Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

Robert S. Baker & Monty Berman

JACK THE RIPPER (1959, Robert S. Baker & Monty Berman)

JACK THE RIPPER (1959, Robert S. Baker & Monty Berman)

Cuando Robert S. Baker y Monty Berman asumen la realización de JACK THE RIPPER (1959), ya habían probado sus armas como realizadores al unísono una década atrás, mientras que Baker prolongó su andadura en solitario con algunos títulos muy pocos conocidos. A raíz del relativo impacto albergado con esta película -en la que participaron al mismo tiempo como productores y operadores de fotografía- la parcela como tándem se prolongaría durante una década en unos cinco títulos más, ninguno de ellos con el estatus de culto que alberga esta prolongación de su manera de entender el terror, que ya habían auspiciado con brillantez -en aquella ocasión solo como productores- en la bizarra BLOOD OF THE VAMPIRE (La sangre del vampiro, 1958. Henry Cass), en aquella ocasión bajo una derivación de la temática vampírica, y asumiendo visualmente el desbordante color que había sentado como norma la hegemónica Hammer Films en Inglaterra. En su oposición, el título que comentamos asume una oscura y tenebrosa iluminación en blanco y negro, que en sus mejores momentos -aquellas secuencias que se desarrollan en las angostas callejas de los bajos fondos de Londres- adquieren vida propia, al ofrecerse como el escenario propicio del misterioso asesino de jóvenes por estrangulamiento y posterior y precisa utilización de material quirúrgico. Con un rótulo que nos sitúa en 1888 -marco real de aquellos asesinatos- la película se iniciará con una impactante secuencia pregenérico que nos adelanta la enorme importancia narrativa que tendrán la plasmación de los diferentes asesinatos -dominados por la una planificación crispada de corte expresionista caracterizada por audaces angulaciones de cámara-. El inicial partirá de un plano general con la cámara ubicada en la luminaria de una farola, y en pocos planos logrará crear una atmósfera aterradora y llena de verismo en su ambientación.

Muy pronto iremos comprobando la atractiva mirada -y teoría- inserta en el guion del ya consagrado Jimmy Sangster; articular una aguda teoría en torno a la probable identidad del denominado ‘Jack, el destripador’, que en esta ocasión se establecerá en torno al hospital de beneficencia ubicado muy cerca del lugar en el que se irán produciendo los crímenes. Para ello establecerá la posibilidad abierta de varios sospechosos, todos ellos trabajadores del sombrío recinto hospitalario, a partir de la secuencia que describe el preparativo de una operación en el mismo, y en donde destacará por su fealdad al por otro lado bondadoso ayudante Louis Benz (Endre Muller), a quien se dedica un episodio centrado en un intento de linchamiento al buscarse por motivos accidentales su culpabilidad, ante el populacho de la zona, en una secuencia con claros ecos del M (M, el vampiro de Düsseldorf, 1931) de Fritz Lang, Esa mirada de ausencia de respeto al diferente tendrá otro elemento de partida muy interesante con la incorporación del agente de policía norteamericano Sam Lowry (el estupendo Lee Patterson), quien junto al inspector local O’Neill (Eddie Byrne) serán los que encabecen la investigación -y, con ello, albergarán la identificación del espectador- y en el que la presencia de Lowry supondrá un apunte de especial interés para ofrecer esa mirada crítica en torno a la sociedad inglesa de su tiempo, que bien se podría trasladar a la del momento de rodaje de la película. Y es que JACK THE RIPPER, a grandes rasgos, supone un brillante borrador de lo que, e manera más rigurosa a todos los niveles, ofrecerá la posterior y extraordinaria THE FLESH AND THE FIENDS (La carne y el demonio, 1960. John Gilling). Esa apuesta del tándem de productores, en esta última ocasión llevada a la pantalla por Gilling en su obra cumbre, y también con otro guion de Sangster, amplía y prolonga -dentro de otro contexto espacio temporal- las mismas características ya plasmadas de manera más embrionaria -aunque no por ello desprovistas de notable interés-, en el título que comentamos. En este sentido, la mirada crítica que en el film de Gilling aparece plasmada de manera más global, en esta ocasión se encuentra revestida de un tinte más feminista, centrando dicha mirada en torno a la joven Anne Ford (Betty McDowall), sobrina del reputado doctor Tranter (John Le Mesurier), quien pronto exteriorizará su personalidad el revelarse a su tío y decidir ocupar un lugar entre el personal del hospital. Esa misma mirada reivindicativa se plasmará en una de las pacientes del sombrío hospital -Kitty Knowles (Barbara Burke)-, quien desde los primeros pasos de su recuperación decidirá abandonar el recinto y reiniciar su vida, estableciéndose más adelante que resulta un personaje capital, en torno a ese nombre de Mary Duncan interpelado por el asesino antes de cada uno de sus crímenes. Y, en última instancia, esa visión crítica en torno a la discriminación de la mujer se establecerá en todas aquellas secuencias ligadas al music hall que alberga a jóvenes para introducirlas en una vida disoluta, al servicio de puritanos caballeros de clases altas.

Todo ese conjunto de elementos, es el que proporciona entidad propia a esta película directa, dominada de principio a fin de una espesura en su atmósfera que, como señalaba con anterioridad, atesora un alto grado de densidad en todas aquellas secuencias nocturnas descritas en los bajos fondos londinenses, en los que la cámara parece cobrar entidad propia, e introduce al espectador en una espiral de misterio y oscuro terror. Serán el marco oportuno para describir los diversos asesinatos, todos ellos caracterizados en esa apuesta por su planificación expresionista, y en donde la angulación de la cámara proporcionará una extraña mezcla de garra cinematográfica, al lograr expresar en todos ellos una decidida plasmación del terror. Dentro de dicha vertiente, destacará de manera sorprendente la magnífica secuencia de suspense en la que Ann escapa de lo que aparece casi como una persecución del supuesto asesino -lo que finalmente no será cierto-, hasta esconderse en el muelle, dentro de un extraordinario episodio de suspense. Pero dentro de la sucesión de asesinatos, destacarán dos, planteados además de manera totalmente opuesta. Uno de ellos, de especial crueldad, será el de Kitty en su modesto apartamento -dejemos de lado la ligereza de guion al dejar la puerta del edificio de apartamentos vacía-, mientras Anne se ha quedado encerrada en el mismo al acudir a ella en respuesta a la ayuda que prometió brindarle. Sin embargo, por lo atrevido de su planificación cinematográfica -un único plano que comienza en los pies de la víctima y finalizará con su rostro ya inerte al caer al suelo-, uno preferirá el crimen en apariencia más sobrio, quizá el menos significativo de los asesinatos, ya que se realiza sobre alguien a quien en ningún momento hemos conocido.

Ni que decir tiene que JACK THE RIPPER no es una película perfecta. Ofrece algunos agujeros de guion, aunque es cierto que su realización deviene irreprochable -cierto es que el número de music hall aparece excesivamente dilatado-. Pero sus imágenes ofrecen un conjunto tan horripilante como lleno de vida interior. Acertandno al brindar una mirada social que, pese a ubicarse casi un siglo atrás, bien podría translucirse a la vida inglesa de aquel tiempo de transformación. La película albergará en sus instantes finales un curioso detalle, al insertar una fugaz secuencia en color que muestra la sangre del asesino en su cruel inmolación. Al igual que sucedería con otros tantos títulos ingleses, el film fue exportado y estrenado en las pantallas norteamericanas por el avispado Joseph E. Levine, espoleado por lo que intuía iba a suponer un enorme éxito comercial en USA. Para ello modificó ligeramente su metraje y apostó por acentuar un formato en pantalla ancha. No sirvió para nada. El público norteamericano la rechazó por completo. Ellos se lo perdieron.

Calificación: 3

JACK THE RIPPER (1958, Robert S. Baker y Monty Berman)

JACK THE RIPPER (1958, Robert S. Baker y Monty Berman)

Partícipe en determinados sectores de cierta calificación de cult movie –una consideración que quizá se ha prodigado en exceso para numerosos films del género de horror-, confieso que la visión de JACK THE RIPPER (1958) –jamás estrenada comercialmente en España-, me ha supuesto una relativa decepción. En muchas ocasiones los numerosos fans del género hacen que sus desmesurados entusiasmos propicien estas sensaciones, cuando realmente nos encontramos ante títulos pequeños, simpáticos, con desiguales atractivos, pero en modo alguno merecedores de grandes reconocimientos.

Algo de ello me sucede con esta realización del tandem formado por Robert S. Baker y Monty Berman –que posteriormente firmarían otra aún más inexplicable cult movie, la mediocre LOS CABALLEROS DEL INFIERNO (The Hellfire Club, 1960)-, que hay que incluir dentro de la considerable filmografía generada por el famoso criminal londinense de finales del siglo XIX. Haciendo un relativo esfuerzo de memoria, uno se queda fácilmente con la versión que realizara estupendamente John Brahm en 1944 bajo el título de JACK, EL DESTRIPADOR (The Lodger), en la cual fundamentalmente destacaba un trabajo de índole expresionista y de puesta en escena notable. En su lugar esta película adquiere una cierta personalidad en su condición de asumida y decadente Serie B de carácter serial y ciertas ínfulas televisivas. Este tandem pocos años después se integró abiértamrente en el nuevo medio –de la tv de aquella época, se entiende-, con una serie de propuestas temáticas en pocas ocasiones interesantemente llevadas a buen puerto. Veamos. Por un lado tenemos la langiana galería de normales ciudadanos que fácilmente se convertirán en asesinos colectivos cuando al ver peligrar su tranquilidad embrutecen su semblante. De otro lado el escaso partido sacado a la presencia del policía americano –Sam Lowry (Lee Patterson), una de las novedades que ofrece el guión de Jimmy Sangster-, que confiesa haber viajado a Londres pagado por sus superiores para estudiar el comportamiento de sus moradores ante el fenómeno de este asesino. Curiosamente su caracterización ofrece un aspecto de cowboy realmente poco adecuado a la ambientación de la época. Finalmente, las motivaciones finales del criminal –que oficialmente nunca podrá probarse en su culpabilidad-, resultan un tanto forzadas y se diluyen en el desequilibrio del film.

Son ambos motivos que cuestionan relativamente el prestigio de JACK THE RIPPER. Ciertamente estas disgresiones no han de invalidar las virtudes que –aunque ciertamente integradas de forma irregular- brillan en el discurrir de esta pequeña producción de horror. La primera de ellas es la estupenda fotografía en blanco y negro –que se encargaba de crear Berman- caracterizada por su agresividad y excelente iluminación de interiores y estudio –solo detecté una secuencia (diurna) que se filmara en exteriores naturales-, utilizando con precisión las artificiales nieblas nocturnas. De otro lado tendríamos que destacar la estupenda descripción en rostros y caracterizaciones de las tipografía física de las gentes de las bajos fondos londinenses –especialmente dispuesta en primeros planos-. Una descripción de carácter dickensiano que adquiere una notable fuerza dramática en esos momentos de intentos de linchamiento por parte de esos normalmente honrados ciudadanos –curiosamente la formulación del ayudante mudo y deforme del hospital sobre el que se centra la acción, resulta torpe y esquemática-.

A nivel puramente cinematográfico es obligado señalar que las secuencias de los cuatro crímenes que se ofrecen en la película tienen una notable eficacia como puro de cine de horror, destacando entre ellas por supuesto la que abre el film antes de los títulos de crédito e integra al espectador en la espesura del relato. Todas ellas junto con la persecución Ann (Betty McDowall) en falsos exteriores nocturnos y junto al puerto, se encuentran entre los pasajes más logrados en el suspense del film. Por su parte el crescendo final está muy logrado, con una persecución final del asesino –que tiene una muerte horrible aplastado por un montacargas-, que se puede destacar en el conjunto de un metraje que en no pocas ocasiones recurre a largos e innecesarios diálogos y que pese a su ajustado metraje ofrece ciertos altibajos en su interés. Curiosamente el mejor momento del mismo lo ofrece una secuencia en la que no se implica el suspense. Se trata del primer plano sostenido sobre el rostro de una recuperada Kitty (Barbara Burke), implorando sobre las limitaciones de su condición social. Un instante de autenticidad que se superpone a un conjunto discreto y simpático, con momentos estupendos en la mejor tradición del género, otros decididamente tópicos –esos planos en la parte inicial en los que se muestra la aparente conducta criminal del ayudante deforme ante la mirada aterrorizada de la interna Kitty-, e incluso recursos inquietantes y eficaces aunque utilizados con cierta tosquedad –los planos inclinados que rodean los asesinatos del “destripador”-. Realmente uno añora las calidades de otra producción de la pequeña “factoría” que comandaban Berman & Baker por aquellos años, como fue LA CARNE Y EL DEMONIO (The Flesh and the Fiends, 1959) dirigida con especial acierto por un inspirado John Gilling. Si esta aparece como absolutamente desigual aquella era notablemente armónica.

Calificación: 2