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CINEMA DE PERRA GORDA

Michael Carreras

THE LOST CONTINENT (1968, Michael Carreras) [El continente perdido]

THE LOST CONTINENT (1968, Michael Carreras) [El continente perdido]

Nadie le puede negar a Michael Carreras la importancia que merece dentro de la historia del cine británico, en calidad de productor de la mítica Hammer Films. Ocioso es reseñar la relevancia de su cometido, en la medida que de forma paralela habría que reconocer la escasa enjundia que adquiere su andadura como realizador, integrada con lógica en sus propios estudios. No es mucho lo que de ella he podido contemplar –tampoco su filmografía resulta demasiado amplia-, pero en ellas se detectan en todo momentos debilidades y convenciones. En ocasiones uno tiene la impresión de que Carreras se hizo cargo de proyectos, cuando no podía encontrar a un realizador adecuado, o como en el caso de BLOOD FROM THE MUMMY’S TOMB (Sangre en la tumba de la momia, 1971), cuando la ausencia de su titular –en aquel caso Seth Holt, fallecido por accidente durante el rodaje- le obligaba a ello, aunque su acreditación no constara en los títulos de crédito. Dicho todo esto, y aunque en su discurrir encontremos no pocos elementos criticables –algunos incluso aborrecibles-, no dejo de reconocer en que THE LOST CONTINENT (1968) alberga ciertos aspectos –que puntualmente incluso llegan a resultar deslumbrantes-, consiguiendo que su conjunto adquiera un extraño atractivo, y sobrelleve un grado de discrección nada desdeñable. Cierto es que su producción se encuentra muy delimitada por ciertos tics visuales propios de finales de los sesenta que han permitido que su relato haya envejecido, pero no es menos perceptible que algunos de los instantes de esta, con todo, curiosa película, logran una cierta perdurabilidad en la retina del espectador.

Esa sensación la tendremos con el maravilloso travelling lateral de grúa que inicia la misma, en la que observaremos una extraña conjunción de personajes, vestidos de las más diversas maneras –coexisten incluso trajes de época-, situados todos ellos en la cubierta de un viejo barco, en medio de una extraña luminosidad exterior, y amparados por la desazonadora voz en off del que muy pronto sabremos se trata del capitán Lansen (Eric Portman). La secuencia nos sitúa en el funeral de un joven que aún no conocemos, retrocediendo la acción en flash-back hasta el viaje efectuado por el barco que comanda, el Corita.  Se trata de un viejo buque que no puede ni siquiera ser asegurado, y que está a punto de realizar su último viaje, escondiendo la carga de una peligrosa sustancia explosiva, a la que acompaña una galería de poco aconsejables pasajeros, que precisamente han decidido viajar en este barco al ser de costo más reducido. El viaje se realizará sin más contratiempos que los provocados por la galería humana que la puebla, hasta que la cercanía de una tempestad llevará al paroxismo las preocupaciones de la tripulación, parte de la cual se amotinará y abandonará el destartalado navío viajando en un bote salvavidas –el posterior devenir de la película nunca se detendrá en mostrarnos el destino posterior de estos-, quedándose en la nave sus pasajeros y parte de la tripulación, al mando de Lansen. El responsable logrará que el barco logre emerger de la tormenta, aunque todos ellos tengan que abandonarlo e intentar sobrevivir conviviendo en otro bote, en donde tendrán que sufrir una incontable serie de penalidades, así como albergar la casi segura certeza de que no podrán subsistir al estar situados en medio de la inmensidad del mar. De forma sorprendente, lograrán visualizar una serie de indicios de que se encuentran cerca de la costa, en las inmediaciones del mar Sargazo. La presencia de unas grandes algas será el primer indicio de ello, al tiempo que también la constatación de la terrible naturaleza de las mismas, que se ofrecen carnívoras. Poco después contemplarán un inquietante paraje en donde se encuentran encallados gran cantidad de antiguos veleros, hasta que vuelvan a encontrarse su viejo buque, en cuyo interior se encontrará esperándoles el viejo y amable camarero. El acomodo de los supervivientes en un escenario fantasmal, pronto se verá complementado con la visita de unos seres herederos de los conquistadores españoles, uniéndose a los recién llegados, al tiempo que estos descubrirán el hecho de estar dominados por un joven monarca absolutista, controlado por un extraño ser de modos inquisitoriales.

Al principio lo reseñaba y no voy a ocultarlo, THE LOST CONTINENT es un film demasiado “datado” por una serie de defectos formales y temáticos, que inciden en una apreciación negativa de su conjunto. Desde la presencia de esos molestos zooms que destacarán la innecesaria hemoglobina que plantean algunas de sus secuencias –de manera especial ese miembro de la tripulación que morirá ahorcado cuando intenta huir del barco-, hasta el propio tono fotográfico, muy lejos de las excelencias marcadas en producciones previas del estudio, posee esa misma tonalidad propia de su tiempo, tan envejecido y de escasa entidad. Pero nada será más débil en la película como la descripción de personajes –encarnada además por un cast muy poco afortunado-. En concreto, el conjunto de pasajeros del Corita destaca por la absoluta indigencia en su trazado psicológico –quizá con la excepción de la deportada que interpreta con cierta eficacia Hildegard Knef.-, en el que no faltará ni un lamentable borracho encarnado por Tony Beckey, o esa insoportable rubia con eterno peinado de peluquería que intenta provocar sexualmente a algunos de los pasajeros. Si fuera por ello, el film de Carreras merecería quedar sepultada bajo el olvido más piadoso. Sin embargo, no sería justo limitar la valoración de la película a estos aspectos… aunque quizá fuera lo más cómodo. Si se sabe rastrear en su conjunto, hay suficientes elementos para permitir rescatar, siquiera sea parcialmente, su resultado. Ya me he referido a la impactante secuencia de apertura, pero la película ofrece el desarrollo de su elemento de tensión –el episodio de la carga explosiva en el viejo barco- con bastante eficacia, destacando ese rasgo de tensión física que se eleva por encima de la pobreza de su galería humana. Será un elemento que tendrá su prolongación en ese fragmento que –al modo de LIFEBOAT (Naúfragos, 1944) de Hitchcock-, expresará de modo convincente las tribulaciones del grupo de supervivientes, introduciendo además el elemento de amenaza que presentan esas inquietantes algas, que se manifestarán atacando incluso al veterano capitán. Todo ello tendrá su culminación en la majestuosa secuencia que mostrará un marco fantasmal, donde las neblinas y esas aguas cenagosas esconden la aglomeración de viejas naves en estado ruinoso, arremolinadas como un inquietante eco del pasado. Será el preludio del encuentro de nuestros protagonistas con seres que aparecen en ese contexto extraño, casi preludiando en su condición de extraños supervivientes las fantasías futuristas propugnadas bastantes años después en la saga MAD MAX. Así pues, esos extraños habitantes que viven en un mundo casi apocalíptico, sobrevivirán sorteando esas algas asesinas pisando por encima de las aguas al utilizar una especie de raquetas y estar ayudados por unos grandes globos, proporcionando a su discurrir conjunto una estampa de indudable impacto. Todos estos habitantes en un marco tan extraño, estarán sometidos a los designios absolutistas de un joven rey, descrito en la pantalla por medio de una magnífica y recargada escenografía, centrada sobre todo en un diseño de vestuario combinado en la presencia de diversos referentes históricos, configurando a las secuencias que nos presentan la actuación de este pretendido monarca de designios divinos –en realidad engañado por un siniestro ayuda de cámara ataviado con una indumentaria cercana a lo inquisitorial y con ecos del ku klus klan- definido en una insólita configuración. Serán atractivos todos ellos, que dentro de la irregularidad del conjunto, permiten confluir en un cierto grado de interés. En definitiva, que Carreras logró al menos unos pocos momentos memorables en un conjunto donde incluso se da de la mano la mediocridad más absoluta. Algo es algo.

Calificación: 2

MANIAC (1963, Michael Carreras)

MANIAC (1963, Michael Carreras)

Además de ser uno de los principales baluartes de la legendaria Hammer Films, y aunque su estela no puede decirse que jamás haya dejado de ser considerada, lo cierto es que para completar el perfil del británico Michael Carreras (1927 – 1994), hay que citar de forma forzosa su episódica condición de realizador cinematográfico. Una faceta que inició fuera del ámbito de su productora, pero que muy pronto se vio inmersa en el contexto de la misma. Por esta circunstancia, y dado el hecho de suponer uno de los thrillers realizados en la célebre firma a raíz del éxito de la norteamericana PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock) –entre los que se encuentran algunos títulos muy estimables-, es por lo que tenía bastante curiosidad en contemplar MANIAC (1963), una muestra del género que jamás conoció estreno comercial en nuestro país, y que con el paso del tiempo jamás gozó de ningún alcance revisionista. Después de haberla visto, es comprensible tal desapego, ya que el resultado, pese a atesorar algunas cualidades, en su conjunto se encuentra bastante por debajo, no solo del elevado nivel medio existente en el grueso de la producción del estudio, sino sobre todo de ese apreciable grado de interés que sí alcanzaron propuestas similares –también contando con guiones de Jimmy Sangster-, firmadas por directores como Freddie Francis o Seth Holt.

MANIAC se desarrolla en la Camarga, una región ubicada en el sur de Francia –cuyo eje es Marsella-, caracterizada por su carácter rural y la violencia soterrada de sus costumbres. Cercana en su ambientación a la Andalucía española, lo abrasador de su clima lleva ligada el gusto por las corridas de toros y los caballos. Será un contexto al que se acercará el joven pintor norteamericano Pual Farrell (un muy eficaz Kerwin Mattews). Huyendo de una extraña historia amorosa con una rica heredera, recala en un hostal ubicado junto a un paso fluvial, en el que trabará contacto con Eve Beynat (la sensual Nadia Grey) y su hijastra Anette (Liliane Brouse). La primera es la esposa de George, quien cuatro años atrás cometió un cruel asesinato en la persona de un hombre que abusó de Anette, siendo internado en un manicomio situado en la citada Marsella. Confeso misógino, Paul coqueteará con las dos mujeres que regentan el bar del rústico establecimiento, hasta que decida mantener una relación más estrecha con Eve, quien le hará partícipe de un plan ideado por su esposo para hacerle escapar del manicomio, y con su huída propiciar que esta pueda iniciar una nueva vida sin tener presente la sombra de su marido. La cita se celebrará una noche, y en apariencia esta resultará un éxito. Sin embargo, ello no será más que el inicio de una pesadilla en la que se sumirá tanto el norteamericano como la esposa e hija del huido.

No me cabe duda que lo mejor de MANIAC, proviene de la descripción física que se realiza del contexto geográfico de la historia. Acentuado por una impactante pantalla ancha y ayudado por una estupenda fotografía en blanco y negro de Wilkie Cooper –en el estilo de las que registraron las restantes muestras de este miniciclo de suspense-, la acción del film contará con la en ocasiones excesiva pero siempre vigorosa partitura musical de Stabley Black –en la línea que seguiría el Henry Mancini de aquellos años-, logrando con todo ello un relato que sobrelleva muy bien el aprovechamiento de su contexto geográfico –un poco al estilo de tantas muestras previas, como puedo suceder con la costa catalana en la previa CHASE A CROOKED SHADOW (Sombras acusadoras, 1958. Michael Anderson)-. A partir de dicha localización e inserción en el relato, se logra configurar ese tórrido triángulo establecido entre el arrogante Paul, la madura Eve y la joven Anette. Una parcela psicológica que, justo es reconocerlo, es trasladada a la pantalla de forma muy pueril, ya que en ningún momento dicha base dramática logra alcanzar en la pantalla la más mínima fuerza. Sí lo tienen, por el contrario, aquellas secuencias desarrolladas “a dos” entre el norteamericano y la esposa del interno –quizá porque resulta más creíble la interacción de sus intérpretes, y ofrecer sus personajes y motivaciones, más credibilidad que el fantasmagórico de la joven-.

Pero aún así, y con la intermitencia de estos elementos, MANIAC nunca llega a despegar del todo. No lo hace ni con la secuencia pregenérico, en la que lo más logrado resulta el ya mencionado fondo sonoro, ni con aquellos momentos en teoría impactantes, que aún surgiendo de la labor de Sangster como guionista, resultan por completo banales y previsibles, máxime siendo vistos con la perspectiva de casi medio siglo de distancia. Y es que, a final de cuentas, uno tiene la sensación por un lado, que para Michael Carreras la faceta de realizador no era precisamente su fuerte, mientras que por otro cabe constatar la constante indefinición de la película, que tarda mucho en insertarse en los senderos del género de suspense –del cual resulta un exponente mediocre y carente de interés-, mientras que resulta insuficiente en su adscripción como drama psicológico. Esa indefinición y carencia de garra narrativa, se detecta en la rutina a falta de interés de secuencias en teoría impactantes, como la del ataque de George a Paul, o la visita de Eve al hospital, donde revelará el engaño a que ha sometido a este. Son instantes atractivos sobre el papel, que adquieren en el relato una considerable abulia. Por el contrario, cuando la película se apresta a aprovechar la fisicidad de los exteriores que localizan la historia, esta adquiere cierta atmósfera. Es el ejemplo que propone la secuencia en la que madrastra e hijastra visitan por la noche una vieja plaza de toros, o la secuencia final desarrollada en el interior de una extraña cantera. Se trata de un episodio, con todo, desaprovechado –que nos quiere plantear ciertos lejanos ecos del memorable episodio del Monte Rushmore en NORTH BY NORTHWEST (Con la muerte en los talones, 1959. Alfred Hitchock)-, aunque la elección de dicho marco compensa el escaso fuste de la dramatización allí desarrollada. En cierto modo supone la metáfora última de esta mediocre película, en la que pervive la fuerza física del continente, mientras que deviene especialmente rutinario todo lo que sobrelleva su contenido, en una de las producciones más olvidables de un periodo especialmente fructífero para la mítica productora británica.

Calificación: 1’5

THE CURSE OF THE MUMMY'S TOMB (1964, Michael Carreras)

THE CURSE OF THE MUMMY'S TOMB (1964, Michael Carreras)

Película apenas conocida y reseñada dentro del amplio bagaje de títulos producidas por Hammer Films –en España jamás ha sido exhibida y ahora se puede acceder a ella por medio de su edición en DVD-, THE CURSE OF THE MUMMY’S TOMB (1964, Michael Carreras) es una de las escasas películas en las que intervino como realizador uno de los productores del famoso estudio británico. Ello, por supuesto, no avala la calidad del producto, puesto que Carreras nunca se caracterizó –y las referencias apuntan a este extremo- por sus habilidades tras la cámara. Sin embargo, y con todo su cúmulo de debilidades e ingenuidades, creo que nos encontramos con un producto que personalmente destaco por su simpatía, y que se deja ver con ese agrado que lleva parejo una película carente de pretensiones. Es curioso señalar que es una de las únicas tres incursiones de la célebre firma caracterizada de cine de terror, que abordó la temática de la momia. La primera fue la brillante THE MUMMY (La momia, 1959. Terence Fisher), mientras que algunos años después, John Gilling retomó este pequeño mito con THE MUMMY’S SHROUD (1967), de la que poseo referencias ambivalentes, aunque la simpatía que me ofrece la labor de Gilling en aquellos años, me permita intuir un producto al menos interesante.

THE CURSE... cuenta la historia de una expedición a Egipto a principios del siglo XX, emprendida por un grupo de especialistas británicos –patrocinados por Alexander King (el habitual comediante norteamericano Fred Clark)-. El colectivo sufrirá la pérdida de uno de sus componentes al haber encontrado la tumba del príncipe Ra, iniciándose el influjo de la pretendida maldición que recaería sobre todos los que presenciaran el sacrilegio del conjunto funerario. King es un hombre del espectáculo que desea explotar los descubrimientos como una atracción, desoyendo para ello las ofertas que le proporciona el gobierno egipcio. En el traslado en barco del personal y los hallazgos de la expedición, la hija del egiptólogo asesinado –Anette- traba amistad con un acaudalado aristócrata –Adam Beauchamp (Terence Morgan)-, con quien llega a intimar hasta que este le propone casarse con él, lo que conllevaría la ruptura del compromiso de esta con el también egiptólogo John Bray (Ronald Howard). Una vez en Londres, y cuando los pormenores del espectáculo están en marcha, se comprueba la desaparición de la momia de Ra de su sarcófago. A partir de la misma, se sucederán los asesinatos cometidos por este ser, desvelándose el interés de Adam por el entorno de esta presencia sobrenatural, ya que se trata de la encarnación de su hermano, que hace tres mil años auspició su cruel asesinato. Por ello, debe ser eliminado por uno de los representantes de los que pronunciaron su maldición y, con ello, dejar de vagar por la tierra con una vida eterna de la que abomina.

Antes que nada, me gustaría incidir en los elementos que considero menos interesante en el concurso de esta serie B, y que dejan entrever el conjunto de sus debilidades. Estas se centran fundamentalmente en el concurso de su guión –obra del propio Carreras-, que destaca en su escasa progresión dramática –luego veremos algunos ejemplos puntuales-, y que se resiente de la ausencia en su credibilidad como relato -¿Cómo se puede entender que tras la muerte violenta de su padre, Anette aparezca al plano siguiente como si tal cosa? ¿Es creíble la forma rápida con la que Adam traba contacto con Anette? –de un plano a otro aparecen como si se conocieran de toda la vida-. A ello, cabría unir la horrorosa prestación de Jeannette Rolan –que encarna a la egiptóloga Anette Dubuis-, que con su presencia contribuye a arruinar cualquier fotograma en los que aparece en pantalla –y lamentablemente son muchos-. Finalmente, dos objeciones más. Una; la escasa duración del producto –apenas sobrepasa los setenta minutos- impide que algunos de los giros de su historia alcancen suficiente desarrollo, y finalmente la caracterización de la momia resulta bastante pobre, algo que se hace evidente en los minutos finales, que en donde su presencia en pantalla alcanza cierto protagonismo.

Pero con todos estos importantes inconvenientes, sería injusto por mi parte no destacar lo que THE CURSE... tiene de interesante labor de puesta en escena. Con unas notables dosis de clasicismo, Carreras sabe plasmar una planificación basada en el uso del plano largo, en el acierto de los reencuadres, en una utilización interesante del tecniscope, en la evidente carga cromática del relato, en la presencia de una escenografía muy interesante –sobre todo en la que se desarrolla en las escaleras de la mansión de Adam-, en la composición de los planos, que sabe destacar en la disposición de los elementos en primer término que se desean destacar, y en la utilización de una escenografía muy atractiva que ya se describe en los elegantes movimientos de cámara que durante los títulos de crédito nos muestran el tesoro egipcio que será quien protagonice y ejecute la maldición del relato.

El film de Carreras es una muestra más de ese tipo de cine de misterio que incide en una atmósfera victoriana, más que en sus elementos terroríficos. De hecho, la momia que en teoría que protagoniza el producto, no aparece en pantalla con vida propia hasta que han transcurrido cincuenta minutos. Cierto es que es preciso destacar que se trata de ese fragmento final cuando la película alcanza sus secuencias más inspiradas. Desde la previa que describe el robo del medallón con las inscripciones a que es sometido el veterano egiptólogo Sir Giles Dalrymple (Jack Gwillim), hasta la plasmación del asesinato de este, del empresario Alexander King –en mi opinión el momento más inspirado de la película-, el ataque de la momia a Anette y Adam –utilizando un juego de picados y contrapicados muy del estilo del estudio, que valora la presencia del decorado con las sempiternas escaleras-, o la secuencia final desarrollada en las alcantarillas de Londres. Al mismo tiempo, la película describe y en cierto modo desaprovecha la desesperación del personaje que encarna Terence Morgan. Es ahí donde se resiente más la escasa duración de la película, ya que ese deseo que finalizar con su inmortalidad era un apunte que, mejor desarrollado, hubiera conferido un especial aliento trágico a la historia, y que es despachado con excesivo apresuramiento.

De todos modos, no se puede pedir más a un producto esencialmente pobre, que estoy convencido aprovechaba decorados de otras películas previas de la Hammer, pero que al mismo tiempo sabe ofrecer una continuidad con diversos de los rasgos que hicieron grande uno de los estudios más significativos en la historia del cine fantástico.

Calificación: 2