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CINEMA DE PERRA GORDA

DRACULA (1931, George Melford) Dracula

DRACULA (1931, George Melford) Dracula

En no pocas ocasiones la mitificación hacia un género o determinadas expresiones del mismo gasta malas pasadas. No nos cansaremos de señalar que la producción de cine de terror de la Universal en la década de los años 30 ha sufrido ese fenómeno en una forma desaforada. Recuerdo como en un documental tan espléndido como “El cine de terror de la Universal” (Universal Horror, 1998), realizado por el historiador Kevin Browlown se destacaba la versión cinematográfica en lengua española del DRÁCULA de Tod Browning, dirigida en esta versión por George Melford –y según relatan las crónicas ayudado por Enrique Tovar Ávalos-. En aquel apasionante recorrido destacaba la movilidad de la cámara de Melford en secuencias como la primera aparición de Drácula en la abadía de Cairfax y algún otro momento, frente al estatismo del referente de Browning. Como dato anecdótico hay que señalar que en los mismos decorados –ejecutados por Charles D. Hall- el norteamericano rodaba por las mañanas mientras que Melford filmaba con su reparto las secuencias de la versión que se exportaría a los países hispanos.

En esa tesitura he de reconocer que mi decepción ha sido total. Es más me atrevería a destacar que los más de cien minutos de metraje me han resultado en muchos momentos decididamente tediosos frente a lo que ofrecía la versión de Browning que, con todas sus enormes limitaciones, su lastre teatral y su irregular resultado, al menos contaba con una parte inicial singular y aportaba la presencia de un Bela Lugosi todo lo acartonado que se quiera pero cuyo carisma al encarnar a Drácula es indudable que ha sobrepasado la barrera del tiempo –a lo que habría que añadir la aportación del singular Dwight Frye en el papel de Renfield-.

En su oposición, el equivalente en lengua castellana que ejecuta Melford –de quien recuerdo su discretísimo EL CAÍD (The Sheik, 1921), vehículo estelar para un Rodolfo Valentino que se superó abiertamente de la mano de George Fitzmaurice con su secuela EL HIJO DEL CAÍD (The Son of the Sheik, 1926)-, promete en sus primeros pasajes una mayor agilidad en la movilidad de la cámara –la sensación de autenticidad en el vaivén interior del carruaje de los viajeros; los “travellings” en los que aparece ante el espectador el conde en su abadía o ante su bienvenida a Renfield-. Sin embargo, vana es nuestra ilusión. Por más que en ocasiones Melford inserte algún movimiento de cámara que realmente no obedece a necesidades internas sino que se inserta de forma muy ostentosa, el resultado tiene plomo hasta por las alas.

Bajo mi punto de vista esta versión de la novela de Stoker tiene su mayor punto de interés cinematográfico en la breve secuencia que describe el viaje en barco hasta Inglaterra. En ella la iluminación expresionista de los planos, la angulación sobre el rostro de Drácula –solo en esos momentos su semblante es amenazador-, el rostro de Renfield que se ofrece a contraluz ocupando un pequeño ventanal del barco, el contraplano de un grumete sobrecogido y finalmente el plano de la sombra de un marinero muerto, describe una secuencia de pesadilla que lamentablemente no tendrá ni de lejos un equivalente de interés.

Y es que si a la segunda mitad de la obra filmada el mismo año por Browning se le ha acusado –y con razón- de su excesiva teatralidad –no olvidemos que se adapta una obra teatral que a su vez tomaba como origen la célebre novela-, en este caso ese lastre pesa como una losa mortal para la paciencia del espectador. Las secuencias del DRÁCULA de Melford se suceden cansinas, con un nulo sentido de ritmo cinematográfico y como si se tratara de una mala función teatral de aficionados. Sin fondo sonoro alguno que ayude a esta progresión los minutos transcurren como si fueran horas, en una función chusca –no hay que ver más que el personaje de Martín, el enfermero del sanatorio, digno del peor sainete-. Y a ello ayuda, no cabe duda, la nefasta interpretación de todo su “cast” que no dudo en considerar entre las más patéticos que jamás he visto en una película. En su cabeza hay que citar a un Carlos Villarías que puede tener el honor de ser la más ridícula encarnación que jamás han visto las pantallas del Conde Drácula. Sus ademanes afectados, su ridícula gestualización no solo palidecen al ser comparados por la prestancia y la dicción de Lugosi, sino que en sí misma son un monumento al ridículo interpretativo. Ello no es más que la punta del “iceberg” de un reparto a cual más grotesco y lamentable, del cual solo cabría salvar al joven Barry Norton, no por que haga un trabajo mínimamente destacable, sino por el hecho de que al menos su encarnación de Juan Harker (sic) responde a los cánones convencionales del galán al uso y no incide en los peores “tics” teatrales hispanos que hacen gala sus compañeros del infausto reparto –presumo que el ya citado Tovar Ávalos sería el encargado de “dirigir” estas secuencias, ya que las mismas se caracterizan por esa cutrez propia de los sainetes y melodramas mexicanos (que se lo pregunten a Luís Buñuel, que tuvo que hacer milagros en este terreno)-.

En definitiva, una auténtica losa –no sé si la misma encubre alguna tumba o no-, que constituye un claro ejemplo de cine arqueológico para el cual lo mejor que le puede suceder es que quede adormecido en un anaquel... a riesgo de que si se difunde demasiado los dormidos seamos los sufridos espectadores.

Calificación: 1

2 comentarios

Toni -

oohhhh, gran pelicula. La verdad es que todas las relacionadas con el vampirismo me gustan, pero las 1as de Dracula son geniales. Por cierto, que es eso que sale en la foto de 'Special Spanish Version'? lo escriben en ingles y la peli esta en castellano?

Gerardo -

Ja, ja... pues por un extraño masoquismo, me has dejado con ganas de verla.