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CINEMA DE PERRA GORDA

Henry C. Potter

THE STORY OF VERNON AND IRENE CASTLE (1939, Henry C. Potter) La historia de Irene Castle

THE STORY OF VERNON AND IRENE CASTLE (1939, Henry C. Potter) La historia de Irene Castle

Antes de comenzar, se impone una confesión; nunca he sido fervoroso de los musicales protagonizados en el seno de la RKO, por la célebre pareja formada por Fred Astaire y Ginger Rogers. Jamás me han perecido más que agradables e irregulares comedias, en cuyo seno se insertaban vistosos números de bailes, a cargo de la célebre pareja. Números que, para los acérrimos seguidores del tándem, justificaban la mitología por aquellos títulos firmados por Mark Sandrich o George Stevens. Una mitología que jamás he compartido, sin dejar de apreciar moderadamente, películas que podías considerar ern su valía como tales comedias.

Es por ello, que visioné con cierta prevención THE STORY OF VERNON AND IRENE CASTLE (La historia de Irene Castle, 1939), teniendo ante mi, dos premisas contradictorias. De un lado, ser quizá la película protagonizada por la célebre pareja, que cuenta con menos predicamento. De otro, estar firmada por Henry C. Potter, un realizador por el que tengo cierta estima, en la medida de haberse movido con eficiencia en los meandros de la comedia y el melodrama, por más que tenga el recuerdo del visionado reciente de la pretenciosa y soporífera THE TIME OF YOUR LIFE (1948), aunque en su oposición, también no hace mucho, descubriera y disfrutara de uno de sus mejores títulos; la inmediatamente precedente THE FARMER’S DAUGHTER (Un destino de mujer, 1947). En esta ocasión, Astaire y Rogers, asumen la personalidad de una pareja real, surgida en el mundo del espectáculo de su tiempo, que gozó de gran popularidad, hasta que la llegada de la I Guerra Mundial, rompió no solo una exitosa andadura artística, sino una hermosa historia de amor.

El film de Potter se inicia, describiendo los inútiles intentos de Vernon Castle (Astaire) por cortejar a la estrella de la compañía, en la que ejerce como actor de uno de sus números cómicos. En la consecución de dicha estrategia, conocerá a Irene (Rogers) en una playa, dentro de una jocosa situación en medio del agua, con el salvamento de un perro, y acompañando a la muchacha en la pequeña barca que rescata al actor, su fiel sirviente Walter (Walter Brennan). Acogido en la vivienda de esta -la joven procede de una familia acomodada-, Vernon se hará pasar por una figura del mundo del espectáculo, suscitando el interés y, también los primeros síntomas de atracción por parte de esta que, en su despedida a su regreso a la gran ciudad, observará su destreza con el baile. Sin que Vernon lo sepa, Irene acudirá a su espectáculo junto a un grupo de amigas, comprobando con decepción el auténtico rol secundario y cómico que este asume. Convencida en sus capacidades para la danza, acuerdan participar en un pieza conjunta, al tiempo que irán perfilando su relación que, muy pocos meses después, se convertirá en boda. Ya como pareja estable, intentarán llevar a cabo su sueño, no sin enormes dificultades y sinsabores, lo que les llevará incluso a tierras europeas, hasta que finalmente, el éxito les llegue a las puertas, erigiéndose no solo en un referente en su nueva concepción del baile moderno, sino incluso en todas aquellas facetas vinculadas a la moda y las costumbres de las dos primeras décadas del siglo XX. La llegada de la I Guerra Mundial, interrumpirá la estabilidad de la pareja, que se encontraba en un periodo de cierto descanso, tras una gira agotadora, alistándose Vernon con las fuerzas aéreas de Inglaterra, su país. Dicha decisión, que Irene había intuido con enorme temor, será asumida con esta, incluso con convicción, implicándose como voluntaria, en el momento en que Estados Unidos se implique en la contienda. Sin embargo, tal y como la esposa temería desde el primer momento, en ella se expresará finalmente la tragedia.

Creo intuir las razones del desapego que esta película, adquiere entre los fans de la famosa pareja de baile. Fundamentalmente, el hecho de en ella no tengan un especial protagonismo, los números clásicos de baile, que tan famosas hicieron estas producciones, más no para mí. En su defecto, y sin que la presencia de la destreza en la danza de Astaire y Rogers deje de tener su importancia, no cabe duda que en esta ocasión, estuvo muy presente en la mentalidad de los responsables de la película, el hecho de rendir un sincero homenaje a la pareja homenajeada -en ello, cabe destacar la presencia directa de Irene Castle, dentro del asesoramiento del film-. Por ello, destaca en la película de Potter por una parte, una querencia muy clara por la comedia, asumida esta como una prolongación del nonsense, dentro de un ámbito que el realizador supo manejar con mano experta en su vinculación al género, y que en esta ocasión, tendrá un refuerzo importante con la impagable presencia de ese personaje de refuerzo, encarnado con brillantez por el gran Walter Brennan. Dentro de dicho ámbito, se disfrutarán pasajes tan divertidos, como la tensión cómica registrada en la vivienda de la familia de Irene, mientras sus padres esperan pacientemente como la pareja intenta consolidarse como tal ¡dejándoles libre el salón de la misma! O el conjunto de penalidades que ambos sufrirán, antes de su debut en París, con especial mención a las hilarantes vivencias en aquella vieja pensión, reforzadas, además, con la presencia de la impagable Eda May Oliver, que muy pronto se convertirá en la manager de los Castle. Ese matiz irónico, se planteará igualmente, en esa serie de rápidos encadenados, que describirán la rotunda y casi paródica moda mundial que, de manera casi repentina, vivirá cualquier manifestación que rodee a la pareja protagonista.

Junto a ese componente de comedia, THE STORY OF VERNON AND IRENE CASTLE, asume, a mi juicio, su definitiva personalidad cuando, poco a poco, se va insertando en su seno un tenue componente melodramático. Incluso una cierta ansiedad reflejada en Irene, una vez llega la noticia de la contienda mundial, y advirtiendo con justificado temor, el creciente deseo de su marido, de alistarse en la fuerza inglesa, precisamente cuando ambos se encontraban viviendo un periodo de descanso en su carrera. Esa sensación de melancolía, irá impregnando los últimos minutos del film de Potter, hasta concluir de manera tan elegante como conmovedora. Personalmente, en la descripción de la trágica -y temida- muerte de Vernon, uno no encuentra lejanos, los ecos de Frank Borzage, Leo McCarey o Mitchell Leisen. Y es por ello, que en el extraño equilibrio que alberga una película, que se desmarca de las convenciones del ciclo que prolonga del mítico tandem, es donde se encuentra una película inicialmente festiva, pero de manera paulatina intensa e incluso emocionante, merecedora de un reconocimiento, bastante mayor del que goza actualmente.

Calificación: 3

FARMER’S DAUGHTER (1947, Henry C. Potter) Un destino de mujer

FARMER’S DAUGHTER (1947, Henry C. Potter) Un destino de mujer

Tres años antes de que Judy Holliday triunfara, ganando un Oscar con BORN YESTERDAY (Nacida ayer, 1950. George Cukor), asumiendo el rol de una chica tontorrona, que casi de la noche a la mañana alcanzaba una creciente conciencia social, Hollywood ya había brindado otro precedente, tan exitoso o más que aquel, que de igual modo sirvió a su protagonista femenina, Loretta Young, la obtención la célebre estatuilla. De tal forma, FARMER’S DAUGHTER (Un destino de mujer, 1947), aparece como una magnífica comedia romántica. Un título de alcance familiar, que por momentos oscila entre la obra de Capra, y la delicadeza con la que Henry King -uno de los grandes del cine americano- trasladó en su cine argumentos con ciertas semejanzas, en donde la modulación entre la comedia costumbrista y el melodrama, estaba expresada con enorme precisión.

Ello fue posible de la mano de Henry C. Potter, un especialista en la comedia, de quien generalmente se señala la insólita HELLZAPOPPIN (Loquilandia, 1941), para quien el título que comentamos resulte, probablemente, su obra más lograda y perdurable. Es evidente, que para ello se consolidó un impecable cuadro técnico y artístico, en una producción del gran Dore Schary en el seno de la RKO, articulando un perfecto guion de la mano de Allen Rivkin y Laura Kerr, a partir de la obra teatral de Hella Wuolijoki. Una base argumental, en la que todos y cada uno de sus engranajes aparecen férreamente engarzados, para lo cual no conviene dejar de prestar atención, a los minutos iniciales de la película, en los que se describen los primeros pasos de la protagonista, cuando se decide a abandonar su granja familiar, para dirigirse a la gran ciudad, al objeto de cursar unos cursos de enfermería, que canalicen su futuro profesional.

Ella es Katrin Hollstrom (Loretta Young), la única mujer de los cuatro hijos de una familia de inmigrantes suecos en Estados Unidos. Una joven amable y servicial, muy protegida por su padre y sus tres hermanos, que sufrirá una lamentable contingencia al viajar hasta la ciudad con el pintor que ha trabajado en la granja, quien le sacará literalmente el dinero que esta portaba para sus gastos, al sufrir su furgoneta un choque, dejándola tirada en el motel, e incluso revelándose contra ella, cuando esta lo localice en su apartamento. Pese a quedarse sin recursos, Katrin pronto logrará un empleo provisional en la acaudalada mansión de los Morley, una familia largamente vinculada a la vida política de la ciudad, sustituyendo a una servidora que se encuentra de baja. En su nuevo e inicialmente efímero cometido, desde el primer momento dará cuenta de su eficiencia y sensibilidad, al tiempo que un detalle insólito… su instinto político. Junto a ello, y aunque este se niegue inicialmente, el joven congresista Glenn Morley (Joseph Cotten), hijo de la matriarca de la saga -encarnada por Ethel Barrymore-, irá encariñándose con esta, al tiempo que distanciándose de una arrogante periodista, que hasta ese momento ha sido su relación más estable, siendo al mismo tiempo reelegido en unos comicios legislativos. Todo irá desarrollándose en el terreno de lo previsible, cuando al regreso de Glenn de un viaje por Europa, se produzca el inesperado fallecimiento del gobernador, perteneciente al partido, con lo que se convocarán elecciones y, con ello, la designación de un candidato de la fuerza que comandan los Morley. El elegido será A. J. Finley (Art Báker), del que Katrin desconfiará con fundamento, y a quien de manera inexperta, desafiará inocentemente en la convención que se realizará para confiar su nombramiento.

La sorprendente coherencia del acorralamiento a que nuestra protagonista someterá al aspirante, no caerá en saco roto en el partido de oposición, que carecía de un candidato solvente, ofreciéndole a esta encabezar su candidatura. La campaña se iniciará con desventaja para nuestra protagonista, pero poco a poco irá remontando las encuestas, hasta que, a un par de días de los comicios, todos los indicios la den como segura ganadora. La inesperada reaparición en el cuartel de Finley de aquel pintor que engañara a Katrin, denunciando a esta como una mujer de moral disoluta, pese a la renuencia de la Sra. Morley, se transmitirá a la prensa. Incluso pese a la posición de Glenn, que amenazará con abandonar el partido si se confirma la difusión del infundio. Es más, buscará a la humillada protagonista, que ha abandonado la contienda política y se ha refugiado en su granja. Viajará hasta allí, comprobando el amor que ambos se profesan, pidiendo el permiso de su padre, quien al mismo tiempo aconsejará a su hija que no abandone el compromiso que ha contraído. Pero el recorrido se encontrará plagado de no pocos inconvenientes, y prácticamente a contra reloj de los comicios en la ciudad.

Si algo caracteriza de principio a fin THE FARMER’S DAUGHTER es ese tono intimista, cercano y familiar, que en algunos instantes adquiere un aura de cuento navideño -las secuencias desarrolladas entre la nieve-, en una película descrita fundamentalmente en secuencias de interiores, aunque Potter acierte en todo momento al transformar la base teatral del relato, con un trabajo de cámara que busca confrontar el devenir de sus personajes, con una lujosa escenografía, que es trabajada a fondo por el realizador. Algo en lo que sin duda marca la impronta de Schary, en un relato que no excluye agudos y comprometidos apuntes políticos en su parte final -no es habitual en una producción de estas características, la querencia por el racismo que manifiesta un borracho Finley, o previamente hemos contemplado la alienación del proceso de consolidación de un candidato-.

Con ser valientes y valiosos esos apuntes, si THE FARMER’S DAUGHTER roza por momentos la excelencia, reside en la capacidad que alberga un muy inspirado Potter, de entrada, para exprimir al máximo un cuarteto protagonista absolutamente maravilloso. Loretta Young ofrece quizá la creación más brillante de su carrera, repleta de ingenuidad y matices, capaz de irradiar una extraña sensación de inocencia y al mismo tiempo de propiedad, cada vez que aparece en antena. Por su parte, Joseph Cotten resulta magnífico en uno de sus escasísimos roles de comedia -resulta especialmente memorable en su capacidad para mostrar un aspecto paródico, en todas aquellas secuencias desarrolladas en su habitación, intentando fingir diversas situaciones-. Y junto a las dos estrellas, tanto Ethel Barrymore como Charles Bickfort se entregan con su enorme talento. Las miradas de la Barrymore, analizando antes que nadie ese proceso de enamoramiento de su hijo -maravilloso el bastonazo que le pega en el trasero a este, cuando corre por primera vez a seguir a Katrin-. O el aplomo que despliega Bickfort, encarnando a Clancy, sabiendo estar digno e irónico al mismo tiempo en todo momento -las apuestas que ambos se realizan, mientras ven a Cotten patinando tontamente con la Young; la dignidad con la que le confiesa a la inesperada candidata, que por vez primera no votará a los Morley, y lo hará a ella-. Ese dibujo de personajes, se extenderá al resto de roles secundarios -los hermanos y el padre de la protagonista-, con especial delectación a la hora de describir esa fauna de políticos que rodean a los Morley, que por momentos parecen surgidos del mundo de Damon Runyon, o precedentes del John Ford de THE LAST HURRAH (El último hurra, 1958).

Con tales mimbres, lo cierto es que solo hay que dejarse llevar, y sentirse como la propia protagonista, cuando casi se pierde en la inmensidad de la mansión que va a cambiar su vida. Mirar como mira la Sra. Morley, a esta muchacha, con tanta sencillez como convicción, ese primer discurso político, leyendo el que prenunciara su desaparecido esposo. Reírte con las infantiles peripecias de Glenn, que casi sin darse cuenta, ha asumido una extraña juventud al llegar esta nueva sirvienta. Ver como Katrin se burla de esa periodista tan pedante, imitando su afectado saludo. O como los dos amantes se abrazan casi al final, rodeados de gallinas. THE FARMER’S DAUGHTER es una pequeña joya de la comedia, cuando esta se encontraba bajo un ámbito de apego familiar, describiendo tras sus costuras, una mirada de considerable calado, a una sociedad convulsa, como la norteamericana de aquel tiempo.

Calificación: 3’5

TOP SECRET AFFAIR (1957, Henry C. Potter) Intriga femenina

TOP SECRET AFFAIR (1957, Henry C. Potter) Intriga femenina

Realizador especializado en la comedia y, en menor medida, el melodrama, Henry C. Potter (1904 – 1977) fue un competente artesano del primero de los géneros –como lo pudieron ser, en su medida, Alexander Hall o Clyde Bruckman-, que en su filmografía –en este caso extendida en una veintena de títulos- encierran algunas nada desdeñables aportaciones al cine de humor. Es probable que su exponente más reconocido sea HELLZAPOPIN (Loquilandia, 1941), pero un servidor destacaría con mucho la combinación de comedia y melodrama que ofrecía la olvidada THE COWBOY AND THE LADY (El vaquero y la dama, 1938) –partiendo de un argumento del gran Leo McCarey-, aunque su filmgrafía se encuentre punteada de varios agradables títulos, que si bien nunca confluyeron en un logro absoluto, por lo general destacaban por su solidez. Es lo que sucede con TOP SECRET AFFAIR (Intriga femenina, 1957), la última e inesperada película que dirigió en su andadura, tras varios años apartado de los platós y algún esporádico coqueteo en los estudios televisivos. La película, auspiciada por la Warner, justo es reconocer que ofrece una factura moderna, acorde al contexto en que se encontraba ubicada, con unos tintes renovadores que ya habían incorporado directores como Frank Tashlin, Billy Wilder, Blake Edwards, Richard Quine, Vincente Minnelli o incluso el veterano Howard Hawks. No puede decirse, a este respecto, que la agradable pero en última instancia inocua propuesta de Potter, pueda alcanzar ni la mala uva o el alcance satírico, ni el ímpetu melodramático aportado por las mejores muestras de aquellos años de los directores citados, pero no deja de ser una producción media que se ve con agrado.

Dottie Peale (Susan Hayward) es la dueña de un imperio periodístico, que tiene su máximo exponente en un magazine que goza de una considerable influencia. Desde el mismo no deja de aplicar interesados estados de opinión, que en esta ocasión se destinaba al nombramiento de un civil para el cargo de presidente de la comisión de energía atómica. Su apuesta no se verá refrendada, ya que desde el Pentágono se apuesta por un prestigioso y joven general Goodwin (Kirk Douglas). Pese a su intachable hoja de servicios, la astuta magnate sabe que siempre se pueden encontrar elementos que, distorsionados, modifiquen la positiva imagen que proyecta en la sociedad norteamericana. Dicha intención quedará camuflada con la intención de realizarle una amplia entrevista en su propia mansión, y hasta allí acudirá Goodwin, mostrando un  carácter cerrado en la disciplina militar. Sin embargo, poco a poco irá cayendo en las trampas a las que Dottie le empuja, ayudada por su lugarteniente, el astuto periodista Phil Bentley (el gran Paul Stewart). Pero junto a con el cumplimiento de sus objetivos, en la periodista se encenderá un sentimiento inesperado que también brotará del hercúleo militar; el amor. Una serie de de involuntarias situaciones, romperán esa extraña armonía lograda entre ambos, dando rienda suelta al demoledor reportaje, que pondrá en la picota al intachable militar.

Como se puede comprobar, TOP SECRET AFFAIR propone una situación mil veces planteada con anterioridad en la comedia, pero no por ello desprovista de eficacia. Sin la mala uva a la que se prestaba su premisa argumental –uno no deja de pensar viendo sus imágenes, en títulos coetáneos como OPERATION MAD BALL (1957, Richard Quine) o posteriores como ONE, TWO, THREE (Uno, dos, tres, 1961. Billy Wilder), a los que se puede asemejar en algunos de sus planteamientos, lo cierto es que su tratamiento se desarrolla con bastante placidez, con algunos ingeniosos golpes –ese retrato y la bandera que simula el seguimiento de Pearle del mito encarnado por Goodwin, la inesperada canción militar que este se marca ante la insistencia de la periodista- y, sobre todo, con una excelente utilización de la banda sonora de Roy Webb, que puntea y logra hacer caracterizar algunas de las situaciones del film con un ritmo cercano al cartoon. Es decir, que Potter demuestra mantener vivas una serie de recetas de probado éxito, que tienen además un elemento de vigencia en la adecuada dirección de actores, tanto en los roles protagonistas como en los secundarios –atención a este respecto a la prestación del ya veterano y retirado director John Cromwell, encarnando con eficacia al general Grimshaw-. La adecuada prestación fotográfica –aún en blanco y negro- ofrecida por el reputado Stanley Cortez, y una progresión tan previsible como adecuada, envuelve un producto eficaz, pero del que cabía esperar más que lo que muestra su discurrir final, y al cual esa ausencia de arrojo merma su eficacia, al ser comparado con la efervescencia que el género viviría a partir de aquellos años. No cabe duda que un planteamiento de base como el que asume la película, incluso solo centrándose en la denominada “guerra de los sexos” que fue durante décadas un auténtico baluarte del género, en aquel mismo año estrenaba  un producto tan redondo y memorable como DESIGNING WOMAN (Mi desconfiada esposa, 1957. Vincente Minnelli). A años luz de dicho planteamiento, además de proporcionar un sencillo y grato entretenimiento, justo es señalar que no se podría hacer un análisis de lo que fue la última edad de oro de la comedia americana, sin visionar y evocar películas de media altura como esta, que nos permiten una visión del nivel medio registrado por el mismo, sin duda mucho más elevado que el de nuestros días.

Calificación: 2’5

YOU GOTTA STAY HAPPY (1948, Harry C. Potter) ¡Viva la vida!

YOU GOTTA STAY HAPPY (1948, Harry C. Potter) ¡Viva la vida!

YOU GOTTA STAY HAPPY (1948. ¡Viva la vida!) supone un ejemplo perfecto del nivel medio que definía la comedia americana de finales de los cuarenta. Con el ocaso de las aportaciones de Preston Sturges, la intermitencia producida por la aportación de Howard Hawks, Frank Capra, Mitchell Leisen y George Cukor, y la cada vez más inexistente presencia de los ya envejecidos grandes cómicos, todavía quedaban algunos años hasta que la presencia de realizadores como Frank Tashlin y, posteriormente, Edwards, Quine, Donen, Lewis, Wilder y otros, renovaran y pusieran de moda un género que proporcionó al cine norteamericano algunas de sus mejores páginas. En medio de dicho contexto, la presencia de realizadores como Henry C. Potter o Alexander Hall se erigían en portadores de esa comedia mediana y eficaz, en ocasiones con destellos de imaginación, en otra demasiado deudores de la vertiente blanda y familiar de la misma. Se trata de una referencia que, punto por punto, define esta entrañable producción de la Universal International, que en su aspecto positivo encuentra una impecable construcción como comedia de situaciones, mientras que atesora como principal debilidad el convencionalismo con el que se describe la progresiva relación que irá ligando a la pareja protagonista, dentro de unos márgenes por completo integrados dentro de una visión familiar y conservadora de la existencia.

 

La película se inicia mostrándonos las –al parecer- constantes inseguridades demostradas por la multitudinaria heredera Dee Dee Dillwod (Joan Fontaine). Se encuentra a punto de contraer matrimonio con el sexto de sus pretendientes, aunque hay algo en él que no soporta –la presencia de sus constantes interjecciones de garganta-. Al final contraerá matrimonio con él, pero ya en su noche de bodas demostrará la aversión que le provoca, llegando a huir de su lecho nupcial antes de iniciar el viaje de novios. En su huída topará con un adusto piloto –Marvin Payne (James Stewart)- que ha decidido hospedarse en la habitación contigua del recién formado y frustrado matrimonio, refugiándose en la misma y atormentando al somnoliento piloto que sufrirá no pocas penalidades antes de poder descansar unas pocas horas. A la mañana siguiente –y siempre bajo una identidad ficticia-, logrará convencer al piloto para viajar con él en su cochambroso avión de mercancías, en el que también se encontrarán presentes una pareja de recién casados, un veterano contable que ha decidido huir tras realizar un importante desfalco, un mono ¡que fuma puros!, e incluso un ataúd conteniendo un cadáver. Junto a Marvin y su copiloto, socio y amigo –Bullets Baker (Eddie Albert)-, Dee Dee viajará en dicho avión hasta la propia Chicago, dándose cuenta que en Marvin ha encontrado la persona que ha estado buscando siempre. Se trata de un sentimiento más o menos compartido por el vocacional piloto, pero que este de alguna manera no contempla en su disposición vital, y que su timidez y taciturna personalidad impide expresar ante la muchacha. Todos los pasajeros del avión vivirán la intensidad de una gran tormenta, teniendo que realizar un aterrizaje forzoso que les acercará a una granja poblada por una familia con diez hijos, donde nuestros protagonistas –e incluso el contable estafador- se apercibirán de la autenticidad de la vida familiar, exteriorizando Marvin y la multimillonaria sus sentimientos –sin ella desvelar todavía su auténtica identidad-.

 

No será muy difícil lo que acontecerá en los minutos finales de la función, pero si más no, lo cierto es que YOU GOTTA... se erige como una comedia competente, que mantiene cierto eco con el IT HAPPENED ONE NIGHT (Sucedió una noche, 1935) de Frank Capra, en la que cabe destacar la fluidez y progresión de su guión –obra de Karl Tunberg, partiendo de una historia de Robert Carson-, convenientemente llevado a la pantalla por parte de Potter. Ya desde sus imágenes iniciales asistiremos a la presentación y apercibimiento de la inseguridad de la protagonista, que tendrá su manifestación más divertida en la plasmación de los instantes en que esta decide finalmente aceptar el matrimonio –la planificación y los planos de detalle insertados por el realizador, con la repercusión sobre el rostro de esta, y la presencia de ese tic en el novio, son realmente hilarantes-. A partir de la ceremonia, la película procederá con la constante incorporación de apuntes de comedia –las situaciones provocadas en el hall del hotel, la larguísima secuencia en la que Dee Dee impedirá que Marvin duerma, la posterior matutina en la que el efecto de los sedantes impedirá que la heredera pueda despertar, provocando constante situaciones cómicas-, hasta que llegue el momento del vuelo en el destartalado aparato con el que Marvin desea establecer su humilde línea aérea. Será en este momento cuando de alguna manera nos demos cuenta, dentro de la eficacia del conjunto, que al film de Potter le falta ese “gramo de locura” que separa las comedia más o menos eficaces, de las realmente grandes. Sin dejar de resultar un fragmento aceptable, no cabe duda que este se prestaba para un tratamiento más delirante –no hay más que recordar ese sentido del absurdo que podía registrar ARSENIC AND OLD LACE (Arsénico por compasión, 1944. Frank Capra), partiendo de premisas absurdas parejas-, aunque en dicho fragmento se registre la mejor idea de toda la película –ese plano de la reacción de los pies de los protagonistas, cuando Marvin le propone a Dee Dee a que prosiga con él en el vuelo hasta el final del recorrido-.

 

Más adelante, con la llegada a la vieja granja poblada por la numerosa familia, los toques divertidos –la presencia de ese teléfono que comparten todas las viviendas limítrofes, la divertida ayuda de los propietarios de un tractor, con la condición de ver al mono fumando-, se intercalan con una visión de las ventajas de la vida familiar, que se erige como uno de los frentes más endebles de la función -¡que diferencia con el planteamiento que ofrecía REMEMBER THE NIGHT (Recuerdo de una noche, 1940. Mitchell Leisen) de una situación bastante similar!-. Pese a esa clara apuesta por la “normalidad” de la vida de familia, no se puede negar que Henry C. Potter supo cocinar los ingredientes más o menos solventes de esta atractiva comedia, a la que solo cabe oponer esa ausencia de mayor desenfreno a partir de las propuestas que se destilan de su enunciado y, sobre todo, esa hasta cierto punto molesta presencia de valores burgueses, que las mejores obras del género lograron desmontar con matices subversivos o, en su defecto, realmente románticos.

 

Calificación: 2’5

MR. BLANDING BUILDS HIS DREAM HOUSE (1949, Harry C. Potter) Los Blanding ya tienen casa

MR. BLANDING BUILDS HIS DREAM HOUSE (1949, Harry C. Potter) Los Blanding ya tienen casa

Perfecto representante de esa determinada “comedia doméstica” que hizo acto de presencia a partir de la llegada de los años cuarenta, MR. BLANDING BUILDS HIS DREAM HOUSE (1948, Henry C. Potter) –en España LOS BLANDING YA TIENEN CASA- es una muestra al mismo tiempo de la blandura a la que se sometió el género tras los destellos de brillantez de la screewall comedy como de una cierta inclinación hacia el non sense y el denominado slowburn que finalmente proporciona los mejores instantes de la función –bien servido fundamentalmente por las excelencias de un divertidísimo Cary Grant-.

Grant interpreta a Jim Blanding, acomodado publicista que resiente día tras día las incomodidades de vivir en un apartamento en Manhattan, en compañía de su esposa –Myrna Loy- y dos niñas. En los primeros minutos de la película, se nos exponen –matizados por la excesivamente irónica voz en off de Bill Cole (Melvyn Douglas) –el abogado amigo de la familia- las locuras de la vida urbana en Nueva York por medio de un montaje de diversas situaciones en las que se plasma dicha masificación. A continuación y en unos planos de larga duración –que divierten precisamente por saber captar de forma extenuante las incomodidades del despertar de Jim y sus preparativos antes de acudir al trabajo-.

Ante la reiteración de esa sensación de estrechez en el hogar, un día Blanding encuentra la oferta de venta de una casa en pleno campo de Massachussets. Casi de forma instantánea tanto él como su esposa caen en el hechizo y adquieren una propiedad ruinosa. Será el comienzo de una azarosa aventura en la que se sucederá el derribo de una vieja casa que se cae literalmente a pedazos, la odisea de edificar otra en su mismo solar, las incomodidades legales que conlleva el propio derribo de una propiedad hipotecaria, el crecimiento incesante en los gastos, las discusiones sobre las dependencias a disponer en la nueva edificación... Mil y una peripecias a las que habrá que sumar los cada vez menos sutiles celos que Jim sentirá sobre la actitud cariñosa de Bill hacia Muriel, su esposa. Si a ello añadimos la crisis creativa que el publicitario mantiene, podremos recabar las incidencias argumentales que ofrece esta simpática producción de la RKO.

En cualquier caso, ciertamente el previsible ingenio de la propuesta se sustenta en la destreza proporcionada por el tandem Melvin Frank y Norman Panamá -partiendo de una novela de Eric Hodgins-, a la hora de elaborar un catálogo de situaciones ciertamente divertidas –otras no lo son tanto e incluso provocan una cierta exasperación en el espectador-, que filma con eficacia un Henry C. Potter que ya había logrado en su trayectoria precedente una comedia tan brillante como EL VAQUERO Y LA DAMA (The Cowboy and the Lady, 1938) –en la que se nota considerablemente la mano de Leo McCarey-, la célebre LOQUILANDIA (Hellzapopin, 1941) –que confieso tengo que revisar un día de estos- o MR. LUCKY (1943) –también con Cary Grant-.

Y es precisamente acentuando la aparente cotidianeidad de las situaciones cómicas, el elemento que mayor acierto proporciona a esta MR. BLANDING BUILDS HIS DREAM HOUSE, con un buen número de instantes realmente hilarantes. Entre ellos citaría la “negociación” entre el vendedor y unos cada vez más ilusionados Blanding ante la supuesta “ganga” que tienen; la casi surrealista discusión entre la pareja y el arquitecto a la hora de incluir las nuevas dependencias en los planos de la misma; el desternillante episodio junto con el veterano buscador de agua –el inefable Mr. Tesander (Harry Shannon)-; los irrefrenables deseos de Jim de leer el diario de su esposa en su etapa de colegio –donde narra sus ingenuos devaneos juveniles con Bill-, o el descubrimiento de una desorbitante factura “de última hora” por parte de la abnegada esposa –ha decidido empedrar el suelo de su cocina sin atenerse a los enormes costes de dicha decisión-, son elementos que redondean los aciertos de esta comedia que finaliza de forma apresurada y un tanto acomodaticia –una arenga final al acierto de haber luchado por este hogar precede a que la criada logre resolver de forma casual la crisis del publicista al dar con un slogan de gran éxito de la marca de jamón-, pese a la audacia de la invitación de todos los protagonistas al espectador para que acuda a visitarlos.

En definitiva, una comedia apreciable pero que se puede en modo alguno se puede ubicar entre los escasos grandes logros de la comedia en un periodo poco pródigo en grandes propuestas.

Calificación: 2’5