e inicios de los sesenta, con títulos que podrían ir desde el Nicholas Ray de la extraña BIGGER THAN LIFE (Más poderoso que la vida, 1956), al doloroso romanticismo de la casi mítica STRANGERS WHEN WE MEET (Un extraño en mi vida, 1961. Richard Quine). Es decir, nos encontramos con una serie de dramas urbanos, destinados a  mostrar las fisuras de ese inoculado American Way of Life, presente en tantas y tantas producciones. En este caso, dicho cuestionamiento se hará extensivo en el dispar fracaso existencial, expresado en cuatro matrimonios de configuración complementaria, apariencia intachable, aunque compartiendo en el fondo su generalizada insatisfacción, en buena medida debido al servilismo a unos convencionalismos sociales y económicos, que les imposibilitan realizarse tanto como personas, como en su propia relación de pareja. Así pues, mientras David es un joven universitario empeñado en realizarse profesionalmente como ingeniero industrial, Herman ejerce como propietario de un establecimiento, Troy es un antiguo voluntario de guerra contra los japoneses que trabaja de encargado de una gasolinera, aspirando a ejercer como jefe de una comisaría de policía, y finalmente el patético Jerry, completamente dado a la bebida, fracasado en su intención de triunfar como comercial en la venta de coche. Una galería de personajes masculinos dominados por la insatisfacción y el resentimiento, en la que tendrán como elemento de presión el peso de unas mujeres, en general más inclinadas a someterse a los designios de las convenciones sociales. Habrá una excepción entre ellas, la que proporcione Leola, quien en el fondo acompaña a Troy, debido a que se trata de una mujer tan inestable como el hombre con el que ha decidido compartir su vida, pese a que en el pasado viviera un extraño episodio, que le motivara a dejar el hijo de ambos en adopción, dado que el padre en ese momento no estuviera con ella.

A partir de dichas premisas, se plasmará una planificación relajada, que en esencia combinará secuencias corales, con otras planificadas “a dos” –en donde a mi modo de ver se encuentran los momentos más valiosos de su conjunto-, y siempre teniendo una especial significación la escenografía de interiores de esas modernas e impersonales edificaciones, que en no pocos momentos aparecen casi una especie de prisión doméstica. A partir de dichas premisas, NO DOWN PAYMENT afina bastante su elemento de denuncia de un ámbito muy concreto, oscilando en dicho contexto entre lo discursivo y lo intenso. Hay que reconocer que el guión del prolífico Philip Yordan sabe extraer las previsibles sugerencias de la novela de John McPartland, brindando una mirada crítica bastante poco complaciente, en torno a un modo de vida en teoría dominado por la comodidad, aunque no es menos cierto que la misma queda dominada por estereotipos melodramáticos, que sin embargo adquieren una cierta veracidad, fundamentalmente debido a la sobriedad de la puesta en escena de Ritt y, en modo muy destacado, a la impecable labor de un cast perfecto. Hay en la película dos elementos temáticos a mi juicio de especial relevancia. Uno será la plasmación de la problemática surgida por el japonés Iko (Aki Aleong), el fiel empleado de Herman, discriminado por su condición a la hora de poder adquirir una vivienda en la urbanización donde viven nuestras parejas protagonistas, y que traerá a colación uno de los dramas más duros que trajo la II Guerra Mundial, como fue la humillación sufrida por los japoneses residentes en USA –algo que se expresaría en toda su magnitud, en el posterior drama bélico HELL TO ETERNITY (Del infierno a la eternidad, 1960. Phil Karlson), curiosamente, protagonizado por Jeffrey Hunter-. El otro, tratado con menos hondura, la incidencia de la influencia religiosa, en el personaje de Betty.

Por lo demás, NO DOWN PAYMENT proporciona una mirada bastante desencantada en torno a ese gran sueño americano –esos picados exteriores, que muestran esa abundancia de viviendas unifamiliares de planta baja, describiendo sutilmente esa aura de alienación colectiva que les caracterizan, la presencia siempre en segundo término del receptor televisivo, la hipocresía que se despliega en las fiestas nocturnas celebradas, la tentación consumista descrita en la operación de venta de coche llevada a cabo por Jerry con un matrimonio de maduros cocineros-, surgido a partir de la generación heredera de la de la II Guerra Mundial –algo a lo que se aludirá en las reflexiones de algunos de sus personajes-. Todo ello en una película en la que lo auténtico y lo convencional, casi se da de la mano de una secuencia a otra, en la medida que lo que en aquel momento podría establecerse como audaz, el paso del tiempo ha diluido en parte su carga crítica, o incluso su atrevimiento en materia sexual –el ataque de Troy a Jean-. Es por ello que, sin dejar de valorar lo que tiene, esa mirada ácida a esa nueva sociedad que aparecía como ejemplar en la vida americana –y que ningún género como la comedia, supo desmontar con tanta eficacia-, uno se queda precisamente con aquellos instantes intimistas, herederos del melodrama clásico, en donde Martin Ritt da la medida de sus posibilidades como realizador. Es por lo general en dichos pasajes, a través de una intensa gradación de la pantalla ancha, centrada en la labor de sus actores, cuando sus imágenes adquieren una mayor contundencia dramática. Y llegados a ese punto, quizá sería muy fácil elegir alguno de esos momentos caracterizados por su intensidad, en donde se plasman con especial intención facetas de esas crisis existenciales, larvadas en cada una de dichas parejas. Sin embargo, no dudaría en quedarme con ese largo, casi extenuante, primer plano compartido por unos magníficos Joanne Woodward y Jeffrey Hunter, donde con tanta fuerza como determinación dramática, se plantea una insinuación erótica entre ambos, como desahogo a una frustración emocional que, por diferentes razones, asumen interiormente.

Un pasaje magnífico pero al mismo tiempo de breve duración, en una relato coral en el que –¡Ay!-, no se descarta la debilidad de incluir un apólogo moralista, en torno al personaje más en apariencia cuestionable de la función, mientras su esposa abandone un ámbito de residencia en el que no encaja, y el resto de parejas no dudarán en acudir al servicio religioso dominical, como prueba de integración en un ámbito en el que ya han sido domesticados. Uno echa de menos una mayor virulencia en ese contraste que marca la tristeza de Leola, al abandonar en taxi aquel contexto, tras la trágica muerte de su esposo, aunque dicha limitación no quepa omitir valorar en la medida que merece, este intento, entre melodramático y honesto, de poner el tela de juicio una supuesta sociedad feliz, y que solo por permanecer durante décadas en el olvido más absoluto, nos obligue a concederle una adecuada atención.

Calificación: 2’5

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