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CINEMA DE PERRA GORDA

Rodrigo Cortés

LUCES ROJAS (2012, Rodrigo Cortés)

LUCES ROJAS (2012, Rodrigo Cortés)

Al margen de cualquier aproximación a su resultado, LUCES ROJAS (2012) es una nueva demostración de la incorporación de numerosos profesionales curtidos en la cinematografía española, en el contexto del cine norteamericano. Un proceso para cuya explicación, más que valorar un hecho –a mi juicio poco defendible- de poseer un conjunto de producción del más alto nivel, habla antes que nada remarcar esa lógica globalización que se ha extendido en el denominado séptimo arte, y de la cual Estados Unidos se ha beneficiado, atrayendo profesionales competentes y, sobre todo, aprovechables para sus parámetros de producción. Rodrigo Cortés, el responsable del título que nos ocupa, ha formulado con este su tercer largometraje una obra sólida, inspirada en sus instantes más intensos, quizá en otros proclive a cierto efectismo y, lo que para mi reviste una mayor importancia, comprensiva con la galería humana que brinda en un relato, en el que la inclinación con un componente melodramático, supone para mi su mayor punto de interés, junto a esa apuesta final por ese rayo de esperanza que durante todo el resto del metraje se ha venido rechazando casi por norma. A pesar de ser un thriller de componente paranormal. Pese a su formulación como un producto bajo mi punto de vista más valioso que el minimalista BURIED (Enterrado, 2010), y algo por dejo del deslumbrante debut en el largo que Cortés ofreció con CONCURSANTE (2007), lo cierto es que LUCES ROJAS fue fríamente recibida por la crítica norteamericana, suponiendo un –para mi, incomprensible- traspiés en la andadura de un director, que en esta película consolida sus rasgos de estilo, mostrándose como un profesional diestro en elementos técnicos como el montaje, el uso del formato panorámico, su capacidad para articular giros narrativos y, sobre todo, contraponer atmósferas de diverso calado, sin olvidar el cuidado tratamiento de personajes, que logran humanizar unos modos narrativos que, sin contar con ellos, hubieran caído en la frialdad más absoluta.

Margaret Matheson (estupenda y recuperada Sigourney Weaver, utilizando un guiño fácil con el apellido utilizado), es una especialista que durante treinta años se ha dedicado a desenmascarar los fraudes establecidos para la credulidad de las personas, respecto a la posibilidad de la existencia de lo paranormal. En los últimos años, su fiel ayudante ha sido el joven y fiel Tom Buckley (no menos magnífico Cillian Murphy), un físico con el que se ha complementado a la perfección. Ya en la secuencia de apertura, comprobaremos la eficacia del equipo –y, ante todo, la intuición de Margaret-, a la hora de descubrir la realidad que propone la cómoda vivienda a la que acuden, en teoría atestada de fenómenos paranormales, y en la que se encuentra una supuesta medium de profesión peluquera. De esta forma tan expeditiva, Cortés nos describe a la perfección la compenetración de estos dos seres, que en el fondo encubren algo muy dentro de sí –y que poco a poco percibiremos a lo largo del relato-, que inconscientemente ejercerá como catalizador en su permanente lucha contra aquello que en realidad no están dispuestos a admitir; la existencia de fenómenos que escapen a nuestra percepción racional. En el caso de la veterana científica, dicha circunstancia se centrará en el hecho de mantener a un hijo en coma durante años, al que no ha decidido someter a su definitiva muerte, por el tremendo dolor que le brinda su creencia en la nada postmortem –en un momento del film, esta se derrumbará delante del cuerpo en estado vegetativo de su hijo, confesándole a Tom en definitiva el deseo de la fé-.

LUCES ROJAS se adentrará en un nuevo parámetro al conocerse la vuelta a la vida activa de Simon Silver (magnético Robert de Niro), un supuesto y prestigioso mentalista, que abandonó dicha faceta tras producirse la muerte de un periodista rival de sus supuestos poderes, en un espectáculo celebrado una quincena de años atrás. Pese a la renuencia de Margaret, el interés de Buckley –sobre todo, tras haber logrado desenmascarar muy poco antes a otro conocido mentalista; Palladino (sorprendente Leonardo Sbaraglia)-, les llevará a iniciar un sendero complejo, peligroso, e incluso siniestro.

A la hora de comentar un título de estas características, parece lógico no extenderse demasiado en su vertiente argumental. Por ello, a partir de dichas premisas, destaca en LUCES ROJAS esa constante referencia a la volatilidad del punto de vista –algo que resultará fundamental a la hora de conocer el significado global del film-, le sensación de tristeza que desprende el conjunto de su enunciado –quizá por ello, la confesión en off de Tom aparezca dentro de su alcance trágico como un hálito de esperanza-, la credibilidad con la que se describen los procesos de investigación por parte de departamentos científicos, encaminados a acorralar y al mismo tiempo, dilucidar que hay de posible verdad en los fenómenos paranormales. Cortés narra con precisión, sabe aglutinar los diferentes elementos que se articulan en el conjunto del film –en ello, cabe destacar la importancia que esgrime el montaje realizado por el propio realizador-, y se atreve incluso a imponer la impactante desaparición de Margaret, culminando con ello la primera mitad del metraje –recurriendo para ello a la elipsis, y cerrando el inesperado giro con el plano filmado desde dentro del horno crematorio donde se adentra su ataud. A partir de ese momento, quizá la película carezca de la armonía que hasta entonces ha hecho gala, dejándose llevar en algunos momentos por el terreno de un efectismo, con todo, tamizado. La poderosa impronta que lleva el interés de Buckley, como si se erigiera en un joven e inesperado Capitán Achab, en su lucha incansable para desenmascarar lo que para él es un ejemplo supremo de fraude ¿Por qué tiene la absoluta certeza de tal circunstancia, cuando hasta su propia y desaparecida compañera y maestra no se había atrevido a dar ese paso adelante?

En la combinación de ese elemento, la vivencia de una serie de elementos inquietantes –entre ellos, una bilocación por parte del propio Silver-, algunos episodios violentos, e incluso el instante –un tanto pillado por los pelos- del reconocimiento por parte del representante de la ciencia –encarnado de manera un tanto pueril por Toby Jones-, de los poderes de Silver, se articula esa segunda mitad, en la que Buckley verá en peligro su vida, pero en el fondo logrará establecer sus parámetros, por una razón muy sencilla que solo él conoce y que determinará el supremo, y al mismo tiempo emotivo y esperanzador desenlace del film –en el que incluso la presencia del ralenti deviene adecuado-. Recurriendo a esos “giros de última hora” instaurados a partir de THE SIXTH SENSE (El sexto sentido, 1999 . M. Night Shyamalan), pero insertando en el mismo un aura de esperanzador sentimiento, lo que para no pocos espectadores y comentaristas supone una conclusión decepcionante, a mi modo de ver se ofrece como una mirada sensible que permite dejar de lado ciertos tecnicismos, o una determinada tendencia al relato truculento que, sin llegar a anular la esencia de LUCES ROJAS, quizá en algunos momentos le aportan un innecesario mecanicismo, quizá destinado a captar la atención de un público inclinado al thriller de acción. Por fortuna, Rodrigo Cortés sabe reconducir el conjunto del relato, combinando esos episodios de acción y tensión exterior, con otros en los que un intimismo por lo general sombrío y desazonador, resultan pregnantes al espectador al no dejarles asidero alguno a la hora de asirse a cualquier resquicio de existencia de una trascendencia inexistente para sus dos protagonistas, y que extenderán didácticamente a los estudiantes de sus clases. Es por ello que ese rayo de luz final, además de reintroducirnos el recuerdo de esa mujer que, en el fondo, ha luchado vitalmente contra sí misma, no pudo permitirse conocer el alma interna de aquel joven con el que compartió tantos momentos. Pese a esa fría acogida, LUCES ROJAS me parece la consolidación del innegable talento de Rodrigo Cortés, sabiendo alternar con un equipo y, sobre todo, un cast internacional –tal y como lo realizan otros profesionales como Juan Carlos Fresnadillo, Alejandro Amenábar, Juan Antonio Bayona…-, a mi juicio todos ellos de valores más cuestionables que el suyo, configurando los rasgos de una filmografía en la que, estoy seguro, se encuentran unos valores dignos de tener en cuenta.

Calificación: 3

BURIED (2010, Rodrigo Cortés) Enterrado

BURIED (2010, Rodrigo Cortés) Enterrado

No cabe duda que BURIED (Enterrado, 2010. Rodrigo Cortés), ha sido una de esas inesperadas sorpresas de 2010 que han trascendido la cinematografía española en que se encuentra encuadrada, hasta convertirse en un éxito internacional, contando con ella con la astuta presencia de un actor norteamericano –Ryan Reynolds-, al cual de alguna manera se ha dignificado en su hasta entonces cuestionado talento. En cualquier caso, me alegra la oportunidad de haber contemplado su propuesta, poco tiempo después de la que supuso el debut de su director, la espléndida CONCURSANTE (2007), ya que entre ambas se pueden establecer lazos de unión entre ambas y, ante todo, comprobar ese viejo aforismo que señala que es más importante analizar las segundas obras de los realizadores debutantes, en la medida que ofrecen sus reales posibilidades como tales. Si hemos de aplicar dicho enunciado a BURIED, lo cierto es que el mismo retrocedería de manera notable el grado casi deslumbrante que por momentos reviste  su largo precedente. Sin embargo, ello no va en menoscabo de lo conseguido en esta apreciable y arriesgada propuesta –cuya propia configuración como proyecto presentaba una serie de dificultades que creo sus artífices no supieron valoran debidamente-. Es más, una mirada más o menos atenta al fondo presentado por estas dos películas tan opuestas en apariencia, demuestran un nada oculto lazo de unión, centrado en una desesperanzada mirada sobre una sociedad deshumanizada, ante la cual en nada valen los avances logrados en materia de tecnología e incluso comodidad y bienestar, cuando el ser humano se ve sometido a una situación límite, que bien podría ser la que vivía el Leonardo Sbaraglia del debut de Cortés, o el Paul Conroy encarnado por Reynolds en la película que comentamos.

Conroy se despertará –tras haber vivido una violenta situación que la narración habrá soslayado antes del inicio de la ficción, iniciada con un largo plano en oscuro total-, encontrándose atado, amordazado, e introducido dentro de un receptáculo en el que muy pronto reconocerá un rústico ataúd. Nuestro protagonista absoluto ha sido hasta entonces trabajador de una empresa de transporte norteamericana, casado y padre de familia, destinado en territorio iraquí para poder lograr unos ingresos mucho más sólidos de lo previsible en su país, y que ha sido secuestrado y enterrado por parte de un grupo de insurgentes, que pedirán inicialmente un rescate de cinco millones de dólares, aunque luego lo reducirán a un millón. En realidad, al estupefacto secuestrado le resta tan solo un viejo mechero, un móvil cuya batería se encuentra con una limitada durabilidad, y unos escasísimos enseres –una interna y unos débiles iluminadores- que han dejado los secuestradores, sobre todo para que se preste a grabar un vídeo en el que reclame el pago de dicho rescate.

Al hablar de BURIED nos encontramos ante un reto, un ejercicio de estilo valiente, el que enfrenta a Rodrigo Cortés a la hora de elaborar un producto destacado en su unidad de acción, en la presencia de un solo intérprete, y en la dificultad intrínseca de mantener el interés del espectador ante un ámbito dramático de limitadas posibilidades. Solo por dicha circunstancia, habría que valorar e incluso felicitar el riesgo ofrecido por los responsables del film –que se inicia por cierto con unos magníficos títulos de crédito-, el arrojo puesto a punto en un proyecto de incierto resultado –obvio es señalar que su propia configuración de producción le permitía un coste bastante ajustado-, antes de entrar en la valoración de su resultado final. Y es llegado a este punto, cuando podemos definir su conjunto  con tantas cualidades como elementos más o menos tramposos, dejando ante todo al espectador la sensación de asistir a un planteamiento dramático que podría haberse resuelto mejor dentro de los límites del cortometraje. El guión de Chris Sparling se ha de saborear antes que nada, en la visión demoledora y la absoluta carencia de importancia que adquiere el ser humano, dentro de un contexto deshumanizado que parece envolver una sociedad en la que el progreso permite en apariencia cualquier matiz de seguridad. Es a mi modo de ver en esa vertiente, donde se pueden atender las mayores virtudes de este juguete mecánico, en el que algunos comentaristas invocaron con demasiada ligereza el referente de Alfred Hitchcock, aunque quizá procediera más evocar el nombre de Brian De Palma. Rodrigo Cortés logra dentro de un contexto tan limitado brindar un recital narrativo, intentando con ello no apagar nunca la mecha de la luz de un relato en el que se plantean pocos recovecos. Una mirada centrada en la mecánica del relato, nos permite detectar con facilidad la presencia de determinadas argucias de guión –alguna de ellas poco creíbles, como esa serpiente que aparece desde la pierna del secuestrado-, destinadas a alargar a modo de pequeños episodios la limitación de su material de partida. Más importante resulta, en este sentido, la posibilidad que le brinda la existencia de ese teléfono móvil, que en realidad se erige como el auténtico protagonista del film, así como canalizador del discurso nihilista que, entre líneas, se encierra en un relato tan a contra corriente. Esas llamadas en las que el cada vez más desolado protagonista dirige a diversos estamentos de su país –de especial alcance desolador es la que mantiene  con el representante de su empresa, destinada tan solo para despedirle de la misma mediante una fría entrevista-, la soledad que va adquiriendo cuando en la lejanía dichos responsables se van desentendiendo de su drama personal, tan solo tendrá una desesperada excepción en los diálogos mantenidos por un lejano agente del FBI, quien en principio mostrará un verdadero interés, erigéndose en todo momento como su auténtica esperanza, aunque en realidad este le confiese las –lógicas- y escasas posibilidades, existentes a la hora de acometer su rescate.

Así pues, entre un planteamiento dramático en el que Rodrigo Cortés no dejará de mostrar un auténtico alarde por plantear incluso una serie de ángulos imposibles a la hora de optar por un montaje y planificación dinámico –aspecto en el que las limitaciones lumínicas ejercerán como un elemento dramático de primer orden-, todo ello servirá para de alguna manera “proteger” la labor brindada por la atrevida elección de Ryan Reynolds. No quiero que se me entienda mal. Contemplando no hace mucho SMOKIN’ ACES (Ases calientes, 2006. Joe Carnahan), intuí el talento que siempre se ha negado a Reynolds, y que estoy convencido podrá mostrar si sabe sobrellevar una carrera futura con una cierta intuición. Sin embargo y aún reconociendo que nos encontramos ante un One Man Show, su labor en BURIED deviene más aparente que intensa. Y algo así cabe decir del resultado final de esta, con todo, atractiva película. Personalmente tan solo en sus minutos finales y en su tremenda conclusión, logré imbricarme de ese grado de aterradora claustrofobia propuesta por un Rodrigo Cortés  que, con todo, sigue pareciéndome un cineasta con posibilidades. El hecho de culminar su metraje de una forma tan absurda como rotunda, ratifica que no se arredra ante nada a la hora de llevar a cabo sus proyectos. Esperemos que, pese a suponer en mi opinión un pequeño paso atrás sobre su film precedente, el éxito logrado con el film que comentamos, permita a este realizador gallego asumir proyectos en los que a su destreza técnica, no deje de aparecer acompañada de su visión desencantada e incluso nihilista de la sociedad en que vivimos.

Calificación: 2’5

CONCURSANTE (2007, Rodrigo Cortés)

CONCURSANTE (2007, Rodrigo Cortés)

El hecho reconocido de no erigirme como un especial seguidor de ese cine español del que otros comentaristas –sin duda más cualificados que un servidor- no dejan de cantar sus alabanzas, quizá en parte ejerza como especial motivo de aliciente, cuando en alguna ocasión puedo contemplar producciones que me llenan, y veo en sus imágenes no solo promesas más o menos intuidas sino, sobre todo, títulos que en sí mismo reúnen las suficientes cualidades. Soy consciente que si esa cierta –y reconocida- distancia, fuera más menguada, es probable que me encontrara con más referencias dignas de ser reseñadas. Pero ¡que le voy a hacer¡ me dejo llevar por mi instinto como espectador –también tengo derecho a ello-, obviando producciones que estoy casi seguro no me van a decir nada nuevo que se salga de los convencionalismos más o menos imperante en nuestro cine. Por el contrario, suelo acceder con cierta complicidad a propuestas enclavadas en el engranaje de los géneros tradicionales, o a títulos que mi intuición –y la referencia que pueden proporcionarme comentaristas fiables- suelen acercarme a referencias que –por lo general- no me fallan. Películas que, entre tanta hojarasca seca y olvidable que constituye la producción de una cinematografía de siempre definida en una segunda fila comparada con otros referentes europeos –por mucha aparente repercusión que esta pueda tener, y cuyos motivos serían motivo de un largo debate-, permiten apreciar que nos también entre las imágenes de nuestro cine hay productos en las que la inspiración y efectividad como relatos, permiten mantener encendida una cierta esperanza.

Valga este largo preámbulo, para justificar mi cinsiderable entusiasmo ante CONCURSANTE (2007), el debut en el largometraje de Rodrigo Cortés, que hace bien poco ha logrado un notable éxito internacional con la apreciable pero inferior BURIED (Enterrado, 2010), que supuso su primera experiencia en el largo. Lo cierto es que hablamos de una propuesta arriesgada, en la que ante todo logra solventar los peligros que podría acarrear una estructura narrativa tan caótica y contrapuesta que –justo es reconocerlo-, no se encuentra entre mis preferidas a la hora de asistir a cualquier relato fílmico. Sin embargo, el joven cineasta gallego logra superar ese handicap de entrada, imbricándonos con una facilidad pasmosa en una relato que podría oscilar entre el universo literario de Kafka, la visión de una actualidad económica casi premonitoria, o influencia fílmicas que podrían oscilar entre las lejanas de Orson Welles –y con ello no quiero que se piense que considero a Cortés un genio, puesto que tampoco jamás he considerado a Welles como tal, pero sí podríamos establecer paralelismos entre el film de Cortés y el magistral VÉRITÉS ET MENSONGES  (FRAUDE, 1973), en mi opinión una de las cimas de la obra del autor de CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1942)-, o las más cercanas del admirable Paul Thomas Anderson de MAGNOLIA (1999) –menos pertinente me parece hacerla con el David Fincher de la por mi tan aborrecida FIGHT CLUB (El club de la lucha, 1999)-. En todo caso, tomando o desechando de antemano cualquiera de dichas referencias, lo cierto es que no dudo en considerar CONCURSANTE no solo como uno de los debuts más valiosos registrados en el cine español en los últimos años, sino en sí mismo una propuesta que, por momentos, roza lo fascinante, y a la que solo en ocasiones una cierta ausencia de sentido de la medida –se aprecian ciertos instantes en los que aparece una innecesaria sensación de rizar el rizo de un argumento ya de por sí suficientemente consistente en su grado de densidad.

CONCURSANTE de entrada nos evita contemplar lo que podría suponer un fragmento gratificante; el que nos describiría la manera con la que su protagonista –Martín Circo Martin (un pletórico Leonardo Sbaraglia, en un trabajo más allá de todo elogio que quizá quede como la cima de su carrera), ha logrado el premio más importante de la historia de la televisión; un total de quinientos millones de las antiguas pesetas en obsequios, que abrumarán su cotidianeidad como profesor de económicas en una universidad. Lo que en principio se prometía como el inicio de una vida llena de comodidades –unido al atractivo y la personalidad extrovertida de su protagonista-, pronto se demostrará como un auténtico calvario personal, al ir descubriendo la trampa que se esconde tras esa aparente fortuna –tanto a nivel publicitario, económico como incluso institucional-. En definitiva, esos turbios cimientos sobre los que se sostiene la actual sociedad de consumo, se abalanzarán sobre él de manera inmisericorde, revelando la trampa perversa y saducea que a cualquier consumidor plantea la actual estructura de nuestra vida diaria. Podríamos señalar, a este respecto, que la película emerge como un discurso crítico en torno a los inhumanos perfiles sobre los que se sustenta la sociedad de consumo. Sin embargo, pienso que aún siendo un punto de partida válido, lo que realmente fascina en su metraje –del cual Cortés es igualmente autor del guión y co responsable de su montaje-, reside en la formulación narrativa elegida desde el primero hasta el último de sus fotogramas. Una mezcolanza de estilemas visuales –el menor de los cuales no reside precisamente en estar narrada la historia en un flash-back relatado por un protagonista muerto-, que aparecen en sus fotogramas iniciales desde una posición casi metafísica –ese inmenso plano general sobre el que Martín describe la inmensidad estelar del espacio-, descendiendo muy pronto a un relato en el que se insertan todo tipo de opciones visuales –fragmentos rodados en mano, virados, planos fijos, retrocesos en la narración, comentarios irónicos sobre su desarrollo, texturas de diversa índole-, que en manos de otro realizador menos consciente de las posibilidades de la propuesta planteada, estoy convencido hubiera fructificado en un resultado poco menos que caótico.

Sin embargo, Rodrigo Cortés logra controlar con guante de hierro un relato que al tiempo que asume no pocas influencias narrativas del cine actual, se erige personal en su resultado, nihilista en su propuesta, y apasionante en su desarrollo. Complementado por secundarios de considerable calado –ese economista alejado por completo del sistema, encarnado con brillantez por Chete Lara, la impedida rectora de la universidad, recelosa del esplendor físico de Martín, que interpreta la veterana Miriam de Maeztu-, lo cierto es que también algunos de sus personajes por momentos rozan los límites de la caricatura –como es el caso de ese chirriante asesor que interpreta Luis Zahera-. Pero aún entendiendo ese riesgo de irregularidad, lo paradójico y -por momentos-, admirable, de CONCURSANTE, reside precisamente en la endiablada composición de un entramado visual que casi no deja tregua al espectador, aunque en ciertos instantes su narrativa se relaje, o incluso permita situaciones de comedia de abierta acritud –la madre del aislado y veterano economista, que solo despierta de su letargo atendiendo al encendido del mando del televisor.

En realidad, mucho habría que hablar de una película valiente y rompedora, en la que esas intenciones no se quedan meramente en ello, donde la hondura de su denso entramado no se sobrepone al interés emanado por sus propias imágenes, y en la que esa estructura dispuesta en tres actos, de alguna manera se ofrece como una inútil –aunque finalmente lograda, siquiera sea fuera de los límites terrenales- rebelión, contra esa maraña de intereses que envuelve cualquier intento del ser humano por sobresalir en el ámbito de su lucha cotidiana. Harían bien, todos aquellos que se vuelven locos por concursar en las abyectas propuestas de canales como Tele 5, en contemplar una película tan sorprendente como CONCURSANTE, pero también será de igual utilidad para cualquier ciudadano dispuesto a adentrarse en la más mínima operación bancaria –aunque quizá ello en nuestros días se encuentre vedado casi a todos los efectos-. Lo cierto y verdad es que de la noche a la mañana, Rodrigo Cortés nos ha mostrado esa abyecta partida de ajedrez ante la que siempre pierde el consumidor, y encima lo ha logrado mediante un relato diferente, divertido, transgresor y terrible por momentos. Es decir, que ha llegado casi, más lejos que el propio Paul Krugman, en un film que además de ser magnífico, deviene tan lúcido como transgresor. Sin duda, con propuesta de este calado, muchos podríamos adherirnos a las formularias y por lo general superficiales defensas de la vigencia de nuestro cine.

Calificación: 3’5