JACK THE RIPPER (1958, Robert S. Baker y Monty Berman)
Partícipe en determinados sectores de cierta calificación de cult movie –una consideración que quizá se ha prodigado en exceso para numerosos films del género de horror-, confieso que la visión de JACK THE RIPPER (1958) –jamás estrenada comercialmente en España-, me ha supuesto una relativa decepción. En muchas ocasiones los numerosos fans del género hacen que sus desmesurados entusiasmos propicien estas sensaciones, cuando realmente nos encontramos ante títulos pequeños, simpáticos, con desiguales atractivos, pero en modo alguno merecedores de grandes reconocimientos.
Algo de ello me sucede con esta realización del tandem formado por Robert S. Baker y Monty Berman –que posteriormente firmarían otra aún más inexplicable cult movie, la mediocre LOS CABALLEROS DEL INFIERNO (The Hellfire Club, 1960)-, que hay que incluir dentro de la considerable filmografía generada por el famoso criminal londinense de finales del siglo XIX. Haciendo un relativo esfuerzo de memoria, uno se queda fácilmente con la versión que realizara estupendamente John Brahm en 1944 bajo el título de JACK, EL DESTRIPADOR (The Lodger), en la cual fundamentalmente destacaba un trabajo de índole expresionista y de puesta en escena notable. En su lugar esta película adquiere una cierta personalidad en su condición de asumida y decadente Serie B de carácter serial y ciertas ínfulas televisivas. Este tandem pocos años después se integró abiértamrente en el nuevo medio –de la tv de aquella época, se entiende-, con una serie de propuestas temáticas en pocas ocasiones interesantemente llevadas a buen puerto. Veamos. Por un lado tenemos la langiana galería de normales ciudadanos que fácilmente se convertirán en asesinos colectivos cuando al ver peligrar su tranquilidad embrutecen su semblante. De otro lado el escaso partido sacado a la presencia del policía americano –Sam Lowry (Lee Patterson), una de las novedades que ofrece el guión de Jimmy Sangster-, que confiesa haber viajado a Londres pagado por sus superiores para estudiar el comportamiento de sus moradores ante el fenómeno de este asesino. Curiosamente su caracterización ofrece un aspecto de cowboy realmente poco adecuado a la ambientación de la época. Finalmente, las motivaciones finales del criminal –que oficialmente nunca podrá probarse en su culpabilidad-, resultan un tanto forzadas y se diluyen en el desequilibrio del film.
Son ambos motivos que cuestionan relativamente el prestigio de JACK THE RIPPER. Ciertamente estas disgresiones no han de invalidar las virtudes que –aunque ciertamente integradas de forma irregular- brillan en el discurrir de esta pequeña producción de horror. La primera de ellas es la estupenda fotografía en blanco y negro –que se encargaba de crear Berman- caracterizada por su agresividad y excelente iluminación de interiores y estudio –solo detecté una secuencia (diurna) que se filmara en exteriores naturales-, utilizando con precisión las artificiales nieblas nocturnas. De otro lado tendríamos que destacar la estupenda descripción en rostros y caracterizaciones de las tipografía física de las gentes de las bajos fondos londinenses –especialmente dispuesta en primeros planos-. Una descripción de carácter dickensiano que adquiere una notable fuerza dramática en esos momentos de intentos de linchamiento por parte de esos normalmente honrados ciudadanos –curiosamente la formulación del ayudante mudo y deforme del hospital sobre el que se centra la acción, resulta torpe y esquemática-.
A nivel puramente cinematográfico es obligado señalar que las secuencias de los cuatro crímenes que se ofrecen en la película tienen una notable eficacia como puro de cine de horror, destacando entre ellas por supuesto la que abre el film antes de los títulos de crédito e integra al espectador en la espesura del relato. Todas ellas junto con la persecución Ann (Betty McDowall) en falsos exteriores nocturnos y junto al puerto, se encuentran entre los pasajes más logrados en el suspense del film. Por su parte el crescendo final está muy logrado, con una persecución final del asesino –que tiene una muerte horrible aplastado por un montacargas-, que se puede destacar en el conjunto de un metraje que en no pocas ocasiones recurre a largos e innecesarios diálogos y que pese a su ajustado metraje ofrece ciertos altibajos en su interés. Curiosamente el mejor momento del mismo lo ofrece una secuencia en la que no se implica el suspense. Se trata del primer plano sostenido sobre el rostro de una recuperada Kitty (Barbara Burke), implorando sobre las limitaciones de su condición social. Un instante de autenticidad que se superpone a un conjunto discreto y simpático, con momentos estupendos en la mejor tradición del género, otros decididamente tópicos –esos planos en la parte inicial en los que se muestra la aparente conducta criminal del ayudante deforme ante la mirada aterrorizada de la interna Kitty-, e incluso recursos inquietantes y eficaces aunque utilizados con cierta tosquedad –los planos inclinados que rodean los asesinatos del “destripador”-. Realmente uno añora las calidades de otra producción de la pequeña “factoría” que comandaban Berman & Baker por aquellos años, como fue LA CARNE Y EL DEMONIO (The Flesh and the Fiends, 1959) dirigida con especial acierto por un inspirado John Gilling. Si esta aparece como absolutamente desigual aquella era notablemente armónica.
Calificación: 2
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Luis -