THE WELL (1951, Leo C. Popkin & Russell Rouse) El pozo de la angustia
No somos pocos los que consideramos una de las definiciones más certeras de la eterna dualidad del ser humano, aquella secuencia inicial de GREED (Amanecer, 1924. Erich von Stroheim), en la que se muestra a su protagonista -McTeague (Gibson Gowland)- protagonizando una bronca pelea y, casi sin solución de continuidad, rescatando de manera amorosa un pajarillo herido. Esta inolvidable metáfora cinematográfica me ha venido a la mente, a la hora de intentar analizar la entraña de la muy interesante y hoy totalmente olvidada THE WELL (El pozo de la angustia, 1951), primera de las realizaciones del insólito Russell Rouse, en esta ocasión ligado al canadiense Leo C. Popkin. Para Rouse supuso el inicio de una curiosa andadura como realizador prolongada en películas caracterizadas por curiosas variaciones argumentales e incluso formales, decreciendo en su frecuencia e interés ya en plenos años 60. Para Popkin, sin embargo, sería el final de una breve experiencia como directora al unir ambas figuras a la de Clarence Greene, y auspiciando una serie de títulos caracterizados por su singularidad. En este caso, nos encontramos ante un relato que se entronca de manera decisiva con una corriente bastante frecuentada en aquellos años en la serie B del cine norteamericano. Propuestas que aparecían como crónicas, casi narradas a modo de noticiario, con resabios documentales, cierto esquematismo y voluntad progresista, que denunciaban algunos de los vicios de la sociedad de su tiempo, en temas como el racismo o la deriva autoritaria de una población que acababa de emerger del drama de la II Guerra Mundial, y se imbuía de la paranoia anticomunista. Estoy hablando de exponentes de diferente calado, que podrían ir del admirable THE SOUND OF FURY (1950, Cy Endfield), el honesto BORDER INCIDENT (1949, Anthony Mann), al físico y esquemático THE PROWLER (1950, Joseph Losey). Como se puede comprobar, nos encontramos con títulos muy ligados en el tiempo y al que cabría unir la presencia de la estupenda ACE IN THE HOLE (El gran carnaval, 1951. Billy Wilder), estrenada apenas tres meses antes del título que centra estas líneas. Y señalo esta circunstancia dadas las relativas semejanzas existentes entre ambos títulos, que no pueden ser sino voluntarias, y establecidas asimismo entre algunos de los otros referentes señalados -en todos ellos, aparece señalada la importancia manipuladora de la prensa, elemento este ausente en THE WELL-.
El film de Rouse y Popkin se inicia con una secuencia fundamental y reveladora de la importancia de su enunciado, para poder desplegar en su primera mitad ese elemento discursivo en torno al racismo de una población media norteamericana, en la que cohabitan pacíficamente blancos y negros. En medio de una llanura, Carolyn, una niña de cinco años camina descuidadamente, hasta caer en un pozo que se esconde entre el follaje. En su casa la echarán de menos una vez pasen varias horas, ya que su madre -Mrs. Crawford (extraordinaria Maidie Norman)- está habituada en sus habituales retrasos. Llamará la atención a su esposo, quien restará importancia del hecho, aunque finalmente la madre avisará a la policía, y encontrando el sheriff Ben Kellogg (Richard Rober) indicios de que estado junto a un desconocido, tiempo antes de su desaparición. Será una llamada de alerta que, con breves pesquisas, le acercará hasta el joven Claude Packard (Henry Morgan), ingeniero de minas, desplazado hasta la ciudad para visitar a su tío, el acaudalado empresario Sam Packard (Harry Kelley). Claude será detenido por posible sospecha de asesinato, y sometido a un duro interrogatorio. Mientras tanto, en las calles se iniciará la controversia por parte de la población negra, señalando que, al ser blanco y sobrino de Packard pronto será exonerado, mientras que este último argüirá su posición en la población y sus resabios autoritarios, solicitando que su sobrino sea liberado -fundamentalmente para que el nombre del apellido no se vea comprometido-. Sin embargo, casi como en un reguero de pólvora, esta circunstancia irá prendiendo en la habitual tranquilidad de sus habitantes a base de falsos rumores y atavismos, pronto desembocadas en peleas y enfrentamientos dentro de una población que, en el plazo de unas horas, se encontrará el borde de un levantamiento civil. La explosiva situación posibilitará que el alcalde y el consejo municipal finalmente hagan caso a la advertencia de Kellog, de solicitar ayuda militar por parte del gobernador del estado. La convivencia se asgrabará por momentos al exteriorizarse la indignación de las turbas de ambas razas, después de haber protagonizado peleas, enfrentamientos, e incluso el incendio de una de las naves de Packard. De repente y de manera casual, un niño descubrirá el pozo donde ha caído la niña, modificando por completo el sentido de la película. Casi de inmediato, lo que podía haberse convertido en una devastación colectiva, afortunadamente se desmoronará al intentar averiguar si la niña se encuentra con vida en el interior del pozo. Todos los esfuerzos se dirigirán por parte de las autoridades, mientras los padres celebrarán emocionados que su hija se encuentra con vida a más de veinte metros de profundidad. Se iniciarán las complejas tareas de rescate, a las que se sumará con arrepentimiento Packard poniendo al servicio de estas su maquinaria y experiencia. Así pues, esa población que se encontraba al borde de una batalla, se volcará e incluso contendrá el aliento llegando a intentar convencer Packard a su sobrino, al que se ha puesto en libertad, que se sume a las tareas dados sus conocimientos en materia de subsuelos. Este mostrará su doloroso hastío ante la reciente y humillante vivencia, indicando que solo desea abandonar la ciudad para siempre, aunque finalmente se brindará para ofrecer su mirada experta, e incluso descender por el interior del nuevo pozo excavado de forma paralela al que protagoniza el suceso. Será un intento desesperado, en plena noche y contra reloj, por rescatar a la niña con vida.
Antes lo señalaba. La presencia de esa secuencia inicial marcará la singularidad en las intenciones del tándem de realizadores. Si la misma no existiera, el espectador se plantearía, sin lugar a duda, una visión completamente opuesta de todos los sucesos que se producirán horas después, y no dudaría en entender que la detención de Claude aseguraría su culpabilidad, o incluso permitiría que no pocos espectadores justificaran algunas de las actitudes emanadas por las turbas que protagonizarán los siguientes minutos del relato. Esa elección argumental de presentación propiciará una apuesta por la pedagogía. Todo ello en una primera mitad dominada por un tono sombrío, casi documental y definido por un montaje rápido, a lo que ayudará la presencia de intérpretes apenas conocidos, aunque todos ellos muy eficaces. En ella se plasmará la facilidad con la que se pasará de la vida pacífica al enfrentamiento, desatando el fantasma latente del racismo. Para ello se nos mostrarán breves diálogos entre vecinos, algunos en ocasiones lanzando falsedades o fake news. Comprobaremos los resabios fascistas del dominante Packard -su intérprete se caracterizó en Hollywood por interpretar villanos y gangsters- y sus más cercanos ayudantes. Y veremos como el propio consistorio se dividirá a la hora de acceder a la petición del sheriff para solicitar ayuda militar del gobernador. En esa secuencia y dentro del conjunto de dudas de sus componentes, destacará uno de los momentos más impactantes de la película. Ese plano medio sobre el veterano consejero negro, describiendo el horror que recuerda, de un lejano enfrentamiento ciudadano sufrido cuando él era pequeño.
Se sucederán minutos revestidos de tensión, en donde se transmitirá al espectador la cercanía de algo trágico. Mientras tanto, Rouse y Popkins jugarán con el suspense al ofrecer de manera paralela el paseo de un niño por el lugar donde sabemos ha caído la pequeña. Unos instantes realmente angustiosos que discurrirán como contrapunto a esa histeria colectiva, como si se estuviera en la cuenta atrás del estallido de una bomba dentro de un clímax que roza lo admirable.
Todo ello se modificará por completo al saber que la niña se encuentra en el pozo y, de manera subsiguiente, la ira colectiva carecía de fundamento. A partir de ese momento THE WELL mutará su planteamiento al derivar en una narración que combinará un preciso y afilado montaje, y describir el proceso de excavación y acercamiento a la pequeña. La fotografía en blanco y negro de Ernest Laszlo adquirirá una creciente fuerza expresionista, puesto que poco a poco la acción quedará dominada por un nocturno. La fisicidad de la acción otorgará a sus imágenes un aura casi irrespirable, combinada con los planos que muestran el inconsolable dolor de los padres de Carolyn, sobre todo su madre -insuperable dramatismo el demostrado por Maidie Norman-. En dicho contexto el tándem de realizadores incorporará una narración dominada por un preciso montaje, que alternará los progresos en las tareas de rescate, las miradas de complicidad de sus principales participantes -los padres, el sheriff, Packard tío y sobrino-, los breves planos de reacción de la muchedumbre que asiste silenciosa a lo que supondrá una inesperada catarsis colectiva, a un colectivo humano, que pocas horas antes se había llegado a plantear su propia autodestrucción. Todo ello conformará un valioso y tenso bloque narrativo. Una ceremonia dominada por cierta extraña musicalidad, en donde el latente arrepentimiento de sus protagonistas se verá exorcizado por ese común sentimiento de recuperar a la pequeña Carolyn. A este respecto resultará de especial efectividad la originalidad de describir en off las diferentes tareas realizadas en el subsuelo, merced a ese altavoz utilizado por los que desciendan y narrando ante la multitud, como si fuera una emisión radiofónica, la evolución de sus trabajos, e imponiendo a los concentrados, que poco tiempo antes se mostraban iracundos, un estado de silencio que resultará abrasador en los últimos instantes. Serán pasajes donde la cercanía de encontrar el cuerpo de la niña se hará casi física, aunque en ningún momento podamos contemplar dichas tareas, y la sucesión de angustiados planos de los ciudadanos adquiera una extraña configuración, casi metafísica.
Es cierto que los últimos segundos de THE WELL resultan blandos e innecesarios, diluyendo en cierto modo la dureza que había embargado buena parte de su metraje. Haber concluido la misma confirmando el rescate, sin más florituras, es probable que hubiera redondeado su conjunto. Sin embargo, ello no impide reconocer que nos encontramos con un producto valiente y valioso. Una película representativa de una corriente saludable del cine de su tiempo, y también de una sociedad convulsa bajo su aparente expresión de convivencia.
Calificación: 3
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Luis -