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CINEMA DE PERRA GORDA

Paul Fejös

THE LAST PERFORMANCE (1927, Paul Fejös) Magia roja

THE LAST PERFORMANCE (1927, Paul Fejös) Magia roja

La enorme democratización que estamos viviendo en los últimos años, a la hora de acceder a numerosos títulos hasta entonces añorados durante largo tiempo, y carentes de un posible visionado, nos permite en esta ocasión acceder a THE LAST PERFORMANCE (Magia roja, 1927), rodada por el húngaro Paul Fejös al amparo de la Universal de Carl Laemmle. Un título realizado un año antes de firmar la que sería quizá la obra más perdurable de su filmografía, ese cántico sobre el desamparo urbano llamado LONESOME (Soledad, 1928). Poco a poco van apareciendo muestras del talento fílmico de Fejös, que nos permiten hablar de su lirismo y el deslumbrante uso de una técnica, equidistante entre las principales corrientes cinematográficas de su tiempo, hasta el punto de configurar un universo visual único y reconocible.

En esta ocasión –hay que hacer constar que la copia visionada parte de la versión danesa de la película, con subtítulos rotulados en noruego, y en la que quizá exista algún fragmento ausente, ya que nos encontramos ante un metraje que no supera la hora de duración-, Fejös se inserta dentro del ámbito de melodramas bizarros característicos que podrían representar exponentes tan míticos como THE PHANTOM OF THE OPERA (El fantasma de la ópera, 1925. Rupert Julian) y la posterior THE MAN WHO LAUGHS (El hombre que ríe, 1928. Paul Lení). En ambas será protagonista femenina la magnífica Mary Philbin, mientras que en la excelente propuesta de Leni se contará asimismo, como en este caso, con la admirable prestación del alemán Conrad Veidt. Son todos ellos, con sus diversas variantes, relatos que hablan de un amor no correspondido, provocando el drama interior en unos protagonistas masculinos que contemplan como su acusada y en ocasiones tormentosa personalidad, les impide acceder al sincero amor que sienten por jóvenes que no les corresponden en sus sentimientos. La bella y la bestia. La candidez junto a lo bizarro. La eterna pugna que en años precedentes fuera una de las marcas de fábrica en la obra de cineastas como Tod Browning, se expone en esta ocasión de la mano de “Erik el grande” (Conrad Veidt), un conocido mago de alcance mundial, caracterizado por una afilada personalidad que permite galvanizar a las masas a través de su magnética puesta en escena y el poder que emana de sus poderes hipnóticos. A partir de esa sencilla premisa, Paul Fejös pone en práctica una puesta en escena que destaca por su alcance innovador, permitiéndonos advertir su inventivo sentido de la puesta en escena, merced al sorprendente uso de la grúa. Con ello,  propondrán una dinámica y en ocasiones casi deslumbrante planificación que permitirá al espectador de la época, contemplar por vez primera el funcionamiento de las interioridades del funcionamiento teatral. Atrevidos contrapicados nos mostrarán como se insertan telones y escenografías en el funcionamiento del espectáculo protagonizado por Eric, quien cuenta como primera ayudante con la bella y juvenil Julie (Mary Philbin), teniendo al mismo tiempo como ayudante con Buffo (el posterior realizador Leslie Fenton), siempre receloso y secretamente enamorado de Julie. Esta se encuentra agradecida con Eric, quien solo espera que cumpla los dieciocho años de edad, para poder prometerla y que se case con él. La acción se iniciará en la larga gira que el mago desarrolla en Budapest, tras una de cuyas representaciones recibirá la visita de un joven hambriento que se introducirá desde la fachada a su habitación. Este es Mark (Fred MacKaye), quien merced a la compasión de Julie será admitido como nuevo ayudante en el equipo del artista, iniciándose entre la joven y este una creciente atracción, que si bien no será advertida por Eric, si provocará desde el primer momento el recelo de Buffo. Insólita plasmación de una cuádruple relación amorosa, que poco a poco irá adquiriendo sombríos matices, hasta que por mediación del resentido Buffo, inste a Eric a descubrir la relación que de manera secreta viven los dos enamorados. Este en primera instancia autorizará la relación entre ambos, pero en su mente se albergará la teoría de la venganza. Algo que se manifestará al producirse la en apariencia inesperada muerte de Buffo en la representación del último truco de Erik, que condenará a Mark como su autor, poniendo al muchacho en las puertas de una condena a muerte. Las pruebas serán contundentes en torno a su participación, y solo la mediación de Julie ante Eric podrá intentar salvarlo de una casi segura condena.

De entrada hay que partir de la base de encontrarnos ante un argumento de raíz folletinesca. Es algo bastante común a todo el conjunto de producciones de carácter bizarro planteadas en aquellos años. Películas que de entrada aparecían envueltas dentro de los parámetros del fantastique, pero que en realidad se extendían en dramas desaforados, que permitían la plasmación de atmósferas malsanas, así como personajes protagonistas torturados en su extrema sensibilidad. Es algo que se puede trasladar, punto por punto, a esta magnífica y apenas recordada THE LAST PERFORMANCE, en donde el realizador húngaro pone en práctica casi desde su primer fotograma, su afán experimental ante la cámara. La ya señalada movilidad de la misma, su querencia por las sobreimpresiones –las que se aplican sobre los rostros de los espectadores de la función-, llegando a incidir de manera muy especial en las facultades del gran Conrad Veidt –una vez más, portará maquillaje sobre sus ojos para incidir en la vertiente amenazadora de su ambivalente personalidad-. Sobre dicha base, descubrimos uno de los mejores episodios de la película, su práctica sobre el hipnotismo sobre los acomodados ocupantes de uno de los palcos, a los que llegará a trasladar una sensación colectiva de temor que es mostrada con un inusual e inquietante alcance, con un sentido de la inmediatez y el propio riesgo fílmico -¡Esos casi interminables primeros planos al rostro de Veidt!-.

Esa capacidad experimental aportada por su realizador, tendrá no pocas manifestaciones a lo largo del metraje; la querencia por mostrar exteriores urbanos caracterizados por su apunte expresionista, la fuerza visual de la planificación del instante en el que Erick descubre abrazados a los dos amantes, mostrando el momento mediante la proyección de la sombra amenazadora de este a gran tamaño, sobre el perfil empequeñecido de los dos amantes, el doble e impetuoso travelling de avance y retroceso sobre los comensales de la cena de cumpleaños que Eric ha dedicado a su amada, en donde anuncia su compromiso con Mark. Todo ello, en medio de un desarrollo dramático trufado de esa apuesta de Fejös por las innovaciones formales, sin que ello le haga descuidar el tratamiento de sus personajes. Antes al contrario, sirviendo como auténtico complemento a la tragedia compartidas por ese insólito triángulo amoroso, que alcanzará una apasionada catarsis en las secuencias de la vista sobre el presunto asesinato de Mark, en la que triunfará la autentica demostración del sincero amor que Eric profesa por Julie, aunque ello lleve aparejada su inmolación, tras descubrir y al mismo tiempo mostrar, la manera con la que escenificó el crimen de Buffo. Será, como él mismo señale antes de matarse ante el tribunal, la última función de un hombre provisto de gran magnetismo, pero al cual se le escapó poder vivir en carne propia la fuerza del amor.

Calificación: 4

SONNENSTRAHL (1933, Paul Fejös) Rayo de sol

SONNENSTRAHL (1933, Paul Fejös) Rayo de sol

Si el nombre de húngaro Paul Fejös (1897-1963) suene a un determinado grupo de aficionados –me temo que muy pocos-, solo puede ser por la existencia y excelencia de LONESOME (Soledad, 1928). El hecho evidente de la casi imposibilidad de acceder al conjunto de esos casi treinta largometrajes que componen su obra, a los que cabría añadir una serie de cortos y documentales, supone un handicap de casi imposible soslayo. Por ello, tener la satisfacción de contemplar uno de sus títulos –SONNENSTRAHL (Rayo de sol, 1933)-, tan poco conocido como casi el resto de su obra, supone de entrada un hecho importante. Pero lo más revelador o representativo, que puede proporcionar el visionado esta película que nunca se ha citado en enciclopedia o referencia alguna, es comprobar que nos encontramos con un título espléndido, magnífico, que no solo no desdice –más bien los complementa- los logros de la citada LONESOME, sino que a mi modo de ver se describe casi como un inesperado y nunca considerado puente entre la película mencionada, el mayestático THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928. King Vidor) y el posterior MODERN TIMES (Tiempos modernos, 1936. Charles Chaplin) De ambos retoma y transmite una serie de características comunes y, lo que es más importante, en la mayor parte de ellos no solo no tiene nada que envidiar a los clásicos mencionados, sino que en sí misma propone soluciones formales envueltas en un tono de tragicomedia urbana, que aún hoy día, casi ocho décadas después de su realización, se antojan de asombrosa modernidad.

La acción se desarrolla en una ciudad –presumiblemente Berlin- de finales de la República de Weimar, en los primeros años treinta. Las imágenes documentales nos presentarán al Príncipe de Gales inaugurando un puente, un incendio producido en una enorme planta industrial de Estados Unidos y, a continuación, describir la situación de paro que vive Alemania. Tras ese comienzo sorprendente, la acción nos traslada a una multitud de hombres deteriorados que se enraciman en vano a la búsqueda de empleos provisionales. Uno de ellos es el joven pero hundido Hans (el conmovedor y eternamente ignorado Gustav Fröhlich), un conductor de taxi en el paro, que, desesperado al ver que incluso es desalojado de su mísera habitación –su áspera dueña lo tira a cajas destempladas tras diez semanas sin poderle pagar-, decide poner fin a su vida –ya en el descenso de las escaleras del que ha sido su lúgubre hogar, podemos vislumbrar dibujos en las míseras paredes,  entre los que destacan el de una horca. Este se sitúa de noche a la orilla de un río, redacta una breve nota de identificación cuando se encuentre su cadáver, y se dispone a abandonar un mundo que no parece estar hecho para él. Sin embargo, el destino modificará por completo su intención inicial al observar como una joven –Anna (la espléndida Annabella)-, se ha adelantado a sus intenciones y se ha arrojado al río. Este acude raudo a rescatarla y la arrastra hasta las escaleras de la orilla, abrazándola y recriminando su actitud cuando descubre que solo tiene diecinueve años. Será algo que tendrá que mitigar cuando esta descubra la nota que Hans había dejado, fundiéndose ambos en un abrazo de conmovedora calidez que solo será interrumpido cuando lleguen la policía y una ambulancia que ayudarán a recuperar a la muchacha. El joven la acompañará e incluso recibirá una recompensa de cincuenta chelines por haber salvado a alguien la vida. La situación propiciará casi de un instante a otro la complicidad de dos seres que van a iniciar un camino en común, partiendo de su juventud, carecer de nadie en este mundo, su absoluta carencia de medios económicos en medio de una sociedad dominada por un paro galopante y, lo que es peor, absolutamente hostil a la hora de incorporar a sus seres más débiles.

En la confluencia de esa mirada teñida de romanticismo entre dos seres que casi por horas van comprobando estar hechos el uno para el otro, y el retrato de una sociedad en la que casi parece imposible emerger mientras tiende la trampa de la tentación constante al consumismo –algo a lo que no podrá ser ajena la propia pareja protagonista-, se incardinarán los límites de esta espléndida SONNENSTRAHL. Y todo ello, sublimado de un lado por la capacidad demostrada por Fejös para aunar con una pasmosa facilidad su veta romántica, con una enorme capacidad para la invención formal. Ya de entrada cabe destacar la escasa presencia de diálogos, proponiendo con ello un film combativo con la ya consolidada invasión del sonoro –algo que prolongaría Chaplin en la ya citada MODERN TIMES-, sin que ello limite no solo la comprensión de su discurrir narrativo, sino incluso nos imbuya en la atmósfera de ruidos que rodean la odisea de dos seres que iniciarán su aventura vital en común. Lo que podríamos denominar como su segunda oportunidad en un contexto urbano hostil, se iniciará con la compra de una pastilla de jabón que será vendida como quitamanchas. Será el inicio de toda una serie de penalidades discurriendo por diversos trabajos –estructurados en forma de episodios-, en donde nuestros protagonistas vivirán desde el hecho de trabajar –ella- en el escaparate de un gabinete de estética, mientras él ejerce como hombre anuncio del comercio –una hábil inserción del paso de las fechas del calendario sobre dichas imágenes, incidirá en la dureza y la alienación de ambos trabajos-. En el interín, Hans contemplará en el escaparate un taxi en venta que sería para él no solo la solución a sus problemas, sino sobre todo, su realización laboral. No obstante, su lucha pronto será contrariada cuando sufran una estafa por parte de un ser sin escrúpulos que lo ha hecho con otros incautos. La odisea no terminará ahí, ya que nuestros protagonistas tendrán que intentar obtener recursos en medio de una feria –donde Hans sufrirá una cruel agresión al ofrecerse como diana en un puesto de tiro de feria-, e incluso vivirán un episodio que ejercerá como auténtico puente en sus desdichas, al introducirse de manera involuntaria en una lujosa boda, donde ambos vivirán en carne propia el amor que se profesan pese a haberse conocido en apenas un día –tal y como sucedía en LONESOME-.

El destino –la vivencia de un accidente de un repartidor de banco, y la devolución de la cartera que este portaba-, por una vez servirá para que Hans obtenga ese empleo. Un fundido y una breve sucesión de planos, nos llevará a comprobar como la pareja se ha casado y vive con cierta comodidad en una amplísima comunidad de vecinos, que parecen introducidos en una especie de fábrica urbana. Poco a poco el ya esposo irá ahorrando para poder pagar la entrada de ese añorado taxi, proceso que afianzarán viviendo toda clase de plácemes por parte del dueño del establecimiento –brindando un instante tan ridículo como hilarante , cuando la pareja es fotografiada delante del vehículo, ante un escaparate en el que se agolpan divertidos viandantes-. Pero lo que pronto llega, también se puede volver en contra, y ante la ayuda a un niño que ha perdido unas monedas en la vía del tren, Hans será atropellado y herido de gravedad por un tranvía. Su mujer intentará inútilmente asumir su trabajo para poder atender los pagos del taxi –la ausencia de uno solo de ellos anularía el contrato y haría perder todo lo invertido hasta entonces-. La llegada del cobrador al domicilio en donde espera Anna, que no posee el dinero suficiente, será el detonante del drama para una esposa que no desea que los sueños de ambos se vengan abajo, mientras su esposo se recupera lentamente en el hospital.

Muchos serían los elementos a destacar en esta espléndida SONNENSTRAHL –es más, creo que se trata de una película que requiere más de un visionado para poder apreciar todos sus matices-. Sin embargo, toda ella es un auténtico catálogo de invenciones formales, ante las que Fejös juega con una destreza admirable, sin que ello limite ni deje de lado el tratamiento de sus protagonistas ni, por supuesto, el contexto social en el que estos se encuentran. Un ejemplo muy simple de este enunciado lo tendríamos en ese instante en el que Hans y Anna abandonan el templo felices, después de haber contemplado esa boda inaccesible para ellos, solicitado del párroco las amonestaciones, y en donde casi son empujados por quienes retiran la alfombra que se ubica en el exterior del mismo –adelantándose en décadas a un episodio similar de EL VERDUGO (1963, Luís García Berlanga)-. La película está trufada de detalles en ese sentido –como el contraste que se muestra en el dolor de Hans ante el pelotazo recibido y la preocupación de Anna, que deja soltar al aire los globos que tenía para vender, mientras la multitud ríe jubilosa y colectivamente el ascenso de los mismos-. Esa capacidad para ser tiernos con los protagonistas en su deseo de emerger de un aura de pobreza, en la contraposición con la casi sempiterna oposición que muestra una sociedad cruel con el individuo que en realidad es el protagonista de la misma, supone en realidad la esencia de esta película magnífica, a la que el hecho de su casi absoluto desconocimiento, no cabe más que incidir y poner la pista en el hecho de que las extraordinarias cualidades de LONESOME no fueron fruto de la casualidad, y con más que segura posibilidad, en Paul Fejös encontramos a un cineasta de primerísima magnitud, al que solo la limitación en el conocimiento de su obra ha impedido hasta la fecha un merecido reconocimiento.

Pero para ello, además de todos los elementos que he señalado –y muchos otros que forzosamente me dejo en el tintero-, sí me gustaría destacar tres episodios concretos, dos de los cuales deberían figurar por derecho propio entre lo mejor jamás filmado en los primeros años treinta. El primero de ellos es ese recorrido que los protagonistas realizarán en el interior de una agencia de viajes, escenificándo imaginariamente situaciones delante de los grandes cartelones de famosos destinos turísticos. Más que parecer una muestra tardía de slapstick, la originalidad y belleza del fragmento nos pueden anticipar no pocos de los logros que un par de décadas después harían célebre a Jacques Tatí. Será algo similar a lo que suceda cuando intenten desarrollar infructuosamente el empleo como limpiadores nocturnos en unos grandes almacenes, dejándose llevar por el deseo de sentirse como auténticos millonarios por unos instantes, vistiendo las ropas que están expuestas en maniquíes –en cuya planificación parecen mirar a los protagonistas con complicidad-, realizando una especie de danza que les llevará a un sueño indeseado, y siendo contemplados por los empleados a la mañana siguiente, con el consiguiente ridículo y el despido inmediato. Y, por supuesto, cabría destacar la fuerza que adquieren los instantes finales, en los que los vecinos lograrán transformar lo que parece tener tintes de tragedia en la muestra del lado humano y colectivo del ser humano, cuando los vecinos de Anna –y su esposo herido- empiecen a lanzar donativos para que esta pueda pagar el plazo del coche –objetivo que cumplirán sobradamente-, fundiéndose la secuencia con un domingo en el que el matrimonio -Hans ya se ha recuperado- vestido de blanco, se dedica a pasear a los niños del enorme bloque de vecinos, en medio de un contexto de felicidad colectiva que quizá aminore al alcance trágico del conjunto, pero a mi modo de ver resulta casi necesario en un relato tan sombrío incluso en sus instantes más románticos. Una conclusión en la que, por otra parte, parece que de nuevo Fejös se adelantara a ese tipo de neorrealismo mágico que tan famoso hizo a Vittorio De Sica con MIRACOLO A MILANO (Milagro en Milán, 1951).

En definitiva, repleta de logros expresivos, admirable en el equilibrio existente en su condición de tragicomedia, aguda en la plasmación de un contexto social convulso, sincera y bella en su entronque romántico, e incluso preludiando no pocos elementos y tendencias que otros cineastas utilizarían con posterioridad, no solo SONNENSTRAHL es un título de necesaria y urgente reivindicación, sino ante todo es otro indicio que apela a la reivindicación de un nombre hoy apenas evocado, y en el que creo equivocarme poco, se encuentra un auténtico gigante; Paul Fejös.

Calificación: 4

LONESOME (1928, Paul Fejös) Soledad

LONESOME (1928, Paul Fejös) Soledad

Poder contemplar SOLEDAD (Lonesome, 1928. Paul Fejös) supone para mi ver cumplido un anhelo de largos años. Recuerdo que hará unas dos décadas cuando culminaba la larguísima colección de fascículos de la excelente enciclopedia de cine “Planeta”, me quedé prendado por la novelización en dos páginas del contenido y las imágenes que se mostraban de esta película. Me estoy remontando aproximadamente al año 1984. Desde entonces mi afición cinematográfica osciló en función de muchas circunstancias. Pero en cualquier caso en mi seguimiento por programaciones de festivales o emisiones televisivas jamás aparecía ni indicio o referencia alguna de la misma, quedando en mi subconsciente como una de las películas “deseadas”, lista que generalmente cada aficionado elabora en su mente y con el paso de los años puede ir cumpliendo –en ocasiones con algunas frustraciones finales-. En mi caso y una vez más gracias a la gentileza del buen amigo Luís Fdo. Rodríguez este deseo se hizo realidad tantos años después. Y pese a visionar una copia sin acompañamiento musical alguno, las expectativas que tenía puestas en esta obra del húngaro Paul Fejös prácticamente han sido cumplidas: SOLEDAD es una gran película.

Habría que establecer algún día un análisis como precisamente en las postrimerías del cine mudo –me estoy refiriendo a 1927/29- se realizaron varias de las mayores traslaciones a la pantalla del sentimiento amoroso. En obras de Murnau, Borzage, Vidor y en esta ocasión Fejos quizá quedaron plasmados unos modelos infalibles, profundos y conmovedores que no solo plasmaban intensas relaciones amorosas sino que me atrevería a señalar que con ellas lograban atravesar el alma de sus personajes, al tiempo que en muchas de sus obras integraron al mismo tiempo melodrama en estado puro, experimentación formal e integración social.

LONESOME es uno de los ejemplos más claros de este enunciado. No se puede ocultar que su planteamiento recuerda de alguna manera a esa obra de arte llamada ... Y EL MUNDO MARCHA (The Crowd, 1928. King Vidor) –en mi opinión la cima del cine mudo-, pero solo en la medida en que el film de Fejos desarrolla una visita a un parque de atracciones que se recreaba en los primeros minutos de la obra maestra de Vidor. Por contra es bien evidente que las intenciones de uno y otro realizador son diferentes, decantándose Fejös por la búsqueda de la felicidad individual dentro de una sociedad masificada y con la premisa argumental de situarse en un solo día, con lo cual su propuesta se brindaba como auténtico ejercicio de estilo.

Nos encontramos en la mañana del 3 de julio y en un siempre entrañable y dinámico montaje paralelo se nos muestra como Jim (Glenn Tryon, habitual actor cómico) y Mary (Barbara Kent) se levantan para acudir al trabajo. Ya en estos primeros fragmentos que se narran con panorámicas y reencuadres de larga duración se describe hábilmente el carácter de unos protagonistas que nosotros –como espectadores- vamos a conocer mucho antes que ellos mismos. Mary es una mujer voluntariosa que disfruta de la brisa matinal cuando abre la ventana y se acicala con entusiasmo. En su oposición Jim es un hombre perezoso y desastrado, indudablemente cómico en su aparente organización –intenta cumplir con su rito gimnástico de forma hilarante-. Ambos coinciden sin reparar en ello en el restaurante desayunando rápidamente para acceder a sus trabajos en medio de la marabunta de gente que atesta las calles de New York y que igualmente se dirigen en masa a sus trabajos.

Mary es telefonista y Jim trabaja en una fábrica. En el desarrollo de sus labores Fejos inserta un gran reloj sobre el que entrevemos el montaje paralelo de sus respectivas jornadas de trabajo. Se suceden sobreimpresiones que dotan de ritmo a estas secuencias –sobre todo en los rostros de los clientes que atiende Mary en las llamadas-, e incluso algún asombroso travelling marca instantes de la labor del joven. Una vez acaban agotados sus respectivas jornadas sienten cada uno en su ambiente la soledad producida por que sus respectivos compañeros tengan parejas para poder salir mientras que ellos se sienten ausentes de algo que secretamente añoran. Regresan a sus respectivos domicilios y ambos desde sus diferentes apartamentos –primero Jim y posteriormente Mary- observan en la calle una caravana con charanga que llama la atención para asistir al parque de Coney Island y celebrar en él la festividad del 4 de julio.

Los dos deciden acudir para llenar su tarde a dicho parque. De nuevo las muchedumbres que se arremolinan y nos encontramos en el centro de atracciones en los que la fiesta y el jolgorio está presente en todo momento. Sin embargo para ambos la alegría llega realmente cuando ambos se conocen. Poco a poco y en el transcurso de apenas unas horas van intimando, pasan el atardecer en la playa, se hacen unas fotografías que uno entrega al otro y participan en diversas de las atracciones de un parque que Fejos muestra con numerosas –e incluso grandiosas- sobreimpresiones, acentuando el carácter masificado del mismo.

Cuando la pareja protagonista decide subir a una montaña rusa, la abundancia de público les hace ir en compartimientos separados, incendiándose en los momentos finales de su viaje el de Mary. La multitud se arremolina en torno a ella y eso impide acercarse a Jim cuando abandona la atracción, llegando este a tener un encontronazo con un agente que le lleva hasta comisaría. Una vez es puesto en libertad intenta desesperadamente buscar a la chica en el parque pero una repentina y tempestuosa tormenta hace que la gente huya en desbandada y tanto la joven -que igualmente ha estado buscando a su joven enamorado-, como Jim, vuelvan destrozados a sus rutinarios hogares. Ambos han perdido la oportunidad de compartir sus respectivas vidas. El en su casa decide poner un disco para intentar atenuar sus tristeza –la canción se titula Always-. Su ruido molesta a su vecina de al lado, que no deja de aporrear la pared llorando para no tener que oír nada. La vecina es Mary. Ambos no sabían que estaban al lado del otro y cuando Jim toca a su puerta y ella le abre, sus miradas y el abrazo final serán el inicio de un futuro abandonando definitivamente su soledad.

Como en tantos otros grandes títulos del cine mudo, LONESOME pone en practica un argumento sencillo, desarrollando en él tanto una crítica a la sociedad urbana de aquellos años, la aplicación de elementos narrativos clásicos y vanguardistas al mismo tiempo, intensificando la dirección de actores (en este elemento concreto la interpretación de sus dos protagonistas es realmente conmovedora), y basculando en un registro tragicómico realmente inspirado.

No se puede ocultar que el gran tema de fondo de esta extraordinaria película es precisamente la indefensión del individuo frente a una sociedad deshumanizada aparentemente conectada en las grandes urbes, pero que en este caso concreto no permite conocer a dos jóvenes vecinos de portería... que paradójicamente se enamorarán muy lejos de su hogar. Las muchedumbres tomando desayunos en restaurante, las batallas para ocupar el autobús (parece que sea un logro alcanzarlo), la alienación del trabajo diario, la propia rutina en ese ocio que los compañeros de nuestros protagonistas significan con sus respectivas parejas o incluso el desenfrenado disfrute festivo existente en el parque de Coney Island –elemento que Fejos destaca de forma poderosa-, conforman un panorama ciertamente desolador.

Por su parte la película marca la intención del realizador en utilizar elementos técnicos que aún hoy día resultan de enorme vigencia. Ya hemos señalado antes la presencia de ese reloj gigantesco, de sobreimpresiones en diferentes momentos sobre el parque de atracciones y algunas de otra índole que inciden en destacar el bullicio de las secuencias desarrolladas en Coney Island, sobreimpresionandose norias y atracciones luminosas. Al mismo tiempo y ya cuando arrecia la tormenta se insertan planos generales de unos rascacielos especialmente estilizados que nos remiten a producciones alemanas recientes en aquel momento, aunque en este caso no supongan más que un apunte de estilización. En este terreno me gustaría destacar –yo he visto la copia en la que no se incluían las tres secuencias sonoras que al parecer desafortunadamente incluyó la Universal, aunque su rótulo final sí se refiriera a un film sonorizado-, la deliberada sobriedad en la presencia de unos rótulos que realmente solo tienen cierto protagonismo cuando los protagonistas confiesan que son dos personas normales.

Pero como antes señalaba, en donde LONESOME alcanza sus mejores cotas es en la pintura de su registro tragicómico. Ya hemos comentado la impecable descripción en paralelo de sus protagonistas al levantarse –realmente divertida-, pero me gustaría destacar la emotividad que se desprenden en sus momentos intimistas. Entre ellos resaltan aquellos en los que Jim y Mary se quedan solos en la playa o en la propia charla que ambos jóvenes tienen –no escuchamos lo que dicen pero sabemos que con sus palabras y expresiones la relación se va estrechando-. E incluso me atrevería a señalar el emocionante reencuentro final en donde el sentimiento del individuo predomina sobre la alienación de la masa. Al mismo tiempo, Fejös logra que detalles como esa muñeca que Jim ha ganado en una atracción sirva como elemento simbólico del estado emocional de la propia relación sentimental de ambos –cuando Mary la lleva a su casa, debido a la lluvia sus ojos están llorosos e involuntariamente cae al suelo y se rompe-. Pero incluso en secuencias tan angustiosas como la búsqueda entre ambos jóvenes por el parque en plena tormenta se introducen detalles de comedia sutil, como ese dueño de atracción que acaba harto de las veces en las que Jim pregunta si ha visto a su nueva amiga –en su último encuentro y sin que este llegue a preguntarle nada, el feriante le espeta (con un rótulo de grandes letras) ¡¡¡NO!!-.

En esa intersección de la búsqueda del amor, de una estilización e intensificación del lenguaje del cine –que en aquellos años estaba en su plena madurez-, la aportación singular de elementos estilísticos que permanecen con gran vigencia, su perfecto timming caracterizado por la plasmación paralela de la evolución de la pareja que protagoniza la historia y, fundamentalmente, en su admirable composición melodramática caracterizada en tonos y detalles tragicómicos, SOLEDAD es una obra maestra que merece ser redescubierta por las nuevas generaciones de aficionados. Espero que muy pronto alguna editora se decida a lanzarla en DVD. Afortunadamente, mi intuición y las referencias que tenía no me fallaron. Si que es verdad que con una buena partitura sonora que potenciara sus cualidades –tal y como logró magistralmente Carl Davis en THE CROWD-, LONESOME podría ser una mayúscula sorpresa de clausura de cualquier festival cinematográfico de la máxima categoría y volver a ocupar el lugar de honor que merece en la historia del cine.

Calificación: 4’5