CONCURSANTE (2007, Rodrigo Cortés)
El hecho reconocido de no erigirme como un especial seguidor de ese cine español del que otros comentaristas –sin duda más cualificados que un servidor- no dejan de cantar sus alabanzas, quizá en parte ejerza como especial motivo de aliciente, cuando en alguna ocasión puedo contemplar producciones que me llenan, y veo en sus imágenes no solo promesas más o menos intuidas sino, sobre todo, títulos que en sí mismo reúnen las suficientes cualidades. Soy consciente que si esa cierta –y reconocida- distancia, fuera más menguada, es probable que me encontrara con más referencias dignas de ser reseñadas. Pero ¡que le voy a hacer¡ me dejo llevar por mi instinto como espectador –también tengo derecho a ello-, obviando producciones que estoy casi seguro no me van a decir nada nuevo que se salga de los convencionalismos más o menos imperante en nuestro cine. Por el contrario, suelo acceder con cierta complicidad a propuestas enclavadas en el engranaje de los géneros tradicionales, o a títulos que mi intuición –y la referencia que pueden proporcionarme comentaristas fiables- suelen acercarme a referencias que –por lo general- no me fallan. Películas que, entre tanta hojarasca seca y olvidable que constituye la producción de una cinematografía de siempre definida en una segunda fila comparada con otros referentes europeos –por mucha aparente repercusión que esta pueda tener, y cuyos motivos serían motivo de un largo debate-, permiten apreciar que nos también entre las imágenes de nuestro cine hay productos en las que la inspiración y efectividad como relatos, permiten mantener encendida una cierta esperanza.
Valga este largo preámbulo, para justificar mi cinsiderable entusiasmo ante CONCURSANTE (2007), el debut en el largometraje de Rodrigo Cortés, que hace bien poco ha logrado un notable éxito internacional con la apreciable pero inferior BURIED (Enterrado, 2010), que supuso su primera experiencia en el largo. Lo cierto es que hablamos de una propuesta arriesgada, en la que ante todo logra solventar los peligros que podría acarrear una estructura narrativa tan caótica y contrapuesta que –justo es reconocerlo-, no se encuentra entre mis preferidas a la hora de asistir a cualquier relato fílmico. Sin embargo, el joven cineasta gallego logra superar ese handicap de entrada, imbricándonos con una facilidad pasmosa en una relato que podría oscilar entre el universo literario de Kafka, la visión de una actualidad económica casi premonitoria, o influencia fílmicas que podrían oscilar entre las lejanas de Orson Welles –y con ello no quiero que se piense que considero a Cortés un genio, puesto que tampoco jamás he considerado a Welles como tal, pero sí podríamos establecer paralelismos entre el film de Cortés y el magistral VÉRITÉS ET MENSONGES (FRAUDE, 1973), en mi opinión una de las cimas de la obra del autor de CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1942)-, o las más cercanas del admirable Paul Thomas Anderson de MAGNOLIA (1999) –menos pertinente me parece hacerla con el David Fincher de la por mi tan aborrecida FIGHT CLUB (El club de la lucha, 1999)-. En todo caso, tomando o desechando de antemano cualquiera de dichas referencias, lo cierto es que no dudo en considerar CONCURSANTE no solo como uno de los debuts más valiosos registrados en el cine español en los últimos años, sino en sí mismo una propuesta que, por momentos, roza lo fascinante, y a la que solo en ocasiones una cierta ausencia de sentido de la medida –se aprecian ciertos instantes en los que aparece una innecesaria sensación de rizar el rizo de un argumento ya de por sí suficientemente consistente en su grado de densidad.
CONCURSANTE de entrada nos evita contemplar lo que podría suponer un fragmento gratificante; el que nos describiría la manera con la que su protagonista –Martín Circo Martin (un pletórico Leonardo Sbaraglia, en un trabajo más allá de todo elogio que quizá quede como la cima de su carrera), ha logrado el premio más importante de la historia de la televisión; un total de quinientos millones de las antiguas pesetas en obsequios, que abrumarán su cotidianeidad como profesor de económicas en una universidad. Lo que en principio se prometía como el inicio de una vida llena de comodidades –unido al atractivo y la personalidad extrovertida de su protagonista-, pronto se demostrará como un auténtico calvario personal, al ir descubriendo la trampa que se esconde tras esa aparente fortuna –tanto a nivel publicitario, económico como incluso institucional-. En definitiva, esos turbios cimientos sobre los que se sostiene la actual sociedad de consumo, se abalanzarán sobre él de manera inmisericorde, revelando la trampa perversa y saducea que a cualquier consumidor plantea la actual estructura de nuestra vida diaria. Podríamos señalar, a este respecto, que la película emerge como un discurso crítico en torno a los inhumanos perfiles sobre los que se sustenta la sociedad de consumo. Sin embargo, pienso que aún siendo un punto de partida válido, lo que realmente fascina en su metraje –del cual Cortés es igualmente autor del guión y co responsable de su montaje-, reside en la formulación narrativa elegida desde el primero hasta el último de sus fotogramas. Una mezcolanza de estilemas visuales –el menor de los cuales no reside precisamente en estar narrada la historia en un flash-back relatado por un protagonista muerto-, que aparecen en sus fotogramas iniciales desde una posición casi metafísica –ese inmenso plano general sobre el que Martín describe la inmensidad estelar del espacio-, descendiendo muy pronto a un relato en el que se insertan todo tipo de opciones visuales –fragmentos rodados en mano, virados, planos fijos, retrocesos en la narración, comentarios irónicos sobre su desarrollo, texturas de diversa índole-, que en manos de otro realizador menos consciente de las posibilidades de la propuesta planteada, estoy convencido hubiera fructificado en un resultado poco menos que caótico.
Sin embargo, Rodrigo Cortés logra controlar con guante de hierro un relato que al tiempo que asume no pocas influencias narrativas del cine actual, se erige personal en su resultado, nihilista en su propuesta, y apasionante en su desarrollo. Complementado por secundarios de considerable calado –ese economista alejado por completo del sistema, encarnado con brillantez por Chete Lara, la impedida rectora de la universidad, recelosa del esplendor físico de Martín, que interpreta la veterana Miriam de Maeztu-, lo cierto es que también algunos de sus personajes por momentos rozan los límites de la caricatura –como es el caso de ese chirriante asesor que interpreta Luis Zahera-. Pero aún entendiendo ese riesgo de irregularidad, lo paradójico y -por momentos-, admirable, de CONCURSANTE, reside precisamente en la endiablada composición de un entramado visual que casi no deja tregua al espectador, aunque en ciertos instantes su narrativa se relaje, o incluso permita situaciones de comedia de abierta acritud –la madre del aislado y veterano economista, que solo despierta de su letargo atendiendo al encendido del mando del televisor.
En realidad, mucho habría que hablar de una película valiente y rompedora, en la que esas intenciones no se quedan meramente en ello, donde la hondura de su denso entramado no se sobrepone al interés emanado por sus propias imágenes, y en la que esa estructura dispuesta en tres actos, de alguna manera se ofrece como una inútil –aunque finalmente lograda, siquiera sea fuera de los límites terrenales- rebelión, contra esa maraña de intereses que envuelve cualquier intento del ser humano por sobresalir en el ámbito de su lucha cotidiana. Harían bien, todos aquellos que se vuelven locos por concursar en las abyectas propuestas de canales como Tele 5, en contemplar una película tan sorprendente como CONCURSANTE, pero también será de igual utilidad para cualquier ciudadano dispuesto a adentrarse en la más mínima operación bancaria –aunque quizá ello en nuestros días se encuentre vedado casi a todos los efectos-. Lo cierto y verdad es que de la noche a la mañana, Rodrigo Cortés nos ha mostrado esa abyecta partida de ajedrez ante la que siempre pierde el consumidor, y encima lo ha logrado mediante un relato diferente, divertido, transgresor y terrible por momentos. Es decir, que ha llegado casi, más lejos que el propio Paul Krugman, en un film que además de ser magnífico, deviene tan lúcido como transgresor. Sin duda, con propuesta de este calado, muchos podríamos adherirnos a las formularias y por lo general superficiales defensas de la vigencia de nuestro cine.
Calificación: 3’5
1 comentario
Hildy Johnson -
Me habían cerrado el blog en la página donde estaba ubicado. Sin embargo me han ayudado a volverlo a poner en marcha y he perdido sólo algunos meses del 2011 que trataré de ir restituyendo.
Mi nueva dirección es: www.hildyjohnson.es
Besos
Hildy