PRIDE AND PREJUDICE (1940, Robert Z. Leonard) Más fuerte que el orgullo
Si hace no pocos años alguien me hubiera incluso forzado a contemplar una película auspiciada por la Metro Goldwyn Mayer, que estuviera firmada además por Robert Z. Leonard, he de confesar que ello hubiera significado para mi poco menos que un motivo de tortura. Jamás podría pensar que de semejante conjunción pudiera salir ningún título más o menos reseñable, cuando de la misma surgieron exponentes cuyo olvido sería el destino más piadoso, salvo para aquellos seguidores del kitsch más desaforado. Sin embargo, también en el mundo del cine, cualquier conjetura más o menos revestida de lógica, por una serie de factores, podría contrariar cualquier consideración previa, y eso es algo que, por fortuna, sucede en esta PRIDE AND PREJUDICE (Más fuerte que el orgullo, 1940) la primera adaptación que el cine asumió de la obra de Jane Austen, tan conocida y revisitada por las pantallas en las dos últimas décadas. En concreto, señalar que el film que comentamos se encuentra muy por encima de la reciente revisitación ofrecida por Joe Wright en 2005 me parecería un tópico perezoso. Pero no puedo negar que supone un grato motivo de sorpresa encontrarme con un proyecto al que el habitual diseño de producción de la Metro, se añade ante todo una agilidad narrativa desusada dentro del contexto en que la misma se inserta. No voy a ocultar a estas alturas, que la filmografía de Leonard esconde algunos títulos de interés -insertos sobre todo dentro del cine noir-. Sin embargo, no puedo dejar de sorprenderme ante la frescura, la delicadeza incluso, que esconde la narración de un relato que –de antemano- se prestaba ante los peores excesos propios del estudio de donde emanaba. Para remitirnos a un contexto más o menos comparable, no habría más que recurrir al referente de la posterior LITTLE WOMEN (Mujercitas, 1949. Mervyn LeRoy), y darnos cuenta de esa ligereza, agilidad, capacidad de incardinación de drama y comedia, crítica clasista y, sobre todo, una valiosa y pudorosa aura romántica que a mi modo de ver, brinda a su resultado sus mejores cartas de naturaleza.
Adaptando la conocida novela de la Austen, PRIDE AND PREJUDICE nos describe el universo vivido por la prolífica familia Bennet, compuesta por un veterano matrimonio y sus cinco hijas, teniendo alguna de ellas que casarse para que el presunto esposo de la primera afortunada pueda heredar unas propiedades que han quedado marcadas, a partir de una mirada en la que la figura de la mujer queda relegada. Por ello, la madre de ambas no cejará en el intento de unir en matrimonio a alguna de sus hijas, aunque en ese intento casi desesperado no tenga en cuenta ni los sentimientos de sus muchachas ni, lo que es peor, la mera adecuación de los hombres elegidos para estas. Dentro de dicho contexto en el que cualquier opinión de las jóvenes queda por completo velada, entre las cinco hermanas brillará la personalidad existente en Elizabeth Bennet (Greer Garson), caracterizada por su agudeza y madurez. La llegada a la zona rural de Mr. Bingley (Bruce Lester) y, sobre todo, Mr. Darcy (Laurence Olivier), soliviantarán el interés de las familias de condición media, a la hora de encontrar jóvenes casaderos, con dote, atractivos y de ascendencia aristocrática. En ese nuevo contexto, el primer e involuntario encuentro que se producirá entre Elizabeth y Darcy a partir de un diálogo inoportuno desarrollado en un baile, provocará entre ambos una corriente de mutua animadversión. Será el inicio de una relación en la que sus verdaderos pensamientos se verán obstruidos por sus diferencias de clase, en la que la altanería impedirá que fluya como debiera un sentimiento que ambos, en lo más recóndito de sus seres, reconocen anida en su interior.
Será este, sin duda, el principal elemento de inflexión dentro de un relato que Leonard conduce con un admirable sentido de ligereza, en el que emerge un sentimiento de vivacidad, y en donde todos aquellos aspectos consustanciales a una mentalidad estrecha, puritana, que relegaba la figura y el sentimiento de la mujer a un término casi impronunciable, se encontraba a punto de modificar sus esquemas, dentro del ámbito de aquella Inglaterra victoriana, en donde el contraste de su mundo rural y el urbano representado por su capital, se revelaba cada vez más evidente. Junto a él, PRIDE AND PREJUDICE se erigirá en un relato de impecable agilidad en un diseño de producción que devendrá creíble y nunca pesado y ampuloso dentro de los cánones habituales en este tipo de adaptaciones literarias. En muchos momentos, cuesta asumir que nos encontramos ante un título surgido de un estudio tan condicionado en este aspecto como la Metro, pero lo cierto es que sus imágenes aparecen ligeras, dominadas por un sentido del ritmo notable, y una progresión en la que la ligereza y la ausencia de tremendismos, poco a poco sirven como soporte al verdadero eje dramático de la misma; la evolución de esos diversos acercamientos y rechazos vividos por los jóvenes protagonistas. En su alrededor contemplaremos como una de las hermanas de Elizabeth se unirá e incluso huirá hasta Londres acompañada por un galán de oscura catadura –que Darcy por respeto no se atreverá a revelar-, observaremos el desprecio que el contexto rural de la familia protagonista mostrará ante ellos –que se encuentran casi dispuestos a la ruina de sus pertenencias-, o incluso viviremos el contacto de Elizabeth con la tía de Darcy, Lady Catherine (la siempre eminente Edna May Oliver) en pleno Londres. En realidad, estos episodios y situaciones, con ser atractivos y estar revestidos en todo momento con un acertado sentido de la adaptación literaria de época, rodean los mejores momentos de una película que sabe donde se encuentra su auténtico epicentro emocional. Será algo que se vislumbrará en los encuentros vividos por la pareja que se ama desde el primer momento, pero a la que las diferencias de clase y el orgullo intelectual –e incluso la timidez-, impedirá llevar adelante una relación que siempre han intuido. Sea por la delicadeza que Leonard imprime a dichos encuentros, por la química que se desprende de ambos intérpretes, por la ausencia de tremendismos con las que sus encuentros y desencuentros se ofrecen, o por la confluencia de todos estos factores, lo cierto es que PRIDE AND PREJUDICE eleva en alto grado su interés cuando su foco de atención se centra en los encuentros de sus dos protagonistas. Quizá por ello, estos en la película no se extienden en exceso, logrando con ello que cuando ambos aparecen compartiendo el plano, adquieran una extraña tonalidad y un romanticismo creíble, sincero y nunca sublimado por cualquier atisbo de convencionalismo –incluso la manera con la que se resuelve el encuentro final entre ambos, aparece más escorado hacia la comedia, mediante la intercesión de la veterana Lady Catherine-. Llegados a este punto, y aunque ya lo he señalado de pasada, no puedo dejar de reconocer la brillantez ofrecida por la pareja protagonista. Reconozco de antemano mi aversión hacia Greer Garson, a quien siempre he considerado una de las intérpretes más molestas de su tiempo. Sin embargo, en esta ocasión aparece con una desusada frescura. Por su parte, Laurence Olivier ofrece un auténtico alarde de matización, en un aspecto inusual en aquellos años de su carrera, quedando quizá este como uno de los trabajos más valiosos de aquel periodo de su extensa aportación a la pantalla.
Pese a esta valoración fresca y positiva de su conjunto, hay un elemento que me impide considerarlo más allá de un título interesante y, por momentos, magnífico –que ya es decir, por otra parte-. Me refiero a la excesiva dependencia de los diálogos, especialmente en las secuencias corales. Hay un exceso de verborrea que, si bien permite destacar esas secuencias “a dos” vividas entre Elizabeth y Darcy, lastran de alguna manera todos aquellos momentos caracterizados por disponer de numerosos personajes en el encuadre ¿Sería un elemento justificatorio a la hora de comprender el amplio equipo que elaboró su base dramática, y en el que formaba parte el escritor Aldous Huxley? Es probable que así fuera, pero lo cierto es que en no pocos momentos, esa tendencia a la locuacidad constante de sus roles secundarios, impiden que PRIDE AND PREJUDICE se eleve en su, con todo, notable alcance, hasta llegar a ese logro que a punto se encuentra de rozar en algún momento, y que se deja entrever en esas sensibles secuencias vividas por dos seres a los que su diferente condición no podrá finalmente impedir que entre ellos aflore la autenticidad de sus sentimientos.
Calificación: 3
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