C'ERA UNA VOLTA (1967, Francesco Rosi) Siempre hay una mujer
Cuando al otro lado del Atlántico, el cine americano producía musicales de raíz fantástica, como podrían ser DOCTOR DOLITTE (El extravagante Dr. Dolitte, 1967. Richard Fleischer) o FINIAN’S RAINBOW (El valle del arco iris, 1968. Francis Ford Coppola), o incluso en la europea Francia en su momento se rodaba una producción tan exótica como PEAU D’ÂNE (Pie de asno, 1970) o THE PIED PIPER (1972) ambas de Jacques Demy, Italia no dejó de apostar por un tipo de films que parecían, en el fondo, brindar un cierto canto a la candidez de una década de los sesenta, que se fundía entre la ascendencia del movimiento hippie, las corrientes alternativas de pensamiento y, muy poco después, se vería embarrada en la Guerra del Vietnam. En cualquier caso, no deja de resultar sorprendente que el italiano Francesco Rosi –que acaba de acercarse a una visión realista pero no excesivamente apasionante sobre el mundo de la tauromaquia, con IL MOMENTO DELLA VERITA (El momento de la verdad, 1965)- fuera el elegido por el productor Carlo Ponti, a la hora de dar vida una combinación de relato de aventuras de época y de comedia, introduciendo en el mismo un cierto carácter mágico. Lo cierto y verdad es que ambos títulos supusieron una especie de “puente” en el que Rosi abandonó esas inquietudes cercanas al cine político y de denuncia, que cimentaron su prestigio, aunque quizá el paso de los años hayan envejecido más de lo debido –el no muy lejano visionado de LUCKY LUCIANO (1972) me ha hecho confirmar esos negros augurios-.
Dicho esto, y si logramos olvidarnos de la supuesta traición que Rosi ofreció con esta película, en no pocos momentos podemos disfrutar en C'ERA UNA VOLTA (Siempre hay una mujer, 1967) una sencilla historia –por más que en su elaboración argumental se contara con un amplio equipo de guionistas-, centrada en cierta medida en la historia de Cenicienta, aunque adaptada al pasado y a la figura de un joven, atractivo y arrogante príncipe español –Rodrigo Fernández de Ávalos (Omar Shariff)-, quien vive en un rústico castillo de Nápoles, provocando la desesperación de la reina madre (Dolores del Río), ya que pasa sus días practicando la doma de caballos, olvidándose de sus obligaciones para contraer matrimonio con alguna princesa de los reinos que gobiernan.
Las primeras secuencias del film de Rosi, en las que se describe el carácter dominador de Rodrigo manejando e intentando sojuzgar a un blanco caballo que más adelante lo dejará tirado en medio del campo, se caracterizarán por una cierta tosquedad, pero resultarán eficaces a la hora de describir un hombre del que se destaca su fuerza y virilidad –resaltado además a lo largo de todo el film por el vestuario de cuero que lucirá casi en todo momento, y la inesperada fuerza que Shariff imprime a su rol-. Con esa cabalgada en el campo, y el accidente que sufrirá a la hora de quedar abandonado por el animal, el príncipe deberá recorrer parte de sus tierras a caballo, hasta que descubra un convento en el que maravillado contemple la levitación de uno de sus hermanos, el conocido José de Copertino (Leslie French). Tras su vuelo, que introducirá en el relato su primera pincelada fantastique, en su encuentro con Rodrigo este le proporcionará una harina de especiales poderes, con la que deberá elaborar siete buñuelos que, una vez ingeridos, le proporcionarán el poder encontrar a la mujer que realmente colme sus deseos. Poco después, y ya retornando a su castillo gracias a un burro que le han proporcionado los frailes, vislumbrará el caballo perdido, que ahora se encuentra en las manos de la joven y bella Isabella Candeloro (Sophia Loren), entre los que de inmediato se establecerá una abierta hostilidad, haciendo extensivos la semejanza de sus temperamentos. En cualquier caso, la campesina elaborará los buñuelos al príncipe –del cual no se creerá su noble procedencia-, pero cometerá el error de comerse uno de ellos, invalidando con ello la eficacia de la receta mágica. A partir de ese momento, C’ERA UNA VOLTA… se erige como una tan agradable como liviana comedia romántica, tamizada de ese aura fantastique antes señalada, e inserta en un contexto de época que será convenientemente resaltado por la dirección artística de Piero Poletto y, sobre todo, el vestuario diseñado por Giulio Coltellacci, atinado no solo a la hora de resaltar el atractivo erótico de Shariff o la belleza natural de la Loren, sino ante todo describiendo con acierto la división de clases marcada en la época del relato.
Con dichos elementos, Rosi compone un agradable cuento fantástico, en el que la atracción / rechazo de la pareja protagonista no dejará de proporcionar momentos divertidos, planteando en algunas ocasiones una extraña variación de la consabida “guerra de los sexos” –resulta impagable el episodio en el que el noble queda paralizado por un hechizo fallido provocado por Isabella, siguiendo el consejo fallido de un conjunto de viejas brujas –la invocación del Macbeth es recurrente en este episodio-, volviéndolo a la movilidad mediante un beso que la temperamental campesina ofrecerá al hombre que en realidad ama, pero que mantiene el reparo de hacerlo público. Combinando una serie de disgresiones de tipo humorístico, con otras en las que se plantea la discriminación de clases entre los nobles que representa Rodrigo, y esos campesinos que se encuentran sojuzgados y en un momento dado no dudarán en despojar a este de su lujoso anillo cuando se encuentre tirado en el suelo, lo cierto es que la película adquiere un mayor grado de interés cuando se inserta en ella el componente romántico, ayudado por la inesperada química que se establece entre la Loren y Shariff. Una química en la que no dejará de estar presente ese componente casi insalvable para ella de proceder de una clase plebeya, la fuerza de su carácter y, por otra, la altanería de un Rodrigo, que no dudará en un momento dado, para evitar el ruego de su padre del rey, establecer un insólito concurso de lavadoras de platos entre las siete princesas aspirantes a tan atractivo consorte, a la que añadirá a Isabella, nombrándola como tal prácticamente de la noche a la mañana. Ello proporcionará un episodio francamente divertido, ayudado –como había sucedido previamente en la escenificación del torneo que ganará de nuevo el príncipe-, por el cromatismo marcado en el diseño de vestuarios, en el que el uso de colores planos y de alta fuerza pictórica, acentuarán el grado de fantasía del relato. Pero en ello no faltarán episodios en los que el alcance fantástico tenga su poderosa impronta, como el encuentro de Isabella, que ha llegado hasta el océano dentro de un tonel, con el alma de José de Copertino elevado por los aires, acompañado por otros santos voladores –uno de los instantes más hermosos del relato-, y otros en los que las emotividad hagan mella en su conjunto; el reencuentro del noble con el cadáver velado del propio Copertino, a quien había acudido para poder encontrar a su amada.
Dentro de un conjunto grato, quizá no explotado en la medida de sus posibilidades –uno echa en no pocas ocasiones la capacidad de fabulación que hubiera podido imprimir Fellini a esta misma historia-, abierto a todos los públicos, y en el que su rasgo de producto claramente comercial no impide que posea un grado de interés apreciable, no cabe duda que contribuye en buena medida a dotar a los diferentes fragmentos del film, la idoneidad de la banda sonora propuesta por Piero Piccioni, que al tiempo que potencia el aura romántica de la historia, aporta elementos distanciadotes idóneos a la hora de la presencia de sus apuntes más o menos humorísticos.
Calificación: 2’5