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CINEMA DE PERRA GORDA

HEMINGWAY’S ADVENTURES OF A YOUNG MAN (1962, Martin Ritt) Cuando se tienen 20 años

HEMINGWAY’S ADVENTURES OF A YOUNG MAN (1962, Martin Ritt) Cuando se tienen 20 años

Hay películas a las que desde el momento de su estreno la mala fama les ha acompañado, sin que este marchamo haya podido ponerse en cuestión –total o parcialmente- con el paso del tiempo. Uno de los ejemplos ilustrativos de este enunciado podría ser el que proporciona HEMINGWAY’S ADVENTURES OF A YOUNG MAN (Cuando se tienen 20 años, 1962. Martin Ritt). Es probable que para tal valoración se esgriman razones de peso; desde el escaso aprecio que se tiene a la andadura inicial del irregular realizador que fue Martin Ritt; la mitología existente en torno a la figura de Hemingway –y que ciertamente no ve correspondida su iconografía en esta película, centrando primordialmente sus esfuerzos en los ecos que ciertas adaptaciones cinematográficas de sus obras se venían adueñando de la imagen fílmica de la obra literaria del norteamericano, caracterizadas por cierta blandura; la presencia de Richard Beymer como protagonista…

 

No seré quien lleve la contraria en el momento de plantear dichos argumentos… e incluso añadiría uno más: la extensa duración de la película –más de dos horas y cuarto-, que en su primera mitad se deja notar en demasía, y no precisamente en sentido positivo. En cualquier caso, asumiendo todos estos elementos que subrayan un título que arrastra una acogida negativa desde el preciso instante de su estreno, lo cierto es que el paso del tiempo y la degradación que en nuestros días registra el lenguaje cinematográfico, permite que películas llenas de debilidades e insuficiencias como la que comentamos, llegan a ser contempladas con cierta simpatía. Esta circunstancia nos permite incluso encontrar una serie de rasgos y características probablemente cuestionables en el momento del estreno del film, pero que hoy día pueden resultarnos hasta agradables. Prosiguiendo con esta línea, creo que lo habría que intentar dejar de lado es, precisamente, el objetivo central de la película: la narración de una sucesión de vivencias que forjaron la adolescencia del posteriormente prestigioso escritor Ernest Hemingway. En este sentido, más interesante resultaría contemplar esta película olvidando el referente que la sustenta, y atender ante todo a ese preciso look 20th Century Fox de las producciones que Jerry Wald auspició en los últimos años de la década de los cincuenta e inicios de los sesenta. En esta ocasión, y al igual que sucediera con, por ejemplo PEYTON PLACE (Vidas borrascosas, 1957. Mark Robson), contemplamos un diseño de producción aparentemente relajado, dominado por entornos mitad rurales mitad urbanos, en donde aparentemente el tiempo se detiene y el progreso no avanza como debería. En el lado positivo, la cercanía con la naturaleza, permitirá que sus personajes puedan desarrollar ante ella sus momentos más íntimos y personales, e incluso cuando estos revisten tintes de despedida, la pantalla recibirá la noticia con la presencia de vientos o expresiones metereológicas llenas de turbulencia.

 

En HEMINGWAY’S… todo ello se manifestará cuando el personaje protagonista Nick Adams (Richard Beymer), llegue al límite del hastío emocional que le produce vivir en una familia dominada por una madre excesivamente autoritaria, y en un entorno que prácticamente ahoga cualquier iniciativa que tome, encaminada a dirigir sus esfuerzos para perfeccionarse como escritor. La situación le forzará a abandonar su hogar ubicado a orillas del lago Michigan, iniciando una andadura vital que le llevará a ser expulsado de un tren en donde permanecía como polizón, conocer a un boxeador totalmente sonado, ayudar a un empresario de espectáculos, ser rechazado para ingresar en la plantilla de un periódico debido a su ausencia de experiencia, y finalmente alistarse como voluntario de la I Guerra Mundial a Italia, tras trabajar como camarero.

 

Será dicha experiencia la que marcará en el futuro la personalidad de Adams, descubriendo los horrores de la guerra, llegando a vivir una experiencia extracorporal cercana a la muerte, quedando inválido de las dos piernas, y mostrándose taciturno por lo que él mismo considera va a suponer el final de su vida activa. Afortunadamente, a su lado tendrá a la enfermera Rosanna (Susan Strasberg), la cual con su constante apoyo le permitirá recuperarse –aunque no totalmente- de sus lesiones. La relación entre ambos supondrá para nuestro protagonista un nuevo impulso en su vida, que estallará de la forma más trágica con la muerte de la muchacha a consecuencia de un bombardeo. Totalmente destrozado, retornará hasta su pequeña ciudad, donde ni siquiera un recibimiento tan triunfal como en esencia artificial, podrá devolverle la ilusión por la vida. Una ilusión que encontrará un nuevo elemento para el abatimiento al conocer la noticia del suicidio de su padre. Ello sin embargo no supondrá finalmente más que un revulsivo de cara a enfrentarse a la figura de su madre, y obtener la certeza de su vocación literaria, que entiende podrá poner en práctica al haber vivido en carne propia los principales sentimientos que puede albergar el ser humano.

 

Se ha dicho, no sin cierta razón, que HEMINGAWY’S ADVENTURE… reduce el referente en que se basa –una serie de relatos cortos de carácter autobiográfico trazados por el propio escritor-, a una amalgama blanda y necesariamente esquemática. Es indudable que algo hay en ello, pero creo que en ejemplos como el presente habría que intentar en un segundo término tal circunstancia, para poder disfrutar de las –moderadas- cualidades del título que nos ocupa. Cualidades que personalmente inclinaría en gran medida en la aportación de su productor, Jerry Wald, a cuyo look emanado por el propio estudio, responde especialmente la parte inicial desarrollada en ese ambiente entre plácido y provinciano de su primera parte, que podríamos prácticamente semejar al manifestado en el ya citado PEYTON PLACE, con el que comparte la producción de Wald y la presencia del excelente Arthur Kennedy en su reparto. Esa capacidad para describir un entorno de melodrama, con rasgos novelescos como la incidencia del tiempo a la hora de complementar la tensión que se establece en la ruptura que Adams ofrece con su novia del pueblo –Carolyn (Diane Baker)-, el peso que tiene la naturaleza –ese lago que sirve como espejo de la reflexión de nuestro protagonista-, o toda una serie de detalles que quizá puedan resultar trasnochados en nuestros días pero que, personalmente, uno no puede por menos que dejar de añorar.

 

Cierto es que el film de Ritt –que proporciona a la película una funcionalidad artesanal en su labor como realizador- a mi juicio tiene un elemento bastante molesto como es el episodio que protagoniza el encuentro de Adams con ese boxeador totalmente desahuciado que encarna Paul Newman. No digo que el relato en sí resulte en principio rechazable, pero si lo es centrarlo para que Newman lo encarne, realizando una de esas interpretaciones “rupturistas” que pretendían demostrar que la rutilante –y atractiva- estrella podía ser un intérprete camaleónico. Todos sabemos que Ritt utilizaría al entonces joven intérprete en numerosas ocasiones, pero no será esta, ni de lejos, la más afortunada, mermando la efectividad del relato. Un conjunto que, justo es señalarlo, adquiere su definitiva personalidad en el largo episodio que se desarrolla con el alistamiento del protagonista y su presencia activa como voluntario en Italia. Cierto es que estas secuencias toman claramente el referente de la discreta adaptación de A FAREWELL TO ARMS (Adios a las armas, 1957. Charles Vidor) auspiciada por Zanuck pocos años antes, pero no es menos evidente que todo este largo fragmento permite una mirada bastante lograda en la que la amistad, la camaradería, la presencia del amor, la muerte y la desesperación son conceptos que adquieren cierta presencia cinematográfica. Una combinación de rasgos que no evita la presencia de momentos entrañables, como la secuencia en las que los personajes encarnados por Ricardo Montalbán y Eli Wallach consiguen visitar al convaleciente Adams logrando con sus bromas elevar el abatimiento que siente este en su recuperación.

 

Un detalle para finalizar. Al principio señalaba que uno de los elementos en los que más se suele incidir al cuestionar esta película, es la presencia como protagonista de Richard Beymer. Es indudable que otro actor más vigoroso hubiera proporcionado al relato una fuerza suplementaria. Sin embargo, y aún estando de acuerdo en lamentar la generalizada blandura del intérprete –que podríamos definir como el Leonardo DiCaprio de la época, con la sola diferencia de que Beymer pronto pasó al merecido olvido, y DiCaprio sigue manteniéndose en el estrellato, recibiendo incluso reconocimientos por sus melifluas performances-, creo que es ese citado episodio en Italia, donde el intérprete llega a alcanzar una hasta cierto punto sorprendente fuerza como intérprete, que probablemente jamás manifestó en el resto de su fugaz andadura como intérprete juvenil.

 

Calificación: 2

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