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CINEMA DE PERRA GORDA

Russell Rouse

THE FASTEST GUN ALIVE (1956, Russell Rouse) Llega un pistolero

THE FASTEST GUN ALIVE (1956, Russell Rouse) Llega un pistolero

Totalmente olvidados en nuestros días, es de justicia reconocer que el tándem formado por Russell Rouse -director- y Clarence Greene -productor- supusieron una interesante singularidad, sobre todo en el cine norteamericano de la década de los cincuenta, aunque sus películas se extendieran -con menor interés- hasta el decenio siguiente, donde fueron engullidos en unos modos industriales, en los que sus originales y discursivas propuestas, sencillamente ya no tenían cabida. Es por ello, que si nos adentramos en los siete títulos que el tándem auspició en su primera década de andadura -y aunque me restan por ver tres de ellos- se aprecia una clara voluntad por plantear argumentos de cierta originalidad, como si se deseara transgredir la producción de géneros más allá de su voluntad discursiva, antes que proporcionando una alternativa formal que nunca hizo acto de presencia, por más que THE THIEF (El espía, 1952. Russell Rouse) se plantee como un film noir despojado por completo de diálogos -que no de sonido-. Cuando en aquellos años, cineastas como Samuel Fuller, destacaban por su garra e inventiva formal, es cierto que las propuestas dirigidas por Rouse quedan en un segundo plano, pero no por ello deben dejar de merecer algo más que una nota a pie de página.

Todo ello viene a colación al comentar THE FASTEST GUN ALIVE (Llega un pistolero, 1956), producción Metro Goldwyn Mayer que aparece en nuestros días llena de frescura, hasta el punto de que puede insertarse sin menoscabo alguno, dentro de la valiosa corriente de western psicológico que iba aflorando en aquellos años -una de las más atractivas de la historia del género- siendo como fue la única aportación al mismo por parte de un Rouse empeñado, como antes señalaba, en proponer miradas revestidas de cierta novedad, dentro de los contextos genéricos en que se encontraban envueltas sus ficciones.

La película se iniciará con unos atractivos planos generales de un árido pasaje montañoso agreste. Por allí cabalga el violento pistolero Vinnie Harold (Broderick Crawford) flanqueado por sus dos lacayos Dink Wells (Noah Beery) y Tyalor Swope (John Dehner), que acuden hasta una población, para enfrentarse el primero de ellos con alguien del que se señala es el pistolero más rápido del Oeste. Pese al rechazo del reclamado, no podrá evitar enfrentarse a él, y cayendo muerto por las balas de Vinnie. Pese a la aparente tranquilidad de este, la voz en alto de un invidente le inquietará, al señarle que en el momento menos pensado surgirá otra persona que le dispute ese inútil y mortífero título. Muy pronto la acción se trasladará a la pequeña y tranquila ciudad de Cross Creek, lugar donde reside el apacible tendero George Temple (Glenn Ford), en apariencia felizmente casado con Dora (Jeanne Crain) quien se encuentra a la espera de su primer hijo. Sin embargo, nada es como parece. De entrada, a George se nos presenta realizando un ensayo de tiro con su arma, que esconderá una vez llegue al almacén de su establecimiento. Al mismo tiempo, bajo la aparente amabilidad de sus vecinos se esconde una comunidad que apenas puede ocultar su cerrazón colectiva. Por su parte, los componentes de la banda realizarán un asalto donde matarán al hermano del sheriff de la localidad elegida, de donde huirán forzando que la autoridad legal de aquella población organice una cuadrilla para perseguir a los atracadores.

A partir de ese momento, el film de Rouse se articulará en tres vertientes complementarias. La primera, el proceso de revelación del pasado que sigue atormentando a Temple, en realidad George Kelby. Se trata del hijo de un sheriff del mismo nombre, que huyó sin responder a la venganza por el asesinato de su padre, y de quien heredó la pericia en el manejo de las armas, aunque sin haberla experimentado en ningún choque con otro hombre. De otro la huida de los tres asaltantes, lo que provocará los primeros enfrentamientos de Harold con sus dos compañeros llevándolos el destino hasta ese Cross Creek del que Temple se encuentra a punto de huir, incapaz de exorcizar su pasado. Finalmente, y en un lugar mucho más secundario, contemplaremos el progresivo acercamiento de la cuadrilla encaminada en detener a los tres bandidos.

Curiosa y atractiva mixtura entre los rasgos de unidad de tiempo y de tensión que resaltaban en HIGH NOON (Solo ante el peligro, 1952) y la inmediatamente posterior y excelente 3:10 TO YUMA (El tren de las 3.10, 1957. Delmer Daves) -igualmente protagonizada por el excelente Glenn Ford-, THE FASTIEST GUN ALIVE destaca en la irresistible fuerza de una entraña dramática descrita a partir del tormento interior existente en el pacífico pero incómodo George, quien no dudará en enfrentarse a su propia esposa -en cuyo rol, la Crain proporcionará una de sus más intensas performances- aparecerá incapaz de enfrentarse a su propio pasado, y revelar el ayer de su vida ante su comunidad, antes que huir de la misma, tal y como hiciera años atrás, antes de llegar a la población y, con ello, abandonar de manera definitiva la tentación del uso de las armas. En realidad, el gran dilema que propone el film de Rouse deviene en la sempiterna lucha entre el atavismo de un pasado ligado a las armas, que tendrá su lugar de choque con ese violento pistolero, en el fondo incapaz de aceptar que el universo del Oeste, en el que él ha campado a sus anchas, se encuentra encaminado a una evolución. Hacia unas nuevas formas ligadas al progreso, en suma, en donde ya no habrá lugar para él.

Todo este proceso, se encuentra plasmado en la pantalla con un notable grado de precisión dramática, teniendo una especial significación el enfrentamiento existente entre George y su esposa -en donde se encontrarán los pasajes más intensos del relato, fundamentalmente debido a la precisión psicológica de los dos personajes y la entrega compartida por Ford y Crain-. No obstante, la película no ahorrará la ocasión de plasmarnos una en teoría idílica comunidad vecinal, de la que muy pronto observaremos el puritanismo y las falsas apariencias que las envuelven, y en donde la falsa solidaridad de sus componentes tendrá una explosiva catarsis en el magnífico episodio descrito en el interior de la iglesia, una vez se ha venido desarrollando el servicio dominical, donde inicialmente George entregará el arma y señalará su disposición a marcharse, al compartir con sus vecinos aquellos que le ha venido atormentando en el pasado. La aparente solidaridad de estos -unido a la emoción de su esposa-, muy pronto se verá revestida de notable debilidad, con la sola excepción de su fiel amigo Lou (magnífico Leif Erickson). Todo mutará con la inesperada llegada de Vinnie y sus lacayos, quienes se enterarán de manera accidental -en una magnífica secuencia descrita en el casi vacío Saloon de la población-, de la existencia de ese pistolero que puede superarles. Será el inicio de un punto sin retorno para esos dos hombres que hasta entonces ni se conocían. La inflexión para una localidad que ha dudado entre afianzar su fuerza colectiva, o abandonar a ese componente de su colectivo que les escondió un hecho de su pasado. Entre esa mirada que podría aparecer como una metáfora de los últimos ecos del maccartismo, nos encontramos ante un poco conocido western, en el que quizá solo chirríe esa presencia casi inicial de un número musical acrobático, interpretado por el inefable Russ Tamblyn -por lo demás, impecablemente rodado-, y en el que no dejará de sorprender, la ingeniosa e incluso transgresora resolución de su argumento, apelando a una segunda oportunidad de esa comunidad que se ha visto sometida a un inesperado desafío.

Calificación: 3

THE WELL (1951, Leo C. Popkin & Russell Rouse) El pozo de la angustia

THE WELL (1951, Leo C. Popkin & Russell Rouse) El pozo de la angustia

No somos pocos los que consideramos una de las definiciones más certeras de la eterna dualidad del ser humano, aquella secuencia inicial de GREED (Amanecer, 1924. Erich von Stroheim), en la que se muestra a su protagonista -McTeague (Gibson Gowland)- protagonizando una bronca pelea y, casi sin solución de continuidad, rescatando de manera amorosa un pajarillo herido. Esta inolvidable metáfora cinematográfica me ha venido a la mente, a la hora de intentar analizar la entraña de la muy interesante y hoy totalmente olvidada THE WELL (El pozo de la angustia, 1951), primera de las realizaciones del insólito Russell Rouse, en esta ocasión ligado al canadiense Leo C. Popkin. Para Rouse supuso el inicio de una curiosa andadura como realizador prolongada en películas caracterizadas por curiosas variaciones argumentales e incluso formales, decreciendo en su frecuencia e interés ya en plenos años 60. Para Popkin, sin embargo, sería el final de una breve experiencia como directora al unir ambas figuras a la de Clarence Greene, y auspiciando una serie de títulos caracterizados por su singularidad. En este caso, nos encontramos ante un relato que se entronca de manera decisiva con una corriente bastante frecuentada en aquellos años en la serie B del cine norteamericano. Propuestas que aparecían como crónicas, casi narradas a modo de noticiario, con resabios documentales, cierto esquematismo y voluntad progresista, que denunciaban algunos de los vicios de la sociedad de su tiempo, en temas como el racismo o la deriva autoritaria de una población que acababa de emerger del drama de la II Guerra Mundial, y se imbuía de la paranoia anticomunista. Estoy hablando de exponentes de diferente calado, que podrían ir del admirable THE SOUND OF FURY (1950, Cy Endfield), el honesto BORDER INCIDENT (1949, Anthony Mann), al físico y esquemático THE PROWLER (1950, Joseph Losey). Como se puede comprobar, nos encontramos con títulos muy ligados en el tiempo y al que cabría unir la presencia de la estupenda ACE IN THE HOLE (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder), estrenada apenas tres meses antes del título que centra estas líneas. Y señalo esta circunstancia dadas las relativas semejanzas existentes entre ambos títulos, que no pueden ser sino voluntarias, y establecidas asimismo entre algunos de los otros referentes señalados -en todos ellos, aparece señalada la importancia manipuladora de la prensa, elemento este ausente en THE WELL-.

El film de Rouse y Popkin se inicia con una secuencia fundamental y reveladora de la importancia de su enunciado, para poder desplegar en su primera mitad ese elemento discursivo en torno al racismo de una población media norteamericana, en la que cohabitan pacíficamente blancos y negros. En medio de una llanura, Carolyn, una niña de cinco años camina descuidadamente, hasta caer en un pozo que se esconde entre el follaje. En su casa la echarán de menos una vez pasen varias horas, ya que su madre -Mrs. Crawford (extraordinaria Maidie Norman)- está habituada en sus habituales retrasos. Llamará la atención a su esposo, quien restará importancia del hecho, aunque finalmente la madre avisará a la policía, y encontrando el sheriff Ben Kellogg (Richard Rober) indicios de que estado junto a un desconocido, tiempo antes de su desaparición. Será una llamada de alerta que, con breves pesquisas, le acercará hasta el joven Claude Packard (Henry Morgan), ingeniero de minas, desplazado hasta la ciudad para visitar a su tío, el acaudalado empresario Sam Packard (Harry Kelley). Claude será detenido por posible sospecha de asesinato, y sometido a un duro interrogatorio. Mientras tanto, en las calles se iniciará la controversia por parte de la población negra, señalando que, al ser blanco y sobrino de Packard pronto será exonerado, mientras que este último argüirá su posición en la población y sus resabios autoritarios, solicitando que su sobrino sea liberado -fundamentalmente para que el nombre del apellido no se vea comprometido-. Sin embargo, casi como en un reguero de pólvora, esta circunstancia irá prendiendo en la habitual tranquilidad de sus habitantes a base de falsos rumores y atavismos, pronto desembocadas en peleas y enfrentamientos dentro de una población que, en el plazo de unas horas, se encontrará el borde de un levantamiento civil. La explosiva situación posibilitará que el alcalde y el consejo municipal finalmente hagan caso a la advertencia de Kellog, de solicitar ayuda militar por parte del gobernador del estado. La convivencia se asgrabará por momentos al exteriorizarse la indignación de las turbas de ambas razas, después de haber protagonizado peleas, enfrentamientos, e incluso el incendio de una de las naves de Packard. De repente y de manera casual, un niño descubrirá el pozo donde ha caído la niña, modificando por completo el sentido de la película. Casi de inmediato, lo que podía haberse convertido en una devastación colectiva, afortunadamente se desmoronará al intentar averiguar si la niña se encuentra con vida en el interior del pozo. Todos los esfuerzos se dirigirán por parte de las autoridades, mientras los padres celebrarán emocionados que su hija se encuentra con vida a más de veinte metros de profundidad. Se iniciarán las complejas tareas de rescate, a las que se sumará con arrepentimiento Packard poniendo al servicio de estas su maquinaria y experiencia. Así pues, esa población que se encontraba al borde de una batalla, se volcará e incluso contendrá el aliento llegando a intentar convencer Packard a su sobrino, al que se ha puesto en libertad, que se sume a las tareas dados sus conocimientos en materia de subsuelos. Este mostrará su doloroso hastío ante la reciente y humillante vivencia, indicando que solo desea abandonar la ciudad para siempre, aunque finalmente se brindará para ofrecer su mirada experta, e incluso descender por el interior del nuevo pozo excavado de forma paralela al que protagoniza el suceso. Será un intento desesperado, en plena noche y contra reloj, por rescatar a la niña con vida.

Antes lo señalaba. La presencia de esa secuencia inicial marcará la singularidad en las intenciones del tándem de realizadores. Si la misma no existiera, el espectador se plantearía, sin lugar a duda, una visión completamente opuesta de todos los sucesos que se producirán horas después, y no dudaría en entender que la detención de Claude aseguraría su culpabilidad, o incluso permitiría que no pocos espectadores justificaran algunas de las actitudes emanadas por las turbas que protagonizarán los siguientes minutos del relato. Esa elección argumental de presentación propiciará una apuesta por la pedagogía. Todo ello en una primera mitad dominada por un tono sombrío, casi documental y definido por un montaje rápido, a lo que ayudará la presencia de intérpretes apenas conocidos, aunque todos ellos muy eficaces. En ella se plasmará la facilidad con la que se pasará de la vida pacífica al enfrentamiento, desatando el fantasma latente del racismo. Para ello se nos mostrarán breves diálogos entre vecinos, algunos en ocasiones lanzando falsedades o fake news. Comprobaremos los resabios fascistas del dominante Packard -su intérprete se caracterizó en Hollywood por interpretar villanos y gangsters- y sus más cercanos ayudantes. Y veremos como el propio consistorio se dividirá a la hora de acceder a la petición del sheriff para solicitar ayuda militar del gobernador. En esa secuencia y dentro del conjunto de dudas de sus componentes, destacará uno de los momentos más impactantes de la película. Ese plano medio sobre el veterano consejero negro, describiendo el horror que recuerda, de un lejano enfrentamiento ciudadano sufrido cuando él era pequeño.

Se sucederán minutos revestidos de tensión, en donde se transmitirá al espectador la cercanía de algo trágico. Mientras tanto, Rouse y Popkins jugarán con el suspense al ofrecer de manera paralela el paseo de un niño por el lugar donde sabemos ha caído la pequeña. Unos instantes realmente angustiosos que discurrirán como contrapunto a esa histeria colectiva, como si se estuviera en la cuenta atrás del estallido de una bomba dentro de un clímax que roza lo admirable.

Todo ello se modificará por completo al saber que la niña se encuentra en el pozo y, de manera subsiguiente, la ira colectiva carecía de fundamento. A partir de ese momento THE WELL mutará su planteamiento al derivar en una narración que combinará un preciso y afilado montaje, y describir el proceso de excavación y acercamiento a la pequeña. La fotografía en blanco y negro de Ernest Laszlo adquirirá una creciente fuerza expresionista, puesto que poco a poco la acción quedará dominada por un nocturno. La fisicidad de la acción otorgará a sus imágenes un aura casi irrespirable, combinada con los planos que muestran el inconsolable dolor de los padres de Carolyn, sobre todo su madre -insuperable dramatismo el demostrado por Maidie Norman-. En dicho contexto el tándem de realizadores incorporará una narración dominada por un preciso montaje, que alternará los progresos en las tareas de rescate, las miradas de complicidad de sus principales participantes -los padres, el sheriff, Packard tío y sobrino-, los breves planos de reacción de la muchedumbre que asiste silenciosa a lo que supondrá una inesperada catarsis colectiva, a un colectivo humano, que pocas horas antes se había llegado a plantear su propia autodestrucción. Todo ello conformará un valioso y tenso bloque narrativo. Una ceremonia dominada por cierta extraña musicalidad, en donde el latente arrepentimiento de sus protagonistas se verá exorcizado por ese común sentimiento de recuperar a la pequeña Carolyn. A este respecto resultará de especial efectividad la originalidad de describir en off las diferentes tareas realizadas en el subsuelo, merced a ese altavoz utilizado por los que desciendan y narrando ante la multitud, como si fuera una emisión radiofónica, la evolución de sus trabajos, e imponiendo a los concentrados, que poco tiempo antes se mostraban iracundos, un estado de silencio que resultará abrasador en los últimos instantes. Serán pasajes donde la cercanía de encontrar el cuerpo de la niña se hará casi física, aunque en ningún momento podamos contemplar dichas tareas, y la sucesión de angustiados planos de los ciudadanos adquiera una extraña configuración, casi metafísica.

Es cierto que los últimos segundos de THE WELL resultan blandos e innecesarios, diluyendo en cierto modo la dureza que había embargado buena parte de su metraje. Haber concluido la misma confirmando el rescate, sin más florituras, es probable que hubiera redondeado su conjunto. Sin embargo, ello no impide reconocer que nos encontramos con un producto valiente y valioso. Una película representativa de una corriente saludable del cine de su tiempo, y también de una sociedad convulsa bajo su aparente expresión de convivencia.

Calificación: 3

WICKED WOMAN (1953, Russell Rouse)

WICKED WOMAN (1953, Russell Rouse)

A la hora de acercarnos a los más curiosos outsiders del cine americano en la década de los cincuenta, quizá sea interesante detenerse por un momento en la figura de Russell Rouse, siempre ligado en calidad de productor y guionista a Clarence Greene. Un curioso tandem, en el que inicialmente se cuestionó su tendencia a la búsqueda casi obsesiva de termas dominados por una originalidad en no pocas ocasiones prefabricada. Sin embargo, por debajo de una circunstancia, que con el paso de los años no deja de proporcionar una cierta patina de singularidad, quizá llegue el momento de valorar, tampoco sin excesivos entusiasmos, la capacidad en los mejores momentos de su cine, para albergar atmósferas obsesivas, o la propia fisicidad de sus instantes más perdurables. Es algo que se puede detectar, punto por punto, en la muy estimable WICKED WOMAN (1953), con la que Rouse quizá quiso sumarse a una determinada revisitación tardía, del universo de la femme fatale, representada en THE POSTMAN ALWAYS RINGS TWICE (El cartero llama dos veces, 1946. Tay Garnett), a partir de la novela de James C. Cain.

Lo hará desde el primer momento, amparado en ese recorrido de autobús que alberga a la rubia y provocadora protagonista –Billie (Beverly Michaels)-, con el fondo de una atractiva canción, revelando el juego que acompaña su presencia allá por donde –presumiblemente- ha ido desarrollando una andadura vital previa. En muy pocos pasajes, podemos percibir el pasado de una protagonista. Alta, rubia, vulgar y de inequívoco atractivo sexual, no dudará en alojarse en la mugrienta habitación de un edificio de apartamentos, con el deseo de alcanzar un trabajo que le permita subsistir en esa ciudad innominada pero que muy pronto percibimos debe encontrarse en el Sur de USA. En realidad, su propia psicología le induce a pensar de que manera podrá hacer extensiva su volcánica personalidad, para encontrar algún incauto que le siga en su juego. De manera inesperada lo hallará en el pub donde entrará a trabajar, comandado por Dora Bannister (Evelyn Scott). Ya en su primera noche de trabajo descubrirá a su esposo, el joven y atractivo Matt (Richard Egan), percibiendo al mismo tiempo que sobre este se asienta la responsabilidad del establecimiento, ya que Dora es una alcohólica incurable, heredando con ello la lacra que mantuviera su padre hasta su muerte. Muy pronto, aunque sin pretenderlo, se irá fraguando una tórrida atracción entre Billie –que ha logrado triunfar de inmediato en el negocio, incorporando en todo momento en la máquina de discos, su canción preferida “One Night in Acapulco”- y un Matt que no puede ocultar la frustración que le ofrece tener que convivir con una esposa autodestructiva y, sobre todo, con una relación que no alberga ningún futuro de convivencia.

Será todo ello el oportuno caldo de cultivo para la recién llegada, que sintonizará de inmediato con Matt –y hay que reconocer que en esta ocasión, con mayor juventud, Egan se muestra más convincente de su carnalidad como hombre provisto de una fisicidad-, al que superan las circunstancias que vive. Por ello, hay que reconocer que entre este y la Michaels se establece una química sexual por momentos explosiva, en la que las miradas y, al mismo tiempo, la represión entre ambos para poder exteriorizar su pasión, logran alcanzar algunos de los momentos más intensos de la película. Y es que, en realidad, no puede decirse que WICKED WOMAN aporte demasiado dentro del subgénero que brinda su propuesta, dentro de un conjunto que no alcanza los ochenta minutos de duración, y que más allá de orillarse en los senderos de la serie B, se acerca más a los postulados del Cinema Bis, hasta el punto de que en muchos momentos se percibe la sensación de que la película bien pudiera ser rodada en los estudios pobres de la Powerty Row –se trata de una producción del interesante Edward Small, distribuída por la entonces aún no demasiado expansiva United Artists-. Tal es la impresión que brinda por un lado la ausencia de intérpretes conocidos, o la granulada fotografía en blanco y negro ofrecida por Eddie Fitzgerald. Pero unamos a ello la sensación casi documental que brindan las secuencias desarrolladas en exteriores, apoyadas en un uso muy libre de la cámara, y que por momentos nos retrotraen al Joseph H. Lewis de la bastante cercana y mítica DEADLY IS THE FEMALE (El demonio de las armas, 1950). Evidentemente, nos encontramos a no poca distancia de este título de culto, pero no es menos cierto que Rouse echa la carne en el asador, sorteando las convenciones de un argumento que poco a poco se va desinflando, a la hora de apostar por una atmósfera malsana, lúbrica y bizarra, que tendrá varios elementos de expresión. Por un lado, la convicción que Billie irá inoculando en Matt, para que se deshaga del negocio y ambos viajen a Méjico –la obsesión que transmite en su constante recurso a la canción-. Para ello, se planteará en ellos que la propia Billie simule ser su esposa, a la hora de acceder a la operación de venta del negocio que Matt finalmente ha accedido a cumplimentar. Y, por supuesto, a la tensión que ambos vivirán, en esos días que restan, desde que la firma se ha consumado, hasta que la entidad bancaria de por aprobada la operación.

Así pues, entre el retrato de una esposa totalmente derrumbada en el alcohol, el deseo casi imperioso de la recién llegada de vivir una vida de lujo con un hombre al que desea atrapar en sus posibilidades económicas, y también en su lujuria, lo cierto es que lo más bizarro de su conjunto, vendrá dado por la presencia, finalmente amenazante, del pequeño, grueso y solitario Charlie (Percy Helton), de quien inicialmente se aprovechará nuestra protagonista utilizando sus encantos, pero de quien este se vengará, cuando inesperadamente escuche una conversación entre esta y Matt, descubriendo el plan que ambos están maquinando. Por ello, no dudará a someterla a una especie de chantaje, buscando aunque sea con falsedad, un acercamiento de esa mujer a la que desea, y que hasta el momento solo ha buscado en él dinero y le ha respondido con desprecios.

Es cierto. La conclusión de WICKED WOMAN aparece un tanto atropellada, al plantearse una inverosímil reconciliación entre Matt y su esposa. Sin embargo, no deja de resultar disolvente contemplar como la femme fatale de la función, no solo querdará exenta de asumir castigo alguno, sino que se la contempla como volverá a viajar en autocar, lo lejos que le permitirán sus escasos recursos, pudiendo ver como en ese bus, un incauto solitario, ha mostrado de inmediato interés por ella, devolviéndole ella una sonrisa de aceptación. Faltará muy poco para que la historia se repita… y en un relato como este, rodado casi al margen de las convenciones morales del Hollywood del momento, se podían permitir licencias de este tipo. Es por ello, por el cierto grado de ritmo que alberga su discurrir, y por lo turbio de su atmósfera, por lo que cabe reivindicar moderadamente el film de Rouse, que alberga más tensión sexual y emocional en sus fotogramas, que muchas otras películas provistas de un prestigio más acusado y, quizá, desmesurado. Una vez más, es el milagro del Cinema Bis.

Calificación: 2’5