BURIED (2010, Rodrigo Cortés) Enterrado
No cabe duda que BURIED (Enterrado, 2010. Rodrigo Cortés), ha sido una de esas inesperadas sorpresas de 2010 que han trascendido la cinematografía española en que se encuentra encuadrada, hasta convertirse en un éxito internacional, contando con ella con la astuta presencia de un actor norteamericano –Ryan Reynolds-, al cual de alguna manera se ha dignificado en su hasta entonces cuestionado talento. En cualquier caso, me alegra la oportunidad de haber contemplado su propuesta, poco tiempo después de la que supuso el debut de su director, la espléndida CONCURSANTE (2007), ya que entre ambas se pueden establecer lazos de unión entre ambas y, ante todo, comprobar ese viejo aforismo que señala que es más importante analizar las segundas obras de los realizadores debutantes, en la medida que ofrecen sus reales posibilidades como tales. Si hemos de aplicar dicho enunciado a BURIED, lo cierto es que el mismo retrocedería de manera notable el grado casi deslumbrante que por momentos reviste su largo precedente. Sin embargo, ello no va en menoscabo de lo conseguido en esta apreciable y arriesgada propuesta –cuya propia configuración como proyecto presentaba una serie de dificultades que creo sus artífices no supieron valoran debidamente-. Es más, una mirada más o menos atenta al fondo presentado por estas dos películas tan opuestas en apariencia, demuestran un nada oculto lazo de unión, centrado en una desesperanzada mirada sobre una sociedad deshumanizada, ante la cual en nada valen los avances logrados en materia de tecnología e incluso comodidad y bienestar, cuando el ser humano se ve sometido a una situación límite, que bien podría ser la que vivía el Leonardo Sbaraglia del debut de Cortés, o el Paul Conroy encarnado por Reynolds en la película que comentamos.
Conroy se despertará –tras haber vivido una violenta situación que la narración habrá soslayado antes del inicio de la ficción, iniciada con un largo plano en oscuro total-, encontrándose atado, amordazado, e introducido dentro de un receptáculo en el que muy pronto reconocerá un rústico ataúd. Nuestro protagonista absoluto ha sido hasta entonces trabajador de una empresa de transporte norteamericana, casado y padre de familia, destinado en territorio iraquí para poder lograr unos ingresos mucho más sólidos de lo previsible en su país, y que ha sido secuestrado y enterrado por parte de un grupo de insurgentes, que pedirán inicialmente un rescate de cinco millones de dólares, aunque luego lo reducirán a un millón. En realidad, al estupefacto secuestrado le resta tan solo un viejo mechero, un móvil cuya batería se encuentra con una limitada durabilidad, y unos escasísimos enseres –una interna y unos débiles iluminadores- que han dejado los secuestradores, sobre todo para que se preste a grabar un vídeo en el que reclame el pago de dicho rescate.
Al hablar de BURIED nos encontramos ante un reto, un ejercicio de estilo valiente, el que enfrenta a Rodrigo Cortés a la hora de elaborar un producto destacado en su unidad de acción, en la presencia de un solo intérprete, y en la dificultad intrínseca de mantener el interés del espectador ante un ámbito dramático de limitadas posibilidades. Solo por dicha circunstancia, habría que valorar e incluso felicitar el riesgo ofrecido por los responsables del film –que se inicia por cierto con unos magníficos títulos de crédito-, el arrojo puesto a punto en un proyecto de incierto resultado –obvio es señalar que su propia configuración de producción le permitía un coste bastante ajustado-, antes de entrar en la valoración de su resultado final. Y es llegado a este punto, cuando podemos definir su conjunto con tantas cualidades como elementos más o menos tramposos, dejando ante todo al espectador la sensación de asistir a un planteamiento dramático que podría haberse resuelto mejor dentro de los límites del cortometraje. El guión de Chris Sparling se ha de saborear antes que nada, en la visión demoledora y la absoluta carencia de importancia que adquiere el ser humano, dentro de un contexto deshumanizado que parece envolver una sociedad en la que el progreso permite en apariencia cualquier matiz de seguridad. Es a mi modo de ver en esa vertiente, donde se pueden atender las mayores virtudes de este juguete mecánico, en el que algunos comentaristas invocaron con demasiada ligereza el referente de Alfred Hitchcock, aunque quizá procediera más evocar el nombre de Brian De Palma. Rodrigo Cortés logra dentro de un contexto tan limitado brindar un recital narrativo, intentando con ello no apagar nunca la mecha de la luz de un relato en el que se plantean pocos recovecos. Una mirada centrada en la mecánica del relato, nos permite detectar con facilidad la presencia de determinadas argucias de guión –alguna de ellas poco creíbles, como esa serpiente que aparece desde la pierna del secuestrado-, destinadas a alargar a modo de pequeños episodios la limitación de su material de partida. Más importante resulta, en este sentido, la posibilidad que le brinda la existencia de ese teléfono móvil, que en realidad se erige como el auténtico protagonista del film, así como canalizador del discurso nihilista que, entre líneas, se encierra en un relato tan a contra corriente. Esas llamadas en las que el cada vez más desolado protagonista dirige a diversos estamentos de su país –de especial alcance desolador es la que mantiene con el representante de su empresa, destinada tan solo para despedirle de la misma mediante una fría entrevista-, la soledad que va adquiriendo cuando en la lejanía dichos responsables se van desentendiendo de su drama personal, tan solo tendrá una desesperada excepción en los diálogos mantenidos por un lejano agente del FBI, quien en principio mostrará un verdadero interés, erigéndose en todo momento como su auténtica esperanza, aunque en realidad este le confiese las –lógicas- y escasas posibilidades, existentes a la hora de acometer su rescate.
Así pues, entre un planteamiento dramático en el que Rodrigo Cortés no dejará de mostrar un auténtico alarde por plantear incluso una serie de ángulos imposibles a la hora de optar por un montaje y planificación dinámico –aspecto en el que las limitaciones lumínicas ejercerán como un elemento dramático de primer orden-, todo ello servirá para de alguna manera “proteger” la labor brindada por la atrevida elección de Ryan Reynolds. No quiero que se me entienda mal. Contemplando no hace mucho SMOKIN’ ACES (Ases calientes, 2006. Joe Carnahan), intuí el talento que siempre se ha negado a Reynolds, y que estoy convencido podrá mostrar si sabe sobrellevar una carrera futura con una cierta intuición. Sin embargo y aún reconociendo que nos encontramos ante un One Man Show, su labor en BURIED deviene más aparente que intensa. Y algo así cabe decir del resultado final de esta, con todo, atractiva película. Personalmente tan solo en sus minutos finales y en su tremenda conclusión, logré imbricarme de ese grado de aterradora claustrofobia propuesta por un Rodrigo Cortés que, con todo, sigue pareciéndome un cineasta con posibilidades. El hecho de culminar su metraje de una forma tan absurda como rotunda, ratifica que no se arredra ante nada a la hora de llevar a cabo sus proyectos. Esperemos que, pese a suponer en mi opinión un pequeño paso atrás sobre su film precedente, el éxito logrado con el film que comentamos, permita a este realizador gallego asumir proyectos en los que a su destreza técnica, no deje de aparecer acompañada de su visión desencantada e incluso nihilista de la sociedad en que vivimos.
Calificación: 2’5
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