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CINEMA DE PERRA GORDA

MANIAC (1963, Michael Carreras)

MANIAC (1963, Michael Carreras)

Además de ser uno de los principales baluartes de la legendaria Hammer Films, y aunque su estela no puede decirse que jamás haya dejado de ser considerada, lo cierto es que para completar el perfil del británico Michael Carreras (1927 – 1994), hay que citar de forma forzosa su episódica condición de realizador cinematográfico. Una faceta que inició fuera del ámbito de su productora, pero que muy pronto se vio inmersa en el contexto de la misma. Por esta circunstancia, y dado el hecho de suponer uno de los thrillers realizados en la célebre firma a raíz del éxito de la norteamericana PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock) –entre los que se encuentran algunos títulos muy estimables-, es por lo que tenía bastante curiosidad en contemplar MANIAC (1963), una muestra del género que jamás conoció estreno comercial en nuestro país, y que con el paso del tiempo jamás gozó de ningún alcance revisionista. Después de haberla visto, es comprensible tal desapego, ya que el resultado, pese a atesorar algunas cualidades, en su conjunto se encuentra bastante por debajo, no solo del elevado nivel medio existente en el grueso de la producción del estudio, sino sobre todo de ese apreciable grado de interés que sí alcanzaron propuestas similares –también contando con guiones de Jimmy Sangster-, firmadas por directores como Freddie Francis o Seth Holt.

MANIAC se desarrolla en la Camarga, una región ubicada en el sur de Francia –cuyo eje es Marsella-, caracterizada por su carácter rural y la violencia soterrada de sus costumbres. Cercana en su ambientación a la Andalucía española, lo abrasador de su clima lleva ligada el gusto por las corridas de toros y los caballos. Será un contexto al que se acercará el joven pintor norteamericano Pual Farrell (un muy eficaz Kerwin Mattews). Huyendo de una extraña historia amorosa con una rica heredera, recala en un hostal ubicado junto a un paso fluvial, en el que trabará contacto con Eve Beynat (la sensual Nadia Grey) y su hijastra Anette (Liliane Brouse). La primera es la esposa de George, quien cuatro años atrás cometió un cruel asesinato en la persona de un hombre que abusó de Anette, siendo internado en un manicomio situado en la citada Marsella. Confeso misógino, Paul coqueteará con las dos mujeres que regentan el bar del rústico establecimiento, hasta que decida mantener una relación más estrecha con Eve, quien le hará partícipe de un plan ideado por su esposo para hacerle escapar del manicomio, y con su huída propiciar que esta pueda iniciar una nueva vida sin tener presente la sombra de su marido. La cita se celebrará una noche, y en apariencia esta resultará un éxito. Sin embargo, ello no será más que el inicio de una pesadilla en la que se sumirá tanto el norteamericano como la esposa e hija del huido.

No me cabe duda que lo mejor de MANIAC, proviene de la descripción física que se realiza del contexto geográfico de la historia. Acentuado por una impactante pantalla ancha y ayudado por una estupenda fotografía en blanco y negro de Wilkie Cooper –en el estilo de las que registraron las restantes muestras de este miniciclo de suspense-, la acción del film contará con la en ocasiones excesiva pero siempre vigorosa partitura musical de Stabley Black –en la línea que seguiría el Henry Mancini de aquellos años-, logrando con todo ello un relato que sobrelleva muy bien el aprovechamiento de su contexto geográfico –un poco al estilo de tantas muestras previas, como puedo suceder con la costa catalana en la previa CHASE A CROOKED SHADOW (Sombras acusadoras, 1958. Michael Anderson)-. A partir de dicha localización e inserción en el relato, se logra configurar ese tórrido triángulo establecido entre el arrogante Paul, la madura Eve y la joven Anette. Una parcela psicológica que, justo es reconocerlo, es trasladada a la pantalla de forma muy pueril, ya que en ningún momento dicha base dramática logra alcanzar en la pantalla la más mínima fuerza. Sí lo tienen, por el contrario, aquellas secuencias desarrolladas “a dos” entre el norteamericano y la esposa del interno –quizá porque resulta más creíble la interacción de sus intérpretes, y ofrecer sus personajes y motivaciones, más credibilidad que el fantasmagórico de la joven-.

Pero aún así, y con la intermitencia de estos elementos, MANIAC nunca llega a despegar del todo. No lo hace ni con la secuencia pregenérico, en la que lo más logrado resulta el ya mencionado fondo sonoro, ni con aquellos momentos en teoría impactantes, que aún surgiendo de la labor de Sangster como guionista, resultan por completo banales y previsibles, máxime siendo vistos con la perspectiva de casi medio siglo de distancia. Y es que, a final de cuentas, uno tiene la sensación por un lado, que para Michael Carreras la faceta de realizador no era precisamente su fuerte, mientras que por otro cabe constatar la constante indefinición de la película, que tarda mucho en insertarse en los senderos del género de suspense –del cual resulta un exponente mediocre y carente de interés-, mientras que resulta insuficiente en su adscripción como drama psicológico. Esa indefinición y carencia de garra narrativa, se detecta en la rutina a falta de interés de secuencias en teoría impactantes, como la del ataque de George a Paul, o la visita de Eve al hospital, donde revelará el engaño a que ha sometido a este. Son instantes atractivos sobre el papel, que adquieren en el relato una considerable abulia. Por el contrario, cuando la película se apresta a aprovechar la fisicidad de los exteriores que localizan la historia, esta adquiere cierta atmósfera. Es el ejemplo que propone la secuencia en la que madrastra e hijastra visitan por la noche una vieja plaza de toros, o la secuencia final desarrollada en el interior de una extraña cantera. Se trata de un episodio, con todo, desaprovechado –que nos quiere plantear ciertos lejanos ecos del memorable episodio del Monte Rushmore en NORTH BY NORTHWEST (Con la muerte en los talones, 1959. Alfred Hitchock)-, aunque la elección de dicho marco compensa el escaso fuste de la dramatización allí desarrollada. En cierto modo supone la metáfora última de esta mediocre película, en la que pervive la fuerza física del continente, mientras que deviene especialmente rutinario todo lo que sobrelleva su contenido, en una de las producciones más olvidables de un periodo especialmente fructífero para la mítica productora británica.

Calificación: 1’5

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