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CINEMA DE PERRA GORDA

Roy Rowland

SLANDER (1957, Roy Rowland)

SLANDER (1957, Roy Rowland)

Dentro de aquellas películas que en la década de los cincuenta decidieron erigirse como crónicas de ese otro lado del sueño americano, pocas sin embargo abordaron en sus temáticas el análisis o la diatriba en torno a los excesos de los medios informativos. Vienen a colación títulos como ACE IN THE HOLE (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder), DEADLINE – U.S.A (1952, Richard Brooks), la posterior A FACE ON THE CROWD (1957. Elia Kazan). Ello sin recordar comedias centradas en los desmanes de los mass media, que tuvieron en la figura de Frank Tashlin su más furibundo exponente. Sin embargo, dentro de este no demasiado extenso conjunto de producción, nadie ha reseñado jamás esta estimable SLANDER (1957, Roy Rowland). Hasta cierto punto es lógico que suceda en nuestro país, donde jamás tuvo estreno comercial, e incluso creo que ni pases televisivos. Más sorprendente es que dicha circunstancia se extienda en la propia USA, siendo como es una producción de la Metro Goldwyn Mayer, y disponiendo de un más que notable reparto. Lo cierto es que la misma, cabe insertarla dentro de un conjunto de producción del estudio en el ecuador de dicha década, en donde se abordaron –con mayor o menos grado de acierto-, diferentes temas candentes de la sociedad de su tiempo. Desde la manipulación ideológica –TRIAL (La furia de los justos, 1955. Mark Robson)- los excesos del mundo financiero –EXECUTIVE SUITE (La torre de los ambiciosos, 1954. Robert Wise)-, los modos de enseñanza –BLACKBOARD JUNGLE (Semilla de maldad, 1955. Richard Brooks)-, el racismo –SOMETHING OF VALUE (Sangre sobre la tierra, 1957. También de Brooks)-, o el American Way of Life puesto en entredicho por una situación extrema –RAMSON! (Rapto, 1956. Alex Segal)-. Es por ello, que hasta cierto punto no debe sorprendernos esta inesperada diatriba en torno a las publicaciones sensacionalistas –de la que Richard Quine ofrecería años después una mirada satírica en la delirante y menospreciada SEX AND THE SINGLE GIRL (La pícara soltera, 1964)-.

Una visión que, lamentablemente, adquiere absoluta vigencia en nuestros días, extendiendo su radio de acción a un mundo televisivo, que en nuestro país tendría mucho que decir en torno a prácticas deleznables, encaminadas a la simple obtención de beneficios, aunque en ellas se ausente el menor sentido de la ética. La película, en la que se pueden deducir en segundo término, ecos de ese contexto maccarthysta que aún padecía la sociedad americana, se centra en el dominio de una exitosa publicación sensacionalista –Real Truth-, que en sus mejores tiempos ha llegado a vender cinco millones de ejemplares, aunque en los últimos meses contempla un declive constante de ventas, al surgir competidoras en el mercado. Estamos refiriéndonos a H. R. Manley (Steve Cochran), quien en el consejo de dirección, interpelará a sus componentes a utilizar historias de mayor calado frívolo, con el objeto de aumentar la tirada y, con ello, poder pagar una inesperada deuda de cien mil dólares a su imprenta, máxime cuando este desea optar por un contrato con otra. A partir de ese momento, una mirada en la calle le llevará al recuerdo de una conocida estrella –Mary Sawyer, de la que nunca tendremos noticias ni veremos en escena-, apelando a sus reporteros a que hurguen, en la confianza que toda persona mantiene algún elemento escandaloso en su vida. Dicho deseo trasladará el foco de acción a un titiritero –Scott Martin (Van Johnson)-, casado y con un niño, que de manera inesperada se convertirá en una estrella televisiva, al ser contratado in extremis en un programa publicitario. El objetivo con la figura elegida por Manley, es apelar a chantajear a su mujer con publicar el de Martin –diez años atrás fue condenado a cuatro años de cárcel por un asalto a mano armada-. Será el punto de inflexión para el enfrentamiento en un matrimonio hasta entonces ejemplar, puesto que Martin no desea entrar en ningún momento en el juego propuesto por Manley, mientras su esposa –Connie (Ann Blyth)- opina lo contrario. El enfrentamiento culminará en doble tragedia, puesto que tanto la familia afectada como el propio responsable de la detestable publicación, quedarán irremisiblemente afectados por la misma.

Para cualquier conocedor de la vida norteamericana de aquel tiempo, resultará muy fácil hacer una afinidad en el argumento de SLANDER y la existencia aquel tiempo de la controvertida Confidential, que provocó auténticos estragos en el ámbito hollywoodiense de dichos años. Aquel cuestionable referente se percibe en las imágenes grises, apagadas, pero no por ello carentes de interés, de esta película en la que hubiera hecho falta un cineasta con más arrojo que Roy Rowland –artífice no obstante de algunas apreciables producciones-, a la hora de saber extraer la mordiente e implicaciones del guión de Jerome Weidman, basado en la historia de Harry Junkin. Uno piensa en la figura de Fritz Lang, que acababa de ofrecer el díptico crítico definitivo en torno a la sociedad USA de su tiempo, antes de regresar a Alemania. Por el contrario, el interés de SLANDER casi aparece a pesar suyo, dentro de una planificación convencional, blanda, pero al mismo tiempo eficaz.

Son sus primeros minutos, aquellos en los que la puesta en escena y la iluminación aparecen con un tinte más siniestro y sombrío. Algo que servirá para presentar a Manley, la extraña psicología que le une a su madre –Marjorey Rambeau, ocultando un pasado alcohólico-, en la que se vislumbra un cierto componente edípico. Y esa extraña puesta en escena que exteriorizará un hombre hecho a sí mismo en el mundo de los negocios, aunque muy pronto veremos es un ser despreciado por la sociedad –los ecos de su rechazo en un restaurante, la manera con la que es excluido en un debate televisivo-, aunque por su parte él no deje de responder teniendo asomos de venganza contra aquellos que han ido contra él. La sinuosa y latente malignidad y carencia de escrúpulos del personaje que con tanto magnetismo encarna Cochran, se erige en el máximo elemento de interés, en una crónica que aún centrándose en el mundo de las publicaciones sensacionalistas, lo cierto es que ofrece una mirada global pero no lo suficientemente honda, en la que pesa demasiado el apego a los convencionalismos marcados en la supuesta familia ideal que encabeza Van Johnson. Hay un evidente decalage en el interés de la película, cuando su ámbito se desarrolla en dicho contexto familiar, o en el mundo mezquino y al mismo tiempo elegante de Manley.

No obstante,  pese a ese desequilibrio y con la anuencia de convenciones. Incluso con la ausencia de una puesta en escena más afilada, SLANDER aparece como una película que logra sobresalir. Sea por la fuerza que le imprime el sorprendente Cochran, por el aura malsana que destila en sus mejores momentos o, simplemente, por erigirse en una rara avis, dentro de un contexto crítico bastante inusual.

Calificación: 2’5

OUR VINES HAVE TENDER GRAPES (1945, Roy Rowland) El sol sale mañana

OUR VINES HAVE TENDER GRAPES (1945, Roy Rowland) El sol sale mañana

Lo reconozco. Una de mis mayores debilidades dentro del cine norteamericano, es la admiración que profeso a lo que allí se denomina como Americana, y que por lo general se orilla con facilidad en el resto de países. Son esos relatos de carácter rural que narraban usos y costumbres de Estados Unidos, mostrando tanto facetas dominadas por su entronque dramático, como otras definidas en su aspecto humanista. Sería altamente interesante realizar un estudio global de ese maravilloso subgénero, en el que podríamos incluir clásicos reconocidos como THE GRAPES OF WRATH (Las uvas de la ira, 1940. John Ford) o el muy posterior THE LAST PICTURE SHOW (La última película, 1971. Peter Bogdanovich) y en el que se incluyen joyas hoy día por fortuna reivindicadas como el STARS OF MY CROWN (1950) de Tourneur. Sin embargo, por más que cineastas como Ford, Vidor, Renoir –THE SOUTHERNER (1945)-  o incluso Anthony Mann –GOD’S LITTLE ACRE (1958)- nos ofrecieran muestra relevantes de esta vertiente, lo cierto es que quizá los dos cineastas que practicaron con mayor convicción y frecuencia el mismo, fueron por un lado Henry King y por otro el aún subvalorado Clarence Brown. Fue precisamente este último quien lo insertó dentro de su eterna implicación en la Metro Goldwyn Mayer, el mismo estudio de donde procede OUR VINES HAVE TENDER GRAPES (El sol sale mañana, 1945), inesperada e inspirada demostración de dicha corriente, en el que probablemente sea el mayor título de gloria de un realizador por lo general blando y poco inspirado, aunque en su filmografía se destilen algunos títulos de cierto interés –THE 5,000 FINGERS OF DR. T (Los 5.000 dedos del Dr. T, 1953), ROGUE COP (Prisionero de su traición, 1954), la inesperada aportación a la comedia que supone AFFAIR WITH A STRANGER (Entre dos mujeres, 1953)-, al margen de que se encuentra un título que no he contemplado hasta la fecha, que probablemente se encuadre dentro de esta vertiente –THE OUTRIDERS (1950)-. Lo cierto es que nos encontramos con una película que desde sus primeros instantes se percibe por su placidez y, ante todo, en una circunstancia que se da hoy día en muy pocas ocasiones; la de parecer estar realizada con el corazón.

Estamos situados en una pequeña localidad rural de Wisconsin, poblada por un colectivo de inmigrantes noruegos. A la misma nos introducirán dos pequeños muchachos, ambos primos, como son Selma (Margaret O’Brien) y Arnold (“Butch” Henkins). Sin ellos pretenderlo, nos introducirán en un entorno plácido y bucólico, eminentemente rural, en el que destacará el protagonismo que recaerá en el relato Martinius Jacobson (Edward G. Robinson). Hombre juicioso y entregado por completo a sus tareas agrícolas, no dejará en ningún momento de mostrar su humanidad a la hora de llevar adelante su hogar, cuidar a su esposa –Bruna (Agnes Moorehead)- y su hija, e incluso de erigirse como un auténtico referente en la comunidad en la que reside. En la misma se encuentra también Nels (James Craig), encargado de la edición de un pequeño rotativo –el Fuller Junction Spectator-, heredado de sus ancestros, pero que en el fondo es una escasa ambición para él, creciendo en su ánimo su voluntad de alistarse y combatir en la contienda mundial. Nels se acercará hasta Viola (Frances Gifford), una joven que llegará al pueblo para convertirse en la maestra del mismo, pero que poco a poco se verá consumida por determinadas actitudes entre sus vecinos, que mermarán sus iniciales esperanzas.

En realidad, la base argumental de OUR VINES HAVE TENDER GRAPES puede resumirse en estas líneas, puesto que nos encontramos ante un relato –adaptado por el prestigioso Dalton Trumbo, a partir de una novela de George Victor Martin-, en el que importa mucho más el elemento de observación de caracteres, que la propia dramatización de los hechos que se nos muestran –por más que algunos de ellos se caractericen por su gravedad-. En sus imágenes, narradas por Rowland con una insospechada sensibilidad e incluso aliento poético, podremos introducirnos en la mente de unos niños especialmente observadores, en ocasiones egoístas –el incidente de los patinetes que se produce entre ambos-, en otras ligados al entorno natural en que viven –el regalo de Martinius a su hija de un pequeño ternero para que lo cuide en su nacimiento-. Poco a poco, con una notable serenidad, se irá describiendo un marco coral –en el que la familia Jacobson tendrá una especial significación-, caracterizado por una mirada revestida de bonhomía de dicho colectivo rural –la emotividad que se desprende en la celebración navideña con el recitado de Selma ante toda la comunidad, especialmente por el encuadre frontal brindado por el realizador-. Sin embargo, no faltarán apuntes que destilan la soterrada mezquindad que incluso en ámbitos tan aparentemente nobles como el que nos ocupa, pueden marcar un punto de inflexión a la hora de provocar el desafecto de Viola, que en un momento dado, y cuando contempla que la decisión de Nels –su único asidero real en una comunidad en la que ella se muestra lejana por su condición y pasado más urbano- va a hacerse realidad, decidirá abandonar su profesión de maestra y dejar la población. En ello influirán elementos como el desprecio que en la misma se ha ido gestando hacia la joven y limitada Ingeborg (Dorothy Morris)-, hija de un hosco granjero de la zona, que finalmente se suicidará, contando entonces con la conmiseración de los vecinos a la hora de acudir a su entierro. Una despedida que Velma y Nels contemplarán dolidos desde la distancia, comprobando la falsedad de unos vecinos que en vida de la muchacha jamás tuvieron la suficiente sensibilidad para intentar que, al menos, tuviera ese pequeño aporte de felicidad que su padre nunca le proporcionó.

No obstante la película no dejará de mostrarse desde la mentalidad de esos dos pequeños, traviesos y curiosos, casi como si fueran un precedente de los niños de TO KILL A MOCKINGBIRD (Matar a un ruiseñor, 1962. Robert Mulligan), describiendo bajo su mirada inquieta un colectivo revestido de familiaridad, insertando episodios cotidianos, otros rituales –la entrega de regalos navideños- y otros en los que la inquietud mostrará a una comunidad alterada, en la que la indignación se dará de la mano a la expresión máxima de los sentimientos; el peligro vivido por los dos muchachos al meterse en una bañera y ser llevados por la corriente de un río en pleno deshielo, provocando la lógica alteración de sus respectivos padres, quienes en primera instancia se mostrarán agresivos ante la irresponsabilidad de los pequeños, aunque de inmediato puedan con ellos su sentimiento de cariño –inolvidable el abrazo de Martinius a su hija, mostrando la cámara en plano fijo como ambos abandonan el puente sin hablar, siendo contemplados por el resto de vecinos-.

Es en su tramo final, cuando el film de Rowland adquiere una especial severidad, poniendo en tela de juicio la supuesta ejemplaridad de sus vecinos. A partir del incidente de los niños en el caudaloso río, se producirá la desafección de Velma, consciente de que en dicha población su vida se apagaría irremisiblemente –en un momento dado, la imagen de sus espitas de huelo a punto de derretirse, aparecerán como metáfora de una relación sentimental imposible en su continuidad. En medio de todo este conflicto personal, se producirá el incendio del nuevo granero de Faraaseen (Louis Jean Heydt), que había exhibido con orgullo fruto de su esfuerzo personal, y cuyo referente tomaba Martinius de cara a hacer lo propio con sus ahorros. El episodio será dantesco, teniendo que sacrificar el ganado con el uso de armas, para impedir que el ganado sufra en el mismo, consumiéndose bajo unas llamas que crecerán cuando la lluvia al mismo tiempo deje de hacer acto de presencia, y ante la desolación de todos los presentes, especialmente del bondadoso granjero y su inconsolable esposa. Para intentar paliar la ruina a la que se verán abocados, Nils reunirá a toda la comunidad, leyendo el extracto del primer editorial del periódico que ha seguido editando, apelando a la solidaridad de los presentes. La colecta aparecerá casi irrisoria, quedando dolorosamente sorprendidos de la escasa implicación de los vecinos ante la tragedia vivida. Y será Selma, la que incitará a todos ellos a apelar a la más íntima colaboración, anunciando que entrega su pequeño ternero al granjero, iniciándose una sucesión de donaciones en unos instantes conmovedores, que volverán a los jóvenes enamorados a tener fe en esa pequeña localidad de emigrantes noruegos, capaces en algún momento de exteriorizar ese egoísmo consustancial al ser humano, pero también brindarse en sus tintes de nobleza.

Con voz callada, una sinceridad en la planificación, en el ritmo pausado, alternando una serie de episodios que van conformando un marco de comportamientos lo suficientemente agudos en el retrato de una comunidad cerrada y afable, magníficamente interpretada e impecablemente ambientada, y sabiendo dosificar al máximo esa vertiente sensiblera en la que podría haber recaído, caso de no haber sido tratada con tanta cotidianeidad a través de la limpia puesta en escena propuesta por Roy Rowland, lo cierto es que la contemplación de OUR VINES HAVE TENDER GRAPES deja un regusto de emotividad en el espectador. La esperanza cada vez más menguada de creer que en el ser humano, aún existe un lugar para cobijar la nobleza.

Calificación: 3’5

AFFAIR WITH A STRANGER (1953, Roy Rowland) Entre dos mujeres

AFFAIR WITH A STRANGER (1953, Roy Rowland) Entre dos mujeres

Hay ocasiones en las que la perseverancia a la hora de acercase a títulos poco conocidos y olvidados, nos pueden brindar ocasionales sorpresas. Incluso cuando de partida los indicios permiten intuir propuestas revestidas de grisura. Es el caso que para mi proporcionaba de antemano AFFAIR WITH A STRANGER (Entre dos mujeres, 1953), en la medida de contar con dos factores que de entrada podían favorecer mi escepticismo. De un lado el protagonismo de Victor Mature, y por otra parte encontrar en las tareas como realizador a Roy Rowland. Aunque salía del rodaje de la conocida –más no excesivamente brillante- THE 5.000  FINGERS OF DR. T (Los 5.000 dedos del Dr. T, 1953)- y pese a encontrar en su filmografía con algunos títulos estimables, como el posterior ROGUE COP (Prisionero de su traición, 1954), lo cierto es que en líneas generales la filmografía de Rowland caracteriza a un modesto artesano, en el cual el componente de blandura anula buena parte de su eficacia como tal competente hombre de cine. Sin embargo, y por fortuna, muy poco de ello se atisba en la película que nos ocupa, que podría con poca dificultad calificar como la más interesante de cuantas he contemplado hasta la fecha firmadas por Rowland, erigiéndose como una comedia de carácter naturalsiata, que se debe incorporar sin desdoro alguno en una corriente que el género empezaba a incorporar en el Hollywood de aquellos años, y en el que quizá sus máximos exponentes fueron George Cukor –no olvidemos que Jean Simons protagonizaría la previa THE ACTRESS (La actriz, 1953) firmada por el realizador de MY FAIR LADY (1964)-, o un tardío pero visionario Mitchell Leisen. Este tipo de propuestas no dejaban de introducir matices irónicos y secuencias divertidas, pero en líneas generales se insertaban a modo de crónicas agridulces relacionadas con parejas o núcleos familiares, a los que de manera sibilina radiografiaban en sus miserias, éxitos y flaquezas.

A grandes rasgos, y aunque quizá se eche de menos en algún momento algo más de contundencia en ese alcance, esta tendencia es la que sigue el recorrido de AFFAIR WITH A…, iniciada con los nervios que vive un afamado autor teatral –Bill Blakeley (Victor Mature)- al comprobar que su esposa –Carolyn (Jean Simmons)- no va a poder acudir al preestreno de una de sus obras. En realidad este considera a Carolyn como un auténtico talismán, lo que provocará su enojo, aspecto que aprovechará la primera actriz de la obra, quien se insinuará a Bill, llegando esta a relatar a una influyente columnista televisiva, que el matrimonio formado por el autor y su esposa va a concluir en un divorcio. Será el punto de partida de una sucesión de situaciones narradas en flashback, que servirán para recordarnos el proceso que llevó desde el primer encuentro del hoy cuestionado matrimonio –en la celebración de año nuevo en pleno centro newyorkino-. A partir de ese momento, y mediante el relato sucesivo de diferentes personas que han rodeado el devenir de la pareja, nos hablarán del carácter soñador y también indolente de Bill, sus escasos recursos, la fascinación que provoca en Carolyn, su primera oportunidad teatral que se salda en un fracaso, la boda de ambos –que será descrita mediante la elipsis, el embarazo frustrado de la esposa, las dificultades económicas de ambos, su inesperada llegada del éxito, la adopción de un muchacho producida tras la inesperada muerte de su verdadera madre, o los inevitables roces que se produce en una relación en la que la esposa se dedica más a ejercer como madre –aunque sea a un hijo adoptado-, frente a un marido enfrascado en la vorágine de su éxito, incapaz de asumir esa distanciación –se encuentra a las puertas de un nuevo estreno teatral-, y enterándose de manera casual de los rumores de divorcio de los que se sentía totalmente ajeno, y que advertirá leyendo las notas de sociedad en la prensa.

Dentro de este conjunto de premisas, lo cierto es que AFFAIR WITH A… se erige como una crónica agridulce que prende muy pronto en el espectador –esas imágenes iniciales en el interior del tren –envueltos por la agradable sintonía musical de Roy Webb-, en donde la primera actriz se insinúa a Mike. Con un guión bastante bien trabado obra de Richard Flournoy, el testimonio de una entrañable galería de personajes secundarios alternará los puntos de vista y el devenir de una pareja que, casi a pesar suyo, fraguarán en su relación. Un relato siempre caracterizado por su corte naturalista –me gustaría señalar de nuevo su cercanía a ciertas comedias rodadas por Cukor en aquellos años-, que no obvia la presencia de instantes realmente divertidos –como contemplar a Victor Mature ataviado con un delantal saliendo con chaqueta de manera apresurada, la manera que alberga para intentar colar una de sus obras a un magnate teatral que se encuentra cenando en un restaurante en el que este trabaja como torpe camarero o, sobre todo, ese impagable detalle en el que Carolyn se dispone a acudir al hospital para dar a luz, mientras su esposo acusa dolores que le hacen parecer como el verdadero enfermo cuando acuden al taxi-. Sin embargo, y aún asumiendo en el relato un tono de comedia sin estridencias, lo cierto es que el film de Rowland prodiga más detalles incluso trágicos, que son expuestos con un sentido del pudor notable, sin por ello aminorar su carga trágica –ello me recuerda en algunos momentos la magnífica THE MARRYING KIND (Chica para matrimonio, 1952 del una vez más citado Cukor-. Es algo que se producirá cuando Mike, comprueba el fracaso del estreno de su primera obra, la manera con la que se entera de la muerte de su hijo –mediante una llamada recibida en la cabina, y que el propio actor sabe expresar con contundencia-, o en esa otra llamada en la que el matrimonio –que poco antes ha reflexionado sobre el papel que para ellos ejerce el pequeño Timmy al que cuidan mientras su madre se encuentra hospitalizada-, se ponen al corriente del fallecimiento de la madre del muchacho. Ese pudor emocional, la combinación de instantes divertidos con una voluntad de ofrecer una crónica sensible y aguda al mismo tiempo de la evolución de una relación amorosa, que no sabe acostumbrarse del todo a las inesperadas consecuencias del destino, encuentran en la mano de Roy Rowland un inesperado y adecuado narrador, que se extiende a una dirección de actores, que incluso en Victor Mature brinda un –cuanto menos- eficaz comediante, y a una conclusión en la que esos dos esposos que se han visto envueltos en un falso rumor de separación, en realidad se encontrarán en la parada de dos trenes, olvidando las veleidades de su pasado –ese pañuelo que delata el contacto de su esposo con la atrevida actriz-, introduciéndose en un túnel de oscuridad pero, eso si, revestidos de voluntad de caminar hacia adelante.

Apenas conocida dentro del análisis de la comedia americana, lo cierto es que AFFAIR WITH A STRANGER debe ser tenida en cuenta como título puente a la hora de esa creciente corriente que en aquellos años fue confluyendo en la posterior renovación del género, además de la prueba de que incluso en los realizadores menos estimulantes, de vez en cuando se esconde la pequeña perla presta a ser degustada.

Calificación. 3